Historias de batallas. La gloriosa Batalla de Covadonga. Salus Hispaniae
Por Tomás Marini
«La guerra justa es la que se hace por edicto para
recobrar cosas que han sido arrebatadas
o rechazar a enemigos»
San Isidoro de Sevilla
Fecha: 722 d. C.
Campo de batalla: Picos de Europa, España, Covadonga.
Resultado: Primera victoria cristiana sobre las fuerzas musulmanas en la península Ibérica desde la invasión en el 711. Creación del reino de Asturias y comienzo de la Reconquista.
Beligerantes: Don Pelayo y tropas astures contra Topas de Munuza, gobernador de la región bajo el Imperio Omeya.
Personajes protagonistas: Don Pelayo; Al Qama, Munuza y el obispo Oppas.
Don Pelayo, envuelto en una piel de lobo, desenvainó su espada, la clavó en la tierra, se arrodilló ante la rústica imagen de piedra de la inmaculada que se encontraba dentro de la cueva y comenzó a rezar con fervor, con la frente apoyada sobre la empuñadura. Un puñado de guerreros, duros montañeses astures, lo miraban con admiración y respeto, y en silencio también rezaban a la Madre de Dios. Las palabras de Pelayo se elevaban al cielo y resonaban en la cueva, llenando los corazones de sus hombres de valor y de fe.
Luego de permanecer inmóvil en oración durante varios minutos, don Pelayo se levantó con una fuerza renovada, envainó su espada, de cuya empuñadura colgaba una pequeña cruz de madera, se inclinó para dar un beso a la imagen de la Virgen y al grito de ¡Santiago!, que hizo temblar las paredes de la cueva, convocó a sus hombres para defender la santa fe católica enfrentando al demonio islámico que se acercaba dispuesto a devorar el último resto cristiano de España.
Los sarracenos[1] arrasaron con el norte de África en solo unas décadas, una a una las ciudades fueron cayendo bajo las cimitarras de los yihadistas y la tierra africana enrojeció con la sangre de los mártires. En el 698, Cartago fue la última ciudad cristiana en caer en manos musulmanas, poniendo fin al reinado de Roma y al cristianismo en África. Luego de eso sometieron a los pueblos que se encontraban tierra adentro del continente, conocidos por los árabes como los bereberes, es decir, bárbaros. Estas tribus practicaban una religión pagana, que mezclaba, a su vez, algunos elementos del judaísmo y del cristianismo. Los musulmanes despreciaban a los bereberes, creyéndolos menos que humanos y cometieron entre ellos terribles matanzas, pero codiciaban a sus mujeres a las que consideraban muy bellas y que no dudaron en esclavizar de a miles, especialmente a las niñas, destinándolas a los harenes del nuevo imperio. Luego de varios años resistiendo, los bereberes finalmente, al verse indefensos ante este nuevo poder, decidieron convertirse en masa al Islam, a la religión de sus verdugos. A partir de ahora serían ellos los que llevarían el terror, la muerte y la esclavitud, bajo la bandera de Mahoma, a la tierra de los infieles que se encontraban del otro lado del mar, en una tierra que comenzaron a llamar el Ándalus, es decir, España.
En el siglo VIII la península ibérica era gobernada hace casi tres siglos por los visigodos, que en el 587 se habían convertido al catolicismo, abandonando la herejía arriana, de mano de su rey Recaredo.[2]
En el 711 Tarik, un general bereber al mando de siete mil hombres, en su mayoría bereberes o moros[3], como los llamarán los españoles, cruzó el estrecho de Gibraltar y venció a los ejércitos cristianos en la batalla del Guadalete[4] donde murió el rey visigodo don Rodrigo. Luego de esto los africanos musulmanes avanzaron rápidamente y casi sin oposición por la península dominándola casi por completo. Ciudades como Sevilla fueron arrasadas a espada y fuego. Córdoba se rindió y aun así los musulmanes asesinaron a toda la población. En Toledo los nobles fueron decapitados en masa. Zaragoza logró resistir un tiempo, pero terminó cayendo y sus hombres fueron crucificados, degollados los niños y esclavizadas las mujeres. Así fue el avance de los hijos de Mahoma por toda España.
Con toda la península prácticamente en poder musulmán, el bereber Uthman bin Naissa, conocido por los cristianos con el nombre de Munuza, fue nombrado valí[5] de la zona noroccidental de la península. Bajo su gobierno, algunos astures de origen celta, encabezados por don Pelayo[6], un noble godo, descendiente de reyes y capitán de la guardia pretoriana que había sobrevivido al desastre del Guadalete, se rebelaron en el 718 contra la dominación musulmana dispuestos a dar la vida para expulsar a los mahometanos de su tierra y restaurar en ella la cruz de Cristo.
«Conviene, dice (Don Pelayo), usar de presteza y de valor para que los que tenemos la justicia de nuestra parte sobrepujemos a los contrarios con el esfuerzo. (…) No habrá alguno que merezca nombre de cristiano que no se venga luego a nuestro campo. Sólo entretengamos a los enemigos un poco, y con corazones atrevidos avivemos la esperanza de recobrar la libertad, y la engendremos en los ánimos de nuestros hermanos. (…) Acudamos pues con esfuerzo y corazón, que ésta es buena ocasión para pelear por la antigua gloria de la guerra, por los altares y religión, por los hijos, mujeres, parientes y aliados que están puestos en una indigna y gravísima servidumbre (…).
(…) Por lo que a mí toca, estoy determinado con vuestra ayuda de acometer esta empresa y peligro, bien que muy grande, por el bien común muy de buena gana; y en tanto que yo viviere, mostrarme enemigo no más a estos bárbaros que a cualquiera de los nuestros que rehusare tomar las armas y ayudarnos en esta guerra sagrada, y no se determinare de vencer o morir como bueno antes que sufrir vida tan miserable, tan extrema afrenta y desventura. La grandeza de los castigos hará entender a los cobardes que no son los enemigos los que más deben temer.”[7]
Tras algunas acciones de castigo a cargo de tropas árabes locales que no pudieron reducir la resistencia de los cristianos, Munuza solicitó refuerzos desde Córdoba, capital de Al-Ándalus. El emir[8] Ambasa envió al mando de Al Qama un gran número de tropas, acompañado por lo que creían que sería un as bajo la manga para conseguir la rendición de los rebeldes cristianos, un eclesiástico conocido de Pelayo, el obispo de Sevilla, don Oppas. No imaginaban que esto, más que motivo para deponer las armas, encendería a Pelayo y a sus hombres en santa ira contra el obispo apóstata y traidor a su religión, su sacerdocio y su patria, animándolos aún más a combatir.[9]
Al Qama entró en Asturias con unos 20.000 hombres (algunas crónicas hablan de 187.000, pero es poco probable) con la confianza de un hombre que ha visto a las armas de su religión triunfar desde los desiertos de Arabia hasta las costas del atlántico y que en España jamás habían sido derrotadas. Un ejército más que suficiente para aplastar a los “treinta asnos salvajes”[10] que se escondían entre las montañas.
Pelayo esperó a los musulmanes en un lugar estratégico, en el angosto valle de Cangas de los Picos de Europa cuyo fondo cierra el monte Auseva. Allí donde las numerosas huestes de Al Qama no dispondrían de espacio para maniobrar “toco tambor y levantó estandarte”. En ese laberinto de valles verdes, profundos desfiladeros y frondosos bosques de hayas y robles, se encontraba una cueva sagrada, la cova dominica, la cueva de la Señora o Covadonga, donde una imagen de la virgen era venerada por los lugareños. En ese lugar, y con el auxilio de lo alto, los pocos cientos de combatientes cristianos tal vez tendrían una oportunidad de resistir.
Pelayo dividió a sus hombres y con los que quedaron con él en la cueva rezaron a la Virgen implorando el socorro del cielo. Luego don Pelayo tomó dos palos de roble y los unió formando una cruz para enarbolarla durante la batalla.[11]
La crónica de Alfonso III cuenta que cuando las tropas enemigas llegaron al valle, el obispo Oppas fue enviado a parlamentar con los cristianos, vestido nuevamente con los ornamentos episcopales que había abandonado para vestir como los infieles. Subió a un montículo situado frente a la cueva y habló así a Pelayo:
“Pelayo, Pelayo, ¿dónde estás? El interpelado se asomó y respondió: Aquí estoy. El obispo dijo entonces:
No puedes ignorar, hermano, de qué modo se constituyó toda la España bajo el dominio de los godos, y si reunido todo su ejército no alcanzó a resistir el ímpetu de los ismaelitas, ¿cómo podrás tú solo defenderte en esta cueva? Escucha mis consejos y desiste de tu empeño, para que consigas muchos bienes, y en la paz que te concedan los árabes, logres gozar de los tuyos.
Pelayo respondió entonces: Ni tendré amistad con los árabes, ni me sujetaré a su imperio; tú no sabes que la Iglesia del Señor se compara a la luna, que, aunque disminuye su forma, recobra al punto su primitiva grandeza. Tenemos confianza en la misericordia de Dios, que hará salir de este montecillo que tienes a la vista, la salud de Hispania y la restauración del ejército de los godos, para que se cumplan en nosotros aquellas palabras del profeta: Con la vara castigaré sus iniquidades, y con los azotes sus pecados, mas no apartaré de ellos mi misericordia. Así, aunque por hacer méritos, acatamos de esta sentencia el sentido más severo; esperamos en la misericordia del Señor la restauración de su iglesia y de su pueblo y la ventura del reino; por lo que despreciamos esta muchedumbre de paganos y jamás nos mezclaremos con ellos.
El obispo traidor, vuelto entonces al ejército de Mahoma, dijo: Apresuraos y pelead, porque jamás tendréis con él alianza, hasta que le castiguéis con la espada.”[12]
De inmediato Pelayo, que había dispuesto a sus hombres en los lugares altos, dio una orden, levantando la cruz de roble y cayó sobre los musulmanes una lluvia de piedras, troncos y flechas. Los infieles intentaron responder con flechas y hondas, pero fue inútil. Sus propias flechas y piedras como hechizadas rebotaban en las rocas y herían a su propia tropa.
Los cristianos, con Pelayo a la cabeza “lleno de gracia de Dios y de fortaleza”[13], se lanzaron dando gritos de guerra sobre los desconcertados infieles invocando al arcángel San Miguel y al apóstol Santiago. Al Qama mismo murió en esta embestida cristiana y el obispo Oppas fue hecho prisionero y, conforme a las leyes de la guerra, luego fue ajusticiado. El resto del ejercito trató de replegarse sufriendo grandes pérdidas en su desordenada huida, emboscados repetidamente por los católicos montañeses. Atrapados entre montañas que desconocían muchos más murieron al caer sobre ellos una ladera debido a un desprendimiento de tierras.
“No juzguéis este milagro como inútil o fabuloso, y recordad que aquel que sumergió en el mar Rojo a los egipcios que perseguían a Israel, es el mismo que sepultó bajo la inmensa mole de la montaña a los árabes que perseguían la Iglesia del Señor.”[14]
La Batalla de Covadonga supuso la primera victoria de un contingente cristiano contra las fuerzas musulmanas, desembocó en la fundación del reino independiente de Asturias, que don Pelayo gobernó hasta su muerte en el 737[15], y de los primeros reinos cristianos.
“Por lo demás, la gente de los godos, surgiendo como de un sueño, se habituó paulatinamente a organizarse; es decir, a seguir banderas en la guerra, acatar una potestad legítima en el reino, restaurar en paz devotamente las iglesias y sus ornamentos; por último, alabar con todo el afecto de su mente a Dios, que con poquísimos había dado victoria sobre la multitud de sus enemigos”.[16]
En la cueva de Nuestra Señora[17] y bajo su protección y auxilio[18] había comenzado la Reconquista de España para la cruz de Cristo que llegaría a su fin recién en el año 1492 bajo el reinado de los reyes católicos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
Tomás Marini
Bibliografía consultada
– José Javier Esparza, La gran aventura del Reino de Asturias, La esfera de los libros (2009)
– Juan Antonio Cebrián, La aventura de la Reconquista: la cruzada del sur, La esfera de los libros (2003)
– Padre Zacarias García Villada, S.J, Covadonga, en la tradición y en la leyenda, administración de “razón y fe” (1922)
– Crónica de Alfonso III (881), edición preparada por el padre Zacarías García Villada, S.J, Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, Centro de Estudios históricos, (1918)
– José Luis Olaizola, Don Pelayo: Luces y sombras de un héroe indiscutible, Temas de hoy (2006)
– Padre Alfredo Saenz, (2003) La nave y las tempestades, tomo III. Ediciones Gladius.
– Manuel Gómez-Moreno, Introducción a la Historia silense : con versión castellana de la misma y de la Cronica de Sampiro, Centro de Estudios Históricos (1921)
[1] Sarraceno es uno de los nombres con los que la cristiandad medieval denominaba genéricamente a los árabes o a los musulmanes. Las palabras «islam» y «musulmán» no se introdujeron en las lenguas europeas hasta el siglo XVII, utilizándose antes expresiones como mahometanos, ismaelitas, agarenos o moros.
[2] El martirio de su hermano, san Hermenegildo, fue uno de los motivos que lo llevaron a convertirse.
[3] Utilizado por autores griegos y romanos y luego por los españoles para designar a los pueblos norteafricanos habitantes del antiguo reino de Mauritania y las antiguas provincias romanas de Mauritania Tingitana y Mauritania Cesariense.
[4] Grandes responsables de esta derrota fueron algunos traidores cristianos que se pasaron al enemigo en el momento más crítico de la batalla y principalmente los judíos en España que conspiraron desde el principio a favor del invasor y que luego no dudaron en abrir las puertas de las ciudades cristianas al bárbaro africano para poder conservar sus riquezas, destruir el estado cristiano y al cristianismo.
[5] Equivalente a gobernador.
[6] “Tenía vigor y valor, la edad era a propósito para sufrir trabajos, la presencia y traza del cuerpo no por el arreo vistosa, sino por sí misma varonil verdaderamente y de soldado.” Juan de Mariana.
[7] Juan De Mariana, “Historia General De España, Tomo I, (1780).
[8] Era un gobernador que dependía directamente del califa de Damasco y que contaba con plenos poderes políticos, económicos y administrativos. También ejercía un poder militar, siendo la máxima autoridad de su territorio.
[9] Oppas es el “patrono” de los eclesiásticos traidores y apóstatas, que tristemente tanto abundan en nuestros días, que traicionan la verdadera fe por acomodarse a los tiempos y agradar a los poderosos de este mundo.
[10] Así llaman a los cristianos de Pelayo las crónicas musulmanas.
[11] Se cree que la cruz de madera que alzó Pelayo en Covadonga se encuentra en el interior de la Cruz de la Victoria que mandó forjar Alfonso III el Magno en torno al año 900 y que hoy se halla en la Santa Catedral Basílica de Oviedo.
[12] Crónica de Alfonso III (881)
[13] Crónica de Sampiro (Siglo IX)
[14] Crónica de Alfonso III (881)
[15] En la Santa Cueva de Covadonga reposan los restos de Don Pelayo y su mujer, de nombre Gaudosia, mandados trasladar desde la iglesia de Santa Eulalia por el rey Alfonso X El Sabio.
[16] Crónica de Sampiro (Siglo IX)
[17] En el año 1877 se construyó la basílica de Covadonga y en 1918, la imagen de la Virgen fue coronada canónicamente.
[18] La oración “secreta” de la misa de la Virgen de Covadonga reza:
“Te inmolamos, Señor, ofrendas por el
triunfo de la religión cristiana; y para
que nos aprovechen, nos preste su
apoyo la Virgen auxiliadora, por
medio de quién se obró esta victoria.”
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