Vivir en una novela orwelliana. El clásico 1984

Viviendo en una novela orwelliana

P. Javier Olivera Ravasi, SE

Vídeo de este texto, AQUÍ

 

Hemos titulado a esta conferencia “Vivir en Cristo en 1984” haciendo una clara alusión no al año en sí, sino a la famosísima novela de ese escritor británico (aunque nacido en India) que fuera George Orwell, quien en su turbulenta juventud no sólo militó en las filas de la izquierda sino que llegó a combatir aquí en España, en favor de la República y contra la Cruzada, en 1936, luego de lo cual, escribió sus conocidísimas “Rebelión en la granja” (1945) y la famosa 1984, un año antes de morir, en 1949, ambas, producto de un gran descontento y decepción respecto del comunismo.

Conocimos Rebelión en la granja cuando apenas éramos unos niños de diez años; si todavía recordamos cuando nuestra madre nos la daba a leer, con hermosas ilustraciones. “Napoleón”, los perros guardianes, el granjero, todos eran personajes conocidos por nosotros y, aunque no captábamos del todo la importancia de la fábula, entendíamos que había cierta ironía en aquello de que “todos somos iguales, aunque algunos son más iguales que otros…”.

Rebelión en la granja es de esas obras que perfectamente se pueden leer de pequeños o de grandes y, como todos los libros, en cada lectura, ir sacando más y más enseñanza. Es un clásico, es decir, un texto que soporta el paso de los tiempos por aquello de Peguy: “Homero es nuevo cada mañana y el diario de hoy ha envejecido ya”.

En cambio, 1984, lejos de ser una fábula, es una novela, una novela “distópica”, como hoy le dicen, “es decir, plantada en un lugar deficiente”, es una novela que narra en el pasado un futuro por entonces imposible de imaginar. Una novela que, según dicen, se encuentra hoy entre los libros más vendidos del siglo XX y, luego del fatídico año 2020, entre las más vendidas del siglo XXI.

¿De qué trata 1984?

Sin querer “espoliar” el magnífico trabajo de Orwell el texto -complejo por momentos y más entendible hoy que en 1949, cuando fue escrito, narra un presente dominado por el pensamiento único y, más bien, por un partido único que opera como un todo ideologizado donde la persona individual es tal en función del estado o, mejor dicho, en función de la ideología imperante.

Winston Smith y Julia, los protagonistas de esta obra, donde hasta el amor cabe, son dos personas que, con sus bemoles, se oponen al sistema, una por una cuestión de rebeldía y, el otro, por descubrir una mentira histórica. Ambos, pasan por un romance, son engañados y, luego de ser salvajemente torturados y sometidos a una corrección de pensamiento, terminan no sólo abdicando de sus principios, sino negando sus propias realidades.

Porque, al final de cuentas, el sometimiento a las ideologías no es otra cosa que la sumisión, por la voluntad a la sinrazón.

En la novela 1984 tres son los principios sagrados del Partido que todo lo gobierna, llamado Ingsoc: 1) Neolengua 2) doblepensar (decir una cosa y pensar otra) y, 3) la mutabilidad del pasado.

En 1984, el personaje central, Smith, descubre que, el Partido, de modo sistemático elude, tergiversa y trastorna la historia, aduciendo la famosa frase, inmortalizada por esa obra de que “quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado, controla el futuro”.

Con el fin de ir mostrando algunas pinceladas de este clásico y, a la vez, realizar esa ociosa y fascinante actividad que es el pensar humano, es que vamos a ir leyendo algunos extractos de la obra para poder, a veces, comentarla y, a veces, simplemente dejar que la sinapsis haga su trabajo natural.

1. La vigilancia

1984 transcurre en un tiempo en el cual todo es oído, todo es visto por ese “Gran hermano” que todo lo domina y todo lo vigila. Porque la vigilancia del “sistema” es la clave del éxito para toda ideología. Por donde uno anduviese, salvo durante la oscuridad, siempre existe una pantalla que a todos vigilaba como en el mundo de Foucauld.

Citemos:

“Cualquier sonido que hiciera Winston superior a un susurro, era captado por el aparato. Además, mientras permaneciera dentro del radio de visión de la placa de metal, podía ser visto a la vez que oído… Tenía usted que vivir —y en esto el hábito se convertía en un instinto— con la seguridad de que cualquier sonido emitido por usted sería registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la oscuridad, todos sus movimientos serían observados”.

Es paradójico que, en un mundo en el que se habla de la libertad de expresión como uno de los valores sumpremos del liberalismo, en nombre de un “bien superior”, toda persona deba ser vigilada, censurada y castigada.

Porque la inquisición no nace en la Edad Media, sino que es una institución tan antigua como el estado y siempre ha de analizarse lo que se dice, lo que puede llegar a dañar el “bien común”, bien común que puede ser verdadero o falso.

Si Winston hubiese vivido en otras épocas, se hubiese dado cuenta de que, además de la censura, hay algo peor que ella y es la auto-censura, es decir, el temor de no querer decir la verdad o de no querer arriesgar siquiera un centímetro del pellejo, a diferencia del enemigo, que muchas veces termina dándonos cátedra de fortaleza, aún para el mal.

Es que, como decía el Señor “los hijos de las tinieblas, en sus asuntos, son más prudentes que los hijos de la luz” (Lc 16,8).

2. El enemigo de siempre: la extrema derecha de “Goldstein”

En la novela, el partido único, como en todo regímen totalitario, entiende que la famosa dialéctica amigo-enemigo, inmortalizada por Carl Schmitt, siempre funciona al momento de querer “aunar” a la tropa.

En el caso de 1984 ese enemigo del pueblo, ese enemigo de la sociedad, tiene nombre y apellido: era “Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo”.

¿Quién era “Goldstein”? ¿existía?¿pero si nadie nunca lo había visto?

Para el partido, claramente que existía.

Cito:

“se había dedicado a actividades contrarrevolucionarias, había sido condenado a muerte y se había escapado misteriosamente, desapareciendo para siempre”.

Era el enemigo público del pueblo, el ser más despreciable de todos, el nombre por medio del cual todos insultaban.

“¡Eres uno de ellos!” – decían. “Eres de la Hermandad”.

Porque todo régimen totalitario necesita de esa dialéctica, necesita de esos motes. La “Hermandad”, los “integristas”, “los fundamentalistas”.

Porque todos podemos ser “Goldstein”, es decir, enemigos del pueblo, enemigos del género humano, como algunos dicen.

Como le oí decir hace un par de meses a un político español (Jorge Buxadé, de VOX):

– Si quieres un empleo estable: extrema derecha.

– Si respetas a tus padres y exiges el derecho a educar a tus hijos… extrema derecha.

– Si no quieres vivir compartiendo un departamento de 30 metros cuadrados… extrema derecha.

– Si amas a tu Patria… extrema derecha.

– Si intentas vivir tu Fe católica de forma coherente… extrema derecha.

– Si te parece ridículo el feminismo woke que atenta contra las leyes biológicas… extrema derecha.

– Si quieres pasear seguro por las calles de tu ciudad… extrema derecha.

– Si sabes que plantando árboles o placas solares… extrema derecha.

– Si no quieres que las élites millonarias decidan por ti… extrema derecha.

Todo el que se enfrenta al partido es de extrema derecha, es decir, es Emmanuel Goldstein…, y debe ser expulsado del espacio público.

En 1984 todo se reduce al mote anti-democrático, homofóbico y fascista.

Porque todos somos “Goldstein”…

3. La Hermandad y su “libro”

En 1984, no sólo hay un grupo que sigue a Emmanuel Goldstein, esa “Hermandad” de la que hablábamos antes, sino que esta misma “hermandad”, oculta y perseguida es propietaria de un “libro”, de un libro que pocos han leído, pero que posee las bases de sus posturas, la verdad de sus doctrinas.

“Goldstein “era el jefe supremo de un inmenso ejército que actuaba en la sombra, una subterránea red de conspiradores que se proponían derribar al Estado. Se suponía que esa organización se llamaba la Hermandad. Y también se rumoreaba que existía un libro terrible, compendio de todas las herejías, del cual era autor Goldstein y que circulaba clandestinamente. Era un libro sin título. La gente se refería a él llamándole sencillamente el libro”.

 

Tener ese libro y seguir sus enseñanzas conforme siempre se habían entendido por parte de la Hermandad, es decir, interpretándolo según sus enseñanzas, era  siempre tenido como una declaración de guerra.

En ese “libro”, que en realidad era un conjunto de libros, “El libro”, se planteaba la realidad, el bien y el mal, el modo en que uno puede alcanzar la Verdad y destronar el pensamiento único.

4. El “crimental”: el crimen de “disentir” ante el pensamiento único

Lo que llama la atención de esta novela distópica es que, en miras del “bien del todo”, aún los propios pensamientos intentan ser controlados bajo la tipificación legal de algo que se conoce como el “crimen mental” o, simplemente abreviado, como el “crimental”.

Porque el partido, no solamente desea controlar el ejercicio externo de sus ciudadanos, sino el mismo hecho de pensar, al punto de que, si aún pudiesen, se meterían dentro del mismo cerebro para analizar el inicio, medio y fin de los raciocinios, aún de los inconscientes.

Así sucede con Winston quien, sin siquiera quererlo, divagando en pleno trabajo mecánico, que suponía para él tergiversar la realidad de los diarios y las revistas para que concordaran con lo que el Partido decía (aún si eran sucesos pasados los que debían cambiarse), en cierto momento, casi distraído y dejándose llevar por la divagación, había escrito en un papel, como garabateando:

– “Abajo el Gran hermano, abajo el Gran hermano”.

Es decir, se le había escapado una verdad…

Súbitamente, dándose cuenta de ello, Orwell añade:

“Winston había cometido el crimen esencial que contenía en sí todos los demás. El crimental (crimen mental), como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante mucho tiempo. En ocasiones, se podía llegar a tenerlo oculto años enteros, pero antes o después lo descubrían a uno”.

El crimen esencial en organizaciones totalitarias como las que presenta Orwell, es ese delito sedicioso de llamar a las cosas por su nombre, de plantear que la realidad es independiente de lo que se diga o piense de ella. Es aquello de Chesterton, de que “llegará el día en que sería preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde en verano”.

El “crimental”, como bien dice Orwell, bien puede quedar impune durante mucho tiempo pero, salvo que uno se haya convencido de su malicia y lo haya reprimido voluntariamente, en algún momento de al vida, aflora, reverdece: porque no se puede “encorsetar” la inteligencia por mucho tiempo; no se puede aplacar la verdad que clama a los cuatro vientos.

El mundo orwelliano controla, entonces, no sólo lo que se dice, sino lo que se piensa.

Un “crimental” de Londres: “rezar en la calle”

5. Los principios sagrados del Partido “Ingsoc”

            El partido “dominante” o, mejor dicho, el único partido de ese país llamado “Oceanía” tres son los principios que rigen el accionar. Tres y no más que tres: la llamada neolengua, el doblepensar y la mutabilidad del pasado”.

a. Neolengua: la neolengua consiste, simplemente en modificar el lenguaje para, desde allí, modificar la realidad, de ahí que hubiera palabras que estaban permitidas decir y otras que simplemente rayaban lo blasfemo.

Para ello, el Ministerio de la Verdad, como se llamaba al órgano de pensamiento, planteaba cada vez un nuevo diccionario con el modo oficial de hablar.

Uno de sus redactores, decía:

“Le estamos dando al idioma su forma final, la forma que tendrá cuando nadie hable más que neolengua. Cuando terminemos nuestra labor, tendréis que empezar a aprenderlo de nuevo. Creerás, seguramente, que nuestro principal trabajo consiste en inventar nuevas palabras. Nada de eso. Lo que hacemos es destruir palabras, centenares de palabras cada día.

Todo régimen totalitario sabe que, como señala San Juan en el inicio de su Evangelio, “in principio erat Verbum”, es decir, en el principio era la Palabra, el Verbo de Dios, el Lógos eterno. Y es en este nuevo mundo orwelliano en el que el autor imagina una sociedad donde, las palabras, al igual que con Adán en el Edén, iban no sólo nombrando las esencias, de algún modo, creándolas, como decía Boges en el Cratilo:

Si (como afirma el griego en el Cratilo)

el nombre es arquetipo de la cosa

en las letras de ‘rosa’ está la rosa

y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.

Es la palabra en Orwell la que va creando la realidad; es por medio del Verbo, por el cual todas las cosas van siendo hechas. Es el sueño de la moderna Escuela de Frankfurt hecho realidad. Las palabras, las palabras que “como balas”, según decía Lenin, poseen una finalidad dominadora, una finalidad limitante, una finalidad de poder, como decía uno de sus personajes:

“La finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente…. ¿cómo puede haber ‘crimental’ si cada concepto se expresa claramente con una sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significados secundados eliminados y olvidados para siempre?… La revolución será completa cuando la lengua sea perfecta”.

Cambiar la lengua para cambiar la realidad. Esto es lo que han hecho siempre las revoluciones, desde la Francesa, con su “adveniat regnum tuum” por “adveniat republicam tuam”, hasta las modernas luchas terminológicas de sexo por género, de asesinato por eutanasia o de aborto por interrupción voluntaria del embarazo.

b. Doblepensar: es el principio por el cual no importa qué es lo que la inteligencia diga respecto de su adecuación con las cosas; el principio ya no está en aquella “adequatio rei et intellectus” de los medievales, sino la adecuación del pensamiento (o, mejor dicho, de la voluntad), con el pensamiento único, el pensamiento del Partido.

El “doblepensar” es el ejercicio de la lógica contra la lógica:

“Winston dejó caer los brazos de sus costados y volvió a llenar de aire sus pulmones. Su mente se deslizó por el laberíntico mundo del ‘doplepensar’. Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica”.

Este pensar una cosa y decir otra, esta presión psicológica digna de una checa republicana, hace que alguien diga, como Groucho Marx: “estos son mis principios y, si no le gusta, tengo estos otros…”.

Se trata de ese corset intelectual que opera como auto-represión de la inteligencia y que puede padecerse en todos lados: desde la Iglesia al trabajo, desde la facultad a la verdulería. Por momentos, es imposible decir que el rey está desnudo, como en el cuento de Andersen.

Es el sofocante ejercicio del “doblepensar”.

“Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe… que está trucando la realidad… Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad. El doblepensar está arraigado en el corazón mismo del Ingsoc… Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega…. todo esto es indispensable”

Ante un interrogatorio, en una encrucijada intelectual del protagonista, Orwell nos señala lo que debió padecer Winston:

“El Partido nos decía que se negase la evidencia de ojos y oídos. Ésta era su orden esencial. El corazón de Winston se encogió al pensar en el enorme poder que tenía enfrente… sin embargo, era él, Winston, quien tenía razón. Los otros estaban equivocados y él no. Había que defender lo evidente: el mundo sólido existe y sus leyes no cambian. Las piedras son duras, el agua moja, los objetos faltos de apoyo caen en dirección al centro de la Tierra… Y escribió: ‘La libertad consiste en poder decir que dos y dos son cuatro’. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados”.

“La libertad consiste en poder decir que dos y dos son cuatro”. Pues no hay libertad alguna, sin verdad; y no hay virtud alguna sin ella.

“La verdad os hará libres” (Jn 8,31).

c. La mutabilidad del pasado: es el tercer principio del Partido.

El pasado es, existe, en vistas del presente y, como tal puede cambiar pues no es más que un “relato”.

Winston, el protagonista, quien tenía como tediosa función rectificar los datos que no concordaran con el relato partidista, en determinado momento de la historia, toma conciencia de que el partido estaba abiertamente cambiando no algunos datos accidentales sino la historia misma, los hechos pretéritos.

Siempre, se había dicho que “Oceanía”, la nación en la que vivían, había sido aliada durante años con Eurasia, otro país pero, a partir de determinado día, el mismo partido comenzó a decir exactamente lo contrario, de allí que se preguntara:

“Si el Partido podía alargar la mano hacia el pasado y decir que este o aquel acontecimiento nunca había ocurrido, esto resultaba mucho más horrible que la tortura y la muerte… Él, Winston Smith, sabía que Oceanía había estado aliada con Eurasia cuatro años antes. Pero, ¿dónde constaba ese conocimiento? Sólo en su propia conciencia… Si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y se convertía en verdad.

«El que controla el pasado —decía el slogan del Partido—, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado». Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza, nunca había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su propia memoria. A esto le llamaban «control de la realidad». Pero en neolengua había una palabra especial para ello: doblepensar”.

Ese cambio del pasado, como se ha venido dando a lo largo de los siglos con la historia, con nuestra historia, basta con que sea repetida y enseñada hasta el cansancio para que, al final de cuentas, termine transformándose en una verdad por todos aceptada.

Desde la brutalidad de la Edad Media hasta la Inquisición española, pasando por las Cruzadas, la expulsión de los judíos de España y la “sangrienta” conquista de América, sin llegar a tocar, de nuevo, el tema de la Cruzada Española. Todo aquel que ose analizar el “relato” pretérito, debe ser rápidamente censurado, tildado de loco y sometido a la “vaporización” que es otro modo del “memoricidio”.

Ahora,  ¿a qué tanta insistencia con esto del pasado?¿por qué al pensamiento único, en una obra como la de Orwell, le interesa con tanta insistencia lo que pasó hace años?

La respuesta es sencilla: porque, diría Cicerón, la historia es “maestra de la vida”, nos enseña a vivir. Así lo explica:

“Los acontecimientos pretéritos no tienen existencia objetiva… sino que sobreviven sólo en los documentos y en las memorias de los hombres. El pasado es únicamente lo que digan los testimonios escritos y la memoria humana”… La alteración del pasado es necesaria… porque el miembro del Partido, lo mismo que el proletario, tolera las condiciones de vida actuales, en gran parte porque no tiene con qué compararlas (de allí que haya) que cortarle radicalmente toda relación con el pasado… pues es necesario que se crea en mejores condiciones que sus antepasados”.

El pasado no sólo era cambiado, sino que era aniquilado, sepultado, más aún “vaporizado”, como se decía de las personas que estuviesen en contra de la política de estado.

“El nombre del individuo en cuestión desaparecía de los registros; se borraba de todas partes cualquier referencia a lo que hubiera hecho. Su paso por la vida quedaba totalmente anulado como si jamás hubiera existido. Para esto se empleaba una palabra: ‘vaporizado’”.

Esta es la razón por la cual el mundo orwelliano y sus adeptos saben volcarse a la narración histórica como una clara acción política desde el presente.

6. El Ministerio de la Verdad es quien implementa los principios

En todo gobierno civilizado existe un Ministerio de Economía, de Salud, de Defensa; en otros, civilizados o no, no lo sé, hasta un Ministerio de la Igualdad…

 En Oceanía, era necesario un Ministerio que contruyese y controlase la verdad:

“La principal tarea del Ministerio de la Verdad, era no reconstruir el pasado, sino proporcionarles a los ciudadanos de Oceanía periódicos, películas, libros de  texto, programas de telepantalla, comedias, novelas, con toda clase de información, instrucción o entretenimiento. Fabricaban desde una estatua a un slogan, desde un poema lírico a un tratado de biología y desde la cartilla de los niños hasta el diccionario de neolengua…”.

El Ministerio de la Verdad era, por así decirlo, el encargado de crear el sentido común, es decir, la “filosofía de los no filósofos”, como la llamaría Gramsci:

“Había toda una cadena de secciones separadas que se ocupaban de la literatura, la música, el teatro y, en general, de todos los entretenimientos para los proletarios. Allí se producían periódicos que no contenían más que informaciones deportivas, sucesos y astrología, noveluchas sensacionalistas, películas que rezumaban sexo y canciones sentimentales… Había incluso una sección conocida en neolengua con el nombre de Pornosec, encargada de producir pornografía”.

Cuando leíamos estas líneas era imposible no recordar un famoso discurso de García Linera, ex-vicepresidente de Bolivia (2006-2019) cuando, en un discurso a intelectuales de izquierda, explicaba cómo hacer la revolución cultural.

Gramsci y los intelectuales. Ex – vicepresidente García Linera, Bolivia

 

Pues entonces, la mayor de las herejías era seguir el sentido común, como le sucede a Winston:

“Hubo una época en que fue señal de locura creer que la tierra giraba en torno al sol: ahora, era locura creer que el pasado es inalterable. Quizá fuera él el único que sostenía esa creencia, y, siendo el único, estaba loco… Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común”.

            Hay otro pasaje, excelente y casi llegando al final del libro donde el torturador del protagonista, un tal O’Brien, intenta doblegar por completo el intelecto y la voluntad de Winston al decir:

“—Controlamos la materia porque controlamos la mente. La realidad está dentro del cráneo. Irás aprendiéndolo poco a poco, Winston. No hay nada que no podamos conseguir: la invisibilidad, la levitación… absolutamente todo. Si quisiera, podría flotar ahora sobre el suelo como una pompa de jabón. No lo deseo porque el Partido no lo desea. Debes librarte de esas ideas decimonónicas sobre las leyes de la Naturaleza. Somos nosotros quienes dictamos las leyes de la Naturaleza”.

Para ello, el Ministerio de la Verdad debía controlar y reescribir también la realidad aún narrada para los niños: las novelas, las historietas, los comics…, nada podía dejarse librado al azar.

Así lo declaraba uno de los encargados de re-redacción de textos:

“Hacia el 2050, quizá antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron… sólo existirán en versiones neolingüísticas, no sólo transformados en algo muy diferente, sino convertidos en lo contrario de lo que eran”.

Apenas leíamos esto nos hizo acordar a una carta que recibimos hace tiempo donde, una madre, preocupada por darle buena literatura a su hijo, nos escribió preocupada dicíendonos que habíamos recomendado un libro con literatura homosexual…, el clásico de Melville: Moby Dick.

Sólo luego después de ver bien la edición que esta buena madre había comprado, nos enteramos de que hay hoy en día toda una serie de narraciones clásicas reinterpretadas y reescritas en clave LGBTQ: desde Blancanieves a Caperucita roja, pasando por los cuentos de los hermanos Grimm hasta Pinocho.

Ojo entonces cuando vayan a comprar un libro…

7. La dialéctica familiar

Un estado totalitario como el narrado por Orwell no puede existir sin la ayuda y colaboración espontánea de los ciudadanos. Pues los Gulags siempre tienen capacidad finita, al final de cuentas. En una situación por el estilo el papel de adoctrinamiento de las masas desde la niñez es parte del “sistema” organizado, de modo tal que, un niño, estuviese aún dispuesto a denunciar a sus propios padres en pos del Todo.

No; no es que se intentase suprimir a la familia, sino que se la dominaba, se la vaciaba de contenido y se la utilizaba:

“El instinto sexual era peligroso para el Partido y éste lo había utilizado en provecho propio. Habían hecho algo parecido con el instinto familiar. La familia no podía ser abolida… Pero, por otra parte, los hijos eran enfrentados sistemáticamente contra sus padres. Se les enseñaba a espiarles y a denunciar sus desviaciones. La familia se había convertido en una ampliación de la Policía del Pensamiento. Era un recurso por medio del cual todos se hallaban rodeados”.

8. El sometimiento de la propia voluntad

En una conferencia titulada “La decadencia de la inteligencia” le oímos decir cierta vez al gran Padre Leonardo Castellani, que la inteligencia es una potencia espiritual y que, como tal, no puede “decaer” pues es inmaterial. Es cierto, decía, no puede “decaer” por sí misma pero puede ir debilitándose su ejercicio propio por un sometimiento externo o por una desidia interna.

“Intelligo quia volo”, decía el gran Santo Tomás de Aquino, entiendo porque quiero. Y, si me obligan voluntariamente a no entender, o a entender algo distinto, es la voluntad la que debe someterse a lo falso, a lo errado, a lo irreal.

El interrogatorio final con el que Orwell cierra el libro es de antología y es imposible no citarlo en extenso para ver cómo nos encontramos, hoy en día, inmersos muchas veces sin saberlo en una novela similar a la que estamos espigando. Allí, Winston, el protagonista, en plena sala de torturas, se niega a decir que el pasado puede ser cambiado con el presente:

“—No eres metafísico, Winston. Hasta este momento nunca habías pensado en lo que se conoce por ‘existencia’.

Te lo explicaré con más precisión. ¿Existe el pasado concretamente, en el espacio? ¿Hay algún sitio en alguna parte, hay un mundo de objetos sólidos donde el pasado siga acaeciendo?

—No.

—Entonces, ¿dónde existe el pasado?

—En los documentos. Está escrito.

—En los documentos… Y, ¿dónde más?

—En la mente. En la memoria de los hombres.

—En la memoria. Muy bien. Pues nosotros, el Partido, controlamos todos los documentos y controlamos todas las memorias. De manera que controlamos el pasado, ¿no es así?.

—Pero, ¿cómo van ustedes a evitar que la gente recuerde lo que ha pasado?… Es un acto involuntario. No puede uno evitarlo. ¿Cómo vais a controlar la memoria? ¡La mía no la habéis controlado!

OʹBrien volvió a ponerse serio. Tocó la palanca con la mano.

—Al contrario, eres tú el que no la ha controlado y por eso estás aquí… No has querido realizar el acto de sumisión que es el precio de la cordura. Has preferido ser un loco, una minoría de uno solo… Crees que la realidad es algo objetivo, externo, que existe por derecho propio. Crees también que la naturaleza de la realidad se demuestra por sí misma… Pero te aseguro, Winston, que la realidad no es externa.

La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio. No en la mente individual, que puede cometer errores y que, en todo caso, perece pronto. Sólo la mente del Partido, que es colectiva e inmortal, puede captar la realidad. Lo que el Partido sostiene que es verdad es efectivamente verdad…

Después de una pausa de unos momentos, prosiguió:

—¿Recuerdas haber escrito en tu Diario: «la libertad es poder decir que dos más dos son cuatro?».

—Sí —dijo Winston.

OʹBrien levantó la mano izquierda, con el reverso hacia Winston, y escondiendo el dedo pulgar extendió los otros cuatro.

—¿Cuántos dedos hay aquí, Winston? —Cuatro.

—¿Y si el Partido dice que no son cuatro sino cinco? Entonces, ¿cuántos hay?

—Cuatro.

La palabra terminó con un espasmo de dolor. La aguja (del aparato de tortura) había subido a cincuenta y cinco. A Winston le sudaba todo el cuerpo. Aunque apretaba los dientes, no podía evitar los roncos gemidos. OʹBrien lo contemplaba, con los cuatro dedos todavía extendidos. Soltó la palanca y el dolor, aunque no desapareció del todo, se alivió bastante.

—¿Cuántos dedos, Winston?

—Cuatro.

La aguja subió a sesenta.

—¿Cuántos dedos, Winston?

—¡¡Cuatro!! ¡¡Cuatro!! ¿Qué voy a decirte? ¡Cuatro!

La aguja debía de marcar más, pero Winston no la miró. El rostro severo y pesado y los cuatro dedos ocupaban por completo su visión. Los dedos, ante sus ojos, parecían columnas, enormes, borrosos y vibrantes, pero seguían siendo cuatro, sin duda alguna.

—¿Cuántos dedos, Winston?

—¡¡Cuatro!! ¡Para eso, para eso! ¡No sigas, es inútil!

—¿Cuántos dedos, Winston?

—¡Cinco! ¡Cinco! ¡Cinco!

No, Winston; así no vale. Estás mintiendo. Sigues creyendo que son cuatro. Por favor, ¿cuántos dedos?

—¡¡Cuatro!! ¡¡Cinco!! ¡¡Cuatro!! “Lo que quieras!”

El episodio, y el libro, culminan con que el Partido torturará tan ferozmente a Winston que el pobre hombre terminará aceptando que dos más dos son cinco; pero no a regañadientes, sino por su propia voluntad, cambiando su propio sentido común y hasta pidiendo perdón por ello.

*          *          *

El libro no termina como en las novelas de Hollywood; no: ni Winston ni Julia se hacen católicos (apenas se nombra sólo dos veces a Dios en toda la obra), ni se casan por la Iglesia, ni se escapan a Eurasia. No. Terminan aceptando que, lo que habían hecho, había sido un error: se habían opuesto al Gran Hermano, a Oceanía y al Partido, que era el verdadero Dios.

Claramente que 1984 nunca existió ni nunca existirá…, pero es bueno hacer este ejercicio de la inteligencia, de analizar como lo hizo Orwell la posibilidad de un mundo por el estilo…

¿Es necesario oponerse a las ideologías?¿es conveniente?¿es factible cambiar un mundo distópico como ese, en el caso de que alguna vez exista?

Terminamos, respondiendo a estos interrogantes con las mismas palabras de Winston, antes de su tortura y lavado de cerebro:

“No creo que podamos cambiar el curso de los acontecimientos mientras vivamos. Pero es posible que se creen algunos centros de resistencia, grupos de descontentos que vayan aumentando e incluso dejando testimonios tras ellos de modo que la generación siguiente pueda recoger la antorcha y continuar nuestra obra.

De las ideologías, religiosas o profanas, líbranos Señor. Muchas gracias

P. Javier Olivera Ravasi

10/1/2023


– Ayudashttps://www.patreon.com/pjavieroliveraravasi

CURSOS https://cursos.quenotelacuenten.org/

– Editorial y libreríahttps://editorial.quenotelacuenten.org/

– Youtube:AQUÍ y active la campanita.

– Whatsapp: Haga clic AQUÍ y envíe un mensaje con la palabra ALTA.

– Telegram: Suscríbase al canal aquí: https://t.me/qntlc

– Twitterhttps://twitter.com/PJavierOR

 

Un comentario sobre “Vivir en una novela orwelliana. El clásico 1984

Comentarios cerrados.

Page generated in 0,516 seconds. Stats plugin by www.blog.ca