Jeanne Robin, una amazona vendeana

Las amazonas de la Vendée

Los historiadores de la guerra vendeana no se ponen de acuerdo acerca del rol llevado por las mujeres durante la insurrección de 1793. Para algunos pocos, como Michelet y su escuela liberal, una multitud de amazonas habría participado encarnizadamente entre las filas de los insurgentes; para otros ninguna mujer tomó las armas, salvo una o dos excepciones. Y, como suele suceder, la verdad está entre las dos posiciones, pues como hemos visto, las vendeanas participaron activamente durante todo el levantamiento de diferentes formas, y hasta combatiendo con armas al enemigo. Estas últimas son las que nos interesa destacar ahora.

Se conocen al menos más de una decena de mujeres que pelearon como hombres contra los republicanos. “En ellas, el móvil de la venganza, se entremezcla con la lealtad a la monarquía. Pero una vez lanzadas al ciclón, una vez que ellas han abandonado el hogar, van mucho más lejos que los hombres. Su timidez natural se convierte en heroísmo, su dulzura se transforma en cólera implacable…” comenta Emile Gabory en su magnífico libro sobre Les Vendéennes. Hasta el mismo Gral. Turreau confiesa en sus Memorias el rol feroz de estas guerreras que dejaban en evidencia a los más pusilánimes: “sus mujeres se distinguían con un coraje por encima de su sexo, y sobre todo, por su ferocidad que daba vergüenza a otros”.

A decir verdad, quien se adentra un poco en las crónicas de la época, puede descubrir que en los tres ejércitos vendeanos, el de Anjou, el del Alto-Poitou y el del Centro, hubo amazonas relativamente célebres que fueron al frente de manera excepcional. Y aunque no dejaran escritas las aventuras, su actuación fue tan significativa que no pocos testigos oculares transmitieron algunas anécdotas que nos permiten recrear algunas de sus asombrosas intervenciones.

Céleste Bulkeley, dibujo de 1900

En el ejército de Anjou ya hemos visto a Renée Bordereau (https://www.quenotelacuenten.org/2021/04/05/renee-bordereau-la-juana-de-arco-vendeana/), apodada “El angevino”, de quien se conocen detalles increíbles, gracias a que fue de las pocas combatientes que redactaron sus Memorias. Aunque también dejaron su impronta Jeanne Robin, la heroína de Courlay, que combatió a las órdenes del Gral. Lescure, y María Antoniette Adams, alias “el caballero Adams”, simple comerciante de aldea que se batió con bravura en el ejército del Centro, a la par de Marie-Louise Regrenil, ex novicia, más conocida como “La húsar”. Además, es un hecho indiscutible que en el ejército de Charette el número de mujeres guerreras fue relativamente considerable, una de las más valientes que ha pasado a la historia fue “la irlandesa Bulkeley”.

Veamos ahora algunas pinceladas de estas “Juanas de Arco vendeanas”, totalmente desconocidas incluso para el público francés…

Otra “Jeanne” en acción

Jeanne Robin originaria del pueblo de Courlay, es un caso similar al de Renée Bordereau, ya que tuvo la desgracia de presenciar el asesinato de su padre por los azules siendo el móvil inmediato que la llevó a tomar las armas.

Vestida de varón, con solo 20 años abandonó el hogar junto con su gran perro, Chanzeaux, para unirse con los voluntarios que siguieron al Gral. Lescure. Agotada por el viaje, cuando llegó al campamento vendeano se rindió a los pies de la esposa del general, diciéndole simplemente: “soy una mujer” al mismo tiempo que le suplicaba no decir nada, pues Lescure era reacio al reclutamiento femenino para ir al frente. Por el contrario, sí lo aceptaba para las tareas de enfermería o mensajería.

Victoire Donnissan la recuerda muy bien: “Un soldado salió a mi encuentro en La Boulaye diciéndome que quería confiarme un secreto. Este soldado era una joven. Había decidido cambiar sus ropas de aldeana por la que se distribuía a los soldados. Temiendo ser reconocida, se dirigió a mí, suplicándome no decir nada al Señor Lescure. Más tarde supe que se llamaba Jeanne Robin”.

La marquesa guardó absoluta reserva sin revelar ni siquiera a su marido el secreto confiado, aunque por otro lado, averiguó la reputación de Jeanne, pensando que podría ser una mujer de mala vida, más interesada en dar favores a la soldadesca que de luchar por la causa del rey. “Yo le prometí -escribe en sus Memorias no solamente guardar el secreto, sino también llevarla conmigo después de la guerra, si ella era virtuosa; por el contrario, si seguía al ejército por libertinaje, yo misma la denunciaría. Le dije que iba a escribir a su vicario, hombre de mérito y hermano de los bravos Texier, los héroes de Courlay, para conocer su conducta; ella estuvo de acuerdo, asegurándome que él sabía bien quién era ella”.

Por más que Jeanne, más decidida que nunca, le reafirmara sus nobles intenciones: “No tengo más que un objetivo: ¡pelear por mi Dios y mi rey!”, la esposa de Lescure se informó bien de la susodicha antes de permitirle su alistamiento.

Algunos días más tarde, el 13 de septiembre de 1793, en vísperas de la segunda batalla de Thouars, los vendeanos se preparaban para dar un golpe mortal a los republicanos. La pobre Jeanne deseaba participar ardientemente en el frente, pero no tenía ni siquiera zapatos para seguir a la tropa. Resolvió cortar por lo sano y presentarse descalza a Lescure. “Mi general, soy una joven -le dijo resuelta-. Su señora lo sabe y ella averiguó sobre mi honestidad. Vengo a usted porque estoy sin calzado, y quiero pelear mañana. Si usted me echa, hágalo después del combate. Pero pelearé tan bien, estoy segura de ello, que usted será el primero en querer que permanezca en su ejército”.

Dicho y hecho. Se la vio batirse con terrible encarnizamiento, siempre seguida de su perro, hasta más no poder. Cuando iban de camino hacia Thouars, le había dicho a su general: “Tan lejos como usted irá en el combate, yo iré. Quiero estar siempre más cerca de los azules que usted”. Y así fue.

Jeanne estuvo más cerca del enemigo que su propio jefe, puesto que en el momento que sonaba la retirada de los republicanos, ella quedó casi al final del ejército siendo herida de muy cerca con un golpe mortal. Su cuerpo fue encontrado por las tropas azules cerca de la Puerta de París, y luego expuesto en la iglesia de Saint-Laon.

Del lado vendeano no supieron mucho más de su destino. Victoire Donnissan narra al pasar la muerte de la pobre combatiente: “la perdimos de vista, y como se encontró el cuerpo de una mujer entre los muertos, siempre se creyó que ella había perecido en la pelea, donde se precipitó con toda furia”.

A mediados del siglo XX, finalizada la segunda Guerra Mundial, se hicieron trabajos al pie de los muros de Thouars y con gran sorpresa se encontraron en un pequeño panteón huesos de mujer, justo del lado donde había tenido lugar la famosa batalla de 1793. Sin dudarlo mucho, fueron atribuidos a Jeanne Robin.

También en el Registro de la ciudad fue hallada el acta de defunción de un  lugarteniente republicano, John Oswald, muerto el 14 de septiembre en Thouars, que a su vez, está precedida por el acta de “una mujer desconocida, encontrada vestida de hombre”… que bien podría ser nuestra auténtica heroína.

Hoy día, un sencillo jardín en la vía pública de la ciudad lleva el nombre de “Jeanne Robin” para rendirle homenaje a esta gran mujer que supo pelear hasta el último suspiro por Dios y por el rey.  

Hna. Marie de la Sagesse, S.J.M.

 

Bibliografía consultada:

Les Mémoires de la marquise de La Rochejaquelein. La guerre de la Vendée, t. III, Éditions Découverte de l’Histoire. Version Kindle consultada en el año 2020.

https://cheneethibou.forumactif.org/t9-jeanne-robin-dans-le-courrier-de-l-ouest


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Un comentario sobre “Jeanne Robin, una amazona vendeana

  • el abril 26, 2021 a las 2:09 pm
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    “No tengo más que un objetivo: ¡pelear por mi Dios y mi rey!”

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