Cuatro paradojas y un funeral. Por el P. Christian Ferraro
–Toccata y fuga espontánea y libre en cuatro movimientos
para abrir los ojos, discernir los tiempos, pensar y existir–
Andante cum motu proprio
§ 1. La primera paradoja está tomada del «síndrome de la mejor del colegio», o «síndrome del “traga”», aunque, en realidad, se trata, más precisamente, del «síndrome del “botón”» o del «(d)ortiba». Si bien en el lenguaje corriente la “d” inicial se perdió por comodidad eufónica, ortiba es «batidor» al revés: el que delata, el delator.
Se trata de un cuadro sumamente revelador: revelador del desquicio absoluto de nuestra sociedad. Personajes deleznables si los hay, cuando, por la sola voluntad de querer sobresalir y de que se note bien pero bien bien notado que ella o él sí había hecho «los deberes», «la mejor del colegio» o el «traga» denunciaban al compañerito o a la compañerita de al lado porque «no había hecho la tarea», se ganaban, justamente, el desprecio de todos los demás. Cierto: desde el pináculo de la soberbia, estos personajes ejercían el bullying de su presunta superioridad moral e intelectual y quedaban automáticamente aislados del mundo común de los mortales, sin posibilidad alguna de participar de sus alegrías y de su vida normal.
Pero se entiende: se trata de seres humanos tan pero tan poco consistentes que tienen necesidad de que haya «malos» para sentirse y buenos y «saborear» su bondad. Bocanada de humo, por cierto, mucho más fugaz y débil que saborear una pipa frente a un hogar.
Figura emblemática de esta actitud vil y miserable es el secretario del sumo sacerdote que sin causa suficiente abofetea a Jesús, tan solo para quedar bien con la autoridad y amparado en la fuerza represiva y la situación de control y dominio despótico que se había generado y de la que se constituye en instrumento, con degradante pleitesía.
Figura emblemática es también la de aquel monumento levantado en Moscú al «héroe de la patria»: jovencito de primera adolescencia inmortalizado bajo ese epíteto por haber tenido la valentía (?) y la «lealtad» de haber denunciado a sus padres, disidentes, ante el régimen. Recibió, por supuesto, los aplausos del aparato estatal totalitario, pero se quedó huérfano y sin raíces.
Figura emblemática suprema es, sin dudas, Satanás, descrito por el Apocalipsis como «el acusador de nuestros hermanos».
La paradoja es que hoy muchos vecinos, «amigos», familiares y… hasta «católicos» –esos que «están entre los nuestros pero no son de los nuestros», como decía el apóstol san Juan inspirado por el Espíritu Santo–, se autoerigen en acusadores seriales de quien no hace los deberes ante el nuevo totalitarismo virulento que se ha desplegado con impactante fuerza extensiva e intensiva. Un totalitarismo que fomenta la delación y la denuncia y que busca destruir de manera efectiva y concreta las expresiones más espontáneas, simples y directas de los más primarios afectos humanos. Así, se convierten en colaboradores subordinados del monitoreo, de la vigilancia y del control ejercidos por una autoridad corrompida y corruptora.
§ 2. La segunda paradoja se refiere a la incapacidad de reflexión que caracteriza a nuestros tiempos. Reflexión no en el sentido de «meditación sobre…» o de «conjunto de consideraciones acerca de…», sino en el sentido etimológico de flexionarse, replegarse y, entonces, en el sentido psicológico de «volver sobre sí mismo».
Un elemento decisivamente revelador de esta incapacidad lo constituye aquello que sucede en el mundo de las películas (los films o movies). ¡Cuántos jóvenes y adultos no habrán vibrado, llenos de entusiasmo, con Rambo, con Corazón Valiente –con «Conviction», o las distintas «madre-coraje»…, cada uno ponga el film que prefiera–, con el héroe que lucha solo contra todo y contra todos, habiendo sido él o alguno de sus seres queridos, víctima de una tremenda injusticia que despierta la indignación del espectador, que merece justa venganza y ante la cual no cabe otra cosa que rebelarse! Objetivación de metas irrealizables, fantasías de lo imposible, como el clásico sueño del niño que cuando empiezan los primeros despertares subconscientes de veleidosos enamoramientos, sueña espontáneamente que rescata de un incendio a su compañerita del colegio o a la vecinita de al lado… Se trata siempre de lo mismo: la imagen veleidosa de algo heroico y casi sobrehumano de ribetes épicos y admirables…
Y se admira, justamente, la capacidad del protagonista de no doblegarse, de resistir activamente, de reaccionar, de no ser imbécil (es decir, de no ser «incapaz de dar batalla», que ése es el significado etimológico de imbécil), de posicionarse, de no descansar hasta resolver el asunto y restablecer la justicia, de no dejarse pisotear por el sistema.
Después… por supuesto: salen del cine y se ponen el bozal que constituye el imperativo categórico sociocultural del momento.
Amén.
§3. La tercera paradoja pertenece, también, al ámbito de los perfiles psicológicos y, aunque de contenido diverso, se empareja con la cuarta en cuanto a la hilarante contradicción que encierra.
Hasta el más mediocre psicólogo o psicóloga, que ha estudiado ad litteram su manualcito, sabe perfectamente lo dañino que es para una persona quedarse anclada en su pasado de frustración y de dolor. Todas las terapias apuntan, de una manera o de otra, a hacer salir a la persona de ese estado, de ese pozo. Lo contrario, es decir, permanecer en él, victimizarse, autocompadecerse, constituye una actitud enfermiza que debilita a la persona, que consume sus energías y la vuelve cultivadora de la oscuridad: de ahí que, muchas veces, se convierta en un agujero negro de demanda de atención, que polariza en torno a sí misma a todo su entorno familiar y afectivo generando un sinfín de disgustos y problemas en una espiral de destrucción sin fondo que se retroalimenta de manera altamente desgastante.
Repetimos: cualquier psicólogo o psicóloga de cualidad media, sin hablar de los mejores, conoce esto a la perfección. Es el a-b-c.
Salvo que se trate de un marxista que tiene que construir SIEMPRE un pasado de persecución, que lo habría tenido como víctima, al que quedar anclado y del que sacar provecho y rédito (de allí la decisión estratégica e imperiosa necesidad de consagrar monumentos a alimentar la leyenda). Ni hablar de hermanos mayores.
En esos casos, como por arte de magia, parecería que todos los principios más elementales de la psicología y de la terapia, pierden su valor. [Estoy recurriendo a una ironía retórica porque no encuentro la tecla «carcajada brutal»].
§ 4. La cuarta y última paradoja es la del paranoico. ¡Cuántas veces quien ejerce la difícil labor del terapeuta no ha tenido que soportar durante largo tiempo construcciones de lo más absurdas y alambicadas! Sin sospechar siquiera la medida de la tortura que impone a los pobres oídos de quien lo quiere ayudar, el paranoico lanza con férrea coherencia una dinámica de construcción imaginaria en la cual cada detalle está enlazado con el otro y el enlace se muestra inapelable. Por supuesto: cuando se mira la situación desde lejos, la construcción se muestra quimérica e insostenible, ridícula y frágil, absurda por demás. Sin embargo, y es parte de la patología, cada elemento que la refuta es integrado en la construcción como una ulterior confirmación de la misma. Una serie prácticamente infinita de per accidens (factores fortuitos) daría lugar a la construcción per se (lo que de suyo es) y ésta sería la clave para la interpretación de toda la realidad. Bombardeo enfermizo y sofocante de ideas, asociación de ideas asfixiante, exceso de información que confirma la «persecuta», el paranoico no va a quedarse a esperar en la sala de espera del dentista, porque las cuatro personas restantes son agentes de cipol que lo vigilan, y no va a salir de su casa porque el colectivo pasa siempre a la misma hora, con el mismo conductor y es parte de la misma organización. No va a abrazar a su primo, a su hermano, a su abuelo, a su tío, ni siquiera a sus padres… porque todos son potenciales enemigos, capaces –sin signo alguno que lo anuncie– de envenenarle la vida y llevarlo a la muerte.
Así, como vive bajo la pasión del miedo, para vivir, prefiere no vivir, y vive una vida que no es vida.
Ningún terapeuta profesional de mediana talla concederá que esto es sano. Y todo terapeuta honesto procurará con todo su arte y de la mejor manera reconducir al delirante a las pacíficas aguas de la normalidad. Esto es elemental, es de principio.
Sin embargo, el mismo terapeuta que trata de curar al paranoico, le cree a una autoridad ministerial que se hace acompañar, literalmente, por una payasa (¡nada menos!) para dar soporte al relato, para tomar nota luego, obediente y servil, cuando le dicen que el peligro está en respirar y someterse, por último, sumisamente a la publicitada modificación de su patrimonio genético. Recuerda las frases de los manuales, pero se olvidó de cómo encender el cerebro.
Por supuesto: porque los principios irrefragables a nivel del paciente particular no funcionan cuando se trata de la situación personal o de analizar la situación mundial.
* * *
Éstas son, pues, las paradojas.
¿El funeral? Ah, sí: es el funeral del hombre. He aquí los despojos de aquello que alguna vez se llamara «ser humano».
Porque el que no piensa, no existe.
P. Christian Ferraro
16.06.21
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Excelente, para compartir y compartir.
Bien escrito y linda reflexion. Evidentemente el autor tiene dotes de escritor. Me gusta esa especie de conclusion: «El que no piensa no existe»
Renato estaría de acuerdo. Desde mi punto de vista, hoy no bien interpretado.
Magnífica nota.
P. Christian, ¡Qué pluma de oro! el contenido de esta página. Sino se actúa a tiempo, o porque se colabora inconscientemente, no hay derecho a quejarse y deberá responder de su conducta ante Dios, su conciencia y su Patria.