Historia de héroes para jóvenes: La Tucumanesa
Por Tomás Marini
«No debe omitirse el nombre de la mujer de un cabo de Asamblea,
llamada Manuela la Tucumanesa, que combatiendo al lado de su marido
con sublime entereza mató un inglés del que me presentó el fusil«
Parte de batalla de Liniers al rey de España.
Crucemos nuevamente el Atlántico y vengámonos para el Nuevo mundo. Trescientos años después de la Conquista encontramos estos vastos territorios españoles firmemente afianzados en la fe católica y civilizados. Atrás quedaron ya los sacrificios humanos y los sistemas de opresión y terror de los imperios de los indios americanos. A diferencia de la América del norte anglosajona, donde los fines de la conquista fueron puramente económicos y los nativos fueron exterminados,[1] España ha trasplantado lo mejor de su espíritu a estas tierras, dando nacimiento a un mundo mestizo, una nueva España: religión, gobierno, estructura, economía, técnica, vida intelectual y arte. Entre 1538 y 1792 España fundó nada menos que veintiséis universidades en América, la mayoría por iniciativa de la Iglesia.[2] ¡Solo en Lima convivieron en el siglo XVII cinco santos!: santo Toribio de Mogrovejo; san Francisco Solano; santa Rosa de Lima; san Martín de Porres y san Juan Macías.
Está comenzando el siglo XIX y los ingleses fieles a su costumbre bien arraigada por años y años de piratería, invaden con un poderoso ejército lo que por esa época todavía era el Virreinato del Río de la Plata. ¿Ya sabes de qué invasiones estoy hablando? ¡Esas mismas! Dos veces nos invadieron, en 1806 y 1807, y las dos veces los valientes hispano-criollos los sacaron zapateando a los mundialmente temidos soldados ingleses, los casacas rojas, que llegaban con su falsa religión y sus elegantes modales, buques de guerra y fusiles a querer convertirnos en esclavos de una manga de señoritos que toman demasiado té. Nos suenan nombres como el del valiente Santiago de Liniers, el leal francés que dirigió las tropas criollas, o el del William Beresford que dirigió las inglesas, o hasta el de un niño de 13 años que combatió codo a codo con los defensores, llamado Juan Manuel de Rosas. ¿Te suena? Sí, el mismo que fue después caudillo y gobernador de Buenos Aires.
¿Y si te digo, además, que una mujer tuvo un papel importante en la Reconquista de Buenos Aires? ¿No me crees? Ya te lo voy a contar, pero antes hagamos un repaso corto: en el año 1806 Inglaterra invadió nuestra tierra con un gran ejército de varios miles de hombres y se apoderó de la ciudad de la Santísima Trinidad, como antes –cuando a las cosas importantes se les ponían nombres católicos– se llamaba lo que hoy es Buenos Aires. Pero acá los hispano-criollos (todavía no había sido la guerra de Independencia que nos convertiría en argentinos) no se quedaron de brazos cruzados y Santiago de Liniers, habiendo encomendado la misión a la Santísima Virgen, porque sabía que todo lo importante hay que encomendarlo a ella, dirigió las tropas de futuros argentinos contra los invasores. Tres días duró la reconquista de la ciudad y es el último día cuando aparece en la historia esta valiente mujer que, junto a su marido, se unió a las fuerzas de Liniers. Su nombre era Manuela Hurtado y Pedraza, conocida como “Manuela la Tucumanesa”.
Ese último día se combatía en todas las calles de la ciudad. Por todas partes se escuchaban disparos de mosquete, órdenes dadas a voz en cuello, gritos de dolor, relinchos de caballos, las explosiones de los cañones, era un lío bárbaro. Había muchos cuerpos por el suelo, ingleses y criollos. Los heridos se acurrucaban contra las paredes de las casas esperando que los ayudaran. Los ingleses no podían contener el avance de los criollos. Pero eran “casacas rojas”, soldados profesionales, veteranos de muchísimas batallas, y a pesar de todo, mantenían el orden, disparando, replegándose, y volviendo a disparar. Alzando sus mosquetes, echando atrás los disparadores, esperaban con sangre fría la orden de abrir fuego sobre los americanos que seguían avanzando a pesar de las balas, algunos pocos armados con mosquetes, otros con sables, facones o solo con la fuerza de sus brazos. A pie o a caballo. Los mosquetes de los ingleses escupían llamas, humo y plomo. Las balas desgarraban las filas criollas y abrían huecos que otros hombres no tardaban en cubrir. En el pecho de esos valientes ardía un gran fuego que solo puede encender el amor a la tierra propia y al verdadero Dios.
En una de esas descargas cerradas de mosquetería le dieron al marido de Manuela que iba delante de ella cubriéndola con su propio cuerpo. La bala le atravesó el pecho y lo hirió de muerte. Manuela tomó entonces el mosquete de su marido que se había caído al suelo e hizo fuego contra los ingleses, pegándole a uno en la cabeza. Los británicos volvieron a retroceder, cediendo terreno poco a poco, acercándose a sus propios cañones que desde el fuerte[3] los cubrían. La Tucumanesa, colgándose el arma, tomó de los hombros a su marido y lo arrastró hasta meterlo en una casa. Cuando lo apoyó contra la pared ya estaba muerto. Se despidió cariñosamente con un beso y después de quitarle la dotación de tiros salió a la calle. Después volvería por el cuerpo, si sobrevivía.
Corrió a unirse a las tropas animada por una ira ardiente. Los últimos ingleses comenzaban a replegarse y atrincherarse en el Fuerte. Aunque algunos todavía resistían cubiertos atrás de carros y apoyados por la artillería. Eso no la asustó, pasó por en medio de las tropas y animando a los suyos a la carga, se lanzó primera contra el enemigo corriendo entre las mortíferas balas, atravesando el humo de la pólvora. Un rugido profundo salió de las gargantas criollas y se lanzaron en tropel detrás de la heroína, desafiando a la muerte que escupían los precisos fusiles británicos. Un tiro la alcanzó en la pierna, pero eso tampoco la detuvo. Antes de llegar a la barricada de carros los criollos descargaron sus armas y se lanzaron empuñando el frío acero de sus bayonetas y sables, o utilizando sus mosquetes descargados como garrotes. La primera fila de enemigos, viendo las caras de los criollos, primero dio un paso atrás, después se giró y por fin echó a correr a pesar de que los oficiales ingleses desesperados lanzaban gritos de ánimo o amenazas. Manuela y los suyos los persiguieron, hundiendo sus hojas de acero de punta afilada en los ingleses o golpeándolos con las pesadas culatas de sus mosquetes. Comenzó una lucha cuerpo a cuerpo con los que todavía resistían. La Tucumanesa golpeó a un británico con la culata de su mosquete antes de dar vuelta el arma y atravesar la garganta de su enemigo con la punta de la bayoneta que le asomó por la nuca. El enemigo dio media vuelta y salió rajando con la cola entre las patas hacia el Fuerte para salvar su vida. El mosquete de Manuela había quedado destrozado, tomó el arma de las manos del inglés muerto y se sentó a descansar sobre un carro volcado.
La ciudad, después de una lucha sin cuartel, había vuelto a manos de los criollos. La Santísima Trinidad había sido reconquistada para Dios y para España.
Horas más tarde, los invasores se rindieron incondicionalmente. Santiago de Liniers, el héroe de aquellas jornadas, atravesó la plaza para recibir la espada del general vencido. El uniforme de Liniers estaba hecho pedazos, tenía un brazo rústicamente vendado y su uniforme atravesado por tres balas. Se fijó entonces en Manuela que vestida con ropas de hombre y con una pierna vendada, sostenía el mosquete inglés entre sus manos. Deteniéndose, preguntó por ella y le contaron la valerosa actuación que había tenido aquella mujer, se acercó entonces y la saludó respetuoso. Ella se puso firme ante el héroe a pesar de la herida de su pierna y le entregó el arma del enemigo vencido. Liniers la tomó y volviendo a inclinarse respetuoso ante Manuela siguió su camino hacia el Fuerte para aceptar la rendición del general inglés y enviarlo rápidamente de vuelta a su isla junto con todos sus hombres. El mensaje para su reina era clarito: en esta tierra somos hijos de la Iglesia y de María, hijos de España y nos gusta el mate amargo y el pato. No nos interesa aprender croquet “tomando el té” con el meñique extendido.
Carlos IV, el rey de España, en despacho fechado el 24 de febrero de 1807 la reconoce expresando: por cuanto atendiendo al valor y distinguida acción de doña Manuela La Tucumanesa, combatiendo al lado de su marido, en la Reconquista de Buenos Aires, he venido en concederle, el grado y sueldo de subteniente de infantería. Por tanto mando a los capitanes generales, gobernadores de las armas y demás cabos, mayores y menores, oficiales y soldados de mis ejércitos, la guarden y hagan guardar las honras, gracias, preeminencias y exenciones, que por razón de dicho grado le tocan y deben ser guardadas, bien y cumplidamente.
Tomás Marini
VOCABULARIO:
Casacas rojas: soldados del ejército inglés, llamados así por el color rojo de sus uniformes.
Caudillo: jefe de bando entre el elemento gaucho, que ejerce sobre éste mucha influencia y predominio. Hombre de guerra influyente entre la gente campesina y los gauchos.
Mosquete: arma de fuego antigua, mucha más larga y de mayor calibre que el fusil.
Replegarse: retroceder, retirarse.
Facón: cuchillo grande, recto y puntiagudo, con guardia. Puede tener dos filos y es usado por el gaucho como arma de pelea.
Artillería: tren de cañones, morteros, obuses y otras máquinas de guerra que tiene un ejército.
Barricada: obstáculo levantado en la calle con objetos diversos para impedir el paso o parapetarse tras él.
Bayoneta: cuchillo o arma blanca de los soldados de infantería, que se acopla a la boca del fusil.
Pato: juego a caballo. Prueba de fuerza y destreza. Antiguamente se jugaba con un pato real metido hasta el pescuezo en una bolsa de cuero. Hoy se juega con una pelota con manijas que cada equipo tiene que meter en el aro contario.
Croquet: juego de a pie típicamente inglés que se juega con bochas que hay que pasar con un taco a través de una serie de aros. Es un juego muy tranquilo que se puede practicar mientras se “toma el té”.
[1] Para el inglés protestante el indio es un ser inferior, hijo de Satanás, que debe ser sometido y exterminado. Incapaz de redención. Hoy solo encontramos a los supervivientes nativos en las llamadas “reservas”. En América Hispana por el contrario sigue habiendo millones de indios o mestizos, y aún circulan muchas de las lenguas autóctonas.
[2] La primera fue la Universidad de Santo Domingo en 1538, ¡solo 46 años después de la llegada de Colón! Estas universidades alcanzaron rápidamente el nivel cultural de las universidades europeas. La mejor prueba de que las Indias no eran solo una colección de colonias a explotar, sino una verdadera extensión de España y su cultura.
[3] El Fuerte se ubicaba aproximadamente en donde hoy está la casa de gobierno o “Casa rosada”.
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Gracias padre Javier por estas enseñanzas, es muy bueno conocer de nuestra historia y sobre todo de nuestra Madre Iglesia Católica.
Estoy asombrado.
Hemos olvidado a asas heroínas y esos héroes católicos y patriotas.
Espero que tenga un monumento en alguna parte.