La réplica del perdón: Madame de Bonchamps
Recordando a su marido
Pasada la aventura napoleónica y en plena restauración monárquica, Marie Renée Marguerite de Scépeaux, más conocida como “Madame de Bonchamps”, por haberse casado con el célebre general vendeano, publicó en 1823 sus Memorias[1] o mejor dicho, las de su difunto marido…
“Es la historia de mi esposo la que yo quiero escribir…”, nos dice en sus primeras líneas y no era para menos, pues el marqués de Bonchamps pasó a la historia por haber concedido el gran perdón a 5000 republicanos condenados a muerte. Con semejante ejemplo a conmemorar, no tuvo la menor intención de hacer su autobiografía, ubicándose naturalmente en un segundo plano, sino testimoniar la vida y muerte del héroe a quien tuvo el privilegio de amar, escoltar y acompañar hasta el último suspiro.
Como ya hemos contado aquí (https://www.quenotelacuenten.org/2020/09/01/cronicas-de-la-vendee-3-5-charles-bonchamps-el-perdon-heroico/) las proezas de Bonchamps, haremos exactamente al revés, siendo Marguerite la protagonista… pues, a decir verdad su historia, no es menos emocionante y terrible que la de Victoire Donnissan.
Partida forzada
Derrotado el ejército monárquico en su primer intento de tomar Fontenay, el 16 de mayo de 1793, la marquesa se vio amenazada de cerca por los republicanos en su castillo de La Baronnière. Hacía solo dos meses que los aldeanos se habían llevado a su marido para liderar el levantamiento, y ella no lo dudó un instante… Previendo una masacre familiar en su propio castillo, se decidió a dejar todo lo que le poseía para reunirse con Bonchamps. Con ayuda de dos criadas, partió sin rumbo exacto, embarazada y con sus dos hijos pequeños, Herménée y Zoé, a quienes escondió junto con varios juguetes en dos canastas atadas a la montura de un caballo. En otro canasto metió todas las municiones que le quedaban de su marido: pólvora, fusiles y algunas pistolas.
Ya de camino buscando al ejército vendeano, tuvo un terrible altercado: el caballo que llevaba los niños se desbocó y salió al galope a toda velocidad lanzando al aire las preciadas canastas. La pobre madre quedó tan shockeada por el siniestro que, estando encinta de cinco meses, tuvo un parto prematuro y terminó perdiendo su bebé. Y todavía no había pasado lo peor… más allá del Loire.
Después de varias peripecias la marquesa logró reencontrarse con su esposo y contarle la desgraciada muerte de su bebé, aunque al menos la familia estaba unida. Meses después tuvo lugar la segunda batalla de Cholet, el 17 de octubre 1793, en la cual Bonchamps cayó mortalmente herido y fue llevado al pueblo de Saint-Florent donde Marguerite lo encontró ya en agonía en la casa de la Señora Duval.
Al entrar en la habitación vio a su marido yaciente rodeado de sus oficiales que suplicaban de rodillas y entre lágrimas por su salud. Instantes más tarde escuchó salir de la boca del general la frase más inesperada y magnánima que solo podía pronunciar un jefe vendeano: “¡Gracia para los prisioneros!”. El resto ya lo conocemos.
El ejemplo arrasa…
Muerto el héroe, dejó un ejemplo señero y sublime para todas las generaciones, incluida su piadosa mujer; pues ella no tardará en imitar al pie de la letra el noble gesto de su marido.
Siempre protegida por Henri de La Rochejaquelein, la viuda y sus criaturas debieron cruzar el Loire avanzando hacia lo desconocido en medio del flujo anónimo e interminable de los “bandidos”, sin perder jamás su espíritu combativo. En La Flèche hasta se dio el gusto de disparar un tiro de cañón, también arengó con éxito a los campesinos que pretendían huir durante la batalla de Dol haciéndolos volver al ataque en un momento clave.
Sin embargo, el gesto más famoso y valiente de Marguerite tuvo lugar en la ciudad de Fougères, donde el ejército monárquico había hecho un impasse. Conociendo de cerca la crueldad de los azules, un oficial encargado de la guardia de los prisioneros que tenía a su cargo, ordenó que fuesen fusilados antes de seguir adelante. Cuando la inminente venganza llegó a oídos de la Señora Bonchamps, ella intervino justo a tiempo y sin titubemos: “Me pareció -cuenta en sus Memorias- que el apellido que llevaba me daba el derecho y el poder de impedir esta barbarie. Recordé las últimas palabras de Bonchamps en su lecho de muerte. Y amenacé al oficial de hacerlo fusilar a él mismo por los vendeanos que me habían seguido”. Con semejante poder de persuasión, la marquesa obtuvo la gracia inmediata para todos los enemigos.
Sin duda que la repercusión del apellido “Bonchamps” creó en la viuda una aureola resplandeciente que irradiará incluso hasta en los mismos azules. Se cuenta que un día, en la iglesia de La Flèche, casi fue asfixiada por los aldeanos combatientes que querían ver de cerca a la esposa del general. A la vuelta de Le Mans, sucedió lo mismo con su hijo, pues estuvo a punto de perder al pequeño en medio de un gentío que los sofocó.
Durmiendo con el enemigo
Ya de vuelta de la travesía del “Viraje de la Galerna”[2], el ejército católico diezmado llegó a duras penas a Ancenis. Marguerite comprendió que si quería escapar de la muerte y preservar a sus hijos, debía abandonar la turba vagabunda, condenada a la desaparición total. Por lo cual, a mediados de diciembre de 1793, se lanzó en un barco repleto de otros vendeanos que pensaban como ella, intentando cruzar el caudaloso Loire, pero el grupo de bandidos fue divisado desde lejos por un puesto republicano que estaba en la otra orilla y comenzó a dispararles. Una bala le dio a la criada que tenía al pequeño Herménée, el niño cayó al agua y su madre alcanzó a agarrarlo antes que se ahogase. La barca reculó a tiempo. Cuando llegaron a la misma orilla, los vendeanos saltaron con tal rapidez que la precaria barcaza se dio vuelta repentinamente y la pobre mujer cayó al agua con sus dos criaturas… A punto de perecer, fueron salvados por otros aldeanos que los acarrearon hasta tierra firme.
Marcha del ejército vendeano. Por Adolphe Leleuc.
Como la Señora Bonchamps conocía muy bien esa región, se le ocurrió pedir asilo a una mujer que había prestado antiguos servicios en el castillo de La Baronnière en tiempos de gloria. Esperando ser acogida afablemente con sus dos hijos, tocó la puerta… y cuál fue la sorpresa al constatar el aire frío y distante de su ex servidora. La doméstica los hizo pasar, aunque no tuvo reparo en confesarle que, amenazada de ver quemada su casa por los patriotas, había dado el nombre de varios criados de los Bonchamps que habían sido masacrados en el acto. Para justificar su conciencia, la anfitriona le repitió varias veces: “No fue mi culpa, sino la de los tiempos en que vivimos…”
En inferioridad de condiciones, Marguerite debió disimular su indignación y morderse los labios puesto que le ofrecieron hospedarla. “Solo por una noche”, le repitió claramente la dueña. Aceptó a regañadientes pues no tenía otra opción mejor para sus niños. A decir verdad, no pegó los ojos en ningún momento, pensando que la miserable doméstica también sería capaz de entregarlos al amanecer. Por lo cual, ni bien pudo abandonó el lugar sin dar a conocer su rumbo y partió hacia Saint-Herblon, cerca de Ancenis. Cargando en su espalda la más pequeña y dando pasos cortos con Herménée, caminó todo el día hasta llegar a una perdida granja donde pidió asilo. Allí pasaron una mala noche pues los tomó una fiebre violenta, despertándose llenos de ronchas… si, para peor, se habían contagiado la viruela.
Cuando los vecinos advirtieron los huéspedes infectados, pidieron a los propietarios que los despidiesen lo más rápido posible, pues era un riesgo enorme para todo el entorno alojar bandidos por tiempo indeterminado. Haciendo oídos sordos a las quejas, el granjero les ofreció pasar algunos días más en un apartado granero, bien cubiertos de paja pues el invierno se prolongaba. Desgraciadamente, una de esas crudas noches no hubo cuerpo que aguantase, y el pequeño Herménée amaneció muerto por el frío y la viruela. “Vi este niño bien amado en el cielo y yo solamente lloré por mí misma”, escribió más tarde la pobre madre.
El entierro de su hijo tuvo demasiados ecos en las granjas vecinas… Esta vez, la marquesa se vio obligada a abandonar el refugio huyendo lo más rápido posible. Como le tomó la noche a la intemperie, ella misma nos cuenta que terminó por esconderse en el agujero de un enorme árbol del cual el orificio estaba bastante alto y entraban acurrucadas varias personas. Subió con su hija y pasó tres días allí dentro, mientras que un campesino de tanto en tanto les acercaba un algo de pan y de agua.
Otro aldeano que la escuchó toser desde el escondite, se acercó para auxiliarla. Era un antiguo soldado de su marido que había oído hablar sobre la presencia errante de la viuda en la región. Sorpresivamente llamó a la fugitiva por su nombre, agregándole: “¡Confíe en un soldado del ejército de Bonchamps!”. Esta última palabra quebrantó la resistencia, el hombre se trepó al árbol para ayudarlas a bajar y se las llevó a su casa.
Como en aquellos días las patrullas acentuaron los controles, Marguerite no quiso comprometer más la caridad de sus hospederos y decidió partir no sin antes pedirles un gran favor: cuidar de la pequeña Zoé por tiempo indeterminado. Desgarrada por esta nueva separación, abandonó el lugar durante la noche sin poder mirar atrás… y prometiéndose a sí misma volver a reencontrarse con su hija, cueste lo que cueste. Todavía pensando en ella, encontró un refugio que la invitó a esperar sola el amanecer.
El ruido de una tropa en marcha la despertó cara a cara frente a los soldados. “¡Tu nombre, bandida!”; dio uno que enseguida fue reconocido como falso aunque jamás hubiesen podido adivinar que la persona que tenían delante era la viuda de Bonchamps. En efecto, la descripción que tenían de una mujer “joven y bella” no correspondía en absoluto con aquella fugitiva envejecida y miserable, desfigurada además por la viruela.
Tras las rejas
Primero la condujeron a la prisión de Ancenis, donde la encargada del puesto de Arades, prisionera como ella, mirándola bien, la reconoció enseguida a pesar de la transformación de su rostro. Imprudentemente, se precipitó llamándola por su nombre al tiempo que la abrazaba emocionada: “¡Señora de Bonchamps!”. Justamente era aquella que buscaban los republicanos desde hacía tiempo. Lo hecho, hecho estaba.
La marquesa fue llevada a Nantes, donde se la encerró en una horrible cárcel de mujeres. Llamada a comparecer delante de una Comisión militar en Bouffay, le preguntaron si había hecho lo imposible por impedir que su marido se uniese a los rebeldes. “Por supuesto que no, ni siquiera lo intenté”, respondió con firmeza. Quisieron sacarle información sobre algunos oficiales vendeanos, pero ella se rehusó a hablar. Y por unanimidad la condenaron a muerte.
Volvió a prisión hasta nuevo aviso. Mientras tanto pidió un sacerdote para confesarse, pero se lo negaron. Recordando ese momento crucial, Marguerite escribió: “Mi religión me ordenaba perdonar, yo obedecí sin esfuerzo. Entre los republicanos vi muchos hombres virtuosos de quienes admiré acciones generosas; y esperaba que Dios terminara por esclarecerlos, también me compadecí de los otros, recé por todos y por la felicidad de mi Patria”.
A pesar de una sentencia definitiva en pleno período del Terror, marzo de 1794, la marquesa intuía que todavía su hora no había llegado, su hijita la esperaba y estaba dispuesta a hacer lo imposible por evitar la guillotina.
Para ganar tiempo, se puso de acuerdo con un oficial que se había mostrado muy condescendiente con ella en la celda, diciéndole al oído: “La viuda del general Bonchamps no tiene nada que temer”. Sin dar muchas vueltas, una mañana Marguerite declaró delante del comisario Bignon estar embarazada del oficial republicano. La comisión tomó nota y le acordó un plazo condicional de tres meses, para verificar la sinceridad de la declaración. Así había ganado un tiempo de oro.
Mientras otros trabajaban por liberarla, ella aprovechó para sostener y reconfortar a quienes diariamente llegaban a la prisión o partían al cadalso. Se sabe que la Sra. Charette de la Gascherie le alcanzó a dar en mano el libro de las Horas que la marquesa leía de rodillas y en voz alta, agregando al final las plegarias de los agonizantes. Todo el mundo escuchaba su piadosa lectura, uniéndose las lágrimas del auditorio con las de la lectora.
Intercambio de gracias
Al mismo tiempo, Pierre Haudaudine, un rico negociante y antiguo voluntario revolucionario comenzó a tejer los hilos para liberar a Marguerite. Nacido en Bayonne, de joven se trasladó a Nantes, donde fue reclutado en la Guardia Nacional para pelear contra los rebeldes. En los primeros enfrentamientos, cayó prisionero de las tropas de Charette… Y como para el ejército vendeano mantener y alimentar un gran número de cautivos costaba carísimo, la práctica que se había impuesto era su intercambio. Fue entonces cuando el general decidió enviar tres emisarios capturados a sus enemigos: Haudaudine, Babin y Chaumier, encargándoles proponer la operación de canje a los republicanos de Nantes.
Ya frente al Comité Central, los patriotas se negaron a tratar con la raza maldita de rebeldes. Babin y Chaumier, temiendo la vuelta al campo vendeano, cedieron a las solicitaciones familiares y se quedaron en Nantes. Solo Haudaudine afrontó el doble riesgo de volver frente a Charette. Asumiendo el peligro de ser tachado de traidor por los azules, amén de quedar nuevamente prisionero entre los bandidos descontentos por la negativa. “Ustedes pueden disponer de mis bienes y de mi existencia, pero jamás de mi honor”, les dijo a los jefes republicanos que lo dejaron partir. A su vez, al recibir la mala nueva, los vendeanos lo pusieron entre los prisioneros destinados a Saint-Florent, donde poco tiempo después fue agraciado por la intervención in extremis del general Bonchamps.
Pasado un año, se enteró de la condenación a muerte de la viuda y no pudo soportar la idea de verla guillotinada, sabiendo que Marguerite había intervenido al lado de su marido para obtener el famoso perdón a favor de los republicanos. Haudaudine hizo circular una petición en pro de la libertad de la Señora Bonchamps, que logró firmasen la mayoría de los soldados salvados por el general. Y la gracia fue concedida.
La canción de Zoé
Entre tanto, la prisionera pudo volver a ver a su hijita Zoé, todavía bajo la tutela de los campesinos que la habían acogido, aunque con permiso de visitar a su mamá. La niña, dotada de una hermosa voz, cantaba fragmentos de canciones populares que había escuchado en el hogar, endulzando así las tristezas de su madre.
Como la orden de dejarla en libertad tardaba en llegar, la pobre mujer pensó que sus verdugos se habían arrepentido de la decisión. Resolvió entonces enviarles a Zoé, enseñándole frases de memoria que debía repetir en la cara a los republicanos. Introducida en el tribunal, compareció delante de los jueces, sin mostrarse intimidada, y con un timbre de voz simpático les dijo: “Ciudadanos, vengo a pedirles la orden de perdón para mi mamá”. Perplejos y emocionados, los jueces no pudieron responderle al instante, sólo uno atinó a decirle: “Sabemos que cantas de maravillas, canta delante nuestro y obtendrás inmediatamente el perdón para tu mamá, canta alguna hermosa canción…”
La pequeña de Bonchamps delante de los jueces. Por Jean Paul Laurens, 1893.
La pequeña Zoé comenzó a entonar el primer refrán que se le vino a la memoria y que había escuchado repetir muchas veces mientras su papá peleaba: “Vive le roi, à bas la république…”. Efectivamente, esa sola frase del estribillo bastaba para cortar la cabeza de cualquier bandido. Sin embargo, no fue la suerte de la niña, pues los jueces, sorprendidos, se llenaron de estupor, mirándose unos a otros sin saber qué hacer. Luego de un rato, largaron la carcajada frente a esa pequeña fragilidad que continuaba cantando como si nada; hasta que la hicieron callar: “¡Ah! ¡Los hijos de los monárquicos fanáticos!” mientras le daban en mano el preciado papel y Zoé salía victoriosa de su primera batalla frente al tribunal.
El canto no lo era todo… Por su parte Haudaudine había intercedido por la causa de la prisionera en el momento oportuno: justo cuando Robespierre acababa de caer y un poco de piedad independiente circulaba en los corazones de aquellos que en las vísperas aterrorizaban a todos. El oficial tomó como algo personal el asunto de la viuda de Bonchamps, porque le debía la vida; escribió a Nantes y a París pidiendo su pronta amnistía y logró conseguir la orden firmada por unos cuantos: Ruelle, Chaillou, Gaudin, Delaunay, Menuau y Bézard, quienes decidieron liberarla “provisoriamente” para la Navidad de 1794. Es probable que lo provisorio haya durado muy poco, pues Marguerite recuperó su libertad total el 18 de enero de 1795, pudiendo volver con su pequeña cantante al dulce hogar de La Baronnière.
Durante una audiencia acordada en Fontainebleau con Napoleón Bonaparte, la marquesa de Bonchamps no perdió la oportunidad de contarle personalmente la muerte heroica de su marido y sus desgracias posteriores. El emperador, sabiendo que la pobre viuda había quedado sin fortuna, decidió acordarle una pensión de 6000 francos y concederle una dote a la pequeña Zoé, en vistas a su futuro casamiento.
En definitiva, la mentirilla de su embarazo la había salvado de una muerte segura y el apellido que llevaba había hecho el resto, además de la voz angelical de Zoé y un guiño celestial del marqués de Bonchamps.
Hna. Marie de la Sagesse, S.J.M.
Bibliografía consultada:
– Comte de Chabot (2016). Vendéennes & Chouannes. 1793-1832. Cholet, Ed. Pays -Terroirs.
– Gabory, Émile (1935). Les femmes dans la tempête. Les vendéennes. Paris. Ed. Librairie Académique Perrin.
– Rouchette, Thérèse (2015). Femmes oubliées de la guerre de Vendée. La Roche-sur-Yon, Ed. du CVRH
[1] Antes de publicarlas le dio sus escritos a la Señora De Genlis para que se lo corrija íntegramente. La misma correctora confiesa que respetó el texto original “escrupulosamente”.
[2] Su nombre procede de gwalarn, una palabra bretona que designa este viento del noroeste. Se trata de la gran travesía del ejército vendeano que, tras cruzar el río Loire luego de la derrota en Cholet, se dirigió en masa hacia Granville esperando recibir refuerzos desde Inglaterra. Pero al no poder tomar la ciudad, se debieron replegar en Savenay donde el ejército vendeano fue aniquilado por las tropas del Gral. Kléber.
– CURSOS https://cursos.quenotelacuenten.org/
– Editorial y librería: https://editorial.quenotelacuenten.org/
– Youtube: AQUÍ y active la campanita.
– Whatsapp: Haga clic AQUÍ y envíe un mensaje con la palabra ALTA.
– Telegram: Suscríbase al canal aquí: https://t.me/qntlc
– Twitter: https://twitter.com/PJavierOR
– Para donaciones: AQUÍ
Ud. está recibiendo esta publicación porque aceptó su envío.
Excelente recopilación de esta valiente mujer, que ya deberíamos imitar por su amor a la familia, los hijos y a la patria!!!
Muchas gracias Hermana por estos relatos (y gracias Padre por poner su sitio a disposición). Había leído parte de estas memorias pero la adaptación que ha hecho es excelente. No sé si lo han pensado, pero sería muy bueno contar con la compilación de todos estos escritos sobre la chouannerie como libro «físico», para comprar y regalar.