Historia de héroes para jóvenes. La más alta ocasión que vieron los siglos. Lepanto
“Quisiera antes haberme hallado en aquella
facción prodigiosa que estar sano de mis heridas
y no haberme hallado en ella”.
Don Miguel de Cervantes Saavedra, autor de “El Quijote”
Herido de tres arcabuzazos en la batalla de Lepanto.
Por Tomás Marini
En un lugar del Mediterráneo, de cuyo nombre no quiero acordarme…[1]
¿¡Pero qué estoy diciendo?! Pido disculpas, me dejé llevar. ¡Sí quiero acordarme y nunca olvidarlo! Si fue ese lugar el escenario de una de las mayores batallas navales de la historia y una de las victorias más gloriosas de la cristiandad.
“La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros” dirá más tarde uno de los valientes infantes españoles que combatió con veinticuatro años y que sufrió la amputación de una mano en ella: don Miguel de Cervantes Saavedra,[2] justamente al que se llamó después “el manco de Lepanto”.
Enfrentándose en batalla la cristianísima escuadra de la Santa Liga comandada por el príncipe español don Juan de Austria contra el poderío naval del Imperio otomano dirigida por el almirante más temido del Mediterráneo, Alí Pashá.
La batalla se libró cerca del corazón mismo del Imperio turco, en un golfo al sur de Grecia. El nombre del golfo era Lepanto.
Estamos en 1571. Felipe II, hijo del emperador Carlos I de España, reina en el Imperio español cuyos dominios se extendían a tan lejanas tierras que se decía que en ellos “jamás se pone el sol”. El Imperio otomano se levanta en Asia como el enemigo más poderoso, siempre amenazando con su sombra a Europa y a la cristiandad. Los otomanos dominan todo el Mediterráneo oriental, el mar que une tres continentes: Europa, Asia y África. Y los piratas berberiscos a su servicio atacan las naves y ciudades costeras por todo Occidente. ¿Se acuerdan de lo de “no hay moros en la costa”? Bueno, a estos se refiere. El Santo Padre Pío V temiendo una invasión berberisca a Italia y, tal vez, a la misma Roma, convoca a los caballeros cristianos en toda Europa a una cruzada para presentar batalla a los otomanos. Los alemanes e ingleses, muy contaminados ya a por la herejía protestante, ignoran el llamado y Francia, de manera innoble, pacta con el turco. Los italianos y los españoles sí pelearán con el Papa. También se unen los caballeros de la orden de Malta, temibles enemigos del islam. Al frente de la flota irá un joven de solo veintiséis años, hermanastro de Felipe II, Juan de Austria.
Permítanme detenerme solo un momento y contarles un poco más sobre eso que fue la herejía protestante. Martín Lutero, un monje y sacerdote católico alemán, fue el que en 1517 decidió hacer públicas unas críticas a la religión y a la política del Papa, fijando una lista de ellas en la puerta de una catedral en Alemania. La mayoría de estas críticas eran lisa y llanamente herejías, es decir afirmaciones que estaban en contra de lo que Jesús y sus apóstoles habían enseñado. Aunque la Iglesia condenó lo que decía Lutero, no pudo evitar que por ellas se desatara en toda Europa una tormenta religiosa que amenazó con hundir a la barca de Pedro. Las consecuencias fueron gravísimas: religiosas; morales; filosóficas; políticas y hasta económicas. Todo cambió. Era el fin de la civilización cristiana y de la unidad religiosa en Europa. ¿Un ejemplo de esto? Muchísima gente en Europa abandonó la fe católica y, encima, en Inglaterra, su rey Enrique VIII se proclamó cabeza suprema de su propia iglesia.[3] Este ejemplo fue seguido por varias naciones que anteriormente habían sido fieles a Roma. Hubo violentas persecuciones y guerras sangrientas, algunas de las cuales duraron varias décadas como la “de los Treinta años”. Millones de hombres abandonaron la verdadera fe y aparecieron desde ese momento hasta el día de hoy un sinnúmero de sectas, que son grupos de personas que creen que pueden entender la Biblia y las enseñanzas de Cristo como se les da la gana. Si en algo tenía razón el hereje Lutero era que la Iglesia estaba necesitada de reformas porque, en realidad, siempre hay algo para corregir y algo para mejorar. Pero los verdaderos reformadores (que los hubo y varios a lo largo de la historia, y que fueron auténticos santos) no inventan su propia religión sino que arreglan lo que haya que arreglar y mejoran lo que haya que mejorar de la verdadera Iglesia de Cristo. Por eso la auténtica reforma llegó precisamente en los años que transcurre esta historia y se llamó Trento: el Concilio de Trento.
Volvamos la vista ahora nuevamente sobre la flota católica que navega por el Mediterráneo en busca del enemigo musulmán. Son 231 barcos entre galeones y galeras, 50.000 marineros y galeotes y 30.000 soldados. Los turcos por su parte reúnen una fuerza formidable de 300 naves y más de 40.000 soldados.
El domingo 7 de octubre, se encontraron en Lepanto las dos escuadras. Todos los católicos de la cristiandad, con el Papa a la cabeza, rezaban a la Santísima Virgen para que concediera la victoria a la Liga cristiana.
Don Juan hizo izar el estandarte de la Santa Liga enviado por Pío V (hoy San Pio V) la cruz de Cristo con los escudos aliados rodeándola,[4] en el palo mayor de la Real, la nave capitana y la galera más grande de la flota cristiana. En el estandarte se leía “Por este signo vencerás”, recordando sin duda el triunfo de Constantino contra Majencio. Oficiales, soldados, marinos e incluso galeotes, condenados a los remos por algún delito, de rodillas elevaron una oración al cielo, muchos de ellos sacaron cruces y reliquias que besaron fervientemente y luego recibieron la absolución de sus capellanes jesuitas, dominicos y franciscanos. El príncipe arengó a las tropas “¡Poned vuestra única esperanza en el Dios de los ejércitos!”
En frente ondeaba en la Sultana la enseña de Mahoma, la media luna del islam. Alí Pashá recibe a los cristianos retándolos con un cañonazo.[5] Don Juan responde. Había comenzado la batalla…
El primer choque fue terrible. Como cuenta Luis Cabrera de Córdoba jamás se vio batalla más confusa: a su alrededor todo eran gritos, maldiciones, lamentos de los moribundos, fuego y humo. Los hombres se acuchillaban y rojos charcos cubrían la cubierta de las naves. Sobre La Real que había sido embestida por La Sultana con su espolón y había quedado enganchada, abordaban los legendarios jenízaros y soldadesca turca sedienta de sangre cristiana.
La primera oleada mahometana había sido barrida por la escopetería española, arcabuces y mosquetes.[6] Pero más y más hombres se sumaban al abordaje. Los cristianos se defendían como fieras, la disciplina y calma de los veteranos infantes de los tercios del mar detenía a los infieles, primero con el fuego de sus arcabuces, luego reemplazándolos con picas y chuzos que mantenían al enemigo a distancia y, finalmente superados por el número, combatiendo con espadas, dagas y hachas regando de sangre la cubierta. La perfecta técnica de la infantería española en tierra no era menos asombrosa sobre la cubierta de los barcos. Los musulmanes caían a montones pero llegaban refuerzos de otras naves que se unieron a La Sultana a través de garfios, tablones y pasarelas. Los españoles, por otro lado, estaban siendo diezmados horriblemente por los jenízaros que animándose en nombre de Alá y dando horribles gritos de guerra buscaban descabezar a tantos “perros cristianos” como pudieran antes de morir y conquistar el paraíso.[7]
Don Juan arrancó su espada del hombre que acababa de atravesar y lo empujó con la pierna para liberar la hoja que se había hundido hasta el puño; enseguida levantó la vista para enfrentar al siguiente enemigo sosteniendo en una mano la toledana y en la otra una daga, ambas bañadas en sangre turca. El valeroso príncipe español peleaba, la espada firme en la mano, codo a codo con sus hombres. Paró un golpe de cimitarra de otro jenízaro de cabeza rapada y bigote, y respondió con una estocada atravesando al turco por la garganta con el acero toledano. Los hombres resbalaban en la sangre o tropezaban con los cuerpos de los muertos y de los heridos que se arrastraban entre gemidos de dolor. ¿Cuánto más podrían resistir?…
El sol, oculto por el humo de las naves incendiadas, estaba sobre sus cabezas y la batalla había comenzado al amanecer. La línea del ala izquierda otomana había caído frente a los venecianos, pero en las dos restantes alas se estaban perdiendo frente al turco. En el centro se había entablado una batalla cuerpo a cuerpo entre los hombres de las dos naves capitanas después de que La sultana embistiera con su espolón a La real. Si caía la nave capitana sería el fin para la Liga. Solo había una última oportunidad. Don Juan bajando al interior de la galera mandó liberar a los galeotes, unos trecientos hombres, prometiéndoles el indulto real si combatían por la cruz y por España. Ni uno solo quedó atrás, después de todo, eran españoles. Subió nuevamente al frente de esta fuerza y barrieron a los turcos del puente.
Alrededor de las naves capitanas se juntaban decenas de embarcaciones, un laberinto de cuerdas, velas y madera. Se luchaba cuerpo a cuerpo en las cubiertas de los barcos. En aquella masa confusa de hombres solo se veía el brillo de sables y hachas que caían sobre cascos, armaduras y carne. Era difícil caminar sobre la sangre y las tripas.
Liberada de enemigos la cubierta de La Real, los galeotes e infantes se disponían a abordar con ganchos La Sultana, pero en ese mismo momento las naves turcas comenzaron a saltar en pedazos, destruidas por fuego de artillería. ¿Pero de quién?
Era la escuadra de reserva al mando de Álvaro de Bazán que llegaba en auxilio de su capitana. Los infantes y galeotes de La Real elevaron su grito de guerra dándole la bienvenida: ¡Santiago! ¡España! ¡Cierra España! ¡Viva don Álvaro!
Fue infernal el estruendo de los cañones españoles escupiendo fuego y plomo, destrozando la madera, las velas y la carne…; al plomo se sumaban las astillas y fragmentos que volaban hiriendo a muchos de los sarracenos.
La balanza estaba ahora equilibrada y los españoles, negros de pólvora y rojos de sangre, se lanzaron, entonces, al abordaje acuchillando a diestro y siniestro. A la cabeza, iba el príncipe español. Muchos turcos retrocedieron a las naves vecinas o se arrojaron al mar. Sin embargo los fanáticos jenízaros que jamás se rinden resistieron como perros rabiosos, para, finalmente, terminar cayendo bajo el acero y el fuego español. Don Juan buscó al almirante entre los que aún resistían pero no estaba allí. Aún no sabía que Alí Pashá había muerto en los primeros minutos del abordaje: una bala de arcabuz le había destrozado la cabeza. Un galeote lo reconoció por sus vestidos y cortándole la cabeza la clavó en una pica para que todos pudieran verla. El efecto fue inmediato. Los otomanos al ver a su almirante muerto comenzaron a retroceder, toda la línea musulmana se vino abajo.
Las naves españolas corrieron entonces a socorrer el ala restante haciendo huir a los piratas argelinos que se batían allí contra los caballeros de la orden de Malta y los genoveses.
Don Juan de Austria, agotado, la sangre secándose en su rostro y su armadura, envainó su espada luego de limpiarla con un turbante moro destrozado y elevó una acción de gracias a Dios por la victoria que acababan de conseguir sobre sus mortales enemigos.
A su alrededor, se esparcían los cuerpos de 30.000 musulmanes y 8.000 cristianos que teñían de rojo el mar de Lepanto[8], en tanto el olor a sal y pescado se mezclaba con el de la sangre, y el humo negro de decenas de barcos otomanos incendiados oscurecían el sol.
Los turcos perdieron 60 naves y otras 170 quedaron en manos de los cristianos. La Liga solo perdió 17 y liberó de las naves capturadas 12.000 esclavos cristianos, hombres, mujeres y niños. La expresión “no hay moros en la costa” a partir de ese día dejó de ser una voz de alarma para ser solo una expresión.
El papa, hoy canonizado por la Iglesia, san Pío V, tuvo una visión del Cielo y conoció la victoria quince días antes de que el mensaje llegara a Roma. Atribuyendo la victoria a la Santísima Virgen instituyó el día 7 de octubre como la Fiesta de Nuestra Señora de la Victoria que hoy conocemos como Nuestra Señora del Rosario.
Vuestra Majestad debe mandar se den por todas partes infinitas gracias a nuestro Señor por la victoria tan grande y señalada que ha sido servido conceder en su armada…
(Carta enviada por don Juan de Austria a su rey Felipe II el mismo día de la batalla junto al estandarte de Alí Pashá).
Tomás Marini
VOCABULARIO:
El Quijote: obra cumbre de la literatura española.
Escuadra: conjunto de numerosos buques de guerra.
Turco: dicho de una persona o de un pueblo que se estableció en Asia Menor y en la parte oriental de Europa.
Otomano: natural de Turquía.
Piratas berberiscos: corsarios moros al servicio del Gran Turco otomano, que desde sus bases en África del norte atacaban las ciudades costeras de España e Italia. Uno de los más famosos fue el pirata Barbarroja.
Cruzada: expedición militar contra los infieles, especialmente para recuperar los Santos Lugares, que publicaba el papa concediendo indulgencia a quienes en ella participaban.
Orden de Malta: sucesora de la orden de los Caballeros hospitalarios fundada en Jerusalén en el 1048.
Concilio: reunión de los obispos y otras autoridades de la Iglesia católica, bajo la supervisión del Papa, para decidir sobre algún asunto de fe, moral y de disciplina.
Galeón: bajel grande de vela, parecido a la galera y con tres o cuatro palos. Los había de guerra y mercantes.
Galera: embarcación de vela y remo.
Galeote: hombre que remaba forzado en las galeras, generalmente criminales o prisioneros de guerra.
Nave capitana: barco en el que va embarcado y arbola su insignia el jefe de una escuadra.
Jesuitas: integrantes de la Compañía de Jesús, fundada en Roma por san Ignacio de Loyola en 1540.
Dominicos: integrantes de la orden de los Hermanos predicadores, fundada en Francia por santo Domingo de Guzmán en 1215.
Franciscanos: integrante de la orden de los Hermanos menores, fundada en Italia por san Francisco de Asís en 1209.
Puño: mango de algunas armas blancas.
Toledana: dicho de las espadas forjadas en la ciudad de Toledo en España, famosa por la calidad de su acero.
Tercios del mar: primera infantería de marina; soldados de infantería preparados para combatir tanto en el mar como en la tierra.
Chuzo: palo armado con un pincho de hierro, que se usa para defenderse y atacar.
Cimitarra: especie de sable usado por turcos y persas.
Espolón: pieza de hierro aguda, afilada y saliente en la proa de las antiguas galeras, para embestir y echar a pique el buque enemigo.
Indulto: Gracia por la cual se remite total o parcialmente o se conmuta una pena
[1] “En un lugar de la Mancha cuyo nombre no quiero acordarme…”: Así comienza la obra maestra de Cervantes.
[2] Por su destacada actuación en Lepanto, a Cervantes se le aumentó la paga. Al igual que él, en los tercios españoles de infantería combatieron voluntariamente muchos intelectuales de la época: Calderón, Garcilaso, Moncada o Lope. En ningún otro país los hombres de letras empuñaron la espada.
[3] Nacía así la cismática Iglesia de Inglaterra (llamada también Iglesia anglicana). Santo Tomás Moro, amigo personal de Enrique VIII, fue decapitado por orden del propio rey por permanecer fiel a la fe católica.
[4] Juan de Austria volvería a utilizarlo en las guerras de Flandes contra el protestantismo y haría escribir sobre la tela: “Con esta señal vencí a los turcos, con esta venceré a los herejes”.
[5] Se acostumbraba disparar un cañonazo para intimar a la escuadra enemiga y, si esta respondía también, se daba inicio a la batalla.
[6] Entre las tropas españolas, a pesar de la prohibición de don Juan de Austria, combatió camuflada como arcabucera una mujer conocida como María la Bailadora, distinguiéndose por su valor.
[7] Los musulmanes tienen una idea muy equivocada de paraíso. Muy distinta a la que predica el cristianismo.
[8] Calculos modernos estiman en 80.000 los litros de sangre que se derramaron en la batalla.
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Cada día es un Lepanto, una oportunidad para vencer a los enemigos de Dios, de la Vida y de la Patria.
Cada uno es un soldado de Cristo haciendo retroceder las tinieblas, librando el combate espiritual diario por la Fe verdadera.
«El príncipe arengó a las tropas ‘¡Poned vuestra única esperanza en el Dios de los ejércitos!’ ”,
Como hijos y herederos de España Católica
«¡Santiago y cierra España!
Vibré y me emocioné hasta los huesos como si hubiera sido la primera vez ( fueron muchas entre los 15 años y los 70 que tengo ahora) que leía el relato de la batalla. Ese grito de «Santiago y cierra España» que también acompañó la gesta de la Reconquista tiene la fuerza de recordarme el ímpetu y los ideales de la juventud
el relato de esta batalla podré haberla leído 1000 veces y 1000 veces mas la leería, pero ni una vez dejo de emocionarme y casi que me quito la sangre salpicada de mi cara. ¡Viva España y la santa liga cristiana!
San Pio V pasó la batalla rezando el santo rosario, de ahí la conmemoración.
Hay que recordar que los turcos controlaban casi dos tercios del Mediterráneo (todo el norte de África, menos Marruecos), toda Asia Menor, lo que hoy es Grecia (donde está el golfo de Lepanto ) y el resto de la costa hasta mas o menos Italia.
Los musulmanes no solamente hacían la guerra santa contra los cristianos (de hecho todo el norte de África, Asia Menor y Grecia fueron cristianas. San Agustín era natural de Tagaste; y fue obispo de Hipona, donde muere, ambas en lo que hoy es Argelia. Orígenes era de Alejandría, en Egipto )…
…los turcos se dedicaban a la piratería de los barcos cristianos y al comercio de esclavos (cristianos)
Así era normal que saqueasen los pueblos junto al mar y que incluso se llevasen esclavas toda la población, como sucedió varias veces en Italia y España. En España además apoyaron la sublevación de la población musulmana en la muy sangrienta Guerra de las Alpujarras.
En la cumbre de su imperio, el imperio turco fue una amenaza real muy importante de la Europa cristiana, que seguiría invadiendo hasta el segundo sitio de Viena, Austria, en 1683. Menos con Francia, que fue aliada del Islam y que les permitía fondear sus barcos en sus puertos.
El emperador Carlos V, como rey de Aragón y Sicilia, arrienda por el pago de un halcón anual a los caballeros del Hospital de San Juan, que habían tenido que rendir Rodas a los turcos, las islas de Malta y Gozo, entre Sicilia y Tunez; justamente para proteger el Mediterráneo occidental de los turcos.
No es de extrañar que con estos antecedentes, todo el mundo cristiano saludase con un gran alivio la derrota turca.
Es volviendo de Italia, después de la batalla en la que participan, cuando Cervantes y su hermano son hechos prisioneros por los turcos saliendo de Cerdeña. Les llevarán a su base de Argel, donde esperaran su suerte junto a decenas de miles de cristianos esclavos.
Su hermano fue rescatado por los frailes mercedarios y Miguel por los frailes trinitarios a cambio de dinero.