Semblanza de María Delia Buisel, católica y humanista

Publico aquí una semblanza de pluma ajena, acerca de María Delia Buisel, una humanista excepcional a quien le debo muchísimo y quien tuvo la suerte de no llegar a ser mi suegra…

Un oración por su eterno descanso, por favor.

P. Javier Olivera Ravasi, SE

 

 

 

Semblanza de María Delia Buisel (2. 9. 1938- 4. 6. 2023)

PABLO MARTÍNEZ ASTORINO

Università di Macerata

 

Me resulta difícil escribir estas páginas sobre María Delia que me ha encomendado la prestigiosa revista Argos de la AADEC, asociación en la que María Delia trabajó y que apreciaba, por lo que he decidido que sean personales en la seguridad de que ella aprobaría la decisión. Hace casi diez años, en el Simposio Nacional de Estudios Clásicos que tuvo lugar en la hermosa Salta, yo me encargué de las palabras de su homenaje, que compartía con otros célebres profesores y profesoras, alguna de ellas fallecida. En esa ocasión, aunque lo intenté, precisamente porque me avergüenza, no pude evitar el llanto, quizás previendo lo que ocurrió este triste 4 de junio. Espero que los lectores, de manera diferida, disculpen ese pretérito llanto con la lectura de estas palabras mías, que podrían constituir una explicación.

Aunque la había visto en la mesa de exámenes de diciembre de 1993, conocí como profesora a María Delia el lunes 21 de marzo de 1994. Lo que presencié en esa primera clase de Latín II se vio magnificado en las posteriores: María Delia, sin ningún papel ni anotación ante sus ojos, hablaba con sumo interés y produciendo en el auditorio una atenta expectación (y hasta una cierta incredulidad) sobre el más diverso elenco de temas: historia de Roma, las Églogas de Virgilio, el Somnium Scipionis de Cicerón, las Odas de Horacio, gramática latina. A lo largo de los años comprendí, sobre esa conducta y desempeño, dos cosas, la primera de las cuales me la refirió ella misma, porque fue lo que les confesó a los alumnos en su última clase de Latín II, que tuvo lugar en 2013: la impresión que causaba en los alumnos se debía a que, con mucha experiencia y esmero, había elegido los que consideraba los mejores textos de la literatura latina (yo he intentado seguir su consejo), textos que tienen por sí solos la capacidad de conmover a todas las generaciones, pero que con su comentario tan dedicado, ameno y lleno de sabiduría se volvían parte de nuestras vidas; la segunda es precisamente eso: que para María Delia, a diferencia de otros profesores que tuve, el conocimiento de la literatura latina, la cultura occidental y el cristianismo eran parte de su vida, y eso se notaba. María Delia no hacía un papel al dar sus clases: continuaba un diálogo que tenía con su familia, con sus amigos, con sus discípulos.

Ese diálogo, ese comercio con la cultura, por lo demás, nunca fue erudito, sino que tenía como fin entender los textos enmarcados en la cultura que los había producido y transmitirlos con la esperanza de que podían contribuir a nuestro presente. Sus artículos sobre Horacio, Virgilio, Cicerón, Ovidio, Catulo, Marcial, Séneca, aspectos de la Historia de Roma, las Sibilas, tradición clásica y autores y temas cristianos son una demostración de ese cometido. Pero además sus intereses culturales estaban integrados en un interés por la realidad en su totalidad y un aprecio por ella y por las personas que encontraba en el camino. De ahí su buen trato con los alumnos, su preocupación por la vida de las personas con las que compartía la suya, su compromiso con la formación, que no se limitó a la Universidad Nacional de La Plata, sino que también incluyó al Seminario Mayor San José, al Instituto Terrero y a otras asociaciones que usualmente la convocaban como conferencista. Que luego de jubilarse en el 2015, y ya sin ninguna obligación, siguiera dictando seminarios junto a Lía Galán hasta la pandemia es una prueba de que para ella el conocimiento era un fin en sí mismo y que le daba lo mismo que ese acto ocurriera en la universidad, en congresos en Canadá, México o Brasil a los que asistió, o rodeada de amigos o discípulos en su casa.

Sin embargo, creo que algunas anécdotas o siquiera costumbres pueden iluminar con mayor precisión lo que se me ha encargado escribir. María Delia seguía atentamente los cursos o seminarios de profesores invitados, tanto en nuestro Centro de Estudios Latinos como en lo que se ha dado en llamar reuniones científicas, que ella vivía como encuentros. Siempre tenía comentarios y preguntas, lo cual evidenciaba su cordialidad, pero ante todo reflejaba su interés por conocer temas y personas. De hecho, me he sorprendido más de una vez de que María Delia, ya jubilada, me hablara de investigadores muy jóvenes, algunos de los cuales se desempeñaban como ayudantes. Para ella no había edades; había intereses y afinidades, y el conocimiento podía encontrarlo en alguien que recién empezaba. Por eso la he oído elogiar la tesina de tal o cual muchacho o muchacha de veintitantos años.

Continúo. Más de una vez me llamó por teléfono sólo para contarme algún tema que la obsesionaba y que estudiaba con pasión, como por ejemplo el tema teológico del carácter corredentor de la Virgen María. Era imposible no interesarse por un tema que a ella le interesaba porque ella hacía un resumen completísimo de toda la cuestión, con la prodigiosa memoria que la caracterizaba. Pero, como he dicho, no se trataba de erudición, porque iba siempre a lo más medular del tema sobre el que estaba conversando y porque siempre, además, había un aprecio por el interlocutor, porque el interlocutor se llevara algo y comprendiera la importancia de aquello de lo que se estaba hablando. Recuerdo que la última vez que me recibió en su casa, el 2 de diciembre de 2022, me regaló un libro sobre la materia prima aristotélica con la siguiente recomendación: “Ahora que sos titular, tenés que conocer este tema”. En ese consejo había orgullo personal por una continuidad. Creo que María Delia consideraba que lo importante era que esos conocimientos que ella había impartido se siguieran impartiendo. Fue una de las personas más desinteresadas que conocí con respecto a honores o cargos o títulos. Para decirlo sencillamente: María Delia no se doctoró quizás porque se preocupó más por la carrera académica de otros que por la propia. Quienes la escuchamos o la leímos podemos dar testimonio de que no necesitaba un doctorado.

Quizás estas otras anécdotas sean más expresivas. En parte las he contado también aquella tarde lluviosa de Salta. Asistir a un seminario de María Delia como alumno era una gran responsabilidad: uno sabía que tenía que hacer un esfuerzo supremo porque su presencia elevaba el nivel. Nadie se atrevía a ir sin tener la traducción completa y correcta y por supuesto no sabíamos cuántos versos podíamos traducir con ella, porque su capacidad de trabajo era inmensa. Me ha ocurrido alguna vez enviarle un artículo para que lo supervisara (me refiero a un artículo de unas veinte páginas) y recibir su respuesta luego de dos horas con una lista larga de observaciones. Nadie llegó a entender cómo había podido hacer eso en tan breve tiempo. En el segundo cuatrimestre de 2001 yo comencé a ser su ayudante de Latín IV. Ser ayudante de María Delia era un gran desafío para mí y entonces pasaba horas estudiando latín; no sólo preparando los textos sino consultando y estudiando gramáticas y sintaxis en todas las lenguas para llegar a evacuar una duda con ella sólo en casos extremos. Me avergonzaba preguntarle, aunque sin duda su respuesta iba a ser siempre cariñosa y precedida por el diminutivo con que me llamó hasta el último día y que, como he crecido y ya nadie lo usa conmigo, extraño: “Pablito”.

Intento decir un poco caóticamente que su presencia necesariamente nos mejoraba, o porque ella nos enseñaba o porque implícitamente nos inducía a estudiar, a adoptar ese gusto por el saber que ella derrochaba. Es una suerte que junto con Lía Galán creara dos sólidas instituciones (es la palabra que se me ocurre, aunque no cuadre perfectamente con la segunda), el Centro de Estudios Latinos en 1993 y la revista Auster en 1996. No sólo son una especie de monumento de su presencia, sino que además son un compromiso para sostener a lo largo de los años su enorme tarea, compromiso y desafío que sus discípulos tenemos el agrado de encarar.

El 23 de mayo me llamó por teléfono y hablamos sobre un referato. Me dijo que en el mes de junio se iría a Tierra Santa. Prometí pasar por su casa y lo demoré unos días por problemas personales, pero el primer fin de semana de junio ya me disponía a hablar con ella para concertar un encuentro antes de su viaje. No pudo ser. El lunes 5 de junio fui a su casa, a su velorio. María Delia falleció trabajando de madrugada en lo suyo, en dos o tres artículos que tenía comprometidos antes de su viaje, uno de los cuales, sobre los Hechos de los Apóstoles, publicaremos en el número 28 de Auster. Antes, durante la cena, le había dado una clase de teología a la persona que la acompañaba desde hacía un tiempo. Falleció enseñando y estudiando, que es lo que hizo toda la vida.

Me ocurre en ocasiones pasar por lo que fue su casa y eso me entristece. No obstante, mi recuerdo no es el de su velorio; es el de esa tarde calurosa de diciembre en la que me recibió con un té y unos sándwiches hechos por ella misma en una casa impecable, de buen gusto, en la que la anfitriona se complacía en atendernos. Espero volver a encontrarla exactamente así.

PABLO MARTÍNEZ ASTORINO

4 de diciembre de 2023

 

Fuente: https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/publicaciones/index.php/argos/article/view/13926/19386

N° 49 ∙ 2023 ∙ ISSNe 1853–6379 DOI 10.14409/argos.2023.49.e0056

(AADEC) Asociación Argentina de Estudios Clásicos

Facultad de Humanidades y Ciencias / Universidad Nacional del Litoral

 


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