Isabel Perón. Por Octavio Sequeiros

González, Julio. Isabel Perón. Intimidades de un Gobierno. Buenos Aires, El Ateneo, 2007, 441 pp.

Por Octavio A. Sequeiros

Cien Panzas y un Quijote

Vale la pena leer este libro paralelamente al Sacheri de H.H. Hernández y compararlos, pues tres católicos contemporáneos cuentan sus peripecias. A González casi le fue tan mal como a Sacheri, pues el gobierno cívico-militar lo seleccionó para escarmiento de especímenes similares, precaución casi inútil porque no serán muchos.            

Quien haya leído nuestro comentario a Sacheri, notará en seguida que Julio González no era hombre que se le ocurriera salvar la Argentina predicando la Doctrina Social de la Iglesia. Estaba metido hasta el cogote en la lucha política donde pocas acciones responden al orden natural de la Patria, la sociedad o el Estado, pero ése es el maloliente y divertido hábitat de la perfección humana y la santificación. Primero fue Secretario de Prensa y Difusión, luego, durante el gobierno de Isabel, estuvo en la cocina de todo: Secretario técnico y Secretario privado de la Presidencia.

Dulcinea

Desde la cárcel, desde ¨el atroz cautiverio¨ (p. 17), Julio González va ordenando sus recuerdos y juicios con buen humor, buena prosa, no de modo estrictamente cronológico y lineal, utilizando para ello también una distinción tipográfica: el presente de su experiencia carcelaria va en letra menor.

González no oculta los defectos y limitaciones de su Dulcinea, pero lógicamente parecen virtudes al lado de sus promocionados colaboradores, muchos de ellos astutos figurones al servicio de intereses específicos que el autor detalla. Éste es el mérito principal y casi insustituible del libro, mostrar en vivo y en directo cómo funciona el Régimen, la red de intereses que desvalija (ahora de modo más policial y aduanero) al país; dicho “Régimen”, como lo bautizó Irigoyen, está más allá, mucho más allá, de las estructuras partidarias o “institucionales”, las elecciones y los golpes de estado cívico-militares. Léalo e imagínese qué sería de nuestro autor describiendo las intimidades de la interna actual.

            Como era de esperar algo del mal ambiente se le pega, por ejemplo, la ingenua pretensión de distinguir entre el funcionario técnico y el político práctico; también la informaciones restringidas sobre López Rega y sus superiores de los cuales ni el peronismo, ni el juez Garzón quieren tener memoria; en fin el lenguaje zurdo de los derechos supuestamente humanos en el ataque a los militares: Kempis nos advirtió  que quien  usa el lenguaje del enemigo es derrotado y derrotado, aclaremos, en el mal combate espiritual como  le pasa a la Iglesia desde hace décadas.

Don Quijote previsiblemente cuenta las buenas, por ejemplo: Cuando la Aeronáutica militar atemorizaba a todos con vuelos rasantes y hasta sus amigas íntimas se borraron, tuvo este diálogo con el edecán naval: -“Señora Presidente, pueden bombardear en cualquier momento. ¿Por qué no salimos de la Casa de Gobierno?

Si Ud. tiene miedo, señor, lo autorizo a retirarse –contestó Isabel. Y el edecán enmudeció” (p. 364).

Pero también las malas. El 20 de noviembre de 1975 con motivo de la Vuelta de Obligado, por primera vez celebrada por un presidente, se prepara la reconciliación con la Juventud Peronista. El discurso está grabado, 20.000 personas esperan en Olivos, pero sin advertencia previa Lorenzo Miguel la convence de que no aparezca y deje plantados a todos, incluido González que debe apechugar: “Ser secretario privado de esta mujer era una tarea tremenda. Fue una misión que hinchó la médula de todos mis huesos con una bilis muy amarga y en la que mi lealtad se pagó con la cárcel. Tuve que salir yo mismo a dar explicaciones a las juventudes congregadas, a cohonestar el injustificable capricho de la Presidenta. El episodio me produjo tanta angustia que fue la primera vez que pensé seriamente en renunciar a mis cargos públicos ¡Cuánto lamento no haberlo hecho!¨” (p. 386). Es el reproche más amargo del libro, pero no todo puede reducirse a caprichos, las papas quemaban, Lorenzo debió tener argumentos contundentes y algo más.

 Logias, Masones y Viagra

Todo hombre piadoso y obediente a la superioridad sabe perfectamente que los Hijos de la Viuda no existen y si existen se dedican a los derechos humanos y el ecumenismo en vistas a la paz y al gobierno mundial. Sin embargo aquí aparecen por todos lados. Tómelo como un cuento para niños bobos.

Isabel tuvo el incomparable mérito de haberlo explicado directamente, en su carácter de Presidenta y a las masas descamisadas que hasta ese entonces permanecían en Babia. Después de criticar sus excesivas pretensiones y anular las convenciones colectivas, les descubrió la verdad: Perón regresó gracias a “un pequeño grupo de amigos”, y no por obra y gracia la lucha sindical (p. 218).

El ministro Robledo era un buen instrumento de esos poderosos amigos. “Isabel me dio las explicaciones de todo esto: ‘Robledo es uno de los representantes de una sociedad secreta ante el peronismo…’ No fueron Perón ni Cámpora, ni Lastiri, ni Isabel los que lo hicieron reiteradamente ministro en las esferas más diversas. No ocupó esos cargos por su capacidad ni sus conocimientos. Es un poder exterior al país el que lo designa en su representación para estas funciones. Y el gobierno débil debe aceptar. ‘Esto ha sido estipulado en las negociaciones que concluyeron aceptando el regreso de Perón, y son condiciones que deben cumplirse’. El país y el pueblo pagarán las consecuencias” (p. 275).

Para no afectar su sensibilidad democrática le ahorro otros varios pasajes similares y relato sólo dos, el primero cuando Luder, presidente interino, y el anciano Robledo visitan a Isabel que descansaba en Ascochinga por razones de salud: Robledo “le pidió a la Presidenta que almorzara con él: ‘Habló de los temas más diversos; me recitó versos y poesías sentimentales de los autores más variados; me tomó la mano y la levantó mientras enunciaba palabras alegóricas. Finalmente se expresó como un afiebrado enamorado y terminó ofreciéndome su desarticulada anatomía para eventual necesidad de consuelo de mi viudez’ (paráfrasis mía -habla J.G.- del relato de Isabel). ‘Yo no sabía –me dijo Isabel- si reírme o golpearlo. Son episodios tan inauditos que ninguna imaginación puede prever ni prevenir’” (p. 341). Isabel sospechaba que Robledo hacía teatro para desprestigiarla ante los oficiales de la Aeronáutica. De todos modos no es prudente despreciar las fuerzas vitales del esoterismo.

El segundo, poco antes del videlazo, el primer sábado de 1976. Lastiri se presenta con un misterioso desconocido y convocan a una reunión el embajador en Uruguay, De la Plaza, importante masón. “Doctor – me explicó con voz grave (Isabel)- las Fuerzas Armadas están dispuestas a dar un golpe de Estado que ya se está gestando. Ese señor que vino con Lastiri viajó expresamente desde Europa para avisarnos. Él va a hacer de mediador junto con el embajador De la Plaza frente a los tres comandantes. Por eso esta precipitada reunión. Este hombre pertenece a la sociedad que permitió el regreso de Perón al país y que llegásemos al gobierno. Ellos quieren que nosotros sigamos” (p. 392).

Las logias civiles y militares abundan a tal extremo que González confiesa su impotencia para explicar los hechos sin incluirlas.

 Las mil y una

Independientemente de ello, cada página nos enfrenta con un tema nacional en plena vigencia, por ejemplo con la relación entre las fuerzas policiales, la represión y las FFAA (p. 314), las nacionalizaciones, el sistema bancario, la moneda, los ferrocarriles, los edecanes, el sistema de control que impide la menor intimidad o secreto en la vida del presidente, el contrabando de armas inglesas, el famoso cheque y Benítez, los diversos ministros de economía, la relación con el clero, etc, etc.

A pesar de su buena voluntad y buen sentido, Isabel resultó impotente para encauzar a los Panzas de su partido y menos aún los del exterior, sobre todo condicionada como estaba para tomar iniciativas que perjudicaran a sus garantes, según vimos, aunque sea muy brevemente. Tampoco se animó a romper el cerco tal como se lo propusiera Julio González y otros patriotas audaces. Viéndolo desde lejos y de afuera nos parece que Isabel carecía del poder y la audacia necesarios para un intento prudencial de semejante envergadura. Ni siquiera para llegar al final de su período. Frente al golpe inminente su Quijote le dio un consejo audaz y divertido que por cierto no siguió:

– “¡Déme un consejo, Doctor, por favor!”

– “Haga una cosa, Excelencia. Llame personalmente al general Videla, al almirante Massera, y al brigadier Fautario y pídales que le informen en qué día, y a qué hora van a dar el golpe preanunciado por Robledo” (p. 343).

Su propia gente, descamisada o finoli, le tenía preparada la cama a Isabel (incluso literalmente, gracias a su médico peronista y personal) a fin de sustituirla antes de Videla y cia, pero en esta competencia de infidelidades ganó el golpe uniformado.

Isabel por ahí se retobaba: “Dígale a ese ministro que la esposa del General Perón no firma porquerías” (p. 386), aunque a veces no tuvo más remedio, porque cedió a las presiones o a sus propios defectos y desesperación, como cuando, acosada hasta físicamente por Cafiero y Demarco, lo nombró a Videla Comandante General (p. 310).

Frente a semejante tragicomedia permanente, ésta es la posición de González y la tesis de su libro: “Si el 24 de marzo de 1976 vino luego a sustituir al “golpe institucional” fue porque en los cálculos de la traición se subestimó la voluntad de acero de Isabel y la insobornable vocación de quienes estuvimos junto a la Presidenta hasta el último momento y pagamos nuestro desafío y nuestra lealtad con la reclusión por tiempo indeterminado en la cárcel militar de Magdalena” (p. 281). No tendrá buena prensa su obra, así como no la tuvo él en su gestión, y estará casi con certeza prohibido el debate.   

Según Aristóteles la mayor parte de la acciones humanas son perversas, y eso que no pudo imaginar la política (incluida la militar y la eclesial) de la Argentina isabelística. Nuestro Julio en cambio la conocía en detalle, pudo acomodarse o renunciar, pero aprovechó la ocasión para defender al país y ofrecerse como rehén en un sacrificio paralelo al de Sacheri, aunque el Dr. Bosca seguramente reduzca todo a ideología nacional-peronista.

Transgredió el orden natural decaído, se permitió contrariar al Filósofo y al sentido común, de modo que la mayor parte de sus acciones fueron buenas -“rebuenas”, pues se opuso al saqueo de la Argentina- durante varios años y nada menos que en funciones de gobierno. Fue fiel a dos mujeres a la vez. Lo encanaron y vejaron en Magdalena y en buques de la Armada. Le requisaron la casa, lo despojaron de sus bienes con el beneplácito de la prensa, los partidos y el resto del circo. Se lo tenía merecido y hasta la sacó barata. Lo cuenta con gracia y detalle en este libro. Una de estas tardes estará con Él en el Paraíso, que es un lugar, no olvide el dato, poco habitado por los Panzas.

Octavio A. Sequeiros

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