Profecías de Don Bosco, Don Orione y el Padre Pío para la Argentina
El presente artículo es fruto de una conferencia dictada en el año 2011, en Bellavista, Buenos Aires, Argentina.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Introducción
Dios ha hablado de mil modos a los hombres y cada tanto sigue hablando, no a partir de la doble Revelación (Sagrada Tradición y Sagradas Escrituras) sino a través de simples mortales a quienes ha querido comunicarse.
En nuestro país no ha habido grandes profetas estrictamente hablando, pero sí han existido algunos hombres que profetizaron sobre la Argentina, en especial en los últimos 150 años: Don Bosco, Don Orione y el Padre Pío.
Aquí recorreremos algunos de sus dichos para tratar de sacar un poco de luz al porvenir de nuestra Patria.
Antes de comenzar con sus dichos, digamos dos palabras sobre la revelación y la profecía.
1. Profecía y revelación privada[1]
La palabra profeta corresponde al término griego profétes cuyo significado técnico-etimológico es «el que habla en nombre de otro». En las SS.EE. se presenta la profecía como una acción sobrenatural por la cual Dios comunica al profeta (escogido sobrenaturalmente) ciertas luces o conocimientos, con misión de transmitirlos a otros hombres: «Yo suscitaré de entre tus hermanos un profeta como tú y él les comunicará todo cuanto yo le mande» (Dt 18,18).
a) En primer lugar, se considera profecía toda palabra formulada bajo influjo de una acción divina, como exhortaciones morales, interpretación de la Escritura, etc. Es el carisma de la profecía del cual habla S. Pablo (1 Cor 12,10.28; Rom 12,6; etc.).
b) También se designa profecía al conocimiento sobrenatural de sucesos actuales o pasados, o misterios divinos, que no pueden ser conocidos naturalmente por la razón
c) En tercer lugar, se llama profecía a un conocimiento de sucesos futuros, naturalmente imprevisibles, recibido sobrenaturalmente y comunicado a otros con certeza infalible. Así Isaías profetiza que Jerusalén sería libre del ataque del potente Senaquerib (2 Reg 19,20-36); el profeta Ajías anuncia a Jeroboán el cisma de Israel (2 Reg 11,31), etc. Esta tercera acepción restringe la noción de profecía al anuncio de eventos futuros contingentes, y es el sentido que los Padres de la Iglesia y el Magisterio han asumido en su uso habitual; de él fundamentalmente nos ocuparemos aquí.
2. Esencia
La profecía principalmente y en primer lugar consiste en un conocimiento recibido de Dios. Los profetas hablan para manifestar los juicios de Dios, para dar a conocer su voluntad de misericordia y de justicia. Este conocimiento se recibe para la edificación de los demás: «qui autem prophetat, ecclesiam Dei aedificat» (1 Cor 14,3).
El conocimiento de la profecía es recibido por una luz sobrenatural: lumen propheticum. Dios a través de una ilustración profética graba en la mente de los profetas las verdades que quiere enseñar a los demás hombres. Prueba de ello es el uso reiterado de las expresiones «locutus est Dominus», «factum est verbum Domini», etc., con la que comienzan los profetas sus dicciones.
Siendo la luz divina el principio del conocimiento profético, éste se puede extender a toda verdad, si bien en cada momento se refiere a aquel juicio concreto que Dios quiere revelarle.
3. Cumplimiento de la profecía
Recibiendo el profeta la enseñanza del mismo Dios, no puede caber error en sus profecías. Este punto exige un estudio particular de las profecías de futuros contingentes. Los futuros contingentes pueden ser considerados en sí mismos o en sus causas. A veces la revelación profética da a conocer al profeta el futuro contingente en sí mismo, y en este caso lo anunciado sucede infaliblemente; es el caso de la profecía de Is 7,14: «Ecce virgo concipiet». Otras veces Dios manifiesta al profeta el orden de las causas a sus efectos, y entonces los hechos pueden suceder de modo distinto a como están profetizados si -tras la actuación del profeta- varían esas causas; pero en este caso no hay error, ya que el sentido de la profecía es que el mantenimiento de las causas llevará a que se cumpla lo anunciado; así se ha de entender la profecía de Jonás respecto a Nínive: dado que Nínive se arrepintió, no vino el efecto anunciado por Jonás.
4. La revelación privada
Entre los modos en que Dios se revela a los hombres, podemos ver:
a) La revelación pública u oficial de la Iglesia está en los libros del A. y N. T. La Biblia guarda toda la historia desde el primer día del Génesis hasta el último del Juicio Final, centrando esa sucesión en la venida de Cristo que da sentido a toda la historia y la vuelve una historia de la salvación, historia cuyos hitos finales son la aparición del Anticristo y la 2ª venida en gloria de s.j.c.
b) La revelación privada es la que la Providencia concede a ciertas almas privilegiadas por medio de apariciones, éxtasis, locuciones, etc. confirmándolas en los conocimientos de la fe o concediéndoles profecías que complementan las de la S.Escritura.
5. ¿Cuáles son las reglas para verificar la certeza de una revelación privada?
Las ha dado una declaración del papa Urbano VIII, por las que la Iglesia usa de una extrema prudencia ya que “aún ella no se presenta garante, incluso en caso de la verdad del hecho; simplemente no impide creer las cosas a las cuales no le faltan motivos de fe humana”.
El 9 de mayo de 1877, decía un Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos:
“Esas apariciones o revelaciones no han sido aprobadas ni condenadas por la Santa Sede, la cual ha permitido simplemente que se las crea con fe puramente humana en las tradiciones que las relatan, corroboradas por testimonios y monumentos dignos de fe. Quien sostiene esta doctrina está seguro. Porque el culto que tiene por objeto alguna de esas apariciones en tanto que concierna al hecho mismo, es decir, en tanto que es relativo, implica siempre como condición la verdad del hecho; en tanto que absoluto, jamás puede apoyarse si no es sobre la verdad, visto que se dirige a la persona misma de los santos que quiere honrar. Es preciso decir lo mismo en cuanto a las reliquias”.
El contenido de las revelaciones privadas suele consistir en enseñanzas o advertencias de carácter personal, pero muchas veces el mensaje tiene trascendencia mayor para la comunidad, la marcha del mundo o de la iglesia o tiene un carácter universal.
6. Pruebas de su autenticidad
Veamos cómo podría probarse su autenticidad:
1) Antes que nada si no contradicen las SS.EE., inscribiéndose dentro de Ellas, y facilitando la inteligencia de la fe, como si las ampliasen por el anuncio de circunstancias particulares.
2) Las profecías privadas están sometidas a las de la Revelación pública, o sea, a las de los profetas de la S.E., como dice San Pablo: “Los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas, pues Dios no es Dios de desorden, sino de Paz” (I Cor, 14, 32). Ergo si dicen algo contrario, no son verdaderas.
El sometimiento del vidente o profeta a la jerarquía eclesiástica es un medio para reconocer la autenticidad de la profecía.
3) Existe una relación entre las revelaciones públicas y privadas:
a) Las revelaciones públicas están canónicamente reglamentadas por medio de: sacramentos, dogmas, artículos de fe, disciplina, derecho canónico, jerarquía, etc.. Sus ministros comprenden toda la jerarquía del clero y son ministros de lo
b) Las revelaciones privadas son fruto de éxtasis, visiones, locuciones, carismas de almas contemplativas víctimas o no, que son ellas mismas (taumaturgos, profetas, videntes) con mayor o menor dimensión del don, ministros de lo extraordinario.
4) Existe una cautela natural de los ministros de lo ordinario hacia los de lo extraordinario, que puede traducirse en desconfianza de los primeros respecto de los segundos. Siendo auténtica la profecía, no son órdenes opuestos, sino complementarios, pero con prioridad de lo ordinario sobre lo extraordinario; el obispo tiene precedencia para juzgar y actuar. El verdadero místico conoce y acepta esa prioridad y se somete.
5) Lo ordinario no basta, porque de hecho ha habido siempre profecías en la Iglesia, además de las S.E. Si lo ordinario bastase, Dios no dispensaría lo extraordinario. Siempre han existido la Ley y los Profetas.
San Mateo 23, 34: Os envío profetas, sabios y escribas: a unos mataréis y crucificaréis, a otros azotaréis en vuestras sinagogas…
Hechos 2, 16-21: Sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré de mi espíritu sobre toda carne; profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos verán sueños. Hasta sobre mis esclavos y sobre mis esclavas derramaré de mi espíritu en aquellos días y profetizarán.
San Pablo: I Corintios, 12, 10: (hablando de los dones que otorga el Espíritu para el bien común) a uno sabiduría, a otro, ciencia, a otros dones de curación…, a otro… milagros, a otro profecía, a otro discreción de espíritus, a otro variedad de lenguas, a otro interpretación de lenguas.
6) El obispo debe ordenar la investigación y abrir una encuesta canónica; si así lo hace, Dios le da lumbres, porque debe dárselas. La Iglesia es muy prudente, nunca emite juicios apresurados, pero no se debe dejar el asunto correr in aeternum.
7) Suele haber predicción de acontecimientos, pero sin día ni hora, eso es patrimonio del Señor, pero no hay determinismo ineluctable, ya que si el hombre se arrepiente de sus faltas y hace penitencia, posterga o evita el castigo anunciado con su libertad para obrar el bien; Dios da signos precursores porque su amor es paciente, de modo que el no cumplimiento de la profecía en estos casos no es signo de falsedad.
8) Las profecías privadas ayudan a conocer los objetivos del gobierno divino en la historia.
9) Las profecías privadas se rigen por una ‘dialéctica’ cuyos principios aparentemente contrapuestos enunció San Pablo:
a) I Tesalonicenses 5, 19-22: Prophetias nolite spernere (No despreciéis las profecías).
b) Probate omnem spiritum (Probar todo espíritu), es decir, examinar, compulsar y retener sólo lo que es bueno.
10) Hay profecías verdaderas y falsas; las falsas vienen del demonio.
11) Las profecías verdaderas se distinguen porque el profeta usa de la analogía y de las reglas de la fe. Si es verdadera es homogénea y coherente, no sólo con la fe, sino con las profecías precedentes y consecuentes. No se contradice en sí misma ni con otras.
12) La profecía privada debe abstenerse de toda apariencia de mal (superficialidad, inmoralidad, contradicciones, espectacularidad, sarcasmo, falsa piedad, nostalgia amarga del cielo, desesperanza, declaraciones antidogmáticas, etc.).
13) Las profecías privadas, pese a su origen sobrenatural, no son de fe divina, sino de fe humana; es razonable creer en ellas, pero no se impone su creencia; es atendible y conveniente creer en ellas y no se puede prohibir creer en ellas.
14) Las profecías privadas tienen un margen de deformación cuando más se aproximan los plazos de su cumplimiento, pero esto no las hace falsas e incumplibles; cuenta tanto la ignorancia como la libertad del hombre.
15) En una profecía verdadera puede haber deformaciones y hasta falsedades que provienen de la imaginación del vidente o del escribiente que las redacta o de interferencias demoníacas.
16) La beatificación o canonización del vidente por sus virtudes heroicas o sus milagros, no significa la aprobación canónica de sus dichos proféticos, aunque éstos se registren en las actas de la beatificación o canonización.
Pero veamos algunos casos específicos para la Argentina.
2. DON BOSCO Y EL SUEÑO SOBRE LA ARGENTINA[2]
He aquí el sueño que decidió a don Bosco a iniciar el apostolado misionero en la Patagonia. Lo contó por vez primera a Pío IX en el mes de marzo de 1876. Después repitió el relato del mismo a algunos salesianos en privado:
Me pareció encontrarme en una región salvaje y por completo desconocida. Era una inmensa llanura completamente inculta, en la que no se descubrían montes ni colinas. En sus lejanísimos confines se perfilaban escabrosas montañas. Vi en ella una turba de hombres que la recorrían. Estaban casi desnudos, eran de altura y estatura extraordinarias, de aspecto feroz, cabellos largos e hirsutos, color bronceado y negruzco e iban vestidos con amplios mantos de pieles de animales que les caían por las espaldas. Usaban como armas una especie de lanza larga y la honda (el lazo).
Estas turbas de hombres, esparcidos por acá y acullá, ofrecían a los ojos del espectador escenas diversas; unos corrían detrás de las fieras para darles caza; otros llevaban clavados en las puntas de sus lanzas trozos de carne ensangrentada. Por una parte, unos luchaban entre sí, otros peleaban con soldados vestidos a la europea, y quedaba el terreno cubierto de cadáveres. Yo temblaba al contemplar semejante espectáculo, y he aquí que aparecieron en los límites de la llanura numerosos personajes, en los cuales reconocía, por sus ropas y su manera de obrar, a los misioneros de varias Ordenes. Estos se aproximaban para predicar a aquellos bárbaros la religión de Jesucristo. Los observé atentamente, mas no reconocí a ninguno. Se mezclaron con los salvajes, pero ellos, apenas los veían, se les echaban encima con furor diabólico y alegría infernal, los mataban y con saña feroz los descuartizaban, los cortaban a pedazos y colocaban trozos de sus carnes en la punta de sus largas picas. Luego se repetían las luchas entre ellos y con los pueblos vecinos.
Después de observar las horribles matanzas, me dije:
– Cómo convertir a esta gente tan salvaje?
Vi entretanto en lontananza un grupo de otros misioneros que se acercaban a los salvajes con rostro alegre, precedidos de un pelotón de muchachos.
Yo temblaba pensando:
– Vienen para hacerse matar.
Y me acerqué a ellos; eran clérigos y sacerdotes. Los miré atentamente y vi que eran nuestros salesianos. Los primeros me eran conocidos y, si bien no pude conocer personalmente a otros muchos que les seguían, me di cuenta de que eran también misioneros salesianos, precisamente de los nuestros.
– Pero ¿cómo es esto?, exclamé.
Estaba decidido a no dejarlos avanzar y me dispuse a detenerlos. Esperaba que de un momento a otro corrieran la misma suerte que los anteriores. Quise hacerles volver atrás, cuando noté que su aparición había provocado la alegría en aquellas turbas de bárbaros, los cuales bajaron las armas, cambiaron su ferocidad y recibieron a nuestros misioneros con las mayores muestras de cortesía.
Maravillado de ello, me decía a mí mismo:
– ¡Ya veremos cómo termina esto!
Y vi que nuestros misioneros avanzaban hacia las hordas de salvajes; les hablaban, y ellos escuchaban atentamente su voz; les enseñaban, y aprendían prontamente; les amonestaban, y ellos aceptaban y ponían en práctica sus avisos.
Seguí observando y me di cuenta de que los misioneros rezaban el santo Rosario, mientras los salvajes corrían por todas partes, les abrían paso y contestaban con gusto a aquella plegaria.
Los Salesianos se colocaron en el centro de la muchedumbre, que les rodeó, y se arrodillaron. Los salvajes echaron las armas a los pies de los misioneros y también se arrodillaron. Y he aquí que uno de los salesianos entonó el canto “Cantad a María”; y aquellas turbas, todos a una voz, continuaron el canto tan al unísono y en tono tal, que yo, casi espantado, me desperté.
“El sueño, pues, tuvo lugar hacia el 1872. Al principio, don Bosco creyó que se trataba de los pueblos de Etiopía, después pensó en los alrededores de Hong-Kong y en los habitantes de Australia y de las Indias; sólo en el 1874, cuando recibió las más apremiantes invitaciones para enviar a los salesianos a Argentina, comprendió claramente que los salvajes que había visto en el sueño eran los indígenas de la inmensa región, entonces casi desconocida de la Patagonia”, dice su biógrafo Don Lemoyne.
3. DON ORIONE Y SUS PROFECÍAS SOBRE LA ARGENTINA[3]
a. El modo sencillo en que Don Orione profetizaba:
Lejos de pomposas disquisiciones e introducciones, Don Orione predecía el futuro casi jugando; no lo hacía con la típica fórmula de algunos de los profetas del antiguo testamento, que comenzaban con un largo preámbulo, al estilo de Isaías: “Visión que Isaías, hijo de Amós, vio tocante a Judá y Jerusalén en tiempo de Ozías, Jotam, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá. Oíd, cielos, escucha, tierra, que habla Yahveh” (Isaías 1,1-2)”.
Como por ejemplo, cuando profetiza algunas defunciones, vocaciones o el desuso de la sotana…
“Reunía a sus seminaristas y les decía: ‘Prepárense a bien morir, porque dentro de una semana va a morir uno de ustedes’. ¡Y moría! Casos como éste se repitieron en varias oportunidades. Y, como toda regla tiene su excepción, en una ocasión creyeron los seminaristas que esa vez Don Orione había fallado en su predicción (como cuenta el Padre Mario Brinchi): ‘Prepárense porque el miércoles va a morir uno de ustedes (dijo Don Orione). Llegó el miércoles, ningún enfermo. Es la hora de la cena: todos sanitos. Se rezaron las oraciones de la noche. Y nada. ‘Esta vez falló Don Orione’, se dijo. Pero no falló. A eso de las 22 un síncope… y ‘sobretodo de madera para otro’.
Otras veces le hablaba a uno solo; por ejemplo, a fines de abril de fuimos al Cottolengo de Avellaneda. Don Orione se puso a repartir caramelos a los nenitos. Estos, a medida que iban recibiendo, decían: ‘Gracias, padre, como las hermanas les habían enseñado. Don Orione le pasó a un seminarista el paquete de caramelos, y se puso a repartirlo. Las inocentes criaturitas le decían al seminarista: ‘Gracias, padre; gracias, padre. Y Don Orione, con una sonrisa que iba de oreja a oreja, le dijo: ‘Yo creí que tenías que esperar 7 u 8 años para ser sacerdote; pero veo que éstos te han hecho sacerdote ya’. Y, efectivamente, en Cristo Rey de 1943, tras haber sido dispensado del trienio de práctica, fue ordenado sacerdote en Roma, al terminar el tercer año de teología.
Ese mismo seminarista, a mediados de 1936, siendo joven y lleno de fervor, quería vestir la sotana. Se la pidió tímidamente a Don Orione y él respondió: “¡La sotana!… ¡Y pensar que llegará un día en que los sacerdotes no querrán usar la sotana!’.
b. Cottolengo de Claypole
Una de las obras más importantes que Don Orione realizó en la Argentina se trata del famosísimo “Cottolengo de Claypole”, un hogar para discapacitados que alberga no sólo a los más indeseables a los ojos del mundo, sino que viene sirviendo de “pararrayos” de la misericordia divina.
Respecto de su fundación, dijo el santo:
“Además de la casa central de Claypole, por bondad divina, surgirá en las barriadas populosas de los arrabales de Buenos Aires, una serie de filiales del Pequeño Cottolengo argentino que formarán el Cinturón de la Caridad, cuya misión, además de la caridad, será la de mantener vivo el fuego de la fe cristiana”.
“¿El Cottolengo de Buenos Aires?… Ya lo he visto… Tendrá una iglesia muy grande ¡muy grande!… Pero yo ya no existiré. Yo pienso, sin embargo, en los cientos y miles de pobres que vendrán a ocupar el Cottolengo… Ya los veo en las salas, en los corredores, en la Iglesia, rezando por nuestros bienhechores, y siento por eso tal y tan íntimo gozo y alegría, que veo la necesidad de participarlo también a vosotros, y dar gracias a Dios.
“Yo pasaré, vosotros pasaréis… pero el Cottolengo quedará, y, más allá de nosotros, se elevará, grande y será obra de Dios. Cuando Dios me llame, ya sé lo que tendré que decirle, al pedirle perdón por mis pecados: presentaré al Señor a todos estos pobrecitos y suplicaré misericordia por el bien que a ellos se les ha hecho y vosotros lo haréis de la misma manera”.
c. Quema de las iglesias y Argentina bajo el comunismo[4]
Pero no todas las profecías fueron sobre cosas buenas; conocidísimas son las que se refieren a la quema de iglesias sufridas en el año 1955 bajo el gobierno de Perón; así lo relata Moreno:
Habiendo llegado una noche de Italia un grupo de hermanas, fueron a la curia solicitando hospitalidad, la que les fue negada. Intervino en favor de ellas Don Orione, a quien acompañaba en esos momentos monseñor Maulión, y mirando con aire profético las paredes de la curia, exclamó: “Eh, le fiamme, le fiamme bruceranno anche la curia” (“¡Eh! ¡Las llamas, las llamas quemarán incluso la curia!”).
Durante una de las ceremonias del Congreso Eucarístico Internacional de 1934, estando Don Orione próximo a la gran Cruz de Palermo, le manifestó al doctor Gonella lo siguiente: Monseñor Copello (que estaba construyendo tantas iglesias), no moriría sin verlas quemadas, y que la Virgen de Luján, “appena, appena si salverebbe per il fervore popolare (“apenas se salvará por el fervor popular”)». Y ese mismo día Don Orione manifestó, en presencia del padre Tiburzio, que si los argentinos se descuidaban, dentro de veinte años iban a tener un presidente judío”.
“Al padre Enrique Contardi Don Orione le manifestó también que Buenos Aires ardería por los cuatro costados y que correría un río de sangre de Córdoba a Buenos Aíres (…) si la Virgen Santísima, de la cual los argentinos son muy devotos, no intercede”.
Lo del “río de sangre” pareció cumplirse en el llamado “Cordobazo”[5]. Lo otro, aún no.
d. Argentina bajo el comunismo y el judaísmo
El 25 de julio de 1936 dijo al P. José Zanocchi: «Ayer hablé con Don Orione desde las 20,30 a las 21,30. Me habló largo sobre el comunismo y me dijo que (…) Argentina, en especial algunos lugares, ardería en llamas; ha dicho que poco se salvaría; antes de que hubieran pasado 20 años (estamos en 1936, es decir, antes de 1956) el Comunismo tiranizará Argentina y vendría un día en que apenas podrán salvar la estatua milagrosa de la Virgen de Luján; que desde la Basílica de Luján hasta el último punto de la República Argentina toda la Argentina estará en llamas; y agregó: Lo lamento por vuestras hijas. [….] Me ha dicho que los argentinos son buenos de corazón, pero presuntuosos, pagados de sí mismo y flojos, incluido el clero”.
En aquella época, cuando todavía el “Estado de Israel” no existía, Argentina era el segundo país en el mundo con mayor población de judíos, al punto tal de que se habló de implantar el nuevo Israel en la Patagonia (el famoso “Plan Andinia”, como algunos le llamaron).
Entre otras cosas, dijo lo siguiente respecto del judaísmo:
«La obra de los judíos es de odio, y se vence con amor. Ellos dividen a los pueblos, para después dominarlos. El peligro judío es mayor que el socialista; pero también ellos están con los socialistas. El peligro judío es peor que el de Inglaterra. Si los argentinos no luchan, antes de diez años estarán dominados por los judíos. Casi todos los diarios están pagados por dinero judío, aun los católicos».
e. La restauración: el presidente católico y el santo obispo
El Padre P. Luis Smiriglio, escribía lo oído de Don Orione:
“Veo un pasado que cae… (el progresismo, probablemente).
Muchas veces repetía que habría “una gran confusión, una gran confusión, una gran confusión”.
«Las bases del viejo edificio social están minadas… Una terrible sacudida cambiará la faz del mundo… La corrupción y el mal moral son grandes, es verdad; pero sostengo, y creo firmemente, que el último en vencer será Dios, y Dios vencerá en una infinita misericordia… ¡Una gran época está por venir!… A este grandioso triunfo sin precedentes de la Iglesia de Cristo, nosotros, si bien somos insignificantes, debemos consagrarle toda nuestra vida (…). (Decía que) la Argentina se salvaría por su devoción a la Santísima Virgen, y que la salvación vendría en la víspera de una fiesta de la Virgen».
En otra oportunidad, daba mayores esperanzas para la Argentina:
«La salvación vendrá del centro de la República, y de tanta sangre que lavará tanta culpa, nacerá una flor: una Argentina cristiana y floreciente. La paz y la felicidad renacerán para una gran fiesta de la Santísima Virgen. Un gran civil católico gobernará el país brillantemente, mientras un obispo excelso regirá los espíritus santamente. Habrá paz y prosperidad por muchos años, pues el Señor se ha acordado de nuestro país desde aquella noche memorable del Congreso Eucarístico Internacional de 1934″.
f. Argentina: centro de Sudamérica y cuna de misioneros
Después se hará la luz. Tendremos un triunfo sin precedentes. Argentina será el centro del catolicismo en Sudamérica. De Argentina saldrán misioneros para las demás naciones sudamericanas.
Profecías resumidas sobre la Argentina
El 10 de diciembre de 1935, en un almuerzo, Don Orione predijo cosas tan tremendas, al punto tal que el padre Fantón, entre bromas y veras, le tomaba el pulso a Don Orione, y le decía: “¿Usted tiene fiebre? ¿Está delirando?”. Las calamidades predichas eran tres:
1. La quema de las iglesias
2. Devastaciones de ciudades
3. La sangre llegaría hasta el río en Buenos Aires, río de sangre en Córdoba
4. De la Basílica de Luján no quedaría piedra sobre piedra
5. La Argentina caería en manos del comunismo.
3. EL PADRE PÍO Y LA ARGENTINA
El Coronel Guevara, amigo de Mons. Adolfo Tortolo y fallecido en 2010, relata lo siguiente:
“En una oportunidad Mons. Tortolo le refirió que había ido a ver al padre Pío, San Pío de Pietrelcina. Ya lo había visitado con anterioridad, pero esa vez quiso ir a verlo por una consulta particular. Siendo arzobispo de Paraná, se le había ofrecido otra sede episcopal (Don Tito cree que era la de Buenos Aires, pero no recordaba precisamente…), pero él quería quedarse en Paraná por causa del seminario. Así le consultó al Padre Pío si debía quedarse en Paraná para poder continuar la obra del Seminario. El Padre Pío le respondió: “Quédese en su Seminario, pero sepa quecuando Ud. muera ese seminario será destruido, pero de él saldrá otro con mayores frutos”. “Tal es la profecía del P. Pío”, culmina Don Tito” Firmo: P. Tomás José Orell, IVE.
Del seminario de Paraná surgiría el seminario diocesano de San Rafael (hoy cerrado) y, al mismo tiempo, el del Verbo Encarnado, que tantos sacerdotes han dado a la Iglesia (hoy intervenido).
Conclusión
Concluyamos con lo que gustaba al Padre Meinvielle citar a su vez de Don Orione.
“Una gran época está por llegar. Veo a Jesús que vuelve. No es un fantasma, no. ¡El porvenir es de Cristo! (…)
“Esto sucederá por la misericordia del Señor, y por la celestial y maternal intercesión de María Santísima. Veo levantarse un monumento grandioso, no fundado sobre arena: una columna luminosa de caridad que se eleva fundada sobre la Verdad Revelada, sobre la Iglesia, sobre la piedra única, eterna, indestructible: «Petra autem erat Christus».
“A esta era, a este grandioso y nunca visto triunfo de la Iglesia de Cristo, nosotros, por pequeñísimos que seamos, debemos aportar la contribución de toda nuestra vida. En cuanto esté de nuestra parte, debemos prepararla, atraerla con la oración incesante, con la penitencia, con el sacrificio, y transfundiendo nuestra fe, nuestra alma, especialmente en las jóvenes generaciones, de modo singular en aquella juventud que es hija del pueblo y que más necesita de religión, de moralidad y de ser salvada.
“Que toda nuestra vida irradie un amor grande a Dios y amor al prójimo, especialmente a la juventud más pobre y mas abandonada, ¡y Dios estará con nosotros!”.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
[1] Voz “profecía y profetas”, Gran Enciclopedia Rialp, firmado por Miguel Ángel Tabet.
[2] Memorias biográficas, Don Lemoyne, tomo X.
[3] Hemos extractado algunos párrafos de Juan Carlos Moreno, Vida de Don Orione, Dictio, Buenos Aires 1980, espec. cap. XXXVII.
[4] Profecía dicha a Monseñor Maulión (versión recogida por el prefecto de los salesianos, de Boulogne. El texto pertenece al padre Miguel Tiburzio).
[5] Revuelta contra el gobierno de Onganía en Córdoba, el 29 de Mayo de 1969.