La HOMOSEXUALIDAD y los DEMONIOS – Diálogo de Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia
De las cuatro doctoras de la Iglesia sin lugar a dudas que una de las que más ha influido en la historia ha sido Santa Catalina de Siena, la terciaria dominica italiana que, con apenas 33 años de vida logró que el papado regresase de Avignon a Roma, luego del llamado «cisma de occidente».
Analfabeta, mística, profetisa, virgen y penitente, su vida es una de las tantas glorias de la Iglesia.
Hace años leímos sus obras completas y, una de las cosas que subrayamos, las queríamos compartir hoy aquí para que veamos cómo el pecado original ha siempre circundado a laicos y a «personas de Iglesia», mal que nos pese.
La obra completa puede descargarse AQUÍ
El extracto que citamos, AQUÍ
Santa Catalina de Siena, Obras. El Diálogo, BAC, Burgos 1996, 291-295.
En “El Diálogo”, Nuestro Señor Jesucristo habla con Santa Catalina y, al referirse a la pureza que algunos malos sacerdotes y religiosos no guardaban en su época (segunda mitad del siglo XIV) dice:
“¡Si al menos vuestra maldad estuviera oculta a los ojos de vuestros súbditos! Porque haciéndolo ocultamente me ofendéis y os hacéis daño, pero no se lo hacéis al prójimo, poniendo vuestra perversión ante sus ojos, siendo con vuestro ejemplo motivo y causa de que ellos no salgan de sus pecados, sino de que caigan en iguales o mayores pecados que los vuestros.
¿Es ésta la pureza que exijo a mis ministros cuando van al altar a celebrar? La pureza que llevan es ésta: se levantarán a maitines con su cuerpo corrompido, por haber estado en cama con el inmundo pecado mortal, y marcharán a celebrar en ese estado. ¡Oh tabernáculo del demonio! ¿Dónde está la vigilia nocturna con el solemne y devoto oficio? ¿Dónde está la continua y devota oración? En ese tiempo de la noche te debes preparar, para el ministerio que debes realizar por la mañana, por el conocimiento de ti, confesándote indigno de tan gran misterio y conociéndome a mí, que te he hecho digno de él por mi bondad, no por tus méritos; te he hecho mi ministro para que proveas a las demás criaturas.
124 [En los malos ministros reina el pecado «contra natura». Visión que tuvo el alma sobre esta materia.]
(Dijo Jesús a Santa Catalina de Siena)
A vosotros (los religiosos) y a ellos (los sacerdotes) os exijo tanta limpieza en este sacramento cuanta es posible al hombre en esta vida. En cuanto esté de vuestra parte, y de la de ellos, debéis procurarla sin cansancio (…). Si fuese posible que una naturaleza angélica se purificase para este misterio, sería necesario que lo hiciera de nuevo. No es posible, porque un ángel es puro, pues no puede caer en el veneno del pecado (impuro). Te indico esto para que veas cuánta pureza os exijo en este sacramento a vosotros y especialmente a ellos. Pero hacen lo contrario, porque van completamente sucios a este misterio; no sólo con la inmundicia y fragilidad a que naturalmente os halláis inclinados por vuestra débil naturaleza. Ellos, desgraciados, no sólo no dominan esta fragilidad, aunque la razón lo puede hacer cuando lo quiere el libre albedrío, sino que obran aún peor, porque cometen el maldito pecado que es contra la naturaleza (sodomía).
Como ciegos y tontos, ofuscada la luz de su entendimiento, no reconocen la pestilencia y miseria en que se encuentran, pues no sólo me es pestilente a mí, sino que ese pecado desagrada a los mismos demonios, a los que esos desgraciados han hecho sus señores.
Tan abominable me es ese pecado contra la naturaleza, que sólo por él se hundieron cinco ciudades (Gén19,24-25) como resultado de mi juicio, al no querer mi divina justicia sufrirlas más (…). Es desagradable a los demonios, no porque les desagrade el mal y se complazcan en lo bueno, sino porque su naturaleza fue angélica, y esa naturaleza rehúye ver cometer tan enorme pecado en la realidad. Cierto es que antes les ha arrojado la saeta envenenada por la concupiscencia; pero, cuando el pecador llega al acto de ese pecado, el demonio se marcha.
Si te acuerdas bien, sabes cómo antes de la mortandad (se refiere a la peste de 1374, llamada de los niños en que pereció la tercera parte de la población de Siena) te manifesté lo desagradable que me resultaba este pecado y cuán corrompido se hallaba el mundo por él. Por lo que, elevándote sobre ti misma con santo deseo y con sublimación de espíritu, te mostré el mundo entero, y viste en casi toda la gente este miserable pecado y cómo los demonios escapan de él, como te he dicho. Y sabes que recibiste tanta pena, que te parecía estar casi a la muerte. No encontrabais lugar dónde refugiaros, tú y los otros servidores míos, para que esta lepra no os contagiase. No encontraste que te pudieras cobijar entre los pequeños ni con los grandes, con los jóvenes ni con los viejos, con los religiosos ni con los clérigos, con los prelados ni con los súbditos, porque sus espíritus se hallaban contaminados por esta maldición.
Te lo manifesté en general; no lo hice con los particulares que por excepción no se contaminaron, pues entre los malos he guardado algunos buenos. La santidad de éstos detiene a mi justicia para que no mande a las piedras que se vuelvan contra ellos, ni a la tierra que se los trague, ni a los animales que los devoren, ni a los demonios que les saquen el alma del cuerpo. Más bien voy encontrando caminos y modos para poder hacer misericordia, esto es, para que se enmienden, y como instrumentos tomo a mis servidores, que están sanos y leprosos, para que intercedan por ellos (…).
«Hijita mía: sea vuestro reposo dar gloria y alabanza a mi nombre e incensarme con la oración continua por estos pobrecillos que se hallan en tanta miseria, haciéndose dignos del juicio divino por sus pecados. El lugar donde os cobijéis sea Cristo crucificado, mi Hijo unigénito, habitando y escondiéndoos en la caverna de mi costado, donde gozaréis, por afecto de amor, en la naturaleza humana de Cristo, mi naturaleza divina. En aquel corazón abierto encontraréis mi caridad y la del prójimo (…). Viendo y experimentando este amor, seguiréis sus enseñanzas alimentados en la mesa de la cruz, es decir, soportando por caridad a vuestro prójimo con verdadera paciencia: en penas, tormentos y fatigas, vengan de donde vengan. De esta manera combatiréis la lepra y huiréis de ella (…).
Ves, por tanto, hija mía, lo abominable que es este pecado a toda criatura. Piensa ahora que lo es mucho más en aquellos elegidos por mí para que vivan en estado de continencia, entre los que se encuentran los sacados del mundo por medio de la vida religiosa, como plantas sembradas en el cuerpo místico de la santa Iglesia; entre ellos se encuentran los ministros del altar. Nunca podréis entender cuánto me desagrada ese pecado entre ellos, además del que recibo de los pecadores del mundo en general, porque están puestos sobre el candelero, son administradores míos, de verdadero Sol, para luz de la virtud y de santa vida; y, sin embargo, lo administran estando ellos en tinieblas.
Tan llenos se encuentran de ellas, que de la Sagrada Escritura no ven ni entienden más que la corteza (…). Corrompidos por el amor propio y la soberbia, con el estómago atiborrado de inmundicia, deseando dar satisfacción a sus desordenados deseos, repletos de codicia y de avaricia cometen sin pudor sus pecados”.