Si no viereis signos y prodigios, no creéis. Milagros, videntes y gula espiritual

P. Javier Olivera Ravasi, SE

15/10/2023

El Evangelio de este domingo (según misal de 1962) se enmarca en uno de los viajes que Nuestro Señor Jesucristo realiza allí donde había comenzado su fama: en Caná de Galilea, el mismo lugar donde había transformado el agua en vino casi forzado por Su Madre, quien prácticamente lo impulsa a mostrar su divinidad diciéndole “no tienen vino”.

Es el lugar de donde había comenzado a precederle la fama a quien algunos llamaban el “taumaturgo de Nazaret”, el profeta “milagrero” o -peor aún- el “embaucador de serpientes”, como dirían en el lenguaje de hoy algunos de los judíos de su época.

Pero quienes habían visto ya no sólo la conversión del agua en vino sino también el resto de los milagros y prodigios que venía dispensando el Señor (su bautismo en el Jordán, el diálogo con la samaritana, su valentía ante la expulsión de los mercaderes del Templo y muchos otros más que no se narran en la Escritura), buscaban en Él no tanto al Hijo de Dios, al Mesías, sino al curandero, al hacedor de prodigios, al manosanta…

De allí que, a pesar de que dijese, antes de llegar a Galilea que “ningún profeta es bien recibido en su patria” (Jn 4,44), insistía en volver a ella para seguir predicando, pues es deber del predicador sagrado el insistir y reprender “oportuna e inoportunamente” como dice el Apóstol (II Tim 4,2), aunque vengan degollando. Y es allí cuando, antes incluso de escuchar el mensaje de salvación, el kerygma, a sus paisanos, sale ese ignoto funcionario real para pedirle la curación de su hijo que yacía enfermo. Y entonces:

«Si no veis señales y prodigios, no creéis… Vete, que tu hijo vive» -dijo el Señor.

Estas palabras han seguido resonando en la Iglesia hasta el día de hoy y seguirán haciéndolo hasta el fin de los tiempos, de allí que, como señala San Pablo (2 Tes 2,9) el mismo Anticristo deberá intentar hacer prodigios para que la gente le crea.

Porque las más de las veces, las almas (aún las más piadosas) buscan no tanto a Dios y su enseñanza, no tanto la vida eterna, no tanto los consuelos de Dios y no al Dios de los consuelos… Y esa es una parte de lo que se llama la “gula espiritual”. Algo que se da incluso en las mejores familias, en las mejores comunidades, en las mejores parroquias; donde se busca no tanto alcanzar una nueva virtud por año, sino la última aparición, la última manifestación, el último mensaje, el último vidente; y todo, sin discernimiento alguno, sin sopesar la realidad y -sobre todo- sin someterse a los mandatos de la Santa Madre Iglesia, guste o no.

¡Si hasta hay católicos que ni siquiera han leído una vez en su vida los Evangelios, pero que conocen a la perfección toda clase de libros de profecías! Hay quienes no saben ni “j” de la vida de los santos pero que, si del último “milagro” en el lugar más recóndito de la tierra le preguntan, da cátedra… Hay quienes no son capaces de hacer siquiera una sola obra de misericordia espiritual o corporal con sus hermanos pero que conocen todo tipo de mensajes de “videntes” y  pero pueden explicar con lujo de detalles cuántas velas benditas hay que tener para cuando vengan los “tres días de oscuridad”. Hay quienes han leído de todo, pero jamás un buen libro de espiritualidad católica…

 

Pero volvamos. Si no viereis signos y prodigios… dice el Señor, no creeréis.

¿Cómo diferenciarlos cuando pareciera que se diesen?

Para diferenciar un milagro verdadero de uno falso (o un vidente verdadero de uno falso), hay que saber que, además de la autoridad de la Iglesia, los mismos no son necesarios para nuestra salvación ni forman parte del depósito de la Fe aun cuando fuesen ciertos. Es decir: uno puede perfectamente ser católico y no creer siquiera en la aparición de la Virgen de Lourdes, o de Fátima, o de donde sea (aunque a alguno le resulte chocante); porque no forman parte del depósito de la Fe.

Además, en cuanto al vidente o a quien dice poseer el don de hacer milagros, hay un recurso que raramente falla y es que, indefectiblemente, quien se crea depositario de esas gratias gratis datae (gracias gratuitamente dadas), pasa sin problemas el doble filtro de la humildad y el ocultamiento. Sí: ambas. Normalmente quien padece estas cosas lo hace a su pesar y, como los profetas, prefiere escapar a “milagrear”. Esta es la razón por la cual, cuando son ciertos, no hacen santa a la persona per se, sino que se dan en pos o en beneficio de la comunidad

Pero hay más. Hay que saber que, como señala Santo Tomás, una cosa es un prodigio y otra un milagro, es decir, hay cosas que sólo Dios puede hacer y otras que hasta el demonio es capaz de hacer respetando el orden de la naturaleza (una curación más rápida de lo normal, una pseudo-resurrección, una “profecía”, etc., al ver más rápidamente por las causas o al acelerar el orden de la naturaleza, como hace la aspirina con el dolor de cabeza).

Prodigio es, entonces, algo asombroso pero explicable por causas naturales; “milagro”, es algo que supera el orden natural y, por ende, sólo puede venir de Dios y que, aún así, no dice obliga a pensar que la persona que lo hace sea santa. Veamos:

          «Los milagros verdaderos -dice Santo Tomás- sólo pueden ser realizados por el poder divino, porque mediante ellos actúa Dios para utilidad de los hombres.

           Y esto lo hace de dos modos:

          1) Para confirmar de la verdad predicada (como sucedía con los apóstoles, o  como sucede muchas veces en las misiones «ad gentes», etc.) y

           2) Para demostrar la santidad de alguien a quien Dios quiere proponer como modelo de virtud (como sucede con los santos).

           La primera clase de milagros (para confirmar la verdad predicada) puede ser realizada por cualquiera que predica la Fe verdadera e invoca el nombre de Cristo, lo cual hacen a veces también los malos. Bajo este aspecto, también ellos pueden hacer milagros». (S.Th, II-II, q. 178, a.2). 

Por eso, cada vez que hay algo “sobrenatural”, es a la autoridad de la Iglesia a donde debemos referirnos.

– “¿Y si la autoridad de la Iglesia es lenta?”

– ¿Y si justo nos gobierna un pastor que no tiene Fe?”

Pues nada. Que no es algo necesario para nuestra salvación y Dios, con el tiempo, como decía Gamaliel, sabrá sacar su fruto a su tiempo.

Si no veis signos y prodigios, no creéis, nos dice el Señor.

Para terminar, es necesario pedir a Dios vivir de pura Fe, una Fe que se acrisola con la prueba y que busca a sólo Dios, como el gran San Juan de la Cruz, místico y poeta nos decía:

Para venir a gustarlo todo

no quieras tener gusto en nada.

Para venir a saberlo todo

no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo

no quieras ser algo en nada.

(pues) cuando reparas en algo

dejas de arrojarte al todo. 

Para venir del todo al todo

has de dejarte del todo en todo,

y cuando lo vengas del todo a tener

has de tenerlo sin nada querer.

 

P. Javier Olivera Ravasi, SE

 


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