De los pecados ancestrales y la sanación intergeneracional. P. Javier Olivera Ravasi, SE
Publicamos aquí, a propósito de una entrevista oral, lo que pudimos plantear acerca del tema de la «sanación intergeneracional y los pecados ancestrales.
El estilo es puramente oral; sólo agregamos, al final, las referencias por si se quisiera extender uno en el tema.
De los pecados ancestrales y la sanación intergeneracional
P. Javier Olivera Ravasi, SE
10/11/2023
1) Buenas tardes Padre Javier. Querríamos, antes de hablar del tema, si pudiera definirnos o recordarnos ¿a qué cosa le llamamos en la Iglesia «pecado»?
Pues para no ser tan extensos, podríamos decir, como aprendimos de pequeños en el Catecismo, que «pecado es una falta voluntaria contra la Ley de Dios». Santo Tomás, si queremos extendernos un poco más, dice también que es el “defecto o desorden de la propia acción, cuando realiza algo, no según lo que debe hacer” (verit. 24. 7 c; vgl. ib. 25. 5 c.)
2) Ahora ¿qué es la culpa o la pena del pecado?
Entendemos por culpa a aquella ofensa voluntaria contra la ley, sea divina, natural o positiva.
Así, por ejemplo, un niño puede tener culpa de haber matado a otro, pero no recibir la pena por ser, en razón de su edad, imputable.
La pena, en cambio, es lo que se recibe en orden a reparar el desorden introducido por la culpa, así como cuando, para reparar el daño que el ladrón hizo a la sociedad, va preso.
3) ¿Cuál es la diferencia entre el pecado y las heridas?
En todo pecado hay una herida pero no en toda herida hay un pecado.
El pecado, como decíamos antes, es una falta voluntaria contra la Ley de Dios y, en cuanto tal, un desorden de la creatura contra el Creador, una desobediencia, un mal infligido a la Naturaleza Divina por el desorden o rebeldía del hombre hacia Dios y, en ese sentido, se puede decir que hay una “herida” o “daño” a Dios, por analogía.
Pero también, principalmente, en todo pecado hay una herida contra uno mismo, por ese desorden que conlleva el “salirnos de nuestro eje” (como cuando alguien peca solitariamente con un pensamiento o con un acto) o contra el prójimo, cuando uno insulta a otro, falta a la caridad, roba, etc. Es decir: todo pecado lleva, como consecuencia, una herida hacia el prójimo.
Sin embargo, no toda herida es producto de un pecado. Hay cosas que pueden dañarnos y que no son consecuencia de un pecado ni propio ni del prójimo, sino de nuestra propia debilidad o sensibilidad.
Por ejemplo: ¿qué pecado hay en un novio que deja a su novia porque cree que no será la mejor madre de sus hijos?¿qué pecado hay cuando una madre decide, por estar más tiempo en su casa con sus hijos, no visitar a sus amigas?
No toda herida conlleva un pecado, entonces.
Ahora, en cuanto a las acciones de nuestros antepasados, claro que podemos sufrir ciertas consecuencias limitadas de sus actos.
Así, por ejemplo, si fuésemos hijos de Elon Musk, o del clan Rockefeller, probablemente no tendríamos de qué preocuparnos por el tema económico…
Y lo mismo con el mal: si proviniésemos de una familia llena de ira y rencillas, donde de pequeños hubiésemos visto violencia verbal o física, esos pecados de nuestros padres, podrían, por el hábitat en el cual hubiéramos estado, hacernos adquirir malos hábitos si los repitiéramos voluntariamente.
Pero el pecado es siempre, a recordarlo, una una falta voluntaria contra la ley de Dios.
4) Entonces ¿a qué se refieren estas ideas de sanación de heridas o “pecados intergeneracionales”?
La idea de la «curación intergeneracional» proviene del Dr. Kenneth McAll (1910-2001), un médico terapeuta y misionero anglicano que nació en China y estudió medicina en Edimburgo, Reino Unido. Influido por el pensamiento chino, concluyó que existía una conexión entre ciertas enfermedades y las fuerzas del mal. En terapia, combinó las tradiciones aprendidas de Oriente con la práctica médica. Concluyó que los espíritus ancestrales juegan un papel importante en las enfermedades somáticas de sus descendientes.
Aunque no tenga que ver mucho con el argumento, sí vale la pena recordar que el Dr. Kenneth McAll sufría de un trastorno mental. Sus obras dieron lugar a una búsqueda de curación en las generaciones pasadas. También se refiere a él el padre Robert De Grandis, autor del libro Healing Intergenerational. An intimate journey into forgiveness (“Sanación intergeneracional: un viaje íntimo hacia dentro del perdón”), basándose en gran medida en la psicología de Carl Gustav Jung.
En los últimos años del siglo XX y principios del XXI, especialmente en ciertos grupos y círculos asociados a las oraciones o misas de sanación, apareció un pensamiento y cada vez con mayor frecuencia llamado «pecados generacionales» y «sanación intergeneracional». En internet apareció mucha información y artículos sobre la «curación intergeneracional» y sus prácticas.
Hablar sobre el pecado generacional -dicen- se basa en la convicción de que los pecados de los antepasados tienen un impacto en la vida de sus familiares en la actualidad. Esta influencia puede tener una dimensión espiritual y corporal, expresarse, por ejemplo, en forma de alguna enfermedad, también puede causar problemas en el campo de la psique y fracasos en el matrimonio o la vida familiar.
El documento Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era”, del Consejo Pontificio de la cultura y del Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso (puede consultarse AQUÍ) condena varias de las posturas de Carl Jung seguidas por De Grandis, a saber, la “naturaleza trascendental” de la conciencia y la introducción de la idea del “inconsciente colectivo” en cuanto especie de depósito de símbolos y recuerdos comunes a personas de diferentes edades y culturas. Según este documento, esta corriente psicologizante de la sociedad ha terminado con una cierta «sacralización de la psicología» introduciendo en ella elementos de especulación esotérica.
5) Pero, ¿cómo llega esto a permear la Iglesia Católica y qué dijo la jerarquía eclesiástica al respecto?
Todo esto llega, a nuestro humilde entender, con las mejores intenciones, a partir de las nuevas corrientes eclesiales surgidas allá por los años ’60, hoy llamada la “renovación carismática” y muy cercanas a ciertos movimientos protestantes, especialmente, al movimiento “pentecostal”, que plantea un “Nuevo Pentecostés” en la Iglesia.
Con el planteo de que la Iglesia “dejó de ser carismática” a partir del siglo IV o V, cuando se “estatizó” según dicen erróneamente algunos, es decir, cuando comenzó a ser la religión oficial del Imperio Romano, perdió lo que antes habría tenido y, por ende, ahora estaría recuperándose con todos esos “carismas” ante la “experiencia” de lo vivido. Porque en el movimiento carismático, lo que principalmente cuenta es lo que se siente, lo que se experimenta y no siempre el discernimiento adecuado de las cosas.
Ese “ruido” que comenzó a hacerse con el tema de la “sanación intergeneracional” hizo que, en el año 2007, preocupados por el tema, por un lado, la Conferencia Episcopal Francesa (ver AQUÍ) y, por otro, un obispo de Corea del Sur (ver AQUÍ), publicaran dos extensos documentos alertando y condenando esta postura para, luego, en 2015, la Conferencia Episcopal Polaca (ver AQUÍ), lo hiciera con mayor fuerza.
Un año después, en 2016, ante diversos desórdenes disciplinares planteados frente la falta de discernimiento de los “carismas”, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (hoy, Dicasterio) publicó el documento titulado “Iuvenescit Ecclesia. A los Obispos de la Iglesia Católica sobre la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos para la vida y misión de la Iglesia” (ver AQUÍ) donde, fuera de tocar o avalar estos temas, nada dice acerca de la sanación intergeneracional, los pecados ancestrales, o las maldiciones pasadas…, limitándose simplemente a poner negro sobre blanco que, todo supuesto “carisma” o “don” debe ser discernido por la autoridad eclesiástica al ser, la Iglesia Católica (a diferencia del mundo protestante) una institución jerárquica.
El intentar ver en ella -como algunos pretendieron- una “respuesta” a lo dicho por las conferencias episcopales de Polonia y Francia, es simplemente un salto lógico sin fundamento alguno y más bien un burdo apriorismo.
6) Ahora, pero ¿qué dice la Biblia sobre estas cosas? Porque varias personas alegan que lo que ellos plantean se encuentra en las Sagradas Escrituras…
Tanto la Biblia como la Tradición de la Iglesia, plantean que ningún pecado se hereda, fuera del pecado original; es decir, el único “pecado intergeneracional”, en todo caso, podría ser el pecado de Adán y Eva…
El único pecado heredado -y esto hay que repetirlo- es el pecado original y aun así, ese pecado original, es llamado “pecado” por analogía, porque no es cometido, sino contraído; es un estado, no un acto que, en virtud de la ley de solidaridad de Adán con toda la humanidad, por ser su cabeza físico-jurídica, nos priva de los dones extraordinarios que Dios había concedido en un principio a Adán para que los comunicara a sus descendientes pues, del mismo modo que entre Adán y sus descendientes hubiera existido solidaridad si hubiera sido fiel, del mismo modo existe también solidaridad en su rebeldía.
Los fragmentos de la Biblia citados y manipulados para confirmar sus tesis sobre el pecado generacional o la necesidad de curación intergeneracional son varios. Sus defensores se refieren a las Sagradas Escrituras, argumentando que el Antiguo Testamento ya menciona este tipo de ofensa. Indican en las Sagradas Escrituras los pasajes que, según ellos, se refieren directamente al castigo por los pecados de los antepasados. Por ejemplo:
«El Señor tu Dios, que castiga la transgresión de los padres sobre sus hijos hasta la tercera y cuarta generación» ( Éx 20, 5).
«El Señor … envía el castigo de la iniquidad de los padres sobre los hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 34, 7).
«El Señor castiga los pecados de los padres sobre sus hijos hasta la tercera y hasta la cuarta generación» (Nm 14, 18).
«Yo soy el Dios que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos de la tercera y cuarta generación» (Dt 5, 9).
Y hay muchos más.
Sin embargo, en la Biblia, a veces incluso en los mismos libros utilizados para apoyar el tema de la sanación intergeneracional, encontramos otras citas de los autores inspirados que contradicen la tesis sobre la responsabilidad de una generación por sobre otra.
Por ejemplo, en el Libro del profeta Jeremías leemos: “En estos días ya no dirán: Los padres comieron frutos amargos, y los dientes de los hijos estaban entumecidos, sino: Todos morirán por sus propios pecados; al que coma frutos amargos se le adormecerán los dientes”(Jer 31, 29-30).
O en el profeta Ezequiel al hablar de la responsabilidad individual por el pecado: «En cuanto a mi vida, dice el Señor Dios. No volverás a repetir esta parábola en Israel [¿Los padres comieron uvas verdes, ya sus hijos se les endurecieron los dientes?]. Todas estas son personas: tanto el padre como el hijo. Son míos. Solo morirá la persona que ha pecado. […] Quién está pecando. El hijo no es responsable de la culpa de su padre, ni el padre por la culpa de su hijo. La justicia del justo le será contada, y la transgresión al inicuo ”(Ez 18, 3-4.20).
El principio de responsabilidad individual también se encuentra en el mismo libro del Deuteronomio (que los promotores de “los pecados ancestrales” usan para su cosecha) al decir: “Los padres no serán condenados a muerte por las faltas de sus hijos, ni los hijos por las faltas de sus padres. Todos morirán por su propio pecado” (Dt 24,16)
Por otro lado, en la interpretación de los textos señalados anteriormente, la exégesis católica explica que no se trata de la «iniquidad» o «transgresión» literal de los padres en el sentido de su pecado personal cometido y del que serán responsables sus hijos, sino del mal ejemplo que influyó en la crianza de ellos, quienes, si siguen sus malos hábitos, morirán por su propio pecado.
Así lo señala el mismo Santo Tomás de Aquino al analizar textos análogos (Ex 20,5: “Yo soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación…” y Mt 23,35: “para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se derramó sobre la tierra”.
«Ambos pasajes parecen referirse a las penas temporales, en cuanto que los hijos son algo de los padres y los sucesores, de sus predecesores. O si se refiere a las penas espirituales, esto se dice por la imitación de la culpa, por lo cual en Ex se añade: de aquellos que me odian; y en Mt se dice: Y vosotros colmad la medida de vuestros padres. Mas se dice que se castigan los pecados de los padres en los hijos, porque los hijos, criados en los pecados de sus padres, son más propensos a pecar, como siguiendo la autoridad de sus padres, ya por la costumbre, ya también por el ejemplo. Son también dignos de una pena mayor si, viendo las penas de sus padres, no se han enmendado. Y añade (el texto del Ex) hasta la tercera y cuarta generación, porque los hombres suelen vivir de modo que vean la tercera y cuarta generación; y así mutuamente pueden ver los hijos los pecados de sus padres para imitarlos, y los padres las penas de sus hijos para dolerse (S. Th., I-II, q. 87, a. 8, ad 1um).
De hecho, en la Antigua Alianza existía cierta interpretación común por la que, si alguien era malo o estaba enfermo, esto se debía o bien a su mala vida o bien a raíz del mal comportamiento de algún miembro de su familia. Esto es lo que se pensaba, entre otros sobre la infertilidad. Lo mismo ocurría con la discapacidad y otras enfermedades: se consideraba que era cierta “pena” por los pecados de otros.
Un ejemplo de esta convicción se encuentra en la pregunta hecha por los discípulos a Cristo ante la curación de un ciego: «Rabí, ¿quién pecó al nacer ciego, él o sus padres?. Ni él pecó ni sus padres, sino que fue así para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Jn 9, 1-3). De esta manera, el Señor Jesús se distancia claramente de vincular la enfermedad del niño con el pecado de los padres o abuelos, con tal «carga generacional».
El tema es que estas citas bíblicas que intentan dar un apoyo al tema de los “pecados ancestrales” son utilizadas muchas veces, no “in medio ecclesiae” sino in à piacere y gusto del consumidor, no encontrándose interpretación alguna en la Patrística o en Santo Tomás, por ejemplo, que la avale.
Reiterémoslo entonces: la Iglesia ha enseñado siempre, desde el principio, que el pecado es siempre personal y requiere una decisión de la voluntad. Lo mismo ocurre con la pena por el pecado. Todos somos castigados personalmente por nuestros pecados, como San Pablo dice en la Carta a los Romanos: “cada uno de nosotros tendrá una cuenta de sí mismo ante Dios” (Rom 14, 12) y, salvo el pecado original, nadie hereda necesariamente la culpa del otro.
Otra cosa será, sí, que hay consecuencias de los pecados de otros, que podrían afectarnos.
7) ¿Existe una postura oficial de la Iglesia Católica sobre estas ideas de sanación de pecados intergeneracionales o árbol genealógico? ¿ha habido algún pronunciamiento oficial al respecto?
Normalmente, el desarrollo de la teología va realizándose a partir de un doble ámbito: el de exponer la verdad y el de confutar el error.
La Iglesia hace dos mil años que plantea que el pecado es sólo personal y que no hay pecado alguno que uno haya contraído sin culpa, salvo el pecado original, como dijimos. De allí que, si alguien preguntase “si la Iglesia se ha expedido acerca de si uno posee pecados intergeneracionales”, deberíamos decir que sí, hace dos mil años, apenas nació, explicando lo que venimos diciendo: sólo un pecado tenemos contraído y no cometido, es decir, el original.
Ahora, si alguien me preguntase si la Iglesia ha condenado este tema de modo directo, diciendo “la doctrina de la sanación intergeneracional es contraria a la Fe católica”, etc., etc., por el momento sólo conocemos lo que dijimos acerca de las Conferencias Episcopales de Francia, Polonia y ese obispo de Corea del Sur.
Ahora, si alguien dijese, “como la Iglesia tampoco lo ha condenado, entonces está permitido”, respondería lo siguiente: con el mismo criterio, la Iglesia debe permitir ahora la pedofilia, o el aborto, o la ideología de género, porque hasta el momento, no ha habido ninguna encíclica, bula o motu proprio dedicados a esos temas específicamente… Es que, no se sigue en sana lógica, porque ya ha hablado de la importancia de la vida, de la castidad, de la complementariedad de varón y mujer, y de que el único pecado que se posee sin cometerlo, y aún hablando de modo análogo, es el pecado original que se borra con el bautismo, además… Es decir: se encuentra en los mismos principios del Catecismo de la Iglesia la refutación del tema de los “pecados ancestrales” o el de cortar las “ataduras” o “ligaduras” de los pecados.
8) Pero entonces, ¿por qué hay sacerdotes o comunidades que adoptan estas creencias? ¿qué deberíamos hacer al respecto?
Yo, sinceramente, creo que hay muy buenos sacerdotes y buenas comunidades que se encuentran confundidas con el tema y, por cierto, con las mejores intenciones.
He escuchado atentamente a algunos, incluso a un doctor en teología, confundir en sus discursos verbales, que “los pecados se transmiten” como “cargas epigenéticas” (ver AQUÍ), al igual que el pecado original. Para quien no sepa qué significa eso de “carga epigenética”, digo que lo que llaman hoy “epigenética” es el estudio de la legibilidad o expresión de nuestros genes que, sin ser modificados en su ADN tendrían ciertas “pequeñas etiquetas químicas” conforme a los cambios o al entorno en que vivimos.
Los pecados de los antepasados se transmitirían -según dicen algunos– como “cargas espirituales” epigenéticas, a saber, una “predisposición” a padecer abusos sexuales, a la soltería, a la ruina, al fracaso matrimonial, etc.
También, dicen otros que, así como el pecado original se transmitiría por el principio corporal el pecado ancestral, se transmitiría por el alma…, pero nos encontramos con un problema pues el alma, es directamente infundida por Dios en la concepción, de donde, al unirse en unión sustancial con su co-principio corpóreo, la persona entera, por su materialidad, hereda el pecado de Adán.
Es decir, no se sigue. Es obvio (y es natural) que, dado que somos un compuesto de alma y cuerpo, materia y forma, donde la “forma dat esse”, al decir de Santo Tomás, nuestras almas son infundidas por Dios al momento de la concepción y, a raíz de ese co-principio material que tenemos, quedamos en cierto modo “limitados” esa herencia física que viene de Adán y Eva.
Hay una cierta herencia física en algunos puntos, claro. Esta es la razón por la cual, de padres atletas, surgen hijos con propensión al deporte. O de padres obesos surgen hijos con propensión a la obesidad.
Y esto mismo es lo que podemos “heredar” de nuestros padres; y es lógico que sea así.
Si nuestro padre fue un borracho, quizás tenga yo una propensión hacia eso.
Sin nuestra madre fue iracunda, lo mismo…
Pero esto no se da de modo automático, de lo contrario, debería darse en todos los casos y vemos que no funciona así la realidad.
Otros plantean (como Fray Nelson Medina), más sensatamente, que la sanación intergeneracional es, claramente, no la transmisión de un pecado, sino la transmisión de las penas, o las consecuencias merecidas por nuestros pecados, cosa que se daría de tres modos:
a. Por vía genética, como el que es hijo de un borracho
b. Por ambiente, la educación, etc., como quien viene de un ambiente violento
c. Por la insidia del demonio que, al haber hecho alguien un pacto con él, así como puede quedarse en una casa infestada, puede quedarse en una “generación.
Estaríamos de acuerdo con los primeros dos puntos pero no tan sencillamente con el tercero pues, en primer lugar no es lo mismo un ser inanimado sin libertad que una persona y, en segundo lugar, porque no sería necesaria tal “herencia” para el demonio, pudiendo, por permisión divina, poseer a un persona sin más.
Sea como fuere, es lógico pensar que uno puede heredar, como dijimos antes, las consecuencias de las virtudes y de los pecados de otros. Y, seguir esas consecuencias o rechazarlas.
9) ¿Cuáles son los riesgos a los que nos enfrentamos con estas creencias?
Como venimos diciendo, la Iglesia enseña desde el principio que el pecado es siempre personal y requiere una decisión de la voluntad. Lo mismo ocurre con la pena del pecado. Todos son castigados personalmente por su pecado. En la Carta a los Romanos, San Pablo dijo que «cada uno de nosotros tendrá una cuenta de sí mismo ante Dios» (Rom 14, 12).
En la Exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia, que algunos defensores de estos temas utilizan para decir que “hay pecados que se transmiten” a otras generaciones y por los cuales hay que pedir perdón”, Juan Pablo II sostiene que «el pecado en su verdadero y propio sentido es siempre un acto de una persona específica, porque es un acto de libertad de un individuo, y no un acto de un grupo o comunidad» (n. 16).
Es decir, no hay pecados imputables más que los propios.
En cuanto al riesgo, creo que mejor no pudo resumirlo la declaración de la Conferencia Episcopal Polaca del año 2015 cuando termina diciendo:
La «reencarnación del pecado» o la «propagación» del pecado a las generaciones sucesivas, enseñada por los seguidores de la «curación intergeneracional», no tiene justificación ni en las Escrituras ni en la Tradición y enseñanza de la Iglesia. Este tipo de ideas infundadas son muy peligrosas para la vida espiritual de los fieles y la doctrina de la Iglesia misma. Promocionarlos conduce a una especie de «calmar» o «silenciar» las conciencias al transferir la responsabilidad de sus errores, pecados y maldades cometidos a las generaciones anteriores. Esto libera al creyente de la vigilancia, que se convierte en fuente de más pecados. Mientras tanto, un cristiano debe caracterizarse por la actitud de vigilancia constante, como lo enseña S. Piotr: “¡Sé sobrio! ¡Mantente despierto! Tu adversario el diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar. ¡Resistidle, firmes en la fe! » (1 Pe 5,8).
10. Ahora, ¿cuál es la forma correcta de orar por los difuntos entendiendo que algunos celebran misas por la sanación de heridas intergeneracionales o del árbol genealógico?
Pues como siempre se ha hecho, orando por las almas del purgatorio para que, si están allí, salgan cuanto antes y puedan gozar de la visión beatífica con todos los santos y, a su vez, cooperen con nosotros para nuestra salvación. Para ello, las Santas Misas celebradas en sufragio de ellas, nuestras limosnas, nuestros sacrificios, nuestras oraciones, ayudan a esa Iglesia Purgante, para liberarlas de las penas merecidas por sus pecados.
Pero nosotros no “desatamos” nada realizado en el pasado pues el pasado ya quedó atrás; ni “heredo” fuera de mi temperamento o mala inclinación propia, ningún pecado de los otros, más allá de lo que dijimos.
11) Ahora, si esto es así, ¿por qué hay familias que tienen los mismos patrones de comportamiento relacionados con ciertos pecados, ejemplo si el papá le fue infiel a la mamá, a las hijas le son infieles. Si la mamá acabó con un matrimonio su hija repite el mismo comportamiento y acaba con otro matrimonio. Y todas estas situaciones sin que los hijos las conocieran.
La misma pregunta denota un cierto determinismo que es contrario a la Fe católica. Afirmemos de nuevo con la Sagrada Escritura que: “El hijo no es responsable de la culpa de su padre, ni el padre por la culpa de su hijo”(Ez 18, 3-4.20).
De padres infieles nacen hijos fieles e infieles… De madres santas, hijas vírgenes o prostitutas; de padres abstemios, hijos borrachos o virtuosos…
El “patrón de conducta”, como dijimos antes, puede estar condicionado por la educación, por la inclinación corporal o genética, pero no exime en absoluto nuestra libertad, salvo en un caso patológico como es la discapacidad, como para eximirnos de la responsabilidad; de lo contrario, podríamos hacer que, en un país vivan los santos que tendrían necesariamente hijos santos y, en otro, los pecadores, que serían siempre pecadores.
Y la realidad es la del Evangelio: hay trigo y hay cizaña mezclada en la vida.
Se ha llegado a afirmar que, si una joven nació de un matrimonio donde el padre engañó a la madre, ella va a estar “destinada” o “inclinada” a que su marido también la engañe… ¿dónde está la culpa generacional? ¡El esposo de esta joven no es hijo del padre de ella! ¿De dónde la “generación” entonces?
Simplemente habrá que elegir buenos esposos al momento de casarse, con la certeza moral de que no pasará lo mismo si uno ha elegido bien y es fiel a la gracia de Dios que da el sacramento del matrimonio.
12. Hay sacerdotes que apoyan estas ideas diciendo que lo que se hereda es la inclinación o la tendencia a ciertos pecados y por eso se repiten los mismos pecados en varios miembros o generaciones de una misma familia (pero entonces ¿en dónde queda el bautismo?¿cómo les responderíamos a ellos?)
Hay inclinaciones que se heredan principalmente por la educación de los padres, que, con el tiempo, se van haciendo hábitos y que, al trabajar el temperamento, nos van dando un carácter, un modo de ser. Y esto es innegable.
El bautismo borra el pecado, pero queda el fomes peccati, la inclinación al pecado, la cicatriz. El modo de ser, puede resultar de una consecuencia del pecado de nuestros padres, claro está, pero que de modo alguno nos condiciona o nos predetermina a ser necesariamente de una manera.
Es más: esa postura no sólo resulta contraria a la Fe sino a la razón y hasta es peligrosa pues rememora lo que, en el siglo XIX, una corriente del derecho penal que estudiábamos en la Facultad de Leyes, llamada la escuela positivista del crimen (Lombroso, Ferri y Garofalo), fundamentaban desde lo racial la concepción sociobiológica del crimen: si uno tenía cierto tipo de conformación craneal, si provenía de padres borrachos, delincuentes, etc, etc., estaba predeterminado a ello. Y eso es peligroso.
13. Pero ¿si no se heredan las consecuencias de los pecados de los padres o abuelos o antepasados entonces por qué hay tragedias que se repiten en las familias?
Las consecuencias de nuestros pecados claramente que pueden heredarse, pero no de modo obligatorio.
Si mi padre se jugó su fortuna en el casino y nos dejó en la ruina, hay consecuencias de los pecados, claro está. Si mi abuela dejó a mi abuelo por un amante, rompió el matrimonio y mi padre tuvo que ser educado con falencias afectivas sólo por mi abuelo, entonces, mi padre, salvo que haya podido educar bien sus afectos, posiblemente tendrá algunas carencias que quizás transmita a sus hijos.
Es decir: hay consecuencias por nuestros pecados que pueden afectar a otros, claro está, pero no determinan ni encorsetan nuestros actos pues con el trabajo espiritual, con la aversión al pecado y con la ayuda de los sacramentos nada es imposible.
Y esto se ve en la vida de los santos.
San Martín de Porres fue producto de una relación adulterina.
Don Bosco fue hijo de madre viuda.
Varias mártires de la antigüedad eran hijas de padres paganos… y no por ello debieron repetir los pecados de los padres…
14. ¿Entonces cómo abordar estos temas sin caer en prácticas que no son del todo seguras respecto a lo que enseña la Iglesia?
Pues siguiendo la espiritualidad clásica, la espiritualidad que la Iglesia ha recomendado a lo largo de los siglos por medio de los santos autores espirituales de la ascética y la mística. San Juan Casiano, San Agustín, Santo Tomás, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila, etc. Entre los manuales más cercanos a nosotros, los escritos del Combate Espiritual del Padre Scupoli, los textos de Antonio Royo Marín o el excelente resumen de espiritualidad católica del padre José María Iraburu.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
10/6/2023
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Bibliografía consultada:
Documentos magisteriales
– Consejo Pontificio de la cultura y del Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso, Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era”, del (ver AQUÍ)
– Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, “Iuvenescit Ecclesia. A los Obispos de la Iglesia Católica sobre la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos para la vida y misión de la Iglesia” (ver AQUÍ)
– Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal “Reconciliatio et poenitencia” (ver AQUÍ)
– Conferencia episcopal francesa, “Note 6 de la commission doctrinale de la Conférence des évêques de France, «Sur la guérison des racines familiales par l’eucharistie»” (ver AQUÍ)
– Conferencia episcopal polaca, “Grzech pokoleniowy i uzdrowienie międzypokoleniowe. Problemy teologiczne i pastoralne” (en polaco, aquí: http://www.zbawiciel.gda.pl/artykuly/dokumenty/grzech-pokoleniowy-i-uzdrowienie-miedzypokoleniowe-problemy-teologiczne-i-pastoralne; en español, aquí: https://www.quenotelacuenten.org/2022/01/05/de-sanacion-intergeneracional-pecados-ancestrales-y-otras-yerbas/
Libros
– Rogelio Alcántara, ¿De qué diablos estamos hablando?
– Conferencias o disertaciones en internet
– Mons. José Munilla, «Sanación intergeneracional» y los «pecados ancestrales». No es católico. Mons. José I. Munilla, en https://www.youtube.com/watch?v=AKVu4jjKFQ0&t=5s (consultado el 10/6/2023).
– P. Rogelio Alcántara / P. Javier Olivera Ravasi, SE, Sanación intergeneracional, pecados ancestrales y árbol genealógico. ¿Es algo católico?, en https://www.youtube.com/watch?v=vRIDhoNPwF0 (consultado el 10/6/2023).
– Fray Nelson Medina, Sanación intergeneracional – Honestamente 015, en https://www.youtube.com/watch?v=VvB8VRYyk5E (consultado el 10/6/2023).
– P. Javier Luzón Peña,
– “Objeciones a la Sanación intergeneracional, en https://www.youtube.com/watch?v=fmdwbro75zI&t=3040s (consultado el 10/6/2023).
– “La sanación intergeneracional en la tradición de la Iglesia” en
(https://www.youtube.com/watch?v=gSgES7KIh6U&t=7s (consultado el 10/6/2023).
– Ayudas: https://www.patreon.com/pjavieroliveraravasi
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