Díaz Araujo, Enrique. Aquello que se llamó la Argentina. Cuadernos de Historia no oficial. Mendoza, Ed. El Testigo, 2002, 159 pp.
Por Octavio A. Sequeiros
No hace falta presentar al autor, uno de pocos, pero notable y fecundo heredero del “revisionismo histórico” católico con especial influencia de los hermanos Irazusta. Esto basta para aclarar los principios de su ensayo, principios sin los cuales es absolutamente insensato leer o analizar una obra de historia, porque se trata de un ensayo histórico centrado en el saqueo de nuestro país, gracias al endeudamiento usurario sistemático, al desequilibrio de la balanza comercial, al monopolio extranjero de nuestras industrias, a la falsa inversión de capitales y todos los etcéteras que todos vivimos a diario. Un pantallazo de este tipo muestra la constante clave, el ADN de la Argentina posterior a Caseros y además tiene la originalidad de:
a) ejemplificar los datos y cuadros económicos con nuestros mejores poetas y escritores, por ej. Cuando Anzoátegui honra así a Irigoyen
Ante Ud., don Hipólito, yo me saco el sombrero
y le llamo señor
por eso que tenía de taita y mazorquero,
y hasta se dijo que era hijo del Dictador.
Mientras la oligarquía andaba de cuatro patas
pordioseando una libra y empeñando el laurel,
Ud iba llenando los atrios de alpargatas
y enseñando a los hombres a cumplir su papel.
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b) Presentar los condicionamientos culturales, políticos y religiosos de este saqueo, especialmente el racismo desenfrenado y el asco constante a la cultura cristiana y española, exactamente como el llamado postmodernismo. “Necesitamos transformar esta América en América inglesa” dijo en 1881 Dardo Rocha, siguiendo un criterio constante hasta hoy, y la convicción de Sarmiento “Somos una raza bastarda que no ocupa sino embaraza la tierra” (p. 49), que seguimos compartiendo y no sólo con la aristocracia de la city porteña.
c) Todo ello utilizando especialmente autores ingleses o norteamericanos, como para que no se diga que todo es invento del nacionalismo extremista, intolerante, medieval y todos los adjetivos de los saqueadores.
Como ejemplo de la desmitologización de los criterios impuestos por “los que mandan”, o sea en primer término los ortodoxos monetaristas, vaya esta cita sobre el tan vituperado “desequilibrio fiscal” prevaleciente entre 1846 y 1944, o sea que el famoso crecimiento argentino se realizó “Gracias a que (sus mentores) no se ajustaron a una ‘disciplina presupuestaria’, con los gastos del sector público dinamizaron el conjunto de la economía. Ese es un descubrimiento que ha asentado hace unas décadas el Dr. Marcelo R. Lascano y sigue sin serle reconocido como se debe” (p. 66).
Otro: al analizar, después de Caseros y Pavón, el predominio de Buenos Aires sobre las provincias, motivado por causas muy variadas, Díaz Araujo rescata una muy de actualidad y por ello olvidada: “Fue la superioridad del estado libre bonaerense sobre la Confederación. El Banco de la Provincia de B.A. con la emisión de su papel moneda dinamizó el desarrollo de la pampa húmeda, que con la alta renta fundiaria admitió una tributación fuerte que financió holgadamente a su Estado; mientras la Confederación, presa del pasatismo de la acuñación metálica, incurría en su déficit presupuestario incancelable. Tal como lo investigara James Scobie, antes que los puesto generados por la Aduana del Puerto…fue el emisionismo el gran factor desequilibrante” (p. 39). Hoy, agreguemos, se nos exige liquidar ya este banco para evitar esos malos recuerdos, implícitos en los vituperados patacones que son una mínima expresión del acierto mencionado por el autor. Las consideraciones sobre la actualidad son proyecciones de este historial: más de lo mismo, y por eso, las consideraciones finales no desarrollan un final feliz sino la desaparición de “lo que se llamó la Argentina” transformada en cambalache, aunque siempre se pueda recomenzar, si hay decisión para elegir los medios sin evadirnos con las interpretaciones escapistas mencionadas, ej. p. 131.
Para un joven –hice la prueba con varios de ellos– el libro resulta por demás atrayente y también un generador de disputas interminables. A partir de ello vaya una sugerencia para la reedición: aún los gráficos más claros como el de la batalla del petróleo frondizista (p. 106 ss.), deben tener un comentario específico; idem la relación entre el peso fuerte, la libra y el oro sellado en el siglo pasado y la acumulación de datos consabidos, pero no para todos, en los últimos decenios, donde el afán de síntesis debe compensarse con unas pocas páginas de ampliación. En mi caso he podido aprovecharlas porque acumulé algunas lecturas como el libro de Alejandro Olmos sobre la deuda y las profundizaciones que el Licenciado Giuliano, el Tnte. Coronel Santiago Alonso, el propio Arzobispo y otros, realizaron en La Plata los últimos años, pero la instalación del tema en “la opinión pública” no supone sino un conocimiento superficial del mismo, incluso entre “los nuestros” según compruebo a diario. Estos retoques acercarán su estilo y su contundencia a las mejores páginas de Scalabrini Ortiz por su maestría para exponer los más difíciles problemas económicos en relación a los intereses nacionales con extrema sencillez, convirtiéndose en un medio superior de combate espiritual.
No creo que haya hoy un diagnóstico tan sintético, ameno y realista de nuestro sistema político-económico, o sea del “régimen falaz descreído”, para usar la terminología del partido radical, originariamente rosista y patriota. Libro indispensable para las jóvenes generaciones a quienes la pedagogía gramsciana, monopólica, promotora del vaciamiento nacional y el sometimiento, mantiene en la indispensable ignorancia y la consecuente degradación.
Octavio A. Sequeiros