Ayuso, Miguel. El Pensamiento Político de Rafael Gambra. Madrid, Speiro, 1999, 239 pp.
Por Octavio A. Sequeiros.
Ayuso que tiene vínculos constantes con la Argentina a la cual visitó varias veces, nos presenta esta vez una síntesis muy documentada y amena de las contribuciones al pensamiento político universal realizada por el filósofo Rafael Gambra, varios de cuyos libros están al alcance del lector argentino, como Historia sencilla de la Filosofía que tanto disgustó a los alemanes de Der Spiegel, y últimamente La moral existencialista y otros ensayos colindantes, Bs. As, ed. Nueva Hispanidad, 2001.
La vida de Gambra está enraizada además en los avatares del Carlismo que culminaron en la estrambótica personalidad del Don Carlos Hugo, heredero primogénito, quien intentó convertirse en rey socialista al estilo Felipe Igualdad, vía eclesial como era de esperar. Le faltó la guillotina, sobre todo para él. Ello y la crisis de la Iglesia, ante la cual Gambra reaccionó sin concesiones sentimentales, le da pie a Miguel Ayuso para ubicarnos en los entretelones de la comunidad tradicionalista española y sus diversos matices.
En segundo término se nos presenta la crisis del racionalismo como tema central de Gambra, motivada -según es conocido-, por la ciencia moderna, la concepción del tiempo y los sucesos históricos que desmienten el optimismo racionalista con la conclusión de que el mundo “en si” no es dominable por la razón racionalista. Pero Gambra se preguntó sobre todo por el fracaso de la reacción existencialista, que necesariamente termina valorando “al hombre, pero al hombre encarnado en el Estado nacionalista o totalitario” (p. 93), el único que puede poner un cierto orden a la tragedia existencial nihilista. Aquí retoma también aspectos de Camus y Saint-Exupéry, en su esfuerzo por recuperar la polis, la ciudad y la Ciudadela, y salir del “exilio” existencialista hacia “una nueva patria de los hombres, donde la autoridad el deber y el fervor comunitario, dejen de ser elementos extraños al hombre mismo, rémoras de su personalidad” (p. 101), una nueva cristiandad vista desde la relación persona- gobierno.- “Sólo el descubrimiento compartido de la verdad o del bien objetivo -en el coincidir así en la intimidad de otras almas– se puede elevar esa relación humana –verbal o conceptual–, al nivel superior de compenetración o comunión”, de otro modo el diálogo se convierte en un refuerzo de la angustia existencial (p. 119).
La tercera parte se refiere a los aportes de Gambra al pensamiento tradicional. Ante todo desarrolla la múltiple relación interpersonal aludida en la última cita. Nuestro autor defiende siempre el hombre político ya sea ante el racionalismo disociador e individualista (la sociedad es una mera coexistencia de átomos, práctica y funcional), ya ante el pietismo intimista que separa al fiel de su comunidad. Esta última palabra ésta importante en las finas distinciones de Gambra, y consiste en “esa forma especial de vivir los hombres en la Ciudad humana bajo una inspiración religiosa” (p.128), donde el todo humano divino es anterior al individuo, de modo que éste no obedece ni respeta al vecino sólo ni principalmente por temor al castigo como en la concepción racionalista. Existe allí una “verdad pública” que se impone necesariamente para que la sociedad pueda sobrevivir” (p.133) y no hace falta decir más para ponderar la actualidad de este antiguo tópico que en España tiene a Donoso Cortés como referencia obligada.
Todo esto es analizado dentro del proceso histórico de descristianización, incluso dentro de la misma Iglesia y en polémica con los ideólogos, archipromovidos e incensados, de una “nueva cristiandad”, absolutamente diferente de la venerada por San Pío X y León XIII. Ni qué decir de las aplicaciones a la cristiandad específicamente española, que sólo mencionamos, al igual que la crisis de la Iglesia respecto del Concilio y la libertad religiosa.
Son especialmente lúcidos los análisis de la destrucción de la vida social por el estado liberal-totalitario y la “comprensión de que el absolutismo no es la unidad de poder, sino la limitación jurídica de la soberanía” (p.182), en otras palabras no interesa “dividir” el poder en el papelito constitucional sino reconocer los fueros, las instituciones sociales originarias de los que brotaron “las Españas”. Con esto se vincula el concepto de tradición, a saber que así como el tiempo psicológico personal “es irreversible y acumulativo, constituye –en un aspecto– la trama misma de nuestro ser, de modo que en cada momento de nuestra vida, gravita todo el pasado condensado sintéticamente”, así también ocurre con las naciones y las sociedades. Gran parte de las características de la monarquía española defendida por Gambra y el carlismo está en estrecha relación con estos criterios expuestos sintética y rigurosamente por Ayuso. Para el lector argentino, especialmente el joven que desconozca la vida política y cultural de España, la lectura de estas páginas le serán esclarecedoras.
En fin el esfuerzo espiritual de Gambra parece haberlo agostado, pero eso es propio de quien entregó toda su vida y su egoísmo por amor al prójimo y a la patria. “Qué es la caballería / dulce cansancio envuelto en cortesía” nos dice Lope de Vega, y así es Gambra, amable, elegante y a la vez firme y valiente, pero apto para la amistad y la concordia entre los nobles a pesar de la lucha abrumadora. También la personalidad de Ayuso está forjada a semejanza de su maestro cuya semblanza agradecemos.
Por Octavio A. Sequeiros.