Randle, Sebastián. Castellani 1899-1949, Vórtice, Buenos Aires, 2003.
Por Octavio A. Sequeiros
Castellani, el profeta incómodo
El Misterio
Parece imposible que nos traguemos un libro de 899 páginas y sólo dos ilustraciones, sobre todo cuando en los hogares cristianos Moria y cia. constituyen la Introducción la Vida Devota; así pues que hay algo raro, un misterio, en el Castellani 1899-1949, Vórtice, Buenos Aires, 2003 cuyo autor, Sebastián Randle, consigue este prodigio y hasta ahora continúa impune.
No se puede tratar de resolver el enigma Castellani. sin relacionarlo más o menos polémicamente con la Compañía de Jesús, tema que nos obligará a la reincidencia, pero cuya mención se impone de entrada pues Randle lo hace a veces con comentarios propios, pero siempre siguiendo de cerca los de Castellani.
Asomémonos al “gran misterio”: “el mejor alumno del mejor Colegio de la Compañía, será luego excelente novicio, destacado estudiante en el seminario – tanto que lo mandarán a la mejor universidad -, distinguido alumno de la Gregoriana de Roma, de los mejores profesores que hayan pasado por las aulas del Colegio del Salvador, del Colegio Máximo y del Seminario de Villa Devoto.
Será lo mejor que produjo la Compañía en este siglo, sin duda ninguna. Será el mejor escritor, el más sesudo predicador de Ejercicios, el más ilustrado polemista… se destacará como el más gracioso, el más original e inteligente de entre todos cuantos produjo la Compañía en este país. ¿Y bien? Un día lo van a expulsar” (100).
Nuestro libro se encapricha en resolver ese misterio, con la aclaración de que si bien los jesuitas, particularmente los de esta zona, quedan mal parados -incluido muchas veces el mismo cura-, no son los únicos ni los principales involucrados, pues se los cuestiona junto y dentro de una crítica general a la devotio moderna, a la espiritualidad, la moral y la política eclesiástica en su conjunto.
Se trata de una obra que muchos temen peligrosa para los fieles, y puede resultar cierto por lo menos para los fieles desinformados, que a esta altura deben ser pocos, pues todos sabemos que la Iglesia ha perdido en los últimos años cerca de doscientos millones de adeptos, y no por culpa de Castellani ni de Randle. Me juego un asado a que ningún amigo se volverá ateo, lo que muy difícil según Gilson, sino ni siquiera protestante.
Recursos
Randle es un conocedor de la literatura y el arte contemporáneo, como que escribe el cap. XIX al modo de Salinger; se explica así que recurra a través de todo el libro y ya desde el comienzo, a las astucias del cine o la novela al describir la vida de los abuelos de Castellani en el siglo pasado, allí va intercalando relatos o pinceladas de aquella refinada Florencia a la vez que los malones mocovíes soportados por los nonos en Resistencia y en San Jerónimo del Rey. .
Se mimetiza, en algunos rasgos del estilo, con Castellani, síntoma de esa simpatía indispensable para entender y exponer a un autor; excelente su método que evidencia un conocimiento minucioso aplicado a cada época y estadio espiritual del personaje; un acierto me parece esa página final de cada capítulo, casi unas vidas paralelas Castellani-Randle que permiten captar el punto de vista de ambos, sus lecturas y sus criterios y también contribuyen a recrear el clima de la Argentina real, por así decirlo, la porteña donde vivirán los dos. Más aún incluye hasta los modismos del trato familiar con sus hijos a los cuales, como el libro, les habrá repetido “que le vamo’ a hacer”, “ya está hecho por cierto y hay que aguantar”, “me zampa un mamporro”, “está cada vez más… si, bueno, más loco”, (571, 573), “ahurita nomás vamos a ver”, criollismo de p. 573
Estamos, en fin, ante una biografía autocomentada y documentada en paralelo con la experiencia de Randle. Esto anida en la naturaleza de las cosas humanas, pero el acierto consiste en expresarlo con gracia y franqueza, en las antípodas de tantos «científicos» con poses de objetividad y racionalismo. Ello proporciona un clima de «diálogo», de ambiente afectivo y familiar en el que uno siente deseos de participar, pero no siempre son convenientes los menages à trois, a pesar de lo que digan los franceses.
Utilísimas las frecuentes síntesis de temas específicos como el del mejor alumno jesuita de p. 100, los motivos del encono contra don Leonardo (180), la experiencia estudiantil (251); los cinco años en Europa (391); la situación argentina de1935 (399), así hasta el final y un hallazgo la encantadora poesía a su hermanastra Nelly de p. 105.
Cada capítulo lleva un acápite de Job y “los amigos de Job” analogados a Castellani y sus relaciones personales, pocas de las cuales salen bien paradas como todo el mundo puede imaginar, aunque no haya leído el libro de Job ni el comentario de Peter Kreeft (cf. Gladius 52), un favorito de Randle.
Estilo
Haroldo Conti el escritor de izquierda al que únicamente Castellani defendió en un momento clave, en la Casa Rosada, ante el Gral. Videla recién estrenado y frente a Borges y a Sábato, destacó la naturaleza incomparablemente nacional de su estilo. Comenta la Crítica de Kant: “Creo que lo que más me llegó fue su estilo, sobre todo en el rebate a Gar-Mar, porque por primera vez observé que se podía expresar cualquier cosa con un lenguaje argentino”. (590). Incluso la teología, lo que como a Chesterton, le fue reprochado (726).
En el otro extremo del zapping Hugo Wast lo había descubierto medio siglo antes en 1927: “no se ha imaginado seguramente que acababa de crear un estilo en la prosa argentina” (195). Benítez: Castellani es “género único” y Randle: “habrá que incluir necesariamente entre las notas distintivas de este ‘género’ el ingrediente de lo desparejo que lo caracteriza”…”Castellani no respetó nunca, ni géneros, ni estilos, ni nada…” (198). Randle (259) y Roque Aragón destacan en esa joya la influencia de las lenguas asimiladas; Roque distingue: “La obra de Castellani es primordialmente poética, aún cuando escriba como filósofo o sobre temas de filosofía; pero en los versos aparece encorsetado …” (244); imposible detenernos en esto último, pero me parece que la discusión de Aragón con Avellá. (803/9) y Randle (243) merece un análisis estrictamente literario y una exposición sistemática de los argumentos.
Castellani fue el ejemplo supremo del periodismo católico: en la Argentina firmó unos 500 artículos comentarios, etc. y de este modo se mantuvo en los últimos 30 años de su vida, así se explica que sólo 1/5 de su obra sean libros, el resto recopilaciones. Por ser ejemplo supremo lo echaron de La Nación, La Prensa, Clarín, Estudios y también de Criterio en 1946, “claro que recién entonces comenzaba a caer en cuenta de que los ‘enemigos de la Iglesia’ eran menos nocivos que los imbéciles de dentro” a diferencia de Ignacio Anzoátegui por entonces de 25 años que “ya lo sabía desde el vamos”. Hoy su experiencia no puede repetirse: “antes de la revolución de la imagen -que prácticamente acabó con cualquier debate de ideas o convicciones- el periodismo fue uno de los últimos “campos” donde el Cristianismo libró batalla contra la Modernidad” (230).
Recuerdo esta obviedad: la forma literaria tiene que ver con el fondo personal y universal. El de Castellani no es excepción: “A lo largo de estas semanas de sufrimiento Castellani ve, como entre brumas, cosas que apenas se atreve a formular. Por eso, a veces se ve compelido a buscarle formas literarias que hagan tragables verdades tan difíciles de digerir” (655), así su ‘brillante ficción’, que culmina su estilo, con los dos cardenales conversando acerca de Juana de Arco, cf. Los Tres Sueños de un Apóstata (4, V, B.B.) concluyendo: “¡Las obras, las obras! ¡El equilibrio de toda la Cristiandad, las relaciones diplomáticas! El bien más universal, es el bien más divino; y el bien más universal se hace por medio del poder”. El estilo refleja pues su percepción y crítica de la dirección de la Iglesia, como expresamente lo dice en su Diario del 24 II 47: “Las potencias temporales van encontrando útil a ese poder ‘espiritual’ con el cual ven que se puede tratar. Pero esas potencias son de más en más profanas y anticristianas de donde quizá sea de mal agüero y no buena señal que el Vaticano sea su más sentido ‘compañero’…, etc. (656).
No sólo eso sino su convicción sobre las actuales ultimidades, donde está la clave, dice Randle, que diferencia su estilo y el de Chesterton, quien no percibió el signo del fin de los tiempos con la inminencia del Cura Loco, ni vivió la amargura de comprobar “que nuestros principales enemigos, detractores, perseguidores… son católicos” (261). Por eso Castellani no podía tener la bonhomía de Chesterton, por eso también “Castellani comenzó a utilizar un estilo más y más… brutal” (518), y bien que lo hizo.
Y hablando de poesía, el P. Réboli S. J. le dio este consejo venenoso “Cultive la poesía como entretenimiento. La vida de la Compañía no es poesía sino prosa pura, aunque dé gran gloria a Dios. La poesía es una deidad peligrosa. Nosotros necesitamos estudios serios y macizos” (242). Castellani no le llevó el apunte, porque era como suicidarse, y sin duda esta es la causa poética y estilística de la expulsión. En su Diario del 1 II 47 lo dice, como siempre, sin pelos en la lengua: “El poeta y el santo tienen el poder de imaginar las cosas invisibles (el uno en su obra, el otro en su vida) las cuales, aquellos que no las ven, dan como inexistentes. En consecuencia, los fariseos los tienen por locos, y por locos peligrosos” (726). Acuérdese de este párrafo puesto que Castellani aplicó siempre el arte poético a los sermones, y aparte de haber sido un innato narrador de cuentos (142), se interesó especialmente por el estilo oral siguiendo al P. Marcel Jousse S.J, sus ritmos, asonancias, expresividad, vocabulario, etc. y aplicó todo a “la pastoral”, las conferencias y especialmente a los sermones, sobre los que incluso da una receta que bien podría aliviarnos las torturas dominicales.
“Por todo esto Castellani resulta intraducible e inimitable, argentino hasta la médula y universal: verbum caro factum est” (144).
Deuda y perspectiva de Randle.
A fin de entender la perspectiva, los principios espirituales e históricos donde se apoya nuestro autor para realizar su juicio, amén de lo dicho en Gladius 58, vayan estos párrafos comentando la progresiva derrota del catolicismo y la cristiandad, problema central que un alumno le planteó al incipiente cura loco en 1924: “Todos los antiguos medios de comunicación fueron barridos del mapa” incluido el latín y la liturgia, las oraciones, la lingüística precisa. “La exterioridad de la misa pasó de Sacrificio a Show” (248) como resultado histórico del noviazgo entre cristianismo y burguesía que lleva cinco siglos y ya estaría consumado si no fuera porque a veces “aparece como por arte de magia un poeta furibundo, con los lomos ceñidos, la mirada relampagueante, que escupe el asado” (118).
En ese contexto se encuentra una de las tesis centrales del libro: la misión religiosa de Castellani; del Vaticano II, nos dice, “no fue más que un enorme triunfo de la estupidez, la ramplonería y la modernidad, ahora sí, instalada donde no debe estar. Y la derrota consiguiente de los estudios serios, el culto en espíritu y verdad (sobre todo esto último que no se ve ni por las tapas. No se veía antes del todo tampoco, digamos la verdad.” (190)… “este raro mundo progresivamente descristianizado por el que pasa el cristiano de nuestro tiempo, este soportar como puede los fracasos y frustraciones de cuanta aventura intenta, de toda empresa más o menos bien inspirada, termina por metérsele en el alma, en el corazón, en el centro de sus devociones ( y atención a los triunfalistas – que aún los hay -: no perseverarán sino los que acompañen las realidades de tanta derrota con un movimiento del alma parecido al de Castellani)” (191). La espiritualidad de Castellani es pues el modelo indispensable para quienes aisladamente tengan la gracia de conservar, como en Portugal según Fátima, el dogma de la Fe. Es mucho decir ¿no?, sin embargo téngalo en cuenta para entender cada una de las 899 páginas.
Si deseamos ubicar intelectualmente a Randle, eso sí sin encasillarlo en un grupo determinado, conviene leer un trabajo posterior al suyo: La religión del Concilio Vaticano II. Études Theologiques, Premier Symposium de Paris, 2002 donde sus autores profundizan con especial rigor teológico las objeciones diseminadas en una amplísima bibliografía.
Tratando de interpretar simbólicamente la prostituta amiga de Castellani, Randle, que la identifica con la Pseudoiglesia, transcribe y está de acuerdo con los textos más severos relativos a la religión adulterada, no en general sino aquí y ahora: “La Iglesia actual no está inspirada por el Espíritu de Dios” (677), lo que ha sufrido no es obra de un eclesiástico aislado “Procede directamente de la cabeza, es cosa de la ‘Jerarquía’ y viene de lo más alto”… “Más si la Iglesia es un manantial de iniquidad desde su parte más alta; si es un simple organismo de ordenamiento humano y político, con esa condición de toda sociedad humana de odiar la inteligencia; si no hay en ella el sentido de que no se puede promover el bien común condenando a un inocente; entonces ¿en qué queda nuestra fe?”… (678). Randle comenta con “empatía” y también con inteligencia estos pasajes, baste decir que Castellani sufre “la gran tentación de suprimir uno de los dos términos en tensión: lo de `alma de apóstata` significa también su gran tentación de ‘acomodarse al poder”, o sea que la transa o acomodamiento carnalmente sensato y prudente con las autoridades eclesiásticas está en el origen de la apostasía. Y poco después “Castellani estuvo siempre, toda la vida, perdidamente enamorado de una mujer. Por lo mismo siempre, toda la vida, odió con toda su alma a aquella, la Gran Ramera” (684).
Pero dejemos el asunto y no nos pongamos a hablar con el autor de estas dos mujeres de Castellani, porque, entre nosotros, Ud. sabe, no son las que nos interesan.
Igualmente luego de referirse al milenarismo y la corrupción del sacerdocio católico, expone su perspectiva sobre la jerarquía y el gobierno de la Iglesia: “Claro, eso antes del Gran Derrumbe que vino con el Concilio. Después Mejía defendería lo que convenía, según soplaran los vientos… del pre y del post Concilio. Pero ¿es cierto no?, digan si en los tiempos que corren ‘un pensador sediento de verdad’ puede llegar a Cardenal” (706).
Para terminar, nuestro autor tiene también una deuda impagable, una deuda de Fe con Castellani, que resume toda su posición intelectual y religiosa y me atrevería a decir que no sólo la suya sino la de un importante grupo de católicos particularmente cultivados que no están en vías de extinción: “Por eso si la Iglesia de Cristo nos tiene aún -y a pesar de todo- sin apostatar, en parte eso se debe a Castellani, créanme, créanme” (687)
La Compañía
La crítica se realiza en varios niveles:
1) Uno referido especialmente a la educación de la aristocracia, tarea que este tipo de mentalidad católica limitó al pietismo individual y al final simplemente se dedicó a complacer a los gringos ricos de los que vivía, sin proponerse seleccionar y formar personalidades “nacionales”, seguramente por falta de formación moral superior. Castellani, además, recibió al principio una educación acentuadamente carlista según le refiere a Dardo Cúneo (89), pero nuestros españoles monárquicos estaban ideológicamente incapacitados aún para imaginar una clase dirigente republicana en la Argentina, salvo algún espíritu indómito que escapara a su corralito espiritual.
Será así, pero no es la “causa única” ni a mi juicio la primera, pues sin una política que defendiera los intereses nacionales, un tipo de educación superior sólo es concebible en individualidades excepcionales o grupos aislados.
2) Otro más universal. Randle sintetiza así el ritmo de la Compañía marcado por la nueva espiritualidad que mencionaremos al tratar de los Ejercicios Espirituales a) primero aparece como salvadora, b) luego misiona y triunfa c) al final se arma la de San Quintín, (128), donde el mal gusto, las pocas entendederas y “un poder político enorme” mal utilizado, produjo la explosión que acabó con la Compañía. Vino luego una restauración sin el fin y el espíritu de la anterior, con superiores “prácticos” “briosos y sin letras”, según la idea de Suárez, dice, pues “los sabios no sirven para gobernar”; encerrados en ghettos y monasterios a la defensiva, “con una espiritualidad semi-estoica y voluntarista”, suarecianos en filosofía y con una “horripilante estética churrigueresca” (132), etc. Los jesuitas carecieron de intelectuales vigorosos, de escritores y poetas, en fin de hombres espirituales y urbanamente presentables, pero incluso con estas carencias eran superiores al resto del clero local; Castellani se aguantó las torturas ascéticas gracias a su tenacidad, y “al sustrato oculto de su inexorable inteligencia” (137). Aunque a veces exagera debido a su extrema sensibilidad, algo de eso hay como que 30 años después no jugaban al fútbol para evitar “tocamientos” (135). Agreguemos que en USA deben haber jugado demasiado al rugby, a juzgar por los resultados.
Cuando digo algo de eso me refiero a la condena de Suárez que siempre suele aparecer como el malo filosófico de la película, y así ocurre en nuestro caso de modo por demás simplificador. Suárez fue una de las cabezas de la hispanidad y su crítica, con toda la interna del tomismo y la polémica envenenada entre jesuitas y dominicos, no se agota con estos juicios unilaterales; aunque abominemos de la filosofía, Suárez merecería un trabajo que ponga al día los actuales estudios, condición casi indispensable para un debate superior.
3) El resultado interno fue un organismo enorme, burocráticamente eficiente, pero a menudo inhumano e incapaz de asimilar a un sujeto como nuestro héroe, que tenía, creemos, mucho de eso, es decir de héroe, con todas las extrapolaciones, defectos y arbitrariedades connaturales -para los griegos-, al carácter heroico.
El diagnóstico de Castellani, repetido a menudo, recuerda a los montoneros y al ERP: la violencia de arriba suscita la de abajo, pero aplicado de modo universal a la inteligencia y toda la vida espiritual: “No hay cosa más subversiva que poner arriba a un tonto”. Eso en una carta al Padre Provincial como para que lo expulsen de inmediato. Le tuvieron mucha más paciencia que la nuestra.
Veamos la síntesis de p. 147: “Vaya aquí entonces como ayuda memoria que: a) la Compañía de Jesús en la modernidad acarrea más dolores de cabeza que soluciones, porque tiene vicios foncièrement modernos (lo cual, brevemente dicho, es un desesperar de la verdad; b) la Provincia Tarraconense- Argentina es de las peores, con curas notablemente cortos de luces, qué le vamo’a hacer; c) el noviciado de Córdoba era, sencillamente, una calamidad y d) last but no not least, los jesuitas (los de ahora y los de entonces) no reconocieron al P. Castellani en su real valer, pese a que él había salido de sus propias entrañas y que era, genuinamente, jesuita” (147).
En fin lo iniciaron en el noviciado “con poca afición litúrgica -los jesuitas no tienen coro-, bastante voluntaristas y muy inclinados a considerar la misión del clero en términos de obras y misiones exteriores, colegios parroquiales, peregrinaciones multitudinarias y “propaganda católica”, qué le vamos a hacer” (150).
Randle no se explica algunas otras cosas, por ejemplo, cómo Castellani terminó con tanta libertad interior tras los métodos que le aplicaron algunos piadosos superiores; por qué los progresistas se “olvidaron” todos sistemáticamente de Castellani, “ningún jesuita de ningún signo se atrevió a estudiar el caso Castellani, ni Asiain, ni Adúriz… ni Bergoglio, ni Benítez… ni Furlong, ni por asomo. Sus libros ni siquiera se encuentran en sus bibliotecas”; ¿cómo los Jesuitas pudieron soportarlo treinta años y “cómo luego se atrevieron a echarlo sin juicio, sin cargos, sin acusación, ni defensa?” (148). Bueno esto último es fácil de explicar: adoptaron los procedimientos de la civilización del amor y los derechos humanos.
También al cura se le viene a ocurrir “la malísima idea” de que “el Superior General sería una instancia a la cual recurrir si algo fallaba abajo” e intenta dialogar con el sombrío Ledochowski sobre la crisis de la Provincia argentina (313).
Los conflictos de Castellani con la Orden comienzan en agosto de 1934 y las Fábulas hacen referencia a ello; Randle detalla este infinito intríngulis en el que no nos detendremos, pero véase la recapitulación, incompleta, de errores jesuíticos en los últimos cuarenta años en p (369/ 404 ss.).
Es indudable que Castellani siempre que apeló a Roma (376) puenteó al Provincial. Mal negocio a la larga y esto, dicen los amigos de Job, “pondría en evidencia una cierta ceguera de Castellani para comprender cómo se manejan las cosas”, pero no es así según Randle (376). Castellani intuía su situación con la ironía de Cristo y su fracaso constituía, en consecuencia, el precio a pagar para saber con qué bueyes aramos. Se queja de “la regla de la delación” montada con un sistema de consultores que le informaban al Provincial en secreto. Ledochowski se presta al juego: “una de las claves de la vida de Castellani se encuentra escondida aquí” (480). Los retos lo van cincelando en su concepción de todo, y así “, nos abrió la brecha que nos enlazó con la verdadera Tradición tal y como lo expresó Newman cuando habló del Oficio Profético en la Iglesia: hay una tradición profética y una tradición episcopal y si una se desprende de la otra… ¡agarráte Catalina!” (382).
Al final, el 18 octubre de 1949, le notifican, sin proceso legal, que no era más jesuita, etc. y a los 50 años aún no sabemos cuáles fueron las acusaciones; por eso es imposible reconstruir el “juicio virtual”. Gracias al P. Benítez (602) nos enteramos de seis cargos, hoy perfectamente ridículos, pero lo principal son las cartas (805), glosadas notablemente por Randle, en especial sobre la obediencia y el fariseísmo sacerdotal., aunque Castellani no considera “sediciosas” dichas carta “Provinciales” de regusto pascaliano, sino simplemente críticas de aspectos accidentales.
Dejemos el pleito, Castellani va más a fondo, a pesar de la dureza de corazón que reprocha a sus superiores (730, Diario 1 II 47): Él, por ejemplo, jamás pensó en salir de la Compañía (736). Para su expulsión se adujeron genéricamente temperamento, personalidad excepcional que dificulta la obediencia, talento, patriotismo, excesivo amor a la Compañía, demasiada sensibilidad: todas “pamplinas”, nos explica.
Sin embargo, se queda: “No quiero hacer a mi madre la Compañía la injuria de dejarla para dar gusto al capricho o al error de algunas personas” (739). Randle: “Ya se ve la punta de la cuestión: Castellani analoga la Compañía a la Iglesia misma: su madre la Compañía, no se identifica necesariamente con los que circunstancialmente la gobiernan. En el caso de la Iglesia, esta distinción resulta tan difícil como necesaria; pero en el caso de la Compañía…no sé qué pensar. (Afortunadamente no soy jesuita)” (740).
Por si faltara algo, el P. Benítez con celos y gran sentido práctico se dejó de especulaciones, bajó al mercado, llegó en medio de la negociación y con datos falsos frustró un acuerdo, pues informó que Castellani estaba enamorado de Alicia Eguren y que quería la reducción (741). Pero de mujeres hablaremos después, no se quedará con las ganas
El superior Janssens le dice francamente que su vida en la Compañía será “durísima, por no decir intolerable”… “Inhumana será su vida, carísimo padre, en medio de los conflictos que no podrá dejar de provocar; porque el deber de mi conciencia me obliga a defender la disciplina religiosa y eclesiástica”. “Pero Castellani no se achica, se acuerda que es argentino” y le contesta que si tuvieran voluntad de hacerle la vida inhumana, “que Dios los maldiga. Esto me es lícito decir; yo debo, como sacerdote preso, decirlo Captivus Christi vinculis obedientiae” (745), en carta a Janssens, que no será argentino, pero tampoco se achica y le prohíbe volver al país para confortar a su hermano moribundo.
En cambio, justamente entonces a Teilhard le va mucho mejor con Janssens, pues era teólogo à la page y prestigioso, amén de que “formaba parte de La Pensée, logia jesuítica modernista que tuvo gran influencia en Francia a partir de los años 20” (735). Pareciera que sin logias uno no puede ubicarse bien ni en el Cuerpo Místico.
No solamente Janssens, hasta Sebastián Randle confiesa, mientras nos exige resignación: “Es difícil este Castellani ‘por dentro’ (y es verdad que en sus palabras siempre hay como un corazón de irreductibilidad. Supongo que eso es lo que perciben sus enemigos, lo que despierta tanto encono contra él)” (779). Nuestro hombre se vuelve insoportable en Manresa con sus reiteradas quejas. El P. Travi en cambio pretende reducirlo nada menos que a la “perfecta obediencia…” (781); Travi y Janssens “se comportan como funcionarios de un organismo inerte, como burócratas obligados a aceitar la máquina…” (782), según Randle y esta vez es Castellani el que comenta: “los que tienen el carisma del ‘pastor’, es decir, de directores u organizadores, si creen que ellos lo ven todo, lo saben todo y lo pueden todo, eso los lleva a odiar al Profeta, que es el hombre que ve” (782). Evidentemente nuestro jesuita no se aguanta: “Es cierto que la ‘santa indiferencia’ como quería San Ignacio le habría hecho más fácil sobrellevar su cautiverio”, pero el reo da su versión: “Castigo, en fin. Se me castiga actualmente no por lo que hecho sino porque lo que soy”… “No hay que inspirar miedo o hay que inspirar mucho miedo. Desdichado del que inspira poco miedo” (785), en Diario, 22 X 48. A pesar de sus quejas escribió en Manresa cuatro libros y aprovechó la biblioteca de Monserrat que incluso visitó con Mejía. Aunque tuviera perspectivas de suicidio a lo San Ignacio (809/811).
Y siguen los Diarios, donde se deschava a gusto: “La Compañía produce cosas adulteradas. Luego ex fructibus está adulterada” (794), en Diario 5 IX 45 (793), etc. Janssens diagnosticó “En España muchos jesuitas han muerto mártires…, mártires por fuerza”. “Han muerto como niños aterrados, que no saben lo que pasa. Ni una sola actitud de jefe, ni un solo gesto viril, ni una gran palabra de testimonio de Cristo -al menos como los José Antonio, Maeztu o el payaso Muñoz Seca” (795) en Diario, 6-I-48, etc.
Con razón Randle observa que “Castellani busca ‘cerrar’ sus argumentos -y no lo logra (no lo logrará a lo largo de toda su vida; por eso nunca escribió un libro sobre la Compañía)” (795) y agreguemos que ni siquiera se entendió con Disandro -otro espíritu preocupado por la Orden-, ni discutió el tema. Se pelearon antes por diferencias personales.
¿Qué clase de santo?
Yo quiero ser santo, pero
no santo como los otros
santos que en el mundo han sido,
sino santo verdadero
santo de aquí entre nosotros,
no importado de otro nido.
Santo como Dios soñó
según el plano evidente
que en mí Dios garabatió
el día que me hizo gente.
A lo mejor se dio el gusto: “Un hombre que no acusa ninguna falta, o es un bobalicón o es un hipócrita de quien hay que cuidarse. Hay faltas que conectan tan estrechamente con hermosas cualidades, que bien se hace en no librarse de ellas” (Joubert apud P. Simon, Lo Humano en la Iglesia, La Plata, Fundación Sta. Ana, 2003, p. 177). Veamos aquí algunos de sus defectos, amén de que ningún hombre está jamás psíquicamente sano sino en relación con otros más desequilibrados, y menos aún los cristianos en opinión de judíos y griegos según San Pablo; Castellani tenía sus locuras propias:
El cura (realmente) loco
Desórdenes psíquicos lo despiertan a poco de dormir y lo privan de descanso, malestar crónico aunque intermitente, lo que contribuye a sus reacciones intempestivas, tres períodos de surmenage, delirios afectivos y pequeños brotes de paranoia y hasta episodios lindantes con el “succubat” demonista (161). Ayuna ante todo para curarse de la neurastenia (534) y una carta del “P. Socio” (Mariano Castellano) “casi me puso medio al borde del suicidio” (376).
Se le diagnosticó una “neurastenia de Beard” (155), lo que vaya a saber qué es y cuántas significaciones tiene en la selva psiquiátrica posterior. En síntesis estaba algo chiflado, seguramente por culpa suya, por una dañina dirección espiritual y falta de un buen psicólogo que lo ubique incluso en los “los problemas de castidad, de mujeres, de lo que sea” (157), porque el voluntarismo del ambiente vetaba hablar de estos temas: a “los que hablan de esas cosas, se les conoce la basura que llevan dentro” (157) le dijeron los directores espirituales y uno se explica que unos decenios después todos tiráramos la chancleta. Las estupideces cuestan caras, también los errores en problemas no resueltos: “Castellani sufrirá hasta volverse casi loco por su finísima sensibilidad, o por su inestabilidad afectiva, o por sus ansias de felicidad, o por todo eso junto, a los que hay que sumar los traumas que padeció de chico: el asesinato de su padre, la extirpación de un ojo, la madre que se vuelve a casar, un episodio desagradable con su padrastro cuando tenía 13 años.”
Críticas
En la p. 201 encontramos la primera acusación contra un Castellani que se defiende alegando sus nervios, sus incomodidades, etc, Randle no se convence, le parece “un poco malcriado” (202), a la vez atribuye el estilo desparejo a sus deberes y dificultades y a la vez defiende a capa y espada su obra, “lo difícil de digerir, y es esto lo que quiero señalar, es su permanente alegato pro vita sua”. Hay que entender lo que llamó el problema de la “subjetividad” que luego trataremos especialmente: “creía que lo que al él le sucedía era signo y figura de lo por venir, y, por eso, al defenderse, quejarse y patalear, estaba cumpliendo con la sagrada misión de defender a decenas de hombres que vendrían luego y que sufrirían las mismas acusaciones, cruces y finísima persecución”, de modo que un hombre solo, “puede volverse una señal de que una sociedad va a la ruina” (204).
Va este juicio sobre su alma: “tengo la impresión de que las carencias afectivas le han taladrado la malla trenzada que es una personalidad consistente. Castellani tiene ‘agujeros’ en su psicología y en su alma por falta de afectos humanos. Es, en esa medida, inconsistente”, y Randle se compara un poco (211). Por eso en los momentos más graves, “No es fácil entenderlo a Castellani” (822). “Estamos en el plano de la ficción: de una parte los fariseos; de otra, un tipo que se está volviendo loco” (823). Ej. Castellani afirma que las inyecciones fueron la causa de sus ataques, “Pero no, digamos la verdad. No sucedieron así las cosas en esta casa de curas de Manresa, año 1948. Y es una lástima me digo yo” (826). Tampoco en sus afirmaciones inexactas y excesivamente duras para con el P. Furlong que Randle ilustra con una muy buena cita de M.D.O’ Brien: “La gente no escucha demasiado a los hombres airados que ventilan su ira”… etc. (590).
Lo más grave y difícil de justificar es que se despachó con un libro estúpido y curial, Una Santa Maestrita, aunque Randle concluye en “que es un ejercicio de risa a costa de los ‘payasos’ de la devoción” (552). Sea, pero por si acaso no lo pienso leer. Además plagió dos cuentos, uno de Belloc (548), mentiras o inexactitudes varias en la vida de relación y el episodio del doctorado en teología (547), el tercero de los suyos en Europa; el mismo consiste en que Castellani hizo ostentación y usó como arma intelectual este título de la Gregoriana, donde efectivamente cursó pero, al parecer, no presentó la tesis aunque haya afirmaciones contradictorias, incluso del Estado Italiano y del superior Ledochowski que además tenía la boca cerrada, porque los jesuitas manejaban los títulos romanos como moneda de cambio.
Interludio familiar
Pero todas estas son naderías o melindres, lo verdaderamente grave es que Castellani confiesa haberse dejado manejar por sus superiores y confesores que lo impulsaron alegremente al sacerdocio desvalorizando sus dudas y disturbios. Durante aquella noche oscura, “cuando el mundo, la Iglesia, todos, absolutamente todos parecían gritarle al oído que no querían que él fuese sacerdote de Cristo”, Castellani se pregunta en su Diario del 10 II 55: “¿Habrá sido válida mi ordenación sacerdotal? ¿Hubo en mí voluntad plena de ser sacerdote o una voluntad basada en el engaño?… ¡No encontrar un solo hombre que tomase a pecho con verdadera conciencia y luz mi pobre alma! ¡Haber sido manejado siempre por individuos impasibles, ignorantes y poco humanos y haberme dejado manejar!” (270).
Y aquí no hay como sujetarlo a Randle: a pesar de su estirpe escocesa y toda la flema de la civilización anglosajona, desata al buen indio reprimido y entra en la “subjetividad”. “Tengo unos cuantos hijos varones y no quiero ninguno sacerdote”, nos dice de entrada y luego de describir objetivamente la degradante liturgia del último Domingo del Buen Pastor, la Jornada Mundial por las Vocaciones, y el desastre eclesial concluye: “Váyanse a la mierda, digo yo (me acompaña Bernanos en la puteada)” y también yo modestamente; “de modo que si alguno de mis hijos llega a aparecer con la idea de que quiere entrar en el Seminario, antes de eso tendrá que vérselas conmigo” (273). Hasta ahora le va bien, pero según el final del Edipo Rey, nadie debe considerarse feliz hasta el último día de la vida, por si acaso alguno se le retobe a la maquinaria familiar.
En fin, nos parece además que los jesuitas Masferrer, Colón, Viladevali, Blanco, Lloberola, Mostaza y Vermersch, acusados por Castellani, tenían absolutamente toda la razón al promover ese sacerdocio; su historia constituye la mejor prueba, y un tal Sebastián Randle escribió este libro con ese objeto sin darse cuenta del todo. Eso sí, nuestros jesuitas eran sabios, pero no Mandrakes para resolverle los conflictos, debilidades, aventuras, persecuciones y tormentos futuros; todo eso está incluido en la letra grande del contrato sacerdotal y en la chica del bautismo, de modo que nuestros hijos, como Castellani, tendrán que aguantárselas si pueden y como puedan. Calavera no chilla. Al fin y al cabo ¿no era el sufrimiento, una revelación? (159); O. Wilde, prolongaba los trágicos griegos que en esto anunciaron a Cristo mejor que la Biblia.
Más críticas
Ya lo habrá adivinado, obediencia aparte, era “imprudente” al hablar y escribir (en fin como Gladius) que en la práctica significa molesto para el jefe que no sabe pero manda (374/ 480); necio, de mal carácter, iracundo, frívolo, ambicioso, obcecado (502), todo sin datos objetivos o sea mera arbitrariedad basada en una “concepción ghandiana de la moral” (Pieper) (406); vanidoso (eso está más documentado), inadaptado a la vida comunitaria (479), hasta le reprochan contar cuentos a los niños…(479). Castellani al final no podrá con su genio y explotará acuciado también por conflictos de intereses familiares insolubles (410).
Su temperamento contemplativo no aguanta las tareas de profesor recargado, le tensan los nervios y lo llevan a un “estado de depresión de ánimo e insomnio continuado” (413). Es sabido que la cultura moderna, incluida en gran medida la católica aggiornada, no distingue el ocio de la acedia o de la ‘fiaca’, y agrega R: “Además…además ¿cómo se puede concebir la oración sin esta clase de ocio…” “henos aquí con el rostro visible de la herejía activista” (418) que arruina las mejores inteligencias y que no dejó frutos pues la calidad intelectual consiste “en una actitud completamente indiferente a las exigencias prácticas, un desapego teorético que Pieper reclama para la vida académica, subrayando la paradoja” (419). El mal carácter de Castellani tenía pues buenos motivos para manifestarse hasta en un incipiente surmenage (422), y a ello debemos, guiado por Aristóteles, sus primeras meditaciones sobre el hombre práctico y el inteligente (423).
Sin duda todo esto surge de su experiencia en la Compañía donde gobiernan los hombres prácticos y hábiles y son desplazados los inteligentes contemplativos; llevado ello a la práctica educadora de la Iglesia en su conjunto, resultaron “generaciones de anticlericales, de escépticos, de frívolos, o, peor aún, de santulones, católicos ‘de letrerito’ como los llamaba Castellani… cualquier cosa menos lo que el país necesitaba” (424).
Conclusión: “Incluso los relojes rotos tiene razón dos veces por día, y algo hay en los cargos contra Castellani Sí, claro que era desordenado, por supuesto que no pueden tomarse al pie de la letra todas sus afirmaciones. Desde ya que no respeta lo cánones literarios más ortodoxos. Porque es original, no repetidor, porque piensa por sí y ante sí y no se conforma con el saber convencional…” (726).
Humor y terapéutica
En la guerra con sus superiores, Castellani también puede ser visto de un tercer modo ni como ingenuo ni como valiente absoluto, a lo Cristo: no fue un fanático pues siempre se planteó las objeciones y aguanta todos sus defectos: “es de saber que Castellani si acaso fue santo, no fue santo de libro (o por lo menos no de este libro)… . Porque el caso es que a Castellani quisieron literalmente aniquilarlo, borrarlo del mapa, como a osadas aún hoy”…”Pero nos salió el tiro por la culata, porque desde esta perspectiva la cosa parece peor aún, que lo que se hizo con Castellani fue criminal” (502/504)
Como cualquiera, ansiaba la felicidad definitiva con sus atisbos temporales, y lo expresaba con un arte que los argentinos no han repetido quizá por el humor de estirpe chestertoniana (163) “que lo hará conservar la cordura hasta el fin”, una Imitación de Cristo de las menos imitadas. “Ya ven Uds. que a pesar de sus guerras y amarguras, su desaliento e insomnio, no perdía el sentido del humor que era, como alguna vez lo explicó, una de las claves para entender a Jesucristo.
El humor de Cristo traduce la inserción de lo eterno en lo finito y despatarra lo finito. Podría destruirlo y aniquilarlo; por eso es humor; es expresión indirecta. La expresión directa de lo eterno es imposible en esta vida humana”. (Criterio preconciliar, n. 690, 1941) (541).
En los últimos tiempos, y en éstos más llevaderos, parecerá que la barca se hunde, Cristo conservará su costumbre de dormir durante el desastre, “y también la idiosincrasia de no amar la cobardía. La cobardía ¿es pecado? Sí; y en algunos casos muy grande” (690). El humor le permite pues conservar el coraje, el patriotismo (454 ss.) y con “humorística humildad” mirar las cosas como son cuando tiene que descender a los infiernos cotidianos, eclesiales e interiores: “Así que yo tengo Fe en la Iglesia, esa vieja carcamal que tiene ya veinte siglos. Pero por una paradoja de la fe, le tengo una tremenda rabia. `La Iglesia es anticlerical’ -dijo Chesterton”. Conmigo lo fue” (690) (Carta a Barletta).
Compare estos versitos con los primeros, haga de abogado del diablo, de esos que la vergüenza ha suprimido, y váyase decidiendo sobre el perfil de santidad a su medida:
Por más que parezca cura
en el fondo no soy burgués.
tengo un granito de locura
que me salva de la herrumbrez…(325)
Maritain
A veces Castellani justifica a Maritain en lo peor, “¿No será que Castellani por entonces ignoraba las cuestiones políticas en danza, jesuita como era, recluido en un mundo más bien libresco, y sin contacto con la realidad cotidiana? Tal vez. (Es un poco floja, pero es la única defensa que se me ocurre para este Castellani ‘mariteniano’)” (339).
En cambio a nosotros se nos ocurre otra explicación, que quizá obstaculice su santificación. Mientras mantenía estas relaciones ambiguas, no parece haberse vinculado con los humillados y ofendidos, con los maurrasianos y su jefe excomulgados en Francia -el más grande escándalo de fariseísmo católico que pudiera conocer en su vida-, aunque sí con Maritain y su entorno. Parecen evidentes aquí sus condicionamientos clericales. Todos somos, sin duda, simoníacos, incluido Castellani, pues en ese momento tomar partido, aunque sea de lejos por Maurras le hubiera acarreado la suerte del Cardenal Billot (266), y lo hubiera eyectado de la Compañía, ahorrándose de paso todos los sufrimientos mutuos que le fueron tan fructíferos espiritualmente … etiam peccata et…simonia.
Recién mucho después en Jauja de 1968 lo critica con ocasión de los libros de Meinvielle (341) que no cometió ese pecado difícilmente redimible, aún con la anécdota desaforada de p. 725 que cuenta el Cardenal Mejía.
Des – Obediencia
La desobediencia en su tiempo era un asunto picante, ahora es una virtud oficialista que manipulan los deconstructores de la Tradición; vayamos a la auténtica lingüística eclesial: “El P. Socio tiene sus máximas, yo tengo las mías. Las suyas son de santos, las mías son de fascistas” (374). Seremos, pues, fatalmente fascistas en cuanto abramos la boca, pero gracias a Dios y al Concilio, la gente de cierto nivel espiritual y carácter se asilará en una herejía formal o no se les moverá un pelo, como le ocurre a nuestros autores.
En la p. 427 n. 49 se encuentra un inventario de pasajes principales y guías para estudiar la obediencia en nuestro cura, tema en el que “se le fue la vida” y por eso se lo expulsó de la Cia. Castellani pataleó en vano contra el gobierno de los tontos, “porque un insensato en serio puede emplear una arma tremenda para mantenerse en el poder: el voto de obediencia. Con ello, sin demasiadas ‘contemplaciones’ el superior ‘inferior’ puede barrer al inferior ‘superior’”. Este intríngulis es “una de las claves de su vida y obra” (426), donde luego de enfrentarse con hechos inaceptables a la luz de las verdades someramente intuidas, estudiaba el tema según “la caridad de la verdad” (San. Pablo) y lograba al final una síntesis luminosa (428). En este asunto partimos de que aún el súbdito, es decir el sometido a la autoridad, “está obligado a obrar según razón” (S.T. De veritate, XXVII, 5,4.) (227), principio espiritual por demás subversivo.
Así autoridades insensatas postergan la profesión sacerdotal, el cuarto voto solemne, por “la cuestión sexo” (480), que no es la cuestión de las mujeres, no se ponga ansioso, sino simplemente Castellani había escrito, allá por 1935, unos articulitos sobre como casarse o el noviazgo y otros riesgos semejantes, que por lo demás no se encontraron. Censuras como esas provocaron la redacción de fábulas sarcásticas contra el censor (483 ss.) y se repetirán hasta el ridículo (181 nota).
Apenas profeso, expuso sus críticas a los superiores y como no le llevaron el apunte (576/7), escribió sus Provinciales, “diez verdaderos misiles que nunca publicó”, aunque pueden ser siete o doce; Randle resume las cinco que logró manotear, sobre pobreza, castidad, obediencia, censura y gobierno de la Provincia En Jauja recuerda que Janssens, el General, las calificó “(asnalmente) de ‘lo más horriblemente subversivo que se ha escrito contra la Compañía desde tiempos del apóstata Puig Barreix’”. En cambio para R son muy buenas aunque “destempladas”, “están escritas con irritación, con bronca (claro que sin algo de eso tampoco se podían escribir)” (578). Janssens las consideró delito al mandarlo a Manresa y según Castellani fueron “la principal razón de su eventual expulsión de la Orden”.
En su examen de conciencia, aprendido de San Carlos Baudelaire (304), no de esos santos que en el mundo han sido, se encuentra con el único pecado inexorable para toda conciencia cristiana, y para toda conciencia en cuanto tal; el pecado que no suele figurar en las audiendas de los confesores: debilidad ante los poderes del mundo como el Vaticano y los superiores, “es que tener mucha fe es ser santo; y los santos son pocos. ¡No hay más santos ya como en otros tiempos hubo! Dice el hijo de Martín Fierro que no hay hoy en día santos varones” (579).
“La causa última” de este fenómeno social (la mala política de la Provincia) es que no gobierna la inteligencia: “Ese es el tema de mi carta”, Randle agrega “Y es el tema de este libro” (580), “me temo que Castellani calcula que tiene ascendiente bastante como para encabezar el ‘pronunciamiento’ ” (581), aunque dijera lo contrario (578).
En la primera provincial, luego de espetarle a su superior que forma parte de una camarilla, -“maffia” no estaba en boga-, que es mediocre, tirano ambicioso, fatuo, ignorante y que por eso es jefe, Castellani le pone el moño.: “Temo grandemente que en nuestra Provincia (y quizás en nuestra Compañía toda) se haya insinuado, de entre los miasmas del mundo actual, el fatal pecado de sodomía espiritual…” (582), porque la otra todavía era excepción. Sería derrotado pero “estas previsibles derrotas constituyen para Castellani la nota distintiva del cristianismo verdadero -por eso, de a ratos, parece tan imprudente” (583).
“La obediencia religiosa es ciega, pero no es idiota”, y tiene límites que Ud. debe mantener si quiere joderse en esta tierra: la Recta Razón y la Ley Moral, pues Cristo no vino para “permitir que ocupen los comandos los mediocres engreídos, esos ‘superiores briosos y sin letras a los cuales la cordura de Mariana atribuía la causa de los desórdenes sociales de la Provincia Española bajo Aquaviva” (584). Va el apoyo técnico de Sto. Tomás: la obediencia verdadera pertenece a la virtud de la religión “y por lo tanto sólo puede producirse en el clima teologal de la caridad” (585) sino, dice Castellani, “el mecanismo de la obediencia” y su maquinaria “puede ser ocupada de hecho por el demonio: máquina que no puedo considerar sin horror” (585) hasta “llegar al homicidio indirecto o poco menos. La historia parece confirmarlo”. Hago notar la agachada de Castellani “indirecto o poco menos”. Según I Cor. XI se puede abusar hasta de la Eucaristía, cuanto más de la obediencia.
Para nosotros en estos momento es de gran utilidad recordar que cuando en el claustro reinan rencores -o sea en su (y nuestro) caso-, “hablar de obediencia o desobediencia es el cuento del tío” (630). Ciertamente “la Iglesia puede obligar en conciencia, poder tanto más fuerte cuanto más fe y amor tiene el obligado. La tortura de la perplejidad de conciencia -the divined soul de los psicólogos-, es una de las peores que existen, dice San Juan de la Cruz”… (ídem).
En la desobediencia uno debe ser franco, decir me sublevo, hago un golpe de estado, no lavo los platos o cosa así. Castellani no siempre lo hace y entonces se vuelve inconsistente y también insoportable, tal su publicación de la carta del P. Benítez en 1946, entonces “Da la impresión de que nuestro héroe está perdiendo los estribos, como él mismo sugiere una y otra vez” (612).
Así también al decidirse a viajar a Roma y presentarse al General, enfrentando a sus superiores locales: “¿Entonces? Entonces tomó la decisión más trascendental de toda su vida”… “fue un error grande como una casa, según vamos a ver” (612). Decide viajar a Roma, “siempre ‘puenteando’ a su superior inmediato” (613), “una idea disparatada”… “Por supuesto la mayoría de los jesuitas no veían razón alguna para los ‘sufrimientos’ de Castellani y, más bien, lo tenían por una especie de malade imaginaire, un malcriado, un hombre propenso a exagerar sus dolencias y achaques, un hipocondríaco” (614).
Hasta Randle cansa al juntar todas las críticas de Castellani a la Compañía (592), quien sin embargo “conserva perfecta ecuanimidad, juicio certero y crítica luminosa cuando habla de cualquier otra cosa que no sea su ‘caso’” (650), pero lógicamente en esta ocasión “se enreda en su propia dialéctica” (629). Entonces pide permiso para tomarse unas vacaciones, cuando en realidad otro es su propósito: muy jesuita nos parece”… y el P. Travi también actúa con doble intención… La solución no es simple: después de todo son dos jesuitas peleándose. O tres o cuatro. Porque es de saber que Castellani, además de pelearse con Janssens y Travi se pelea consigo mismo”…”Demasiado jesuitismo para mí, el de Travi, el de Castellani” (631). Creo que Pascal se hubiera escrito otra Provincial con todo esto. Los detalles son ciertamente aburridos o repetitivos, pero muy importantes para todo hombre de Iglesia en la actualidad, vale pues la pena leerlos con atención. Al final el P. Travi lo manda al infierno “con tanta unción” que escandaliza a don Sebastián (642).
Si Castellani tiene algo de santo que lo diga la Iglesia, pero tengo para mí que de ser así será el santo del golpe de estado: Quien no sabe sublevarse/ En el momento preciso/Después se le frunce el piso/ Y no hay nada que lo suelde/Y va a dar en gran rebelde/ Por demasiado sumiso. (La Muerte del M. Fierro, canto doce). Con sus defectos lo hizo en el momento preciso. A ello lo ayudó un diplomático al verlo tan amedrentado y apabullado: “No se achique, Randle -me decía el cónsul en Génova- no se achique, acuérdese que somos argentinos” (685).
Relaciones peligrosas
No se haga ilusiones con el título, que en ese tiempo todavía éramos varoncitos. Se trata del Castellani que saca un poco la nariz del ghetto y descubre, seguramente con sorpresa, que los seglares también tienen un cacho de cultura.
En 1921 Casares lo había invitado a Samuel Medrano para esbozarle la actividad de los futuros Cursos de Cultura Católica que surgieron por iniciativa de laicos en un Buenos Aires agitado por diversos movimientos intelectuales; desde entonces hasta el tiempo de Perón y pasando por el Congreso Eucarístico de 1934, “este puñado de aristócratas porteños va a cambiar el rumbo del país. Imprimiendo un sesgo católico a la cosa pública que no tenía precedentes: ese núcleo será el motor de cien iniciativas periodísticas, editoriales católicas, grupos políticos, literarios, de intensa actividad social, cultural y apostólica” (169). La nueva evangelización que le dicen, pero sensata, “son los abuelos del nacionalismo católico”…”sólo un grupo de intelectuales que se reúnen con la consigna de estudiar y aprender, escribir y proclamar lo que piensan desde los tejados. Tanta fue su influencia que algunos creen que contaban con el respaldo y apoyo de la Iglesia. No es así: siempre hubo obispos y clérigos más o menos manipuladores que embromaron las cosas lo más que pudieron” (170).
Castellani, muy curial por educación e introvertido por temperamento, amén de sus limitaciones sociales, sólo a veces saldrá de “la silenciosa ciudad de los libros” para hacer buenas migas con esta gente inquieta , y se interesará en sus preocupaciones políticas , porque “yo no soy un divulgador de fórmulas remanidas, yo soy un doctor en Teología, o sea un hombre que debe ver la Teología en la realidad y no sólo en los libros – si quiere salvar su alma-” (172 ), lo que deslumbró a su alumno Roque Aragón (188). La verdad es que con estas exigencias sin ninguna duda habrá vacantes para teólogos en el paraíso, por eso hasta el futuro Cardenal Quarracino, que probablemente ya tenía in pectore la Conferencia Episcopal, se asustó por un pasaje de su San Agustín sobre los requisitos para ser obispo y lo censuró. En fin desde el primer soneto, Castellani vivió toda la vida censurado, obviaremos las referencias, baste la de p. 588: la censura actúa de hecho contra natura y contra la pobreza, superando a Judas.
Amistad
Sin embargo Castellani se mantuvo siempre bastante ajeno a estos grupos, ya al comienzo no colaboró ni abrió la boca a favor de la revista Número la de los escritores disidentes de Criterio, sus primeros amigos fuera de la Compañía. La “caridad particular”, como llama a la amistad, fue una de sus carencias, aislado en la intimidad “y, por tanto con un cierto gusto de entre casa que a veces puede fatigar un poco” (280).
Una de las dificultades mayores para tratar este tema es la falta de conceptualización, de definición de qué cosa sea la amistad.. Se emplea en cada ocasión con un sentido diferente y así tenemos una “amistad” (fracasada) con Benítez, con Mejía, etc., amistades de ocasión, de sentimiento, de interés, etc., amistades sí, pero de nivel inferior, como la que puede existir entre Menem o Kirchner y Bush y el Lula, etc. Con esta advertencia sigamos.
Tesis dubitativa de Randle: si hubiera tenido amigos hubiera sido, a semejanza de Chesterton, más distendido y fecundo con una continencia gobernada por la prudencia: “Por eso insisto en que la soledad de Castellani constituye una de las claves que nos permiten comprenderlo mejor” (283/4).
Tanto le preocupó a Castellani este asunto que en la exégesis de “porque abundó la iniquidad, falló la convivencia (agápee= convivencia mínima)”, la destrucción de la amistad es señal del fin de los tiempos. Pero bajando al nivel personal, no fue buen conocedor de las personas y esto lo hizo refractario a la vida social, aunque a partir de su expulsión mejoró su equipo y nivel de amigos, a los 50 años. Allí descubrió la amistad.: “uno no puede sino protestar un poco: ¿cómo viniste a quedarte así… tan solo? (289). Creo que en parte por hábito eclesial. En alguna parte dice que no se podía ser amigo de un sacerdote, porque no tiene amigos. Pues bien como todo jefe de regimiento o director de seminario sabe, la amistad manifiesta también un aspecto del poder, Randle alude a ello en p. 288, por eso ante todo se desalientan las amistades en ambas milicias y no en primer lugar para evitar la sodomía, que también tiene un porcentaje de poder y de guerra. Castellani venía inclinado desde los genes a tomarse esta lección al pie de la letra, y le costó sangre, pero también le sacó jugo.
No hay mal que por bien no venga: la soledad le permitió profundizar otra realidad, “el singular”: “singular es el que tiene vocación religiosa a la Soledad”. Es el contrario a lo general, a la masa, a lo establecido “como muerto o medio muerto, viendo las cosas de otra manera que los demás, sintiendo enormemente las cosas que los demás no sienten.” Y Randle comenta: “y a mí ¿qué quieren que diga?, a mí se me antoja que éste es, precisamente, su talento” (292); por eso Castellani caracterizó al genio como el solitario que no puede tener amigos; sus amigos son como los de Job (o los de Cristo), que no lo entienden. “Va mi tesis más sentida, formulada como trabalenguas por lo difícil del asunto: si Castellani es del tipo de Job, sus amigos no pueden ser sino tipos del tipo de los amigos de Job (tuviera Job amigos de otro tipo y Job no sería el tipo que es. Y viceversa)” (293). Randle quiere ser el biógrafo amigo pero “Castellani no es un tipo fácil. Ni de entender, ni de tratar, ni de seguir” (294).
Nacionalistas
“Allá por el ’35” cuando vuelve de Europa se encuentra con los nacionalistas, ocasión inmejorable para amistades y odios, conoce a Lugones, que en cierta ocasión se le “aparece” como fantasma, y se le nota: “Tengo la impresión vivida (corríjanme si me equivoco) de que para muchos argentinos varones, el único camino que nos queda a la vida eterna (hablando existencialmente como dicen), no es sino la pasión vigorosa y actuante del procomún argentino, conscientemente abrazada con fe y esperanza” (441).
Randle: El amor al país fue unos de los nervios centrales de su obra y de su concepción de la santidad. Personalmente niega haberse metido en política (442), y cualquier cosa que signifique esa expresión vaga, Randle llama la atención sobre las declaraciones crípticas y enigmáticas, aparentemente contradictorias, referidas su actuación política y la relación con los nacionalistas con mil distinciones en la que tercia Randle (447- 449) Pero la doctrina de Castellani no es segura: “casi no hay nada que hacer, para un verdadero cristiano en el orden de la cosa pública”… y hacer el bien “sin embarazarse de grandes planes, de grandes empresas, de grandes proyectos, de grandes revoluciones…” Con esta salida Castellani se desembaraza en realidad de la virtud de la magnanimidad, pero Randle no razonó esas citas cuando critica a J. Irazusta; además la política sin grandes ideales es como la educación en manos de hombres “prácticos” que criticó antes. Zuleta tiene razón a la luz de estas citas. Por eso también hay que discutir su juicio sobre el suicidio y la culpa de Lugones: “idolatrar a esta tierra” (470). Al suprimir los grandes ideales políticos, -la “acción nacionalista a corta distancia” (449)-, su propuesta consiste en moralizarse uno mismo (450), lo que aplicado a la vida pública resulta una mera táctica ilusoria, castrante y para mediocres; en la realidad la falta de grandes objetivos es reemplazada, lo vemos hoy a diario, por un objetivo obvio: el enriquecimiento, el saqueo, y ello especialmente en un régimen plutocrático que exige, como ninguno, dinero en abundancia para mantenerse en el candelero.
El lenguaje oscuro, su ambigüedad y contradicción en este tema que Randle no resuelve satisfactoriamente a pesar de su prolongado esfuerzo, muestra su dolencia, su enfermedad, pues como dice Romano Amerio en Iota Unum, la claridad del discurso es su salud.
El político salva a veces más almas que el santo, no por su perfección personal, sino por su oficio arquitectónico de la moral nacional, su función protectora y regularizadora del orden natural que no le corresponda al clérigo sino ocasionalmente so pena de incurrir en clericalismo. Por eso renunciar a este esfuerzo es renunciar a la transfiguración del tiempo, a la instauración no ya de la cristiandad y su Cristo Rey, sino del mejor orden pagano que supo valorar San Agustín, cuando distinguía muy bien entre Roma y Sodoma. No hay ultimidades, segunda venida de Cristo o Anticristo que nos libere de esta obligación.
Irazusta
Julio Irazusta en La Política, Cenicienta del Espíritu dice que entre los filósofos sólo Aristóteles y Sto. Tomás encararon con simpatía el problema del poder. Baste decir que Castellani no los imitó y que el tema no puede ser debatido en media página.
Según Randle, Julio Irazusta no sabía bien su propio catolicismo ni con quién se topaba (468, cf. 470/1), y creo que Don Julio hubiera aceptado este juicio un poco drástico, pero centrado en su realismo “de tejas abajo”, como acostumbraba a decir para diferenciarse de sus congéneres, nos hubiera remitido al mencionado párrafo de p. 447 /9 y a los recogidos por Zuleta para decirnos, con Maurras, que en política, es decir en la patria inmediata, “la desesperación es la estupidez”, porque ni los profetas bíblicos conocen los imponderables, cuanto más los argentinos.
Leamos esta crítica de Castellani: “Creer que el fin último de la política es alcanzar o arrebatar el poder, es un error y una estupidez. Es menester pedirles a los nacionalistas que no pongan su Victoria en la consecución del poder -por ejemplo una embajada- sino en la difusión triunfante de sus ideas, suponiendo que las tengan”. Lástima que no es ésta precisamente la posición de los criticados, pues nunca fue ese “el fin último” de estos amigos que no eran por cierto tan estúpidos. En cambio la mezcla de bromas, errores y petición de principio no lo favorece, de hecho, y en contra de este párrafo a leer completo, baste decir que para salvar a los Maeztu que quedaban en España se necesitó un general ambicioso del poder más inmediato a fin de encauzar su patria. Si a uno para ganar la discusión se le hace necesario previamente ridiculizar las tesis del adversario a refutar, en realidad quien vence es el adversario.
Meinvielle
“Aquí no me quiero hacer el pícaro, ni nada (720), pero Randle aprovecha la volada con ocasión de Tolkien e internas varias no explicitadas, para decirnos que el P. Miguel Ángel Fuentes IVE, es un teólogo a la Meinvielle, amén de repetidor y racionalista, que reduce la teología a los límites del lenguaje científico racional. Ciertamente el tema de fondo es el del lenguaje religioso (714), el arte y la moral, demasiado arduo para ser tocado aquí sobre todo cuando Fuentes no se puede defender. Siendo ambos colaboradores de Gladius, me parece, valdría la pena una polémica civilizada, ¿no le parece a Ud. también?
Por el momento dejemos que los vivos que entierren a los vivos y sigamos con los muertos. El asunto es el enfrentamiento Castellani-Meinvielle, y sus respectivas barras bravas. Empezó allá lejos cuando “Castellani estaba -digamos la verdad- un poco paranoico” (718) y le atribuyó a Meinvielle la imprudente publicación en el diario El Pueblo de un telegrama romano sobre su reducción al estado laical, de modo “que nunca, después de esto, lo volvió a considerar como amigo” (719).
Castellani confiesa que le resulta difícil predicar sobre M. “Pero no sé qué decir… porque no le gustaba la poesía” (720), ni tenía “temperamento poético”, seguramente, pero en su conversación “chispeante” (722) tenía un arte del que Castellani carecía y le costó caro, según reconoce él mismo, con el Superior General Ledochowski.
En las p. 720 nos encontramos con un interesante paralelo entre Castellani y Meinvielle que siempre fue nacionalista “sin enmiendas ni raspaduras”, “no así Castellani, que comenzó a tomar distancia con muchos de ellos a lo largo de casi cuarenta años. Como hemos tenido oportunidad de ver, la relación de Castellani con el nacionalismo argentino es cuestión menos fácil de comprender que lo que han creído la mayoría de los nacionalistas y a primera vista resulta contradictoria. Sin embargo, Castellani se había explicado bien, por más que hayan sido muy pocos los que lo supieron entender” (723). Dudo que lo haya hecho tan bien, pero, y más allá de las personalidades aludidas, si el nacionalismo tiene que ver con la recuperación política de la nación a través del poder, el conflicto con Castellani está ya en el principio o en los principios morales del realismo político. Por eso también Castellani no descendía a temas conflictivos como el comunismo, el nazismo, el judaísmo sionista y las trifulcas locales.
Las diferencias con Meinvielle son de fondo también en cuanto al juicio sobre la situación global y “los signos de los tiempos”: “Como me apuntó un sacerdote amigo: Meinvielle soñaba con el triunfo temporal de la Iglesia; Castellani jamás” (722). Por eso Castellani se burlaba de las profecías sobre el Gran Monarca y otras similares, productos, según él, del nacionalismo galo: una patada a Meinvielle. Randle nos recuerda que Castellani era anglófilo, como todo italiano cuando piensa en Francia. En fin, debido a estas diferencias, a Castellani le importaban un bledo, más aún le molestaban, las manifestaciones históricas de Nuestro Señor, recuerde las tan incorrectas del Sagrado Corazón, o de la Ssma. Virgen que por ejemplo en Fátima anunció “un cierto tiempo de paz”, es decir un cierto triunfo de la Iglesia lo que complica su interpretación de los hechos. La teología y la obra de Castellani serán todo lo inspirada y poética que quiera nuestro Randle, pero en este caso prefirió la racionalidad “científica” y antropológica más estricta. Le convenía.
Las relaciones con los nacionalistas, o por lo menos con algunos de ellos, pudieron darle una cierta salida a la soledad física y mental, pues la amistad política es la superior, la que conserva los estados, etc., conforme a toda la enseñanza aristotélica. Existieron relaciones pero no amistad, y por eso fueron peligrosas para ambos.
Exégesis
La exégesis (interpretación de un texto) es “una ciencia” en sentido moderno, ¡ojo! no ciencia exacta sino del espíritu o de la cultura; pero ahí no termina la cosa, como el ser se dice de muchos modos o tiene muchas vueltas, si damos otra vuelta a la tuerca, la exégesis es también un modo de propaganda política o ideológica, o una manera de que los curas y los profesores se ganen la vida, etc. Sepa Ud. distinguir el matiz en cada caso, recordando que hay casos y casos, pero casi siempre estos sentidos conviven en un mismo autor y obra.
A Castellani en todo caso se le fue la vida en su creciente afición por profecías parusíacas, “la lista de libros que Castellani leyó para intentar una explicación de las profecías, sería interminable. Y lo diría más sencillamente: leyó todo lo que estaba a su alcance” (301).
El próximo párrafo, escrito para consumo personal mezcla con humor exégesis, utopía política intrajesuitica, neurastenia y el tema de la experiencia existencial que tratamos aparte. Escribe en su Diario 31 de enero de 1947: “MISION ESPECIAL: ¿Pero vos qué diablos quieres? ¿Tiene la culpa la Compañía de Jesús de que hayas nacido neurasténico?
Yo quiero, 1º, si es posible no morir como el P. Abel Montes; 2º que en la Orden fundada por San Ignacio no haya injusticia ni crueldad, ni siquiera involuntaria, 3º que en ella rija y reine la inteligencia y no la rutina ni la ambición, 4º tentar a la Iglesia de Cristo a ver cómo anda, para poder entender las Escrituras”.
Comenta Randle: “‘Tentar a la Iglesia de Cristo a ver cómo anda, para poder entender las Escrituras’ no es cosa fácil de comprender (y suena un tanto heterodoxo). Y aún cuando uno comprende exactamente lo que Castellani quiere decir, falta aún comprender cómo esa es la clave de toda su vida, la llave maestra que nos inicia en el misterio de su existencia toda” (622). “Porque no podemos olvidar que a Castellani le fue dado entender las escrituras como nadie, no sólo por sus estudios, sino ciertamente por su experiencia”, pues como afirma el cura: “Al Evangelio hay que entenderlo más que con el griego, el hebreo, el caldaico, el sumerio, el hitita (que no está mal tampoco para los lingüistas) con la REALIDAD” (622)… y en la nota 27 agrega que sin interpretación “subjetiva” “no hay libro propiamente religioso”. Randle lo apoya: “En cambio los exegetas profesionales suelen caer en una especie de racionalismo que acaba con la palabra que querían tal vez, explicar”, con citas Lewis, Duquesne y Chesterton.
Una palabra sobre su “método”, que no consistía en recurrir a una “escuela” exegética de moda, sino a los consejos del P. Marechal: leer durante 15 años todos los grandes filósofos en su lengua original, anotarlos… etc. (368). Castellani lo siguió en todo lo posible, empezando por el griego de Aristóteles, y sin duda en sus trabajos exegéticos, con lo cual no hay quien lo emparde. Pero la exhortación de Marechal vale como fundamento para quienes intenten evangelizar la cultura o realizar la nueva evangelización a nivel superior.
Gracias a esta síntesis de estudios constantes y experiencia redondea su “su tremenda exégesis sobre Roma como la Gran Ramera Babilonia Magna” (656/7). Su experiencia con uno de sus mejores “amigos de Job”, el cardenal Mejía, nos dio el impagable Mungué Murria de Los papeles de Benjamín Benavides, quien sostiene la exégesis “preterista; supone ésta “un gran triunfo temporal de la Iglesia antes de la Parusía” lo que resulta “un peligroso ensueño contemporáneo. Es un anzuelo del Anticristo! clamó el chileno. ¡Es él quien prometerá realizar ese ensueño, con las fuerzas del hombre ensoberbecido! ¡Él prometerá la paz, la prosperidad, el nuevo Edén!, y se pondrá a edificar sacrílegamente la nueva Babel!” (701 y ss.)
Sigue el análisis de Mejía: “Por eso en esta novela (Benjamín Benavides) Castellani recrea sus conversaciones con Mejía colocando al P. Lira en el medio para darle ritmo a las discusiones, haciéndolas girar en torno a este asunto parusíaco”. Tenía pues “interés profesional” el Cardenal Mejía en sus memorias al acordarse de Castellani: “con todo su desorden personal e intelectual”… “lástima que su formación teológica no era del todo adecuada y que su formación bíblica era limitada” (706). El muerto se asusta del degollado, y Randle se divertirá poniéndolo en evidencia (302). Aproveche para releer Los Papeles de B. Benavídez antes que se nos muera Mejía. Otro amigo cardenal, Quarracino, dice más o menos lo mismo, al igual que un salesiano piadosamente innominado (301); no los hace coincidir la ciencia o azar sino otro importante aspecto del ser: la táctica, la política de Estado o “las conquistas de la exégesis moderna”, al decir de los escribas ladinos que uno puede escuchar a diario. Al respecto, metiendo un poco la cuchara y la pata, me permito remitirlos al artículo que con mi esposa escribimos en Gladius nº 50, donde podrá ver a varios Mungué Murria de superior jerarquía en plena acción exegética con ocasión del secreto de Fátima.
Seminarios
Es de todos conocido que la crisis del clero, de las vocaciones, etc., está en directa relación con la crisis de los seminarios. Castellani, siempre tratando de arreglar el mundo, pretendió dar cinco conferencias sobre la “educación de los sentimientos” en esas instituciones siendo censurado apenas pronunció la primera. Sin entrar en detalles es evidente que esta educación es en buena medida previa y en el resto contemporánea a la educación filosófica y teológica por aquello de nada hay en la inteligencia que no haya pasado previamente por los sentidos. Además, según dice un joven amigo seminarista, el hombre se define como animal político, no como animal metafísico, y en consecuencia conviene empezar por allí, especialmente teniendo en cuenta que nuestra educación libre y gratuita o paga y católica entrega muchas veces al individuo en estado de animalidad pura y simple, pre-política.
“Eran siete conclusiones, dice nuestro cura, que son aplicables a todo el mundo 1) El seminarista necesita una fuerte educación intelectual; si es casa de estudios, que estudie. 2) El seminarista necesita educación artística: el arte es uno de los caminos más obvios a la “sublimación de los instintos”. 3) El seminarista necesita aprender a hablar en público: la oratoria es un arte, arte necesario al sacerdote. 4) El seminarista necesita teatro: para aprender oratoria y para expresar las emociones, que es la manera de educarlas. 5) El seminarista necesita vida familiar. 6) El seminarista necesita aprender un trabajo manual. 7) El seminarista necesita menos meditaciones y más liturgia, menos disciplina farisaica y más comunicación con el “staff” del seminario, menos piedad palabrera sentimentaloide y más obras de misericordia corporales. Es un buen programa de “educación de los sentimientos” (que no es educación sentimental) (…) por ejemplo, con pura devoción a la Virgen, y sin deportes, amor a la familia, amistad fraterna, poesía y trabajo no formará Ud. la castidad necesaria al sacerdote” (516).
Eso era en esos tiempos idílicos, ahora hay que empezar por enseñarles a leer y escribir el castellano que antes se aprendía en cuarto grado; después, mucho después, uno podría plantearse la disyuntiva de obedecer o no a las disposiciones papales, incluida la Veterum Sapientia, hoy censurada, concebida para fijar nada menos que los objetivos del Concilio.
En p. 219 encontrará la lista de las 9 razones que entorpecen la formación en el seminario de Devoto para quien tiene “vocación de hombre de estudios” “los que no viven de apariencias y no han puesto toda su ambición en ser curas de misa y olla” (219), empezando por la pasividad intelectual, la enseñanza infantilizante, etc.
En la pelea de Mons. Copello con los jesuítas, que incluye la lucha por las vocaciones entre seculares versus religiosos “hoy como ayer actualísima cuestión”, “¿a quién le podía importar el nivel de estudios del seminario, la mala formación de los seminaristas, las camadas de semi-salvajes que se ordenaban todos los años?” (537).
No le preocupaba el número de “vocaciones”, pues la vida religiosa no es para todos. Según H. Belloc al producirse la Revolución Francesa, Francia era una nación de ateos con sobrante de vocaciones “y nunca estuvo peor la religión como cuerpo social, y dejada aparte la santidad de alguna almas individuales” (idem), todo, y mucho más dicho por Benjamín Benavídez; en el Diario del 12 VIII 47 agrega este párrafo digno de la censura de la inquisición postmoderna…: “Patanes innumerables han llegado al sacerdocio. De este hecho se desprenden serias consecuencias. El sacerdocio es una dignidad altísima. Pero supone disposiciones en el sujeto. Las disposiciones son los “carismas”. Los carismas deben preceder al confiero (autorización para ordenarse). Conferido sin disposiciones no cambia al hombre, no lo hace de nuevo. Un patán podrá absolver válidamente y consagrar válidamente. Nada más. No puede dirigir, no puede gobernar, mucho menos iluminar. La armadura de hierro puesta sobre un anémico produce un ser peligroso. Peligra la cristalería fina en manos de un idiota” (537), como lo prueban los altares, los ornamentos y las bibliotecas destruidas en nombre del Concilio.
Olvidemos a varios males menores, ej. el mal tomismo en el seminario (215), o la mala teología del pecado como a “una cosa permanente y sustancial” (216/7), hoy antiguallas. A Castellani le importa ante todo reestablecer el orden natural humano y devolverle al seminarista la alegría, los incentivos comunes del vivir, tarea difícil al abandonarse la Fe y la Doctrina de la Iglesia en nombre de utopías mundialistas.
Subjetividad
El tema es complejísimo; para Pieper, siguiendo a los Padres del desierto, la razón reflexiva y asentimiento consciente no bastan para incorporar lo pensado a nuestro patrimonio más íntimo y personal (380) El prius vivere deinde philosophare. que a menudo traducimos ante todo comer y luego, si quedan ganas, pensar, puede ser retraducido a la luz de los párrafos siguientes:
“Castellani sabe que la fuerza de la argumentación reside en lo que él llama “la subjetividad”; esto es, que no hablará sino de la verdad que pasa por él” (223), lo cual está indisolublemente unido con el tema del estilo, al que reenvío. “Siempre arrancó desde allí, desde una pena, un dolor, una queja personal, intransferible, única” (383), prius vivere. Es que la “subjetividad es la verdad” (Kirkegor) “lo cual quiere decir que la única verdad verdadera, segura y vital que poseemos es aquella que está enzarzada en nuestra propia existencia. Todo lo demás, aunque no sea despreciable, son saberes ‘de oídas’” (384). Todo el cura, no sólo su inteligencia, se jugó en una obra genial (661). La tragedia griega sobre todo Sófocles nos lo recuerda a menudo pero en el alma de C, “de esto, el sumo analogado es la neurosis depresiva”, y quizá por eso se dedicó a la psicología, la pedagogía psiquiátrica, etc. en Alemania y Austria (385).
Veámoslo en su propia persona: Castellani conscientemente trata de reproducir los modelos de Sócrates y Jesús. Analiza su caso desde el punto de vista de la objetividad, los superiores que le aplican el reglamento y desde el de la subjetividad, él que los sufre: “Interrogados por un fiscal (que no sea Dios) ellos pueden justificar su actitud con la luz de la razón, demostrar que no podían hacer otra cosa. Y eso es lo espantoso…Mi tarea en este mundo es resolver este problema. No lo resolveré ni con palabras ni con raciocinios ni con un sistema filosófico o teológico, sino con mi vida. Al morir yo quedará resuelto el problema objetivamente; si la gente después lo pondrá en limpio por sí misma, subjetivamente (para lo cual tendrá que pensar bastante) o no lo podrá, eso no me atañe, no lo sé.
Pero pienso que alguno lo hará (por lo menos una persona que yo sé) porque Dios no hace las cosas de balde y hay ‘de la suite dans les idées” (Diario, 17 XII 54) (733).
Randle aprovecha para ejemplificar comparando la descripción del Vaticano y sus ceremonias hecha por Castellani en 1929 y en 1947 “Castellani ve ahora otras cosas, o las mismas cosas de otro modo” (751), quizá su perspectiva esta distorsionada por su locura, pero la respuesta está en el Kierkegaard. “Responderíamos a esto diciendo: para sentir, comprender y expresar una época enferma ¿no es quizá condición y no impedimento ser enfermo? Esa condición aumentaría y no disminuiría la percepción intelectual” (751). Randle: “hay algo de cierto en eso…” de la verdad subjetiva, cita de Castellani (Kierkegaard) no desprecia la verdad objetiva “pero es secundaria respecto a la Verdad Vital. La religión incluso puede saberse en forma ‘objetiva’, no entrañándola en sí, dejándola extrínseca”.
La experiencia piloto resultó inolvidable: “En mitad del camino de mi vida -un poco más allá- tuve una experiencia brutal con la Santa Madre Iglesia Jerárquica o Jerarquía de la Iglesia o Desjerarquía si se quiere. El choque fue como para no dejarte una ilusión en la vida… Los Jerarcas (algunos) se portaban con un sacerdote afligido no como Santa Madre sino como Madrastra- por no decir Hiena… ‘De aquellos polvos vinieron estos lodos`, me dije, aquella experiencia que tuve es la clave de que había una enfermedad latente incubándose en la Iglesia.” (752). El choque lo dejó al borde del suicidio: “Por amor de las almas que me han sido confiadas debo cuidar de mi salud y buen nombre y VIVIR hasta que Dios me mate. No suicidarme”, Diario 2 VI 47 (763).
Randle: “Y ahora, mientras esto escribo, llegamos al famoso tercer milenio y, ustedes saben… ha llegado la sustitución de todo, y está todo patas para arriba, como comprueba fácilmente cualquiera que vaya a misa un domingo no importa donde esté” (752).
Profecía
Este asunto diferencia muchas veces a Castellani de los grupos conservadores o tradicionalistas. No volveré a transcribir aquí los párrafos de Castellani y los de Sebastián Randle que comenté en Gladius 58, pero conviene tenerlos en cuenta al leer los presentimientos o vaticinios contenidos en los próximos y anteriores pasajes. Ya vimos también, al referirnos a la posición de Randle, que en la crítica a la Iglesia “oficial”, o sea a la Iglesia militante organizada jerárquicamente en esta tierra, los conservadores suelen aferrarse al “orden establecido” y defender lo que se pueda sin hacer olas. Pero Castellani hacía olas y maremotos, de allí las disidencias aludidas. Como sobre la guerra civil española (445) al relacionar las matanzas con el fariseísmo, en coincidencia con Bernanos.
Castellani no se podrá reconciliar con conservadores y tradicionalistas que lo tildan de desobediente, ambos son como son por más que quieran arreglarse: “las diferentes concepciones sobre la ortodoxia hacen que -aunque no lo parezca- tengan una Fe distinta, y que sus concepciones sobre la ortodoxia, sobre la Religión y la Moral difieran sustancialmente” (393). Ven “todo” con ojos muy diferentes… Sus enemigos conservadores resolverán ese todo por la aplicación del poder, y casi lo quiebran (394).
“Todo esto siendo tan joven. Mi explicación de semejante hallazgo, ya lo dije, es que Castellani recibió una suerte de “revelación” (entiéndase bien a fuerza de reflexionar sobre su propio ´caso`)” (499). Esta cita se refiere a Fariseos, pero es aplicable a todos los vaticinios de Castellani.
Mientras “Este decorado exterior, dice Randle, estaba destinado a derrumbarse más tarde o más temprano, pese a los enormes esfuerzos de los tradicionalistas por conservar la cosmética, la solemnidad, la estética de Trento. Todo esto se había convertido en un gran maquillaje, y con el Vaticano II se acabó” (753), “en 1954, Castellani siguió avanzando, apoyado en sus visiones”:
‘Tengo la impresión de que esto que llamamos comúnmente Iglesia, y que no me parece responder a las descripciones deslumbrantes del Rey David, o de San Pablo, es una ‘estructura temporal’, ya cansada y gastada, nacida de la Contrarreforma, y llamada a finar con ella, y que la nueva época que se viene, si es que se viene, exige imperiosamente que se barra un poco, si no del todo” (carta a Barletta).
“El profeta que tiene razón un día antes, durante 24 horas es tenido por loco” (755/6). “Incluso Castellani se frotaba los ojos, aún en 1947, no quería creer lo que estaba viendo” (757):
“¿No es peligroso decir esto, por llevar agua al molino de Lutero, el cual afirmó que Roma era claramente según el texto la Gran Ramera, y por ende el Papa era el Anticristo? Todo es peligroso y sobre todo la verdad.; para quienes no la aman; pero Lutero hablaba de la Roma Papal de su tiempo; y los intérpretes susodichos hablan de una futura Roma apóstata y depravada, que reduzca a las Catacumbas otra vez a la Iglesia, como en tiempos de Pedro y Pablo” (Apocalipsis) (758). Según dijimos antes, su opinión sobre nuestras posibilidades “humanas” es terminante y terminal: “Ya la política, las artes y la ciencia no sirven a la Iglesia. La cultura está inficionada de arriba abajo por ‘la última herejía’ ” (766), Diario 18 VI 47.
Y refiriéndose a un plano superior en Dulcinea: “la liturgia era cautiva del enemigo; había sido manoseada, vaciada por dentro, y llenada de una sustancia indigna y aún satánica” (267). No me diga que no le pegó.
Randle deja una salida a regañadientes y como por compromiso: la Jerarquía puede cambiar, esto no es fatal que sea ahora, “Pero no parece, fíjese: el estado actual de la Iglesia es calamitoso,…hay un signo sensible que constituye como la epifanía más notable de lo que decimos: el hecho de que la mayoría de los cristianos no lo ven”. (758); todo esto “tiene como raíz el no pensar en la Parusía” ( 760) ( B. Benavides) .
“Pero la explicación es sencilla: Castellani no es actual; es mucho más que eso, es profético. Y entiéndase bien, no es porque un querubín le haya quemado los labios con una brasa” (761).
“Le quemó el alma”… “De ese incendio que es la interioridad lastimada de Castellani surge la luz que tanto suplicaba…Por eso no se pueden desvincular sus visiones de sus enfermedades”. “Y hay que distinguir: no es lo mismo una enfermedad imaginaria a una enfermedad producida por sus visiones (o, tal vez, visiones que se revelan en la enfermedad)” (761). Así también El Enfermo en Dulcinea revela todo su interior (762).
Castellani no la ve bien a la Iglesia –Ejército de Salvación en cuanto institución político social filantrópica benefactora guerrillera pacifista y tercermundista: “la Iglesia es actualmente un poder político. Eso es innegable. Paliado de poder moral es un poder político… “Pues bien los otros poderes políticos (los 10 reyes) destruirán el poder político de la Iglesia después de haberse aprovechado de él para sus fines lo más posible, cuando ya no les sea necesario
porque es odioso el traidor
siendo la traición cumplida
“Ahora mismo ya lo tienen bastante atado. El Papa consigue ventajas con más y más dificultad cada día. Del clero exigen los politicantes adhesiones de más en más serviles e imposibles. Llegará un día en que los 10 Reyes quemarán la Urbe Sacra prostituida. Está escrito” (Diario, 6 X 48) (793).
Al pasar ante la columnata de San Pedro, “Le tengo terror a la Iglesia Católica”, dice B. Benavídez “de modo que lo que le pasa a Castellani es que tiene visiones de lo por venir. Y eso, como decimos, lo enferma” (762); en esas “visiones” también peligra Roma como ciudad “¿Es posible, Dios mío? ¿Es posible que esta ciudad, la más gentil y acogedora de la tierra haya de ser…? No lo sabemos… pero: “Yo tengo la impresión de que esta ciudad se va a venir abajo toda entera o casi, con ídolo y todo, un día; pero yo no lo veré. Tiemblo de miedo al escribir esto…” (767). A lo mejor no se viene abajo sola, sino que la tira un avioncito teledirigido, como los más entusiasmados monoteístas vienen anunciando públicamente.
“Y merced a eso, como decimos, la Argentina cuenta con una de los grandes profetas de este siglo. Tal vez, digo yo, el más grande de este siglo ¿no me cree Ud.? (395). Y no sólo eso, sino el más simpático para ser profeta, gracias al humor y a la gracia, y el más incómodo entre otros motivos porque no tiene buena onda con el futuro y se especializa en aflicciones: en las poesías proféticas de Castellani “todo lo que no era desgracia, no se cumplió” (827).
Fariseísmo
Escuché de un sacerdote muy informado que los fariseos no eran tan malos como los pinta el Nuevo Testamento, a lo sumo así serían algunos, pero en cuanto corporación constituían un modelo de piedad, modelo para nosotros, ¡ojo! Castellani coincide en que son un modelo, pero de perdición para la Iglesia y precisamente por ese motivo en este asunto completa sus profecías. Inspirado reflota “un antiquísimo tema que había quedado prácticamente en el olvido y que constituye clave de bóveda para entender lo ocurrido en la primera venida de Cristo… y lo que ocurrirá antes de la segunda” (Randle, 494/5). Ciertamente Castellani no descubrió toda la pólvora, pues en lo inmediato influyó especialmente el gran Lacunza, al extremo de que B. Benavídez es Lacunza-Castellani, pero antes de estudiarlo había escuchado lo que “me fue dicho” en San Juan en la Navidad de 1940 (499). Buen periodista no se perdió el chisme o la primicia exegética: “Aquí en esos comentarios míos hay muchas “primicias” (que Dios sea loado, pues de Él son), es decir cosas que no están en ningún otro escritor y son verdad” (497). Una de esas primicias son los fariseos, y sus siete especies, explicadas en el séptimo domingo de Pentecostés.
Empecemos por leerlo, pues su Fariseos : “Es sin género de dudas uno de los mejores libros del cura y su “prólogo” una especie de clásico, un verdadero ‘tour de force’ en el que pareciera que cada palabra ha sido esculpida cuidadosamente por manos de un escrupuloso artesano” (846).
Jorge Ferro se ha agenciado el pasaje de H. Belloc, citado al hablar de los seminarios, donde describe el fariseísmo católico francés visto por Napoleón, observando que “conservar la fachada cuando de dentro parece haberse escapado la vida, eso provoca una violenta reacción. No se encuentra justificación para eso, porque se crea la impresión de una violenta coacción, y el cariño que aún despiertan aquellos cuyas formas son secundarias queda borrado por el aborrecimiento que inspiran las cosas que carecen de realidad” (495). Me permito acotar que ésta es una de las fuentes o la fuente principal de la subversión anticristiana moderna, rara vez destacada y a veces ni mencionada por los mejores estudiosos, ej. Paul Hazard en su clásico La Crisis de la Conciencia Europea; destacan y relacionan las ideas, pero no el germen psicológico que las dinamiza y por eso dan la impresión de que las ideas tienen consecuencias únicamente por sí mismas, sin el motor del resentimiento
Randle advierte esta falla en la Tradición Católica, cuyos pensadores, concilios y catecismos suelen esquivar el tema, incluidos la mayoría de los Santos Padres, etc.: “el olvido en que cayó el tema del fariseísmo… y el fariseísmo (¿irán ambos fenómenos siempre de la mano?)” (497): es pues típico de los fariseos, “olvidarse” de su propia naturaleza y problemática.
Castellani revalora a Lacunza, se arrepiente de sus críticas, lo defiende (Diario, 8 VII 47) y de él toma el tema fariseo, la exégesis de La Gran Ramera y La Bestia de la Tierra que no es sino el sacerdocio católico corrompido por el fariseísmo, bestia de temer, dice Lacunza “Por el hecho mismo de que (muchos) tendrán por increíble tanta iniquidad en personas tan sagradas, también tendrán por buena tanta iniquidad” (498). Luego del segundo tomo habría que reeditarlo a este Lacunza con notas alusivas temerarias de Sebastián Randle o de algún pseudónimo.
Olvidarnos del fariseísmo costó caro: no sólo Cristo se edulcoró en el dulce Rabí y otras estupideces, sino “también se altera nuestra mirada sobre la Historia de la Iglesia y comenzamos a considerarla con otro ojos, en donde el carácter “institucional” suele ser el único importante y lo “carismático” valioso sólo en cuanto sea asimilado – después (por ejemplo, comienza a importarnos más quién era el Papa y menos quién era el santo de aquel tiempo)”, etc. (500), de modo que, con palabras de Castellani “La religión adulterada hace gala de la fama de los antiguos santos muertos y persigue a los santos vivos” (499/500), (¡ojo! Randle: ¿no comienza Castellani aquí su propio proceso de beatificación?).
Para completar el panorama conviene leer el cap. IV, El Ídolo, de la parte cuarta de Benjamín Benavides quien se niega a participar de la farsa del “Cristianismo Oficial, en el Oficio del Domingo, en la seriedad de los maestros perjuros” (626). No lo lea el sábado, pues tendrá problemas de conciencia con la liturgia de la palabra.
Aún de estos “perjuros” van quedando pocos, pues se vienen las sectas enviadas por el profeta Josué: “estoy contra los pastores para reclamarles mis ovejas. No les dejaré ovejas para apacentar, a esos que se apacientan a sí mismos. Les arrancaré hasta de la boca mis ovejas, que no sean más pasto suyo” (489). Por eso con los obispos es casi tan crítico como el Cardenal Quarracino cuyos sarcasmos son famosos: “me dicen ‘no es ningún teólogo, pero es un buen administrador’…” Pues bien no debería ser obispo, debería ser gerente de Harrod’s, según Sto. Tomás”. Y termina preguntándose qué hacer en una Iglesia corrompida (732).
Le saca todo el jugo a la tesis de Lacunza: “atrevámosnos a decirlo aunque sea temblando. El fariseísmo existe en la Iglesia: es la corrupción específica del sacerdocio. Una y otra vez el fermento de fariseísmo se hincha en la Iglesia y es vencido por la fuerza de la santidad en la Iglesia, guiadas e infundidas por el espíritu de Dios. Pero para ser vencido se requieren víctimas. Y llegará un día en que ya no será vencido. Ese día marcará el fin de este siglo, la abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar” (737, Jauja marzo 1969). Randle se aprovecha: (“De modo que terminemos de una buena vez con el ‘Castellani de figurita’, ése que cada cual pega en el álbum de conocidos, el que resulta divertido, ocurrente, simpático, gracioso y …loco). Cuando uno se topa con el fariseísmo se radicalizan las situaciones: o Cristo era Dios o había que matarlo. El tercio está excluido” (737). “La causa de haber llegado a este estado ha sido el desprecio a la inteligencia. Quisiera equivocarme” (742) con la iglesia reducida a ser ante todo “un imperialismo moral” (743) en palabras de B. Croce, mezcla de Antiguo Testamento expurgado y discurso masónico, pero esto último no lo dice Croce ni Lacunza.
La infección incluye la Argentina, de la que Randle da ejemplos varios como el de Pío XII, cuando preguntó respecto de las quemas de las Iglesias: “- Y bien, ¿cuántos mártires? El Nuncio, como ante la carta de Castellani, se quedó mudo” (455). Eso sí, convengamos que después hubo muertos en cantidad por ambos bandos, de modo que mejoramos la performance, por lo menos en el ámbito político.
A pesar de estas verdades y gracias a ellas Castellani esta “perdidamente enamorado de la Iglesia”….”el no habría podido denunciar lo que denunció, atacar lo que atacó y enfrentarse con el Ídolo como lo hizo sino hubiese amado con toda su alma, con toda su inteligencia, con todas sus fuerzas, con todo su corazón a Cristo Nuestro Señor y a su mística esposa, la Iglesia de Dios” (687).
Noche oscura
San Juan de la Cruz nos explicó esta etapa del camino a la perfección y además lo expresó con el mayor poema místico del universo. Castellani por cierto se los sabía de memoria y su mérito, como dijo Conti, fue ponerlo en idioma nacional y vivirlo de un modo sin duda muy diferente al del místico español y del que ni los ejercicios de San Ignacio pueden hacernos participar.
Es la Crux intellectus antigua expresión de una permanente experiencia cristiana de la crucifixión interior “el fiel tiene que mantener todas las paradojas de la fe, que crean en él una tensión que a veces lo crucifica. Sin ‘a veces’. Siempre lo crucifica, cuando la fe ha ingresado de veras en la vida…Interminable crucifixión interna, crux intellectus…Cuando la fe toca el intelecto, se produce la lucha y la oscuridad” (678, cf. también 221 ss.) con los interminables argumentos y objeciones que si no enfrentamos aquí, hemos de hacerlo luego de la muerte.
Es terrible pasar quince días fuera de la Iglesia Católica nos dice en B. B., y él estuvo a punto o se tomó realmente esas vacaciones, porque “ la tentación de apostatar en serio proviene de saber que cualquier otra alternativa sería análoga al martirio. Y como nuestro Castellani es un tipo hecho y derecho, eso le metía miedo” (679).
“¡Ay!, no he huido de la realidad. Mi manera de ir a Dios es no rechazar ninguna realidad. Dios es la realidad”… “La Iglesia está enferma de la misma enfermedad de que enfermó la Sinagoga. El mundo va pareciéndose cada día más al mundo al cual bajó el Hijo de Dios doloroso tanto en la Iglesia como fuera de ella. Paganismo y fariseísmo” (681).
A raíz de la respuesta de Roma concediéndole la gracia de la “reductio ad statum laicalem”, que no pidió, “empezaron los días de horror que llamo hoy ‘alma de apóstata” (659) o sea , según Randle, “ sentir como en carne propia, el paganismo en el mundo y el fariseísmo en la Iglesia” (681, cf. también 669, 674/5, 682 ss., 684, 685) y la “descomunal sandez de pasarme a los enemigos” (691), “Iglesia-hiena”.
De esa noche lógicamente no siempre podemos sacar algo en claro, hay textos confusos y a veces contradictorios, ej. en p. 662 cita del Ruiseñor, el indulto, etc. “Hummm, Castellani nos deja tan perplejos como lo estaba él, en aquella su noche más negra” (666), donde. “la fe no ayuda para nada sino para pedir a Dios la muerte” (774), Borrador de carta al P. de Achával S.J.
Castellani pagó, pues, su legado a precio de sangre y se tomó el trabajo de advertir que ahora nos tocaba a nosotros según la dedicatoria de Cristo Vuelve o no Vuelve: “A los fieles de los países del Plata, previniéndolos de la próxima Gran Tribulación, desde mi destierro, ignominia y noche oscura” (683).
Ejercicios y Espiritualidad
Es conocida la transformación voluntarista y ascética de los Ejercicios Espirituales y de toda la dirección espiritual de la Compañía decidida por el cuarto general, Evardo Mercuriano, quizá para evitar las sospechas y acusaciones de misticismo heterodoxo. Sobre ellos la misma Santa Teresa cambia de opinión (128) Recordemos también que a Castellani le fue duramente reprochada la crítica a la elección del segundo General de la Compañía, cuando San Ignacio se negó a continuar y a nombrar sucesor (482).
La catarsis católica en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola es una “pequeña obra maestra” editada recién en 1991; el argumento central es formidable: “los Ejercicios son, antes que nada, un trabajo contemplativo, y, por lo tanto, tienen carácter eminentemente intelectual” (347), incluida la famosa “indiferencia”, producto de un juicio de valor. El P. Ezcurra lo releía antes de predicar sus retiros. (Cf. el comentario de Randle en Gladius nº 22) y nosotros debemos imitarlo antes de hacerlos.
El objetivo parece demencial, a saber, trasmitir la vivencia de una persona, de un alma, su conversión, en un drama ascético místico para vivir; una experiencia como tal intransferible convertida en arquetipo universal. Para escalar en la esfera del conocimiento parte de la nostalgia, el desasosiego, la indigencia o la insuficiencia espiritual ínsita en el alma de todo hombre, y luego de un repliegue introspectivo limitado, procede a ordenar los afectos para disponernos a la conversión y el perfeccionamiento de toda nuestra vida superior.
“Precisamente porque ha hecho experiencia práctica de una ascética voluntarista de acento algo pelagiano y porque ha sufrido en carne propia los devastadores efectos de la espiritualidad filojansenista que entonces dominaba los ambientes, por todo esto, digo, Castellani, muy pronto, va a reaccionar” (316). Estamos ante la “espiritualidad” de Castellani que “rectifica muy en particular a la ‘devotio moderna’ y es una de las notas dominantes en su concepción de la vida espiritual es la aversión que le tiene a esa suerte de puritanismo colado dentro de las filas católicas” (317).
Frente a los “temibles conservadores, tradicionalistas esclerotizados, tristes sujetos cuyo único propósito es conservar el statu quo, dejar los cosas como están con sus alambicadas rúbricas” (318), Randle propone estudiar la “espiritualidad” de C, su actitud que “le tiene particularmente enemiga a las almas falsamente tensadas por el esfuerzo ascético y, por lo mismo, impenetrables a la gracia… y a los demás”. No se asuste, “hay que ver que una cierta ascesis es necesaria” (323), el problema es el cuanto; aunque no lo haya sistematizado, la crítica de Castellani a la devotio moderna y “tradicional” nos permite atisbar “una espiritualidad vigorosa, fresca, original y especialmente apta para cristianos en plena postmodernidad; uno de los legados secretos de Castellani para sus sucesores más perspicaces, que más en serio se lo toman” (317).
Mujeres
Por fin estamos en casa y hablamos de los que nos interesa, aunque se extrañe la TV y el fútbol. A nuestro hombre, como a San Pablo, le gustaban las mujeres, pero se las tenían prohibidas. No todo tiempo pasado fue mejor.
Empezó mal, pues ya en la portería del seminario, para escándalo de sus superiores y contra las normas, consejos y convenciones, conversaba largamente con algunas, porque había descubierto que “Uno de los placeres más baratos, modestos y exquisitos es hablar con una mujer inteligente” (542), mas no es fácil encontrarla, me dice la mía. Las normas, en resumen, equivalían a una verdadera tentación a la desobediencia y en p. 544 obra un catálogo de santurronerías legendarias, “fantástico capítulo” de la casuística femenina que saca de las casillas a Randle: “De esa nauseabunda minuciosidad se puede colegir cuánta moral sabrían los que redactaban esa clase de normas”.
Por eso criticó formal y jerárquicamente de modo salvaje la ignorancia de los problemas sexuales y la falsificación del celibato en la Orden y en la Iglesia de su tiempo, poniendo como ejemplo sus propios problemas sexuales, que expuestos al superior recibieron esta respuesta minusválida: -“Los que hablan de esas cosas, se les conoce la basura que llevan dentro” (593); replantea no sólo los grados y el sentido de la castidad, sino toda la relación “pastoral” con la mujer, sexual, social y espiritual. Un feminista de los buenos al que repugnan los religiosos “imposibilitados de tratar a las mujeres con amoroso trato de hermano, sin el cual no se les puede hacer verdadero bien” (594). Después de esta cháchara vienen las aventuras, no me diga que no lo está pensando, y en verdad es así:
“Oh Dios, ¿diré que soy casto? En verdad soy continente; pero no diré de mí mismo que soy casto. Y aunque jamás he conocido mujer, por voluntad de Dios más bien que mía; yo no diré jamás que soy virgen” (596). Hay pues escalones en la espiritualización del sexo y Castellani subió algunos, pero no llegó a la cúspide. Muchos de sus escandalizados críticos se tropezaron antes de pisar el primero.
Sí, mucho ruido y pocas nueces y lamentablemente no vale la pena seguir leyendo, amén de la implícita mala propaganda para el segundo tomo. Sin embargo aventuras hay, pues Castellani las tuvo con varias amigas de las cuales Randle trata tres menos una.
Volvamos, por el momento, a la teoría: En su provincial sobre la pobreza, muestra la desproporción con que se juzgaban los asuntos sexuales y los económicos o políticos: “Hay religiosos que tienen un gran miedo a las mujeres y ningún miedo a los cargos y dignidades; que se atufarían de estar a solas con una mujer, pero que no temen manejar en el mayor secreto, escondiéndolos a todos, los recursos de la casa; que se confesarían de haber tocado con los dedos un cuerpo femenino, pero que zambullen los brazos en negocios y traficaciones, que por lo demás, por justo juicio de Dios, casi siempre les salen mal” (586). Agradezcamos al Concilio, o a quien sea, por la demasiado evidente desaparición de la mojigatería carnal, aunque Randle, al comentar la Provincial sobre la Castidad, quizás la mejor, sigue desconfiando: “Después de todo esto (el destape post conciliar), rasquen aquí o allá en el bando tradicionalista (y en el progresista también) y se encontrará una y otra vez con esos sacerdotes que han falsificado su celibato, de moralistas que desconocen la recta concepción de la castidad y que transforman en una verdadera calamidad para sí y para los otros a fuerza de escrúpulos…” (593).
Las tres mosqueteras
Irene Caminos era bonita, de carácter, con la inteligencia aludida al comienzo de este tema y diez años menor. A los 27 años leyó un cuento La Mosca de Oro, y una monja del Colegio de la Virgen Niña hizo de Celestina: “Pero si es el Padre Tuerto que viene a darnos conferencias de Filosofía”, donde de acuerdo al reglamento las monjas se dormían. Ella lo piropea afirmando que “era un genio” y Castellani modestamente “muy pocos lo reconocen”. Dos horas y media de conversación lo preocupan “¿Y ahora qué le digo a mi Superior?” Irene lo mandó al muere: –“¡Diga la Verdad!”. La verdad es también que poco después entró de monja y aguantó cuatro años, a pesar, o a causa, del mal poema que le dedicó nuestro cura. Luego esta “larga y extraña asociación” (544) se mantuvo hasta después de la muerte.
Ya vimos las heridas que Castellani llevaba en su alma; durante estos enredos femeninos se habría dejado llevar por su vanidad, o “pequeñas vanidades” que le dieron calce “a ciertas mujeres que sabían cómo aprovecharse de ellas” (550). Puede ser, pero ¿no estábamos contra el jansenismo? El “ermitaño urbano” sin amigos, sin familia ni la Orden que lo apoye, solo contra el mundo, además de Dios necesitaba de sus criaturas, no pueden imputársele estas ermitañas poco pecaminosas.
La segunda era menos recatada y mucho más política: Alicia Eguren, petisa sexy y transgresora hasta en los trapos o su escasez, para esa época, se entiende, pues ahora pasaría por carmelita; universitaria y aliancista, no se perdía fragote y ambos se aprovecharon para escandalizar al minimundo católico y social, hasta llevarla a tomar un aperitivo a cierta confitería en boga. Enrique Díaz Araujo cuenta que amonestado por un amigo que veía las consecuencias, “él le contestó sobre el pucho, que si bien la Iglesia prohibía a los curas casarse, ¡no les prohibía tener novias!” (551). Una respuesta prefabricada, pues Castellani confiesa que no tenía salidas rápidas.
Nadie le perdonó el chiste y pronto le pasaron la boleta. No se la cuento para que compre el libro, salvo esta carta a Ramón Eguren: sus hijas “me buscaron como sacerdote y como sacerdote me porté con ellas” (Borrador, enero 1948) (667).
En 1977 Alicia, que además de valiente era temeraria, desatendió la advertencia de Fermín Chávez con el pretexto de que “ya estaba jugada” y que era muy “religiosa” (552). Pronto la chuparon y en la Mecánica de la Armada utilizaron su cuerpo y el de Rodolfo Walsh para atemorizar a un detenido. Randle no entiende lo de muy “religiosa”. Pero si fue novia de Castellani debió sin duda poseer esta virtud en grado casi heroico, amén de que los Montoneros tienen objetivamente un buen porcentaje nacional-católico.
La tercera en discordia es conocida sólo por confesión escrita de Castellani. Aquí Don Sebastián no está a la altura de sus antecedentes, nos birla nada menos que la tercera mujer, y una mujer a lo Magdalena, cae en la tentación de “maquillarlo un poco” (430) a nuestro cura de modo que interpreta alegórica o simbólicamente el consuelo que recibió en esos días de una prostituta: se trataría de una “alusión figurada a la Pseudoiglesia” (677). No lo creo así: los textos citados de La Muerte de Martín Fierro se refieren a una mujer real, una “pobre compatriota”, casi una nacionalista, que se había hecho amiga, tratado con amabilidad y recibido un día en su casa sin vida sexual alguna, cómo él mismo dice. Las alegorizaciones de Randle no coordinan con los textos citados cf. cita 692 y este que agrego entre otros de La Muerte del M. Fierro:
La mujer siempre consuela
Cuando nos ve en un aprieto –
No violo ningún secreto
Quizá gozarla podía-,
Pero me quedé quieto
Cual si fuese hermana mía …
“Y me acompañó hasta el bus
la pobre mujer ramera”. (Canto Cuarto)
Todos sabemos que Nuestro Señor aceptaba vincularse con prostitutas y mujeres en general, le fue ello reprochado públicamente en esa época y ahora con mayor malignidad si nos tomamos el trabajo en leer los textos judíos, los de los diversos exégetas o los del psicoanalistas de la esquina, quienes por cierto no aceptan los relatos canónicos. Es un modelo y un riesgo evangélico de la imitación de Cristo que cada sacerdote enfrentará a su modo. Intencionadamente Castellani lo hizo de modo incómodo para nuestro fariseísmo y además lo plasmó con agresiva ironía en el momento más incorrecto.
¿Castidad sacerdotal?
Lo cierto es que lleva sus tesis hasta el fin del mundo y la interpretación del famoso texto donde San Pablo afirma que los herejes de los últimos tiempos prohibirán el matrimonio; el apóstol no se referiría a la mera incitación a la sensualidad, se trataría de “hacer de la repulsa del matrimonio un signo de santidad, tenerse por superiores o dignos de ser mantenidos gratis por el hecho de no estar casados y rastrillar innumerables niños hacia el camino del celibato, cuando aun no tienen libertad y de un modo que prácticamente les merma a la mayoría la libertad para elegir “in Leticia” (sic) el propio estado” (Diario, 04 II 47) (658, cf. 672). Puede ser que a la larga está exégesis resulte verdadera. Por ahora no parece, si bien los herejes de estos últimos tiempos ya han hecho casi desaparecer el matrimonio, actúan por otros motivos: 1) impedir que esa institución fascista del imperio romano genocida restrinja el poder estatal, 2) controlar el crecimiento de la población.
A pesar de tanto destape y tercermundismo, la Castidad sacerdotal sigue en el candelero y Castellani no la objeta en cuanto tal (716), aunque pidió la dispensa en un momento de su disputa, porque no quería quedar a medio camino y para desenmascarar las arbitrariedades de Roma “con ese modo un poco suicida de él”, “adelantándose a las superficiales impugnaciones de los progresistas” …“Y aún hoy, por ejemplo, dice Randle, cuando de celibato se trata, en Roma no se explica nada, no se razona nada, y – sobre todo – no se desea que se menee la cuestión. Desde luego, nada más provocativo para la inteligencia de nuestro hombre, el Castellani que nos conocemos, aplicando todo su talento a fundar, razonar y distinguir en una cuestión tan vital”. Su cuarta “provincial”, dedicada al tema, causó “gran escándalo en la Compañía de Janssens, así también, ¡hoy día! en Roma -y en los sectores más conservadores del clero católico- no se quiere que se roce siquiera ese tema. Así andamos” (716).
La contrarreforma convirtió la castidad “en una especie de absoluto” un carisma “que tiene por sí sólo un poder santificador y perfeccionador de la natura humana: lo cual es un error en teología”. Por eso Castellani “publicó una parte muy pequeña de sus ideas sobre el particular” (716) y agrega ejemplos, el Vaticano “en suma me parece que ha dejado de lado la obvia observación de San Pablo ‘mejor es casarse que quemarse’… Creo que hay ‘un punto en que la virginidad voluntaria es perfección cuando conduce a la contemplación’, como dice Sto. Tomás: que el celibato elegido razonablemente por hombres que lo puedan llevar buena y decentemente, es ofrenda agradable a Dios. Pero no puedo creer que la Iglesia pueda exigir martirios, torturas y horrores esgrimiendo un ‘consejo’ de Cristo; y mucho menos producir ‘degeneraciones’. El primer mandato es la caridad y la humanidad, motivo por el cual el consejo ha de someterse al mandato. Hoy el tema está que arde, muchos se van a incendiar, no necesito decírselo, y no por culpa de Castellani ni de Sebastián Randle.
Se va la segunda
Después de leer este libro excepcional Ud. también opinará como yo que Randle tendrá que seguir con su cruz y redactar el segundo tomo, pues
1) La cruz no se cambia a la mitad del río… sobre todo si no hay otro Cristo, con el valor agregado de todo el inmenso trabajo que él mismo detalla, por si fuera necesario, en p. 111, amén de haber tenido a su disposición el diario de Castellani no destinado a su publicación, cartas y borradores o apuntes etc., inaccesibles al castellanista medio.
2) Ya con las primeras novecientas páginas se ha agenciado todos los enemigos indispensables para hacer una obra de bien y no es cuestión de desperdiciarlos. Él mismo lo dice al irrumpir en la superinterna cultural religiosa con una lista sin duda optimista: “obispos, laicos, jesuitas, militares, historiadores de todo color y lomo: progresistas, liberales, nacionalistas, tradicionalistas, lo mismo da” (557). Y agrega “Y ahora, quizá con lo escrito en este capítulo, habrá que añadir la inquina de los “castellanistas”… “se ha pedido públicamente su canonización, se han enterrado deliberadamente papeles comprometedores, historia difíciles de explicar, situaciones delicadas y se ha intentado “congelar” a Castellani en un molde que convenga a lo que ellos creen, tratando de “usar” al pobre cura para llevar agua a su molino” (557). Queda abierto el libro de quejas y agresiones, no solamente para este párrafo.
Entre tanto este primer tomo lo termina de atar a la noria, porque difícilmente algún otro mortal esté en mejores condiciones como para adentrarse sistemáticamente en Castellani de quien afirma que nadie en la modernidad escribió como él tantos “libros geniales. Las comparaciones son antipáticas, pero desafío a quien quiera que me traiga un ejemplo de autor contemporáneo que haya tratado con tanta solvencia tantos temas, tan bien encarados” por si fuera poco todo eso aplicado a la exégesis y a la pregunta envenenada: Cristo ¿Vuelve o vuelve? (307/8).
3) Para semejante obra se necesita un elemento unificador, amén de la inteligencia: “Nadie aprende filosofía si un problema vital no se le pone en forma abstracta. Podrá aprenderla de memoria, pero eso no es filosofar” (cita de Castellani, p. 119), y otro tanto ocurre con Randle en la redacción de un libro vigoroso y lleno de encanto. Su esfuerzo no es casual, porque, como se ha dicho hace unos miles de años, el carácter es el destino, y tanto el carácter como la forma mentis lo predisponían afectuosa e inteligentemente para adentrarse en la vida y la obra de su héroe.
4) Por si algo faltara tiene 13 hijos y trabaja en el poder judicial, el hombre ya está crucificado y bien entrenado para soportar un clavo más. El único elemento placentero en esta serie de torturas es haberse refugiado en una sola mujer. Alguien dijo que las tareas urgentes deben ser encomendadas a hombres muy ocupados, pues ellos son los probadamente más aptos para realizarlas.
5) Castellani escribía de todo, pero publicaba sólo lo rigurosamente seleccionado con gran tino “sobre todo si se tiene en cuenta que quiso publicar más o menos la mitad de sus escritos. Cuando uno lee sus papeles privados, se siente inmerso en un mundo de tinieblas, de pesadillas, de tormentas y conoce entonces al Castellani maldito…A mí me pasa que cuando leo sus diarios termino preguntándome para qué diablos quiero escribir una biografía de un tipo tan atormentado… Cuando releo alguno de sus libros, me vuelve el entusiasmo, las ganas de divulgarlos a los cuatro vientos” aunque le quede grande (174). Es como confesar que va escribir la segunda parte, donde precisamente se dará el gusto de profundizar este Castellani más afín con don Sebastián Randle… aunque para mí que él también debe tener algo de maldito, sino no se hubiera entusiasmado con lo hecho hasta ahora, y hasta a veces le parece más “interesante” el Castellani maldito tentado por el suicidio (396).
6) Ahora que, según dicen los más interesados, el infierno no existe o está vacío, Randle hasta oficialmente tiene piedra libre para buscar y expresar la verdad. Quien teme irse al infierno en estos casos no ama la verdad, decía Disandro en La Plata alrededor de 1960, y en esos buenos tiempos, aquí existía hasta el pecado.
Para colmo Randle es de los perros eclesiales discriminados, no está dispuesto a aceptar ni la censura. “como se verá por este libro que yo, por lo menos, no pienso ni por un momento dejar a merced de censores ignorantes, heterodoxos, o, más sencillamente bobalicones”; por si necesitara justificación nos cuenta esta anécdota de primera: Gilson le preguntó a Montini qué tesis objetaba del libro de Chenu, que le contestó “en impecable francés: “Es propio de la autoridad no justificarse”. “No es de extrañar que después, durante el reinado de Paulo VI de triste memoria – se derrumbó el sistema de censuras, en particular para los Chenu, no para nosotros los perros que decía Maridan” (184). Tiene pues le ‘psychique du rôle’.
7) En el comentario a este capítulo se pregunta si Castellani, a los mismos 45 años que los de nuestro autor, hubiera reculado al conocer lo que le esperaba…como Castellani por su desafío intelectual. “Y luego, después de pasar por allí te das cuenta de que no podía ser de otra manera y que todo contribuye al bien de los que aman a Dios. (Y yo a mis 45, que no sé lo que me espera, ¿recularía ahora? ¿Y cómo saberlo?)” (599).
Pues siguiendo el consejo de aquel connacional: “No se achique, Randle -me decía el cónsul en Génova- no se achique, acuérdese que somos argentinos” (685).
Octavio A. Sequeiros