Beato Vilmos Apor de Altorja, mártir de Hungría
Por África Marteache
Fuente: Compilada por Fr David O’Driscoll en cooperación con el Equipo de Capellanía de la Iglesia Católica Húngara, Londres.
El buen pastor, beato Vilmos (Guillermo) Apor de Altorja (1892-1945)
Mártir de la Caridad, Héroe de Hungría y “Justo entre las Naciones” por el Yad Vashem de Jerusalén, pero, para los que le conocieron, es simplemente un santo.
Ésta es la mejor definición que podemos encontrar para el que fue Obispo de Györ (Hungría) el Barón Vilmos Apor de Altorja, de la nobleza rural húngara. Parece extraño que alguien que nació noble llegue a “oler a oveja”, pero su biografía así lo confirma. Este Obispo fue herido mortalmente el Viernes Santo de 1945, pero murió el Lunes de Resurrección del mismo año a consecuencia de los disparos. Entonces contaba con 53 años, pero solo llevaba como obispo desde 1941, seguramente por recomendación del Nuncio Apostólico Angelo Rotta porque su nombre solía ser postergado en las listas de nuevos obispos ofrecidos para su elección a los Papas Pío XI y XII. Sin embargo, la propuesta del Nuncio fue finalmente aceptada, lo que nos lleva a que el Beato Vilmos pasó la mayor parte de su vida primero como coadjutor y finalmente como simple párroco, aunque su nombre fuera conocido en toda Hungría como el de un protector. Esto indica que los tiempos habían cambiado y sus orígenes nobles no le avalaban.
Su vida está dividida en cuatro periodos:
1º) Su niñez y primera juventud trascurrieron desde 1892, fecha de su nacimiento, hasta 1914 (IGM) en la que alguno de sus hermanos tomó parte luchando con el Ejército Austrohúngaro. Fue el séptimo hijo de los ocho que tuvo una familia de nobles transilvanos y su hermana mayor, que se trasladó a Suiza, fue abuela del teólogo Urs von Balthasar.
2º) Su ordenación como sacerdote coincidió con el periodo de entreguerras, cuando la Conferencia de Versalles dividió Europa en trocitos y nació la República de Hungría. Este hecho provocó grandes desplazamientos poblacionales con los consecuentes problemas, incluso el lugar dónde había nacido pasó de manos húngaras a rumanas. Eslovacos incrementaron la población húngara y, al revés, húngaros quedaron en Checoslovaquia. Había que superar el trauma y que este hecho no dividiera a los católicos.
Con el crac de 1929 muchos terratenientes perdieron sus fincas y el paro entre el campesinado fue escandaloso. Desamparados y sin sindicatos que los representaran estos campesinos, en su mayoría católicos, necesitaban ayuda y él los organizó huyendo de los capitalistas y de los comunistas, que también se estaban infiltrando, y aplicando la Doctrina Social de la Iglesia.
3º) Su elección como obispo fue en 1941 en plena IIGM en la que Hungría pasó por varias fases acabando como gobierno títere de los nazis. En esta época sus dotes de diplomático fueron puestas a prueba porque intercedió por todos y cada uno de los oprimidos en su diócesis, incluso por los que no eran católicos, pero que también acudían a él como autoridad competente. De ahí le viene el título de Justo entre las Naciones concedido por el Yad Vashem de Jerusalén en reconocimiento a su labor en favor de los judíos de Györ ante las autoridades pronazis, como se puede ver en el Parque Raoul Wallenberg de Budapest en el cual su nombre aparece bajo el del Nuncio del Vaticano, Angelo Rotta, en 4ª posición, siendo los dos primeros los de Raoul Wallenberg (del consulado sueco) y Ángel Briz (del consulado español).
En esta época también combatió a los Cruces Flechadas haciéndoles ver que estaban en pecado mortal y no podían proseguir con esas actividades criminales sin confesarse y cambiar de conducta.
4º) Este periodo fue muy corto y le llevó a la muerte, de manera que nunca tuvo que sobrevivir en la clandestinidad, como el Cardenal József Mindszenty que todos conocemos.
Dice el relato de los testigos:
“La ofensiva soviética se inició en marzo de 1945; rompió a través de la línea alemana-húngara entre el Danubio y Kisalföld, y avanzó hacia Viena. Gyula Magyarffy, el alto comisario, ordenó la evacuación de la ciudad de Győr, gravemente dañada por una bomba, y el alcalde, Arpad Karsay, exhortó a la población a abandonar sus hogares. En oposición a ambos, Vilmos Apor enfatizó lo que dijo el 6 de septiembre de 1944, al clero: `El calvario infligido por la guerra es cada vez más pesado para todos nosotros. Todo el mundo se siente inseguro, nervioso y preocupado acerca del futuro. Les pido, Reverendos Hermanos, que lleven a cabo sus deberes pastorales y cuiden de su rebaño con la devoción y seriedad del Buen Pastor. El Buen Pastor vive con su rebaño. Pase lo que pase, todo el mundo debe permanecer en su puesto. Esto no es sólo nuestra obligación legal, sino el requisito fundamental de nuestra vocación. Un sirviente abandona su rebaño y huye; El buen pastor da la vida por sus ovejas. Compartir las dificultades y pruebas con los fieles y permanecer con ellos es más efectivo que cualquier sermón”.
El obispo visitó a sus sacerdotes, a las monjas en sus conventos, y trató de preparar a todos para lo que estaba por venir. Envió una carta por mensajero especial al comandante militar alemán, pidiendo que se respetaran los tesoros centenarios y la población de Győr. El general Sepp Dietrich respondió con una frase: ‘No puedo hacerlo debido a las necesidades militares que son de suma importancia. «
Muchas personas perseguidas y los refugiados vinieron a pedir asilo al obispo y él ofreció refugio a todo el mundo. También llevó a cabo los planes para el asedio. Envió a la mayoría de los hombres refugiados a la mansión Szanyi, la estancia natal del Obispo, y las mujeres, los niños, los enfermos y sacerdotes de su personal a su residencia en Győr.
Cuando las tropas soviéticas llegaron a la ciudad la situación fue caótica y, debido a que el tendido eléctrico había sido dañado, solo el Palacio Arzobispal estaba iluminado de noche por tener generador propio. Esto hacía que continuamente se presentaran soldados rusos, los cuales eran recibidos por el obispo, teniendo comportamientos muy dispares ya que unos le besaban su anillo y otros pretendían quitárselo.
El obispo mandó a dos sacerdotes ante las autoridades soviéticas para que enviaran un retén que hiciera guardia con el objeto de evitar incidentes graves, pero no fue escuchado. En esa situación, los últimos oficios fueron celebrados por él el Jueves Santo, 30 de marzo, porque al día siguiente, Viernes Santo, un grupo de cuatro o cinco soldados rusos borrachos se presentaron en la bodega, en aquel momento una de las mujeres ocultas salió no sé sabe por qué y, al verla, pretendieron llevarse a las mujeres jóvenes. La muchacha gritó: “Tío Vilmos! ¡Tío Vilmos, ayúdame!” Y el obispo se presentó en la bodega y les ordenó. “¡Fuera de aquí!”. Los soldados retrocedieron hasta la puerta, pero uno de ellos se volvió y le disparó una ráfaga de ametralladora. Su sobrino de 17 años, Sandor Pálffy, intentó cubrirlo con su cuerpo, pero el obispo, alto y fuerte, recibió tres heridas una de las cuales penetró en su abdomen.
Le llevaron al hospital por la ciudad derruida siendo interrumpidos continuamente por patrullas de soldados y, cada vez que le enfocaban con la linterna les bendecía diciendo: “Que Dios os perdone porque no sabéis lo que hacéis”. Ya en el hospital fue intervenido quirúrgicamente por dos cirujanos a la luz de quinqués y el Sábado Santo pareció mejorar, pero el Domingo de Resurrección se presentó una infección que le causó la muerte el 2 de abril, Lunes de Pascua.
El Obispo Vilmos Apor, con tremendos dolores, permaneció lúcido hasta el final y se despidió, tanto de la hermana con la que vivía, Gizella, como de sus sacerdotes: «Mis más cálidos saludos a mis sacerdotes. Que puedan permanecer fieles a la Iglesia, porque ya con valentía deben predicar el Evangelio, ayudar a reconstruir nuestra desafortunada patria, y llevar a nuestra pobre y engañada gente de vuelta al camino recto, ¡Ofrezco todos mis sufrimientos por mis propios pecados, y también por mis sacerdotes, mis seguidores, los líderes del país y mis enemigos!, Pido a Dios que no les haga responsables por los pecados que cometieron en su ceguera en contra de la Iglesia., ofrezco mis sufrimientos por mi amada Hungría , y por el mundo entero. San Esteban, ruega por los pobres húngaros”.
«Mi Dios y Padre, en tus manos encomiendo mi alma., Jesús, José y María, estad conmigo ahora y en la hora de mi muerte.»
Fue enterrado clandestinamente porque las autoridades soviéticas no quisieron que la gente acudiera en masa, como era de suponer, y durante más de cuarenta años negaron el traslado de sus restos al lugar que la Iglesia le tenía reservado en la Catedral de San Ladislao. Finalmente, en 1986, accedieron, pero en secreto y con la sola asistencia de algunos ancianos sacerdotes que le habían conocido en vida. Su causa se abrió enseguida encargada por el Cardenal Mindszenty y el 9 de noviembre de 1997 el Papa San Juan Pablo II le declaró Beato.
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