Historia de héroes para jóvenes: «No tan invencible». Un caso de Malvinas
Por Tomás Marini
“Lo importante es saber que esta guerra
es realmente justa y verdadera,
no podemos menos que agradecer
a Dios este momento que nos
toca vivir tan trascendente para la Patria.
Ruego a Dios que no caiga en el olvido…”
Teniente primero Vázquez, abatido en la misión contra el “Invencible”
Convencidos de que la causa por la que combatían era más grande que su propia vida, en 1982 los hombres de la Fuerza Aérea Argentina y de la Aviación Naval, con gran amor a la Patria, coraje y fe, se enfrentaron exitosamente a la tercera flota más poderosa del mundo, que poseía lo último en armamento naval, defensas antiaéreas electrónicas y que era defendida por los temibles aviones de combate ingleses Sea Harrier armados con modernos misiles Sidewinder, regalo de los estadounidenses a sus aliados. Los nuestros, pilotando viejos aviones Skyhawk, Super Etendard, Dagger, Miragge y otros, demostraron a los invasores que el corazón puede más que la máquina, y más si aquél está pintado de celeste y blanco.
Llegó la orden del Alto Mando argentino: mandaban atacar a la nave insignia de la flota británica, el portaaviones “Invencible”. Una misión conjunta de los A-4C Skyhawk (“halcones del cielo”) con los Súper Etendard de origen francés, de los cuales uno solo llevaba un misil “Exocet”, el último que le quedaba al país[1], y otro iba como apoyo de radar. El AM-39 Exocet era un misil francés que los ingenieros argentinos habían adaptado a nuestros aviones con excelentes resultados, para desconcierto de los franceses que, como aliados de Gran Bretaña, no esperaban que los “argies” (como despectivamente se referían a los argentinos) pudieran utilizarlos en combate.
El menor error, una sola falla en los equipos haría fracasar la misión. Nada podía fallar, ni los Super Etendard, ni el Exocet, ni los Skyhawk. Debían llegar al blanco en perfectas condiciones. Si las “Chanchas”, los Hércules C-130, no conseguían reabastecer de combustible a los aviones,[2] la misión también fracasaría. Si encontraban “piquetes” de radar antes del blanco, tenían la orden de regresar. Si no encontraban el buque, se volvían. Demasiado podía salir mal, y eso solo para llegar a un blanco que, armado y defendido por modernísimas fragatas con pesada y moderna artillería, no los dejarían acercarse tan fácilmente para poder arrojar las bombas.
El domingo 30 de mayo, día del ataque, amaneció terriblemente frío y nublado. Desde la base de Tierra del Fuego, despegaron los Súper Etendard, pilotados por el Capitán de Corbeta Alejandro Francisco y el Teniente de Navío Luis Collavino. Los cuatro pilotos de la escuadrilla “Zonda” de Halcones se dirigieron a sus aviones, los A4 Skyhawk pintados con camuflado, luciendo en sus trompas el escudo del grupo con el lema “regresad con honor” y en sus colas la bandera argentina. Sabían muy bien que era probable que no volvieran (así eran todas esas misiones) y ésta era particularmente peligrosa. Eran el primer teniente José D. Vázquez, que había sido padre hacía pocos días, el primer teniente Ernesto R. Ureta, el primer teniente Omar J. Castillo y el alférez Gerardo G. Isaac de 23 años. Los cuatro se habían ofrecido voluntariamente. Ya se habían confesado y comulgado,[3] y Vásquez, el líder del grupo, mandó como última orden antes de dirigirse a su avión rezar un Ave María cuando llegaran a la cabecera de pista antes de despegar, encomendándose a la Santísima Virgen de Luján. Despegaron uno tras otro detrás de los Súper Etendard y se dirigieron en busca de las “Chanchas”, y rumbo a las islas.
Faltando todavía muchos kilómetros para llegar iniciaron el descenso y alcanzaron el vuelo rasante, a solo unos metros de la cresta de las olas, toda una proeza, que realizaban para evitar los radares enemigos. Iban tan cerca del agua que se empapaban los parabrisas de las carlingas y el flujo de las turbinas dejaba una especie de canaleta en el mar. Volaban ala contra ala a una velocidad de casi mil kilómetros por hora.
El clima era muy malo, las nubes muy bajas, viento, lluvia y un mar enfurecido muy encrespado, del que volaban nubes de espuma que salpicaban los vidrios del avión. En el horizonte se comenzaron a dibujar los contornos de las islas.
El capitán Francisco miró su carta, que llevaba doblada en la rodilla derecha: según los cálculos y la información recibida el portaaviones se encontraba más o menos a 80 km de distancia.
Los Súper Etendard comenzaron a hacer “levantadas” para “asomarse”, chequear con el radar, ubicar el objetivo y así poder disparar el misil.
– ¡Lo tengo, lo tengo enganchado! – Comunicó Francisco a su compañero cuando identifico el eco del portaaviones en el radar.
Collavino también detectó el mismo eco y exclamó, entusiasmado:
– ¡Yo también lo tengo enganchado!
– ¡Veinte millas al frente! ¡En la proa!
– ¡Lanzo misil! – dijo Francisco, y apretó el botón de disparo.
El último misil Exocet de ciento sesenta kilos de mortífera carga que llevaba en el ala derecha, salió disparado luego de desprenderse a unos treinta kilómetros del blanco y a una velocidad de 300 metros por segundo. Apenas lanzado, el misil ascendió y luego bruscamente inició un descenso. Parecía que iba a estrellarse contra el agua, pero al llegar cerca de la superficie, se puso paralelo a la misma y se estabilizó en vuelo rasante a solo dos metros de altura, dejando una nítida estela en el mar. Comenzó a alejarse, dejando a los aviones atrás. Los Súper Etendard, cumplida su misión iniciaron un viraje y regresaron a la base. El misil se perdió de vista en el horizonte dejando una larga estela de humo blanco producto de los gases de combustión.
Un minuto después lo vieron frente a ellos, inconfundible, inmenso, majestuoso, el portaviones inglés “Invencible”.
El primero en verlo rompió el silencio que hasta ese momento habían mantenido los A4 en la radio: ¡Al frente el portaaviones!
Era el momento de la verdad. Verificaron el consumo de combustible, las presiones y temperaturas de sus turbinas, y controlaron especialmente el armamento y la mira de puntería. Volando rasante, con los motores a plena potencia, iniciaron el ataque, dos por un lado y dos por el otro, los pulgares apoyados sobre la cola del disparador de los cañones. Mientras se acercaban comenzó a salir humo negro y denso a ambos lados de la torre del portaaviones. ¡El misil había dado en el blanco! La primera parte de la misión estaba cumplida.
Comenzaron entonces las ráfagas de la artillería antiaérea de las fragatas que protegían al enorme barco. Las explosiones producían una cortina de fuego que los aviones debían atravesar y levantaban el agua dificultando la visión de los pilotos argentinos que con maniobras de evasión intentaban escapar a los mortales proyectiles. Volando a velocidades altísimas, a solo unos metros del agua, esquivando todo el poder de fuego que escupían sobre ellos, los A4 se acercaban cada vez más a su objetivo. Dientes apretados, músculos rígidos, la respiración agitada y los ojos muy abiertos, apuntando con el punto de la mira que se desplazaba por el agua. Los pilotos argentinos esperaban sentir el impacto de los proyectiles de un momento a otro. Sostenían con fuerza la empuñadura de la palanca.
Estaban a unos trece kilómetros cuando una explosión alcanzó de lleno al primer teniente Vázquez, derribándolo sin tiempo para eyectarse y estrellando su avión contra el agua. Con un nudo en la garganta por la muerte de Vázquez, el primer teniente Ureta pasó a estar al frente del ataque y el primer teniente Castillo y el alférez Isaac lo flanquearon volando a ambos lados.
Los halcones se acercaban al portaaviones a gran velocidad. Se levantaban chorros de agua por delante. Eran las esquirlas de la munición explosiva lanzada por los cañones. El fuego se intensificaba a medida que se acercaban al blanco. Cuando ya estaban llegando, a solo dos kilómetros, una nueva explosión, cuya onda expansiva sacudió los aviones de sus camaradas, abatió al primer teniente Castillo desintegrando su avión, probablemente un misil Sea Dart. Al igual que Vázquez no tuvo tiempo para nada.
A distancia de tiro, con el índice de la mira en el buque, los dos pilotos restantes, empapados de sudor, apretaron el disparador de sus cañones rociando con sus doscientos proyectiles el barco enemigo que estaba ya cubierto totalmente de humo y cuando ya estaban por sobrevolarlo, en la zona ciega de los cañones ingleses, oprimieron el disparador de sus bombas de doscientos cincuenta kilos y salieron por un costado, temiendo chocar con alguna torre o antena oculta por el humo. Las bombas dieron directo en el blanco, dos cayeron en la pista y una penetró por debajo de la planchada, causando un desastre en el hangar de los Harriers. Siguieron al frente, maniobrando y realizando violentos virajes a uno y otro lado para evitar los misiles que les disparaban. Bajaron nuevamente a rasante y volaron evitando las fragatas. Los aviones enemigos no los alcanzaron y escaparon a salvo. Juntos fueron en busca del Hércules para cargar combustible y regresar al Continente.
Detrás quedaban dos valientes argentinos, en la inmensidad de los helados mares australes, El primer teniente José Daniel Vázquez y el primer teniente Omar Jesús Castillo, héroes muertos por la Patria. Quedaba también el portaaviones inglés Invencible gravemente averiado y fuera de combate.
Pierre Clostermann, as de la aviación francesa durante la Segunda Guerra Mundial, escribió a los pilotos argentinos:
“A vosotros (…), compañeros pilotos de combate, quisiera deciros toda mi admiración. A la electrónica más perfeccionada, a los misiles antiaéreos, a los objetivos más peligrosos que existen, es decir a los buques, hicisteis frente con éxito.
A pesar de las condiciones atmosféricas más terribles (…) A pesar de los dispositivos de defensa antiaérea y de los misiles de buques de guerra poderosos, alertados con mucha anticipación por sus radares y satélites norteamericanos, habéis arremetido sin vacilar.
Vuestro valor nos ha deslumbrado y no solo el pueblo argentino no debe olvidaros nunca, sino somos muchos los que en el mundo estamos orgullosos de que seáis nuestros hermanos pilotos.
(…) los pilotos argentinos que fueron a la muerte con el coraje más fantástico y más asombroso (…) honraron a la Argentina y al mundo latino.
La verdad vale únicamente por la sangre derramada y el mundo cree solamente en las causas cuyos testigos se hacen matar por ella”.
Tomás Marini
VOCABULARIO:
Nave insignia: embarcación más representativa del conjunto al que pertenece.
Buque: barco de gran tonelaje. El buque portaaviones es el dotado de las instalaciones para el transporte, despegue y aterrizaje de aparatos de aviación.
Fragatas: buque de guerra para misiones de patrulla y escolta dotado de armas antisubmarinas, antiaéreas y de superficie.
Carlinga: el interior de los aviones, espacio destinado para la tripulación.
Eyectarse: impulsarse hacia afuera del avión mediante un mecanismo automático.
Hangar: depósito dentro del portaaviones donde se guardan los aparatos de aviación.
[1] Los otros cuatro misiles se habían utilizado en la misión contra el HMS Sheffield y el Atlantic Conveyor.
[2] Al estar las bases tan lejos de las islas, los aviones argentinos debían reabastecerse de combustible en pleno vuelo (conocido como reabastecimiento en vuelo o repostaje en vuelo), conectándose en el aire a los aviones “nodriza”, los gigantescos aviones Hércules (llamados en la jerga “Chanchas”) que les proporcionaban el carburante mediante unas mangueras flexibles.
[3] “Es que los pilotos de caza argentinos combatían como solo pueden hacerlo los hombres que creen en la resurrección. Salían al ataque confesados y comulgados: de ahí que no le temían a la muerte. No había nada más peligroso que un piloto argentino recién confesado”. Nicolás Kasanzew, La Pasión según Malvinas.
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Me quedo con las última palabras de Clostermann,
La verdad vale únicamente por la sangre derramada y el mundo cree solamente en las causas cuyos testigos se hacen matar por ella”.
Y pienso que, solo fue posible porque los pilotos argentinos se formaban con JB Genta
Creo que Argentina debería aprender a elegir mejor a sus amigos.
Y Chile, también.
Tengo el honor de haber compartido el paso por el Liceo Militar Gral San Martín con el Comodoro Gerardo Isaac, un gran amigo y soldado. Tenemos Héroes 🇦🇷🇦🇷🇦🇷