Historia de héroes para jóvenes. El árbol del Niño Jesús
Por Tomás Marini
“Estamos firmes en la lucha en el día del Señor,
porque han llegado días de aflicción y miseria…
No somos perros mudos, ni observadores taciturnos,
ni mercenarios que huyen ante los lobos.
En cambio, somos pastores diligentes que velan por el rebaño de Cristo…”
San Bonifacio
Crucemos ahora desde donde combatieron Pelayo y sus valientes, por encima de la cordillera de los Pirineos, dejemos atrás Francia, donde gobierna Carlos Martel, vencedor en la batalla de Poitiers[1] que detuvo el avance musulmán sobre Europa y entremos en los bosques de Germania, que hoy conocemos como Alemania. Para la misma época que comienza la reconquista española, en Germania siguen existiendo numerosos pueblos que nunca pudieron ser conquistados por los romanos[2], no conocen a Cristo y continúan practicando el paganismo. Muchos de los nombres de sus dioses pueden sonarles conocidos: Thor, Odín, Loki… si, los mismos que vieron en esas películas de superhéroes. Pero en realidad, las deidades que estos pueblos adoraban eran muy distintas a lo que nos muestra el cine. Había momentos del año en los que se les ofrecía a estos dioses sacrificios humanos: esclavos, guerreros, doncellas y hasta niños pequeños.
A evangelizar a estos pueblos el Papa Gregorio II envió a un monje anglosajón[3], de la orden benedictina[4], llamado Bonifacio. Antes lo ordenó obispo para que pudiera organizar la iglesia si llegaba a haber conversiones y si no lo martirizaban apenas lo vieran. Hacia allí se dirigió este valiente monje sin dudarlo, armado únicamente con su báculo de obispo en forma de cruz y la fe en el Dios verdadero.
Bonifacio llegó en la víspera de navidad a un pueblo que esa noche se había reunido alrededor de un viejo roble sagrado para ofrecer un niño en sacrificio al dios Thor…
El misionero escuchó los cantos de los bardos mucho antes de ver a los germanos. Se dirigió hacia la música. Al llegar se mantuvo un momento oculto entre los árboles. Los paganos estaban reunidos alrededor de un único árbol de tronco grueso, el “roble del trueno”, que se encontraba en el centro de un claro iluminado por la luna y varias hogueras. De las ramas del roble colgaban algunos cadáveres de animales y sobre las hogueras había vaporosos calderos preparados para el festín después de ofrecer el sacrificio. Alrededor del claro se veían varias lanzas clavadas en el suelo coronadas por cráneos humanos. Debajo del gran roble sobresalía de la hierba una piedra grande con extraños grabados y runas. Los cantos se detuvieron y se hizo silencio, apareció una procesión de varios hombres que se dirigía hacia el centro del claro. Por delante iban los bardos con sus instrumentos, los seguía el heraldo de armas, vestido de blanco y cubriendo la marcha apareció el gran hechicero, el sacerdote pagano, acompañado de otros tres sacerdotes de mayor edad. Uno de ellos llevaba un martillo negro de piedra para el sacrificio; el segundo, un recipiente con el que recoger la sangre de la víctima y leer el futuro; y el tercero un largo cayado con una mano de marfil en la punta. El gran hechicero caminaba majestuosamente, vestía vestiduras negras y de su cinturón colgaba un cuchillo. El fuego de las hogueras iluminó un rostro de barba gris y mirada penetrante. Al llegar junto al árbol y la piedra, el hechicero se adelantó con los brazos levantados y comenzó a invocar a su dios:
– Thor, dios del trueno y de la guerra, te ofrecemos esta sangre. Bebed, sentíos satisfecho y protégenos.
Dos hombres se adelantaron del montón llevando entre ellos a un niño. Lo guiaron a la piedra y lo ataron de pies y manos mientras el hechicero comenzaba a cantar y a balancearse como si estuviera borracho. Obligaron al niño a recostarse sobre la piedra y pasaron el martillo al hechicero. El niño cerró con fuerza los ojos esperando el golpe mortal.
Bonifacio no esperó más, se adelantó rápidamente con su báculo y se colocó en medio de los paganos. Estos quedaron tan desconcertados que no supieron que hacer. El obispo levantó su báculo en forma de cruz señalando el roble:
– Aquí está el roble del trueno, y aquí la cruz de Cristo que romperá el martillo del dios falso, Thor.
El verdugo ignoró al intruso y levantó el grueso y afilado martillo para sacrificar a la víctima. Pero Bonifacio alargando su brazo interpuso su báculo entre el martillo y el niño y al contacto con la cruz el martillo de piedra salto en pedazos. El sacerdote pagano cayó hacia atrás atemorizado. Los otros tres ancianos lo ayudaron rápidamente a levantarse y ordenaron a los guerreros que atraparan y asesinaran al obispo. Pero los hombres estaban tan maravillados y asustados con lo que acababan de ver que nadie se atrevió a moverse. Los sacerdotes estaban furiosos, invocaron a Thor, pero nada sucedió. Viendo que no tenían nada que hacer contra el poder de ese hombre huyeron del lugar perdiéndose en la oscuridad del bosque.
Bonifacio desató al niño y se dirigió a los presentes:
– ¡Escuchen hijos del bosque! La sangre no fluirá esta noche, salvo la que la piedad ha dibujado del pecho de una madre. Porque esta es la noche en que nació Cristo, el hijo del Altísimo, el Salvador de la humanidad. Él es más justo que Baldur el Hermoso, más grande que Odín el Sabio, más gentil que Freya el Bueno. Desde su venida el sacrificio ha terminado. La oscuridad, Thor, a quien han llamado en vano, es la muerte. En lo profundo de las sombras de Niffelheim él se ha perdido para siempre. Así es que ahora en esta noche ustedes empezarán a vivir. Este árbol sangriento ya nunca más oscurecerá su tierra. En el nombre de Dios, voy a destruirlo.
Al instante tomó un hacha de las manos de un guerrero y avanzó contra el gran roble. Muchos de los paganos se arrojaron al suelo gritando de terror, creyendo que la ira de Thor los consumiría a todos. Algunos desenvainaron sus espadas, pero ninguno se atrevió a detenerlo. Bonifacio se arremangó el hábito, dejo su báculo, planto firmemente los pies en el suelo y golpeó con todas sus fuerzas el tronco del roble. En ese momento, sobre la quietud de la noche invernal, un poderoso sonido de lo alto los aterrorizó a todos. ¿Es que acaso Thor venía a castigar al que se atrevía a destruir su árbol sagrado? Nada de eso, un fuerte viento se precipitó contra el roble y lo derribó al instante haciéndolo caer con gran estrepito sobre el suelo, sacándolo de la tierra incluso con sus raíces y partiendo su tronco en pedazos. Todavía algunos germanos esperaban la intervención de sus dioses, pero nada sucedió.
Bonifacio dejo a un lado el hacha, recupero su báculo en cruz y alzando la mirada divisó un pequeño abeto, una especie de pino, y señalándolo dijo:
– Este pequeño árbol, este pequeño hijo del bosque, será su árbol santo esta noche. Esta es la madera de la paz…Es el signo de una vida sin fin, porque sus hojas son siempre verdes. Miren como las puntas están dirigidas hacia el cielo. Hay que llamarlo el árbol del Niño Jesús; reúnanse en torno a él, no en el bosque salvaje, sino en sus hogares; allí habrá refugio y no habrán ceremonias sangrientas, sino regalos amorosos y ritos de bondad.
Así fue como Bonifacio demostró cual era el único y verdadero Dios y que los dioses que ellos adoraban eran falsos. Usó la madera del roble para construir una capilla dedicada a San Pedro y en los años siguientes se dedicó incasablemente a predicar por toda la región llevando a que muchos pueblos abrazaran la fe cristiana y se bautizaran. Fundó además numerosos conventos y monasterios. Ya a los ochenta años iba a dar el Sacramento de la Confirmación a unos conversos cuando lo asaltaron a él y a sus compañeros y los martirizaron.
Fue enterrado en el monasterio de Fulda, que él mismo había fundado. Se lo recuerda como el «Apóstol de Alemania”, santo de la Iglesia y patrono de los cerveceros.
Desde aquella noche entre los germanos se extendió la costumbre de adornar sus hogares para la noche de Navidad con un árbol, principalmente un pino, recuerdo del madero que vence a la muerte y el pecado, la cruz de Cristo. Toda Alemania siguió la tradición la cual permanece hasta nuestros días y se difundió por todo el mundo. El próximo ocho de diciembre cuando vayan a armar el pesebre y el arbolito en sus casas pueden contar a sus hermanitos la historia del valiente San Bonifacio y como destruyó el roble de Thor y lo reemplazo por un pequeño árbol, dando origen al arbolito de navidad.[5]
Tomás Marini
VOCABULARIO
Anglosajón: pueblos germánicos que invadieron el sur y el este de la Gran Bretaña, desde principios del siglo V hasta la conquista normanda en el año 1066.
Orden benedictina: la Orden de San Benito es una orden religiosa, dedicada a la contemplación, fundada por San Benito de Nursia en el siglo VI.
Víspera: día que antecede inmediatamente a otro determinado, especialmente si es fiesta.
Bardos: en la historia antigua de Europa, era la persona encargada de transmitir las historias, las leyendas y poemas de forma oral además de cantar la historia de sus pueblos en largos poemas recitativos.
Runas: Se trata de una forma de escritura, conocida como escritura rúnica, cuyos signos, las runas, son equivalentes a las letras de nuestro alfabeto.
Este sistema de escritura, fue usado por los pueblos germánicos, probablemente desde mediados del siglo II.
Niffelheim: en la mitología nórdica, es el reino de la oscuridad y de las tinieblas, envuelto por una niebla perpetua.
[1] 732 d.c: Unos 15.000 infantes cristianos vencieron a una caballería musulmana de casi 60.000 jinetes.
[2] En la batalla del bosque de Tautoburgo, en el año 9 D.C una alianza de tribus germánicas aniquiló en una emboscada a tres legiones, seis cohortes auxiliares y tres alas de caballería: un ejército de más de 25.0000 hombres.
[3] Los anglosajones habían sido evangelizados apenas cien años antes por San Agustín de Canterbury.
[4] Para dar una idea de la importancia de la Orden Benedictina, ya al comienzo del siglo 14, la Orden había dado a la Iglesia 24 Papas, 200 Cardenales, 7.000 Arzobispos, 15.000 Obispos, 1.500 Santos canonizados.
Su influencia no sólo tuvo lugar dentro de la Iglesia, sino fuera de ésta: el ideal monástico era tan apreciado que para el siglo 14 los Benedictinos habían enrolado 20 Emperadores, 10 Emperatrices, 47 Reyes y 50 Reinas.
[5] Los significados de los adornos del arbolito de navidad:
Las “bolitas”: Representan los Dones que Dios les da a los hombres. Las de color azul simbolizan el arrepentimiento y reparación; las rojas, las peticiones; las doradas, alabanzas; y las plateadas, agradecimiento.
La estrella: Ésta representa la fe que guía nuestra vida y nos recuerda la estrella de Belén que guio a los magos.
Las cintas y moños: Simbolizan la unión familiar.
Los angelitos: Son los mensajeros entre nosotros y el cielo y son los encargados de protegernos, nos recuerdan los ángeles que adoraron al niño Dios en el pesebre.
Las luces: Simbolizan la luz de la fe que nos trajo Jesucristo.
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Linda historia para los niños y para los grandes también.
Trato de ver todas las conferencias y entrevistas enQNTLC del P Javier Olivera Ravasi soy su fiel alumna Mgraciad🙏🏻🙏🏻 Tengo 81 años
Muy linda e interesante historia que no sólo es para chicos, los adultos también necesitamos conocer el origen o el significado de cosas que conocemos desde chicos y no sabemos de dónde salieron