Historia de héroes para jóvenes. «No me he rendido»
Por Tomás Marini
“Por segunda vez[1] oigan las Américas este santo grito:
¡Yo muero, pero Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!”
Últimas palabras del mártir mexicano
Anacleto González Flores.
Si les hablo de las sangrientas persecuciones contra los cristianos probablemente piensen en grandes anfiteatros antiguos, leones y familias enteras rezando de rodillas en la arena de los circos romanos esperando con fe y fortaleza el martirio. Pero no hay absolutamente ninguna época en que los enemigos de Dios no hayan intentado destruir a la Iglesia. Todos los siglos han visto un modo u otro de persecución y el siglo XX no fue la excepción.
Hace poco menos de cien años, ocho años después de terminada la Primera Guerra Mundial, en 1926 en México se desató una muy cruenta persecución religiosa que buscaba borrar de la tierra mexicana y del corazón de su pueblo los nombres de Cristo y de la Virgen de Guadalupe.
Comenzaron por expulsar a Dios de todos los lugares que pudieran: la política, la educación, el ejército… se echó del país a todos los sacerdotes extranjeros y a las órdenes religiosas, no se castigaban los crímenes contra los miembros de la Iglesia e incluso se alentaban mediante la prensa atea y masónica. El presidente mismo de México, Plutarco Elías Calles, era masón, y respondiendo a las órdenes de esta secta y de Estados Unidos que alentaba las medidas que tomaba contra la Iglesia, empezó a perseguir, encarcelar y fusilar a cualquiera que siguiera sosteniendo los derechos de Dios y Su Iglesia.
En el interior del país muchos hombres y mujeres se levantaron en armas en defensa de la fe católica, y contra la tiranía del impío presidente. Fueron conocidos como: los Cristeros.
Católicos colgados por el gobierno mexicano a lo largo de las vías de ferrocarril en Jalisco. La repercusión en los medios de comunicación a raíz de esta fotografía fue tan negativa, que posteriormente el Presidente Calles ordenó al Secretario de Guerra que en el futuro se colgara a la gente lejos de las vías de ferrocarril.
Un muchachito de solo trece años abandonando la seguridad de su hogar se unió a las fuerzas cristeras para luchar contra los enemigos de Cristo Rey. Su madre intentó detenerlo pero él le dijo:
—Mamita, nunca como ahora es tan fácil ganarnos el Cielo.
Su nombre era José Sánchez del Río.
“Tarsicio” —como lo habían comenzado a llamar por su valentía los demás combatientes cristeros, recordando al niño mártir de los primeros siglos— montaba el zaino oscuro de su padre y en la mano que sostenía las riendas llevaba el estandarte cristero grabado con la leyenda: ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe! En la otra mano empuñaba la corneta del batallón para dar las órdenes que, a su lado, el general Luis Guízar Morfín le fuera dictando. El general, también montado, tenía la mano en alto para dar la señal. Se encontraban ocultos por unas encinas y matorrales en lo alto de una pequeña colina desde donde podían ver con claridad el camino que bordeaba el río un poco más abajo. Algunos metros adelante, detrás de una cerca de piedra, varios hombres, inmóviles y en silencio, apuntaban con sus fusiles hacia el camino. También había grandes piedras amontonadas para arrojar sobre los “federales”, como se llamaba a los efectivos del gobierno. La vanguardia del enemigo ya estaba a la vista, todos ellos muy bien armados y con algunas ametralladoras. Aún no era el momento de atacar, debían esperar la señal. No atacarían la vanguardia, sino la retaguardia. Un ataque rápido, sorpresivo para luego dispersarse y desaparecer como solo ellos sabían hacerlo. Era la única manera de combatir contra el ejército profesional del gobierno, mejor preparado y armado. Los cristeros debían aprovechar el conocimiento del terreno, que conocían como la palma de su mano, para dar golpes rápidos y efectivos, y luego huir.
Los soldados del ejército del gobierno comenzaron a pasar justo por debajo de donde se escondían los cristeros. Ya se acercaba la retaguardia con algunas mulas cargadas de municiones y pertrechos. El general bajó entonces el brazo y José se llevó la corneta a los labios soplando con fuerza. Todos a una se dispararon los fusiles que ya habían elegido sus víctimas, el aire se llenó del olor de la pólvora y varios hombres cayeron atravesados por las precisas balas de los combatientes católicos. Arrojaron también las piedras que rodaron cuesta abajo. Las mulas, espantadas, huyeron desbocadas desparramando su carga de balas y granadas. Una segunda ráfaga de plomo golpeó al enemigo antes que consiguieran ponerse a cubierto. Devolvieron el fuego, buscando a los cristeros entre los matorrales por encima del camino. Las balas golpeaban en las piedras de la cerca donde se parapetaban y los árboles de atrás, saltando fragmentos de piedra y destrozando las ramas de los árboles.
Era el momento de ordenar la retirada antes de que el enemigo pudiera reorganizarse y concentrar todo el fuego en la colina, usando las ametralladoras y subiendo por la ladera. El general dio la orden y José nuevamente hizo sonar la corneta que esta vez tocaba retirada. Los hombres, cubriéndose con el fuego de sus fusiles, comenzaron a retroceder con la cabeza gacha mientras las balas silbaban por encima de ellos, al mismo tiempo que corrían hacia los caballos que tenían atados del otro lado de la colina. Fue entonces que abrieron fuego las ametralladoras. Los cristeros abandonaron el fuego de cobertura y corrieron rápidamente para escapar, pero el caballo del general recibió varios impactos en el pecho y cayó relinchando pavorosamente antes de morir. El general saltó rápidamente para no ser aplastado y cuando se levantó comenzó a gritar órdenes. La mayoría de sus hombres ya se encontraban montados y huían por los senderos que solo ellos conocían. Los federales, cubiertos por el fuego de las ametralladoras, comenzaron a subir por la ladera dando vivas al demonio.[2] José no lo pensó dos veces, desmontó y pasó las riendas y la bandera del batallón a su general:
—Mi general, aquí está mi caballo.
El general lo miró sorprendido.
—¡¿Qué haces muchacho?, corre, vete de aquí!
Pero José seguía alargándole las riendas y la bandera con expresión decidida.
—Yo soy chico, sálvese usted, aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí.
El enemigo ya estaba cerca. El general tomó las riendas y saltó ágilmente sobre la montura, lanzó un “Viva Cristo Rey” a José y picó espuelas alejándose al galope.
José entonces dejando la corneta en el suelo se hizo con uno de los fusiles de los caídos, y comenzó a disparar contra los enemigos para detenerlos lo más posible y permitir la huida de su general. Rápidamente se le acabaron las municiones y avanzaron contra él, lo tiraron al suelo, lo golpearon con la culata de sus fusiles en la cabeza y lo maniataron. Así lo llevaron al general enemigo Anacleto Guerrero, y cuando se encontró ante él, con el rostro hinchado y sangrante, las manos atadas y rodeado de enemigos le dijo levantando la barbilla:
—Me han apresado porque se me acabó la munición, ¡pero no me he rendido!
El general reconoció en el muchacho a un valiente y poniendo una mano en su hombro le ofreció con voz amistosa ponerlo en libertad si se unía a ellos. A lo que José respondió enseguida:
—¡Primero muerto!, ustedes son mis enemigos, ¡fusílenme!
José Sánchez del Rio fue entonces llevado a una cárcel en Cotija donde intentaron inútilmente hacerlo blasfemar y apostatar, primero mediante ofrecimientos y luego torturas. En una carta que consiguió escribir a su madre le dijo: “Mamita: Ya me apresaron y me van a matar, estoy contento. Lo único que siento es que tú te aflijas. No vayas a llorar, en el Cielo nos veremos. José, muerto por Cristo Rey (…)”.
Cinco días después le rebanaron las plantas de los pies y, así, con los pies en carne viva, lo llevaron descalzo al cementerio del pueblo. Antes de ser finalmente apuñalado y fusilado deja un mensaje a sus padres: “¡Que Viva Cristo Rey, en el Cielo nos veremos!”.[3]
TOMÁS MARINI
VOCABULARIO
Anfiteatro: construcción de forma ovalada o circular, en la que se celebraban espectáculos, como combates de gladiadores o de fieras.
[1] La primera vez fue dicha por García Moreno a sus verdugos. Presidente de Ecuador en el siglo XIX, enemigo acérrimo de las ideas de la Revolución francesa y gran defensor de la fe católica, fue asesinado por agentes de la masonería.
[2] No era raro escuchar entre las filas federales durante los combates gritos como ¡viva el demonio! o ¡mueran Cristo y su Madre!
[3] Fue beatificado por Benedicto XVI y canonizado por el papa Francisco en 2016.
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Hermosas y heroica historia.
Que verguenza siento de mi tibieza y cobardia!!,un gran ejemplo de fe y fortaleza en tan corta edad, San Jose Sanchez del Rio, ruega por nosotros.
Hermosa historia!
Dios recompensa a los héroes que dan la vida por Él, así como Él la dió por cada uno de nosotros! ¡VIVA CRISTO REY!
¡ VIVA LA VIRGEN MARÍA!
En este joven funcionó vivamente la Iglesia doméstica, la fe enseñada por sus padre a nosotros leyendo esta realidad de Un Santo poco conocido me deja una enseñanza grande se es Catolico, Apostólico y Romano con las obras de la Fé y no sólo de palabras.
Parece mentira que estas cosas salvajes pasen en pleno siglo XX.
Pero no; no ha sido ni una equivocación ni una excepción, porque lo mismo pasó con las persecuciones comunistas en Rusia y Asia y las socialistas en el genocidio católico de la Segunda República Española Masonica Bananera…
…En vez de ser más civilizados, los ilustrados de la Igualdad, la Igualdad y la Fraternidad nos llevan hacia atrás, hacia la barbarie, la miseria y la intolerancia.
El martirio de este santo niño tiene que servir para dar fe y confirmar el compromiso que se adquiere con el bautismo, porque tan malo es un masón asesino y ladrón como un cristiano tibio.
Por cierto, que después de tantas sangrientas persecuciones yo no veo a los mexicanos más ilustrados, modernos y prósperos que los franceses, por ejemplo.
¿Será que tienen que asesinar más ? ¿o mejorar su francés ?
La prosperidad y sus consecuencias negativas, que también tiene -no es oro todo lo que reluce-, las trae la industria y las políticas de industrialización, no la religión ni la educación o cualquier otro dogma masonico, como lo prueba China y demás paises asiáticos.
Hasta que México deje de implementar políticas económicas que no funcionan y copien políticas económicas que sí, seguirá siendo una colonia de Estados Unidos y una vergonzosa fábrica de emigrantes. Son doscientos años de derrotas, vergüenza e ignominia.
Ya es hora de dejar en paz el alma de México como excusa para corruptear, saquear y ser un inútil, porque dice Cristo (San Lucas 11:14-23: “una casa que está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer”)
¡Que San José Sánchez del Rio ruegue por nosotros y proteja desde el cielo a nuestro querido México!
«Hasta ahora nuestro catolicismo ha sido un catolicismo de verdaderos paralíticos, y ya desde hace tiempo. Somos herederos de paralíticos, atados a la inercia en todo. Los paralíticos del catolicismo son de dos clases: los que sufren una parálisis total, limitándose a creer las verdades fundamentales sin jamás pensar en llevarlas a la práctica, y los que se han quedado sumergidos en sus devocionarios no haciendo nada para que Cristo vuelva a ser Señor de todo. Y claro está que cuando una doctrina no tiene más que paralíticos se tiene que estancar, se tiene que batir en retirada delante de las recias batallas de la vida pública y social y a la vuelta de poco tiempo tendrá que quedar reducida a la categoría de momia inerme, muda y derrotada. Nuestras convicciones están encarceladas por la parálisis. Será necesario que vuelva a oírse el grito del Evangelio, comienzo de todas las batallas y preanuncio de todas las victorias. Falta pasión, encendimiento de una pasión inmensa que nos incite a reconquistar las franjas de la vida que han quedado separadas de Cristo».
Anacleto González Flores, Laico. Mártir Cristero