Peter Kreeft. Tres Filosofìas de la Vida. Ediciones Universidad Católica de La Plata, 2001, 173 pp. Traducción y notas de Sebastián Randle
Por Octavio A. Sequeiros
Peter Kreeft es, para decirlo con su estilo, un bicho raro, pues se convirtió desde el calvinismo holandés donde, según nos dicen ahora tantos expertos, bien pudo salvarse sin semejante incomodidad; además desde 1965 enseña filosofía en el Boston College y lleva ya publicados casi cuarenta obras. El rector de la UCALP, Ing. Ricardo M. de la Torre, proyecta traducir, varias de ellas en esta misma editorial y con su impecable presentación.
Las tres “filosofías de la vida” y “las únicas posibles porque representan los únicos tres lugares en los que podemos estar” (p. 13) son el Eclesiastés, la vida como vanidad, Job, la vida como sufrimiento, El Cantar de los Cantares, la vida como Amor, con sus respectivos “humores” o estados de ánimo: aburrimiento, desesperación y júbilo.
El lenguaje de Kreft no sólo es vital, directo, existencial o cualquier otro adjetivo afín, es norteamericano con directas alusiones al cine, la TV, o el deporte, pero en relación con la gran cultura religiosa de nuestra tradición intelectual desde la Ilíada y Platón hasta C. S. Lewis que mucho ha influido en nuestro autor. Por eso, es de destacar la tarea de Sebastián Randle que ha puesto todo su empeño en traducir los matices de esta obra con sus neologismos, expresiones, juegos de palabras populares, etc.
El objetivo es abrir estos tres breves e infinitos textos bíblicos al corazón, al alma (ambos en su sentido tradicional, pues es sabido que el “hombre moderno” carece de los dos) y también a su inteligencia y lectura directa, costumbre recomendable aunque nunca fuera la nuestra.
Eclesiastés
Entre nosotros Rubén Darío, que siempre meditó los textos sagrados, un poco exhausto de tanta “celeste carne de mujer”, también se topó con “la impresión del formidable Eclesiastés”. No es para menos porque Kreeft lo presenta como “el único libro de filosofía, de sola filosofía, incluido en la Biblia. No ha de sorprender, pues, que el Eclesiastés es el más grande de los libros de filosofía” (p. 21), y escrito por “el menos vanidoso de los filósofos”, según el criterio de Pascal: “Debe ser muy vanidoso el que no ve la vanidad de la vida”; fueron sabios y valientes los rabinos que incluyeron este libro en su canon “porque el Eclesiastés es el contraste, la alternativa, al resto de la Biblia, el interrogante al cual responde el resto de las escritura” (p. 26). Una objeción: me parece que se le va la mano cuando afirma (p. 66) que nuestra inteligencia natural no puede saber si Dios es “bueno, amante, o ni siquiera justo o lo que le importamos, nosotros y nuestras vidas. No hay evidencia alguna bajo el sol de semejante cosa”. Dejamos la discusión para los próximos libros de Kreeft con la recomendación de leer, entretanto y para empezar, la Fides et Ratio.
“El autor es un periodista del diario universal de la Tierra. No ha tenido acceso a una especial revelación divina ni ha sido beneficiado con una intervención sobrenatural. Su Dios es simplemente ‘la naturaleza y el Dios de la naturaleza’” (p. 29), su forma un puro monólogo inspirado que nos revela “qué cosa es exactamente la vida cuando Dios no nos revela qué cosa es la vida” (p. 3, y el monólogo tiene forma de silogismo, a pesar de que su autor ignorara a Aristóteles, porque el silogismo es la “la forma en que la mente humana natural e instintivamente razona” (p. 31 – 32).
“Las palabras del predicador” –título original del Eclesiastés, pues son sus primeras palabras– es especialmente apto para el hombre contemporáneo y para iniciarse en las lecturas bíblicas, es también el libro cuyos “elefantes”, es decir cuyas gigantescas preguntas sobre el fin de la vida frente a la vanidad de vanidades y al tiempo cíclico (p. 73), tratamos de eludir con mil artificios. Son interrogantes intemporales, pero aplicados al presente Kreeft nos revela su perspectiva trágica: “Hay muchos elefantes en nuestra selva; no hemos podido enjaularlos a todos aún, todavía no hemos logrado ‘desmitificar’ al mundo entero. El Mundo Feliz está una o dos generaciones por delante” (p. 46). Este cálculo optimista fue realizado antes del septiembre de las Twin Towers.
Job
Apologética para tolkienianos: la traducción de Tolkien del libro de Job en la Biblia de Jerusalén fue “el abrelatas” (p. 81) que le permitió su comprensión; más no puedo decir, pero no se pierdan sus referencias a las traducciones.
Sigamos. A veces Job insinúa que Dios es poderoso pero no es bueno, por lo cual supone que una Suprema Corte celestial le daría la razón (IX, 14-23 y 32-33), suposición errónea no sólo en el cielo sino incluso en la Argentina. Para el rabino Kusher y otros se trata de un libro que contradice al resto de la Biblia, y así desfilan algunas soluciones heréticas y promocionadas sobre el problema del mal que le sirven al autor para explicar el texto con el gancho de la actualidad.
De todos modos “el justo prosperará, el inicuo perecerá. De modo que Job resulta persuadido por esa publicidad, ‘compra’ esta fe” (p. 98), como le ocurre a nuestra mentalidad irracionalista, centrada en las relaciones entre la fe y la experiencia: “Hoy en día mucha más gente pierde su fe porque experimenta tribulaciones y piensa que Dios los ha defraudado, que los que la pierden con argumentos racionales. Job es un hombre para todas las épocas, pero muy especialmente para la nuestra” (p. 101).
El libro de Job no trata ni de la existencia ni de esencia de Dios, “el problema de Job es otro: ¿Qué (o mejor quién) es Dios para mí? ¿Cuál es la relación?” (p. 111), frente a “la ortodoxia muerta” (p. 113) de los tres amigos biempensantes que lo critican desde una perspectiva en apariencia religiosamente correcta.
El Cantar de los Cantares
Es más difícil comentar este poema, no sólo por ser estrictamente un poema y porque la palabra amor está deshonrada, sino también porque la lingüística eclesial ha batido todos los records de cursilería, de tal modo que es imposible no relacionar la vida como amor con el sexshop más próximo. Es como escuchar una gran sinfonía luego de haber sido utilizada para un corto publicitario, hay que dejar pasar mucho tiempo hasta que recupere su dignidad. El Cantar de los Cantares deberá tener un milenio de vacaciones.
Me refiero por cierto al efecto en almas no cultivadas o especialmente dotadas, pero aún las otras deben renunciar en grandísima parte al poema como tal, porque ni el ritmo ni la sonoridad le serán perceptibles, quedan las imágenes cuando el traductor no las suprime o malogra, y los conceptos.
Pues bien Kreeft, que sabe todo esto y que escribe para un público amplio, se las ha arreglado para presentarnos el Cantar de modo atrayente y aún respetable. No sé si puede imaginarse un panegírico mayor.
A pesar la iniciación sexual debajo de un manzano (VIII: 5), y toda la caterva de profanos, profanadores, y exégetas, negando sentido “espiritual”, y obviamente, pero más que en los casos anteriores, toda inserción religiosa en las Sagradas Escrituras, el Cantar es “la llave escondida del resto de la Biblia”, la que nos presenta “el último capítulo de la vida del hombre, el argumento central y la finalidad de todas las cosas” (p. 124).
El aficionado a la literatura española conoce el procedimiento de la poesía a lo divino y la obra maestra de San Juan de la Cruz, pero el promedio de los restantes mortales necesita ser iniciado como los del manzano: “Interpretar un libro o un pasaje simbólicamente no equivale a abandonar la interpretación literal. Existe un prejuicio ridículo e indefendible entre la mayoría de los biblistas contemporáneos, aficionados o profesionales, quienes pretenden que hemos de elegir disyuntivamente entre la interpretación simbólica y la literal. Los fundamentalistas se erizan automáticamente ante el sólo sonido de la palabra simbólico, en tanto que los modernistas automáticamente se erizan al oír hablar de un sentido literal. Opino que ya es hora de que re-descubramos las riquezas del método cuadriforme, método eminentemente sabio y sano de Sto. Tomás y los medievales, a ver si podemos ganar de nuevo las alturas de las que hemos caído” (p. 124). En síntesis y al por mayor: biblistas abstenerse.
Fray Luis de León, que tiene sus historias con la traducción del Cantar, le agregaba a la interpretación espiritual, otra referida a las relaciones de Dios con la Iglesia durante la historia de este mundo, lo que es de interés especial para nuestro público.
Kreeft desarrolla 26 características del amor en el Cantar de los Cantares, que nos permiten leerlo con muchas aclaraciones indispensables, vg. que es individual (característica 15): “El objeto del amor es una persona y toda persona es un individuo. Ninguna persona es una clase, una especie o una colección. No existe cosa alguna tal como el amor a la humanidad, porque no existe la humanidad. Si vuestros predicadores les han dicho que la Biblia enseña a amar a la humanidad les han mentido” (p.152). El resto de la número 15 y todas las otras, amén de lo que dijimos en el curso de esta nota, aconsejan la adquisición de Las Tres Filosofías de la Vida para una inteligente y encantadora iniciación a la Biblia a través de estos libros inagotables.
Por Octavio A. Sequeiros