Crónicas de la Vendeé: Louis Lescure y Victoire Donnissan: un matrimonio de bandidos
Hijo de un libertino
El 15 de octubre de 1766 nacía en el castillo de Clisson, (Poitou), Louis-Marie de Salgues, primer hijo de Jeanne Durfort de Civrac y del marqués Louis de Lescure. Lamentablemente su madre murió una semana después de dar a luz con solo 18 años; y para su marido fue una verdadera tragedia que lo hizo caer en la desesperación, hasta con intentos de suicidio. Mientras el pequeño Louis crecía al lado de su abuela materna, sus primos y el señor Thomassin como tutor; su padre se entregaba a una vida disipada y libertina intentando evadirse de la realidad. Para peor, este pobre oficial militar absorbió todas las plagas de su época: admirador de las nuevas corrientes iluministas, ardientemente volteriano, y de yapa, mujeriego, terminó dilapidando toda su fortuna en el juego hasta caer enfermo y en la ruina. Las vueltas de la vida hicieron que su hijo único pudiera asistirlo con una caridad exquisita en la casa de un amigo que los acogió en su miseria, el marqués de Girardin. Allí, a la cabecera de la cama, mientras atendía a su papá, el joven aprovechó la rica biblioteca del anfitrión para leer y releer la Biblia, los estoicos y los clásicos.
Castillo de Clisson de la familia Lescure, en Poitou.
Cuando todavía Louis no había cumplido la mayoría de edad, su padre murió, dejándolo huérfano y con una enorme cantidad de deudas como herencia. Ante semejante legado varios amigos le propusieron que directamente renunciase a la sucesión, pero no quiso saber nada con deshonrar el apellido y la memoria de su padre; terminó por hacerse cargo de todo. El joven marqués de Lescure, con el correr del tiempo y una sabia administración, fue respondiendo a sus acreedores, hasta devolver el último centavo.
La vida y el dolor lo habían hecho madurar de golpe. Quizás por ello, cuando a los 16 años entró a la escuela militar, Louis sobresalía del común de sus camaradas por su personalidad tímida y taciturna, de pocas palabras y completamente reservado en sus problemas familiares. Sin embargo, se destacó en clase por sus reflexiones profundas y aguda inteligencia, amén de una modestia ejemplar y piedad bien austera. Es decir, un bicho raro en medio de un ambiente frívolo y competitivo al que fue impermeable. Su vida de alumno se resumió en rezar, pensar y estudiar.
Como oficial militar obtuvo una compañía de caballería en el regimiento real del Piamonte, y continuó con sus estudios llegando a ser uno de los más instruidos de su promoción por su cultura general y el conocimiento de las lenguas. Hablaba francés, italiano, inglés, alemán y latín; cuando la insurrección estalló, profundizaba el griego.
Ni bien la Asamblea constituyente tomó el poder en 1789, empezó la persecución contra la aristocracia y muchos nobles del Bajo Poitou se vieron obligados a emigrar. Para el joven marqués esta situación fue un problema de conciencia: ¿Qué hacer? ¿Partir como la mayoría de sus conocidos o quedarse defendiendo al rey? Luego de varias idas y vueltas, decidió dirigirse a Bélgica donde le ofrecían asilo seguro, pero a mitad de camino la salud de su abuela convaleciente lo hizo regresar y quedarse en la región sin vislumbrar todavía lo que Dios y la patria le pedirían.
En medio de las tinieblas revolucionarias, se casó clandestinamente a los 25 años en la madrugada del 27 de octubre 1791 con su prima de 19 años, la marquesa Marie-Louise-Victoire. Hija única del mariscal Guy de Donnissan y Marie Françoise de Civrac, distinguida familia de la corte de Versalles, muy allegada a la corona real. Nadie pudo asistir a la ceremonia, más que el sacerdote y los padres de la novia.
Primeras aventuras en París
Desde un principio la marquesa Victoire se había opuesto a la idea de emigrar insistiéndole a su marido no sólo de quedarse en Francia, sino al lado del rey. Por lo cual, en febrero de 1792, ambos partieron a París… no de viaje de bodas, sino con el propósito de defender a capa y espada a Louis XVI y María Antonieta.
La familia Donnissan conocía muy bien a la inseparable amiga de la reina, la princesa de Lamballe, quien le concedió a la recién casada una entrevista personal con su majestad. En ese inolvidable encuentro, María Antonieta le preguntó: “¿Usted, Victoire, que va a hacer? Imagino que habéis venido para emigrar…” La señora de Lescure, un tanto contrariada, respondió que esa era la intención de su marido, aunque si podía ser útil a la corona estaba dispuesto a quedarse en París. Luego de unos momentos de reflexión, la reina contestó: “Es un buen súbdito; no tiene ambición: que se quede”.
Reina María Antonieta de Vigée Lebrun, 1785.
Mientras tanto, la lucha interior en el alma de Lescure continuaba sin terminar de decidirse… pues su esposa esperaba familia y los acontecimientos parecían tomar el rumbo de una tragedia. Una vez más, Victoire preguntó a la reina qué convenía hacer, y ésta le respondió crudamente: “Yo no tengo nada más que decir al señor de Lescure, a él corresponde consultar su conciencia y su honor, pero debe considerar que los defensores del trono están siempre en su lugar cuando se encuentran cerca del rey”.
¡Amén! Esta sentencia terminó de definir las dudas de Louis que, en paz con su conciencia, hizo un voto privado de sacrificar su fortuna, su honor y su vida por la monarquía: “Sería un hombre vil a mis ojos, si llegase a sopesar un instante entre mi reputación y mi deber: obedecer al rey ante todo. Si por esto soy víctima, al menos no tendré nada que reprocharme. Tengo una gran estima por los emigrados para no creer que todos y cada uno de ellos actuaría como yo, en la misma situación. Espero probar que no me he quedado por miedo o avaricia, y que combatiré aquí más que ellos allá. En el peor de los casos, si no consiguiere hacer nada y me lo fuere recriminado, habré sacrificado por el rey hasta mi honor, mas no habré hecho más que cumplir con mi deber”.
El marqués de Lescure se terminó alistando en la guardia real formada por nobles leales a la corona, uniéndose a los de su región que ya integraban la coalición de Poitou, con el objetivo de devolverle la libertad al rey, luego de que la Asamblea lo encerrara en el palacio de las Tullerías. Aunque la guardia había sido disuelta por los revolucionarios en 1791, cuando los oficiales se negaron a prestar nuevo juramento, Luis XVI les había pedido a los hombres de mayor confianza permanecer en París y continuar prestando sus servicios de traje civil. Entre ellos estaban varios futuros gigantes contrarrevolucionarios: La Rochejaquelein, Charette, Bonchamps, Lescure, Marigny y otros.
Durante el ataque a las Tullerías, el 10 de agosto de 1792, la actuación de Louis parece haber sido más bien superflua, casi como mero espectador de la sangrienta sedición que lo superó por completo. Dando más bien gracias a Dios por haber quedado vivo, luego de presenciar la carnicería que los revolucionarios perpetuaron con la mayoría de los miembros de la guardia real.
Como tantos otros, mientras se desarrollaban las masacres, salvó su vida al filo del peligro escondiéndose con su esposa, embarazada ya de siete meses, en un caserón de las afueras de París. Gracias al señor Thomassin, su antiguo instructor y ahora comisario de policía, lograron evadir las hordas llegando sanos y salvos a Poitou.
Atrapados con salida
Refugiados a tiempo en el castillo de Clisson junto con varios amigos y parientes, nació el 31 de octubre de 1792 la primera hija, Marie Françoise. A decir verdad, la residencia familiar se había transformado en una fortaleza con más de 25 hombres armados que vigilaban atentamente.
Cuando en marzo del año siguiente estalló el levantamiento, a causa de la leva forzosa, los campesinos de Poitou se dirigieron a Clisson para buscar a Henri de La Rochejaquelein y a otros nobles allí atrincherados. Sin dudar del liderazgo de su primo, amén de que ningún compromiso lo retenía puesto que no estaba casado y su familia vivía en el exilio, Louis lo envalentonó a transformarse en cabecilla de la resistencia. Por el momento, el marqués se vio impedido de acompañarlo debido a las fuertes presiones familiares.
Sin embargo, las tropas republicanas no tardaron mucho en arrestar a los que habían quedado en el castillo, trasladándolos a una prisión en Bressuire, donde llegaron salvando su vida de milagro entre una soldadesca sedienta de sangre noble. Al marqués no le quedó otra que esperar sentado el rescate de su primo Henri quien había prometido volver… y así sucedió.
En cuanto los aldeanos de Poitou se enteraron que los Lescure estaban prisioneros, tomaron las armas y los liberaron sin mucho esfuerzo. Hecho que determinó a Louis a sumarse en las filas del ejército católico como otro líder contrarrevolucionario. Además, como oficial de la Guardia Nacional de su pueblo, el gobierno republicano podía requerirle sus servicios para reprimir la Vendée… Fue la gota que rebalsó el vaso: “Yo no pelearé nunca contra mis amigos. Es, pues, cuestión de morir”.
Dulce y tímido en su vida privada, se revelará como un audaz e intrépido caballero en su brevísima trayectoria pública de tan solo 3 meses…
Marqués Louis de Lescure por de Robert Lefèvre, 1818.
Bajo las balas
El 25 mayo de 1793 el marqués tuvo su bautismo de fuego en Thouars sorprendiendo a todos por su sangre fría verdaderamente temeraria. El gran ejército vendeano había llegado casi a las puertas de la ciudad atacando con la artillería durante seis horas hasta quedarse sin municiones; y si bien había debilitado las fuerzas republicanas, no se había logrado el éxito esperado.
Fue entonces cuando el general Lescure, viendo el momento propicio para avanzar, tomó su fusil y se precipitó corriendo desde la colina en medio de una lluvia de balas enemigas, hasta llegar al puente de entrada… pero ni su primo lo siguió. Regresando a su puesto, exhortó a los campesinos y volvió sobre sus pasos hasta la mitad del puente. No hubo caso, lo seguían mirando inmóviles desde sus sitios. La tercera fue la vencida, pues La Rochejaquelein, Forest y otro soldado más lo secundaron en su locura. Recién cuando los cuatro llegaron hasta los muros, los vendeanos se lanzaron, logrando la primera victoria importante.
Durante el avance hacia Fontenay, sus soldados se toparon con una cruz de misión en medio del camino -de las cuales está sembrada la Vendée gracias al apostolado de san Louis María Grignon de Montfort- , y sin dudarlo, la mayoría cayó de rodillas en medio de los disparos que venían de lejos. Un oficial quiso forzarlos a levantarse para continuar, pero Lescure le replicó: “Dejadles rezar a Dios, después combatirán mucho mejor”, mientras él mismo daba el ejemplo… y no se equivocó.
“Dejadles rezar a Dios, después combatirán mucho mejor”. Vitral de la iglesia Saint Pavin.
Cuando llegaron a las puertas de la ciudad, La Rochejaquelein y Lescure comandado el ala izquierda del ejército, penetraron juntos a fuerza de valor, pero como los de la derecha fueron rechazados, se ordenó la retirada general. Nueve días después, las tropas vendeanas tuvieron su revancha. Ya en el frente, viendo que sus hombres continuaban temerosos, Lescure se adelantó a caballo y gritó agitando su sombrero: “¡Viva el rey!”. Inmediatamente una batería de cañones republicanos abrió fuego sobre él sin darle en el blanco, aunque le volaron la espuela de una bota. Él continuó avanzando como si nada: “¿Veis, amigos? Los azules no saben tirar”. Sus palabras enfervorizaron a los campesinos que se lanzaron al ataque.
Fue el primero en entrar en Fontenay junto con Bonchamps y Forest, gritando: “¡Viva el rey!¡Bajad las armas!¡No se os hará ningún mal”. En el momento que estas palabras salían de su boca, un azul que había simulado rendirse dejando su fusil a un costado, aprovechó para dispararle de cerca. La bala le atravesó el brazo y penetró su pecho; el general avanzó tambaleándose hasta caer desplomado. Los soldados acudieron en su defensa masacrando a todos los republicanos de alrededor, asegurándose así la muerte del traidor, mientras que el pobre Louis desde el suelo, daba contraórdenes de no tomar venganza.
Atendido por su esposa que se había incorporado al ejército, el marqués siguió a su tropa desde la vanguardia, convaleciente pero lúcido, sus consejos estratégicos fueron siempre bienvenidos y aplicados al pie de la letra. Así, postrado en cama contempló las tres célebres victorias vendeanas: Vihiers, Doué y Montreuil que lo hicieron revivir.
Ya repuesto, participó en el sitio de Saumur, destacándose nuevamente por su audacia y destreza únicas. La ciudad fue atacada la mañana del 9 de junio de 1793 en tres puntos diferentes; el que presentaba más dificultades fue otorgado a Lescure por sus talentos militares. Los vendeanos enardecidos por tantas victorias sucesivas se precipitaron sin mucho orden y en medio del avance, el general fue nuevamente herido en el brazo. Al verlo cubierto de sangre los soldados comenzaron a perder terreno, pero él se incorporó, gritando: “Amigos, esto no es nada, sigo en la batalla y voy a daros ejemplo”. A pesar del pánico, logró llevarlos al combate y finalmente penetrar en Saumur, después una larga y encarnizada resistencia de los azules.
Las heridas, el cansancio y la fiebre lo obligaron a separarse momentáneamente de sus soldados, retirándose del campo de batalla pero no de la acción. Mientras retomaba fuerzas, se enteró que Charette, acababa de obtener solo una brillante victoria en Machecoul. Le escribió para felicitarlo y ponerlo en contacto con los otros jefes vendeanos, logrando que se uniese al gran ejército católico.
Tengamos en cuenta que, en una guerra donde los generales eran soldados y combatían cuerpo a cuerpo junto a sus subordinados, se dice que Lescure nunca mató a nadie, demostrando ser un león rugiente a la hora del ataque o la defensa. Además, se sabe que muy pocas veces cargaba sus armas, contentándose con llevar siempre su vieja espada que lo salvó unas cuantas veces. Jamás le faltó celo por su patria: en una ocasión hasta lo vieron persiguiendo unos azules con un látigo improvisado.
Non nobis, Domine!
Luego de la derrota de Nantes y de la muerte de Cathelineau, la situación apremiaba, por lo cual Lescure, todavía malherido, se reincorporó en el frente. Junto con su primo Henri atacaron a Westermann en Châtillon, pero fueron duramente rechazados. Para peor, el general republicano venía de masacrar los pueblos nativos de ambos generales, “iluminando” el castillo de La Durbelière de los Rochejaquelein y el de Louis en Clisson, “guarida del monstruo Lescure, vomitado por el infierno”, según informó a la Convención. Ambos castillos fueron vandalizados e incendiados en más de una oportunidad durante el Terror, pues los revolucionarios se encarnizaron con las propiedades y bienes de los jefes bandidos.
Despúes de una retirada forzada, los vendeanos contraatacaron y vencieron en Châtillon, compensando así las masacres e incendios de ambos castillos. Obtenida la victoria, el marqués ordenó encerrar temporariamente a 300 soldados capturados pero los campesinos, haciendo oídos sordos, empezaron a degollar a algunos por su cuenta. Avisado de lo ocurrido, Louis se hizo presente en el lugar, topándose con un grupo de prisioneros que desesperadamente le suplicaron salvar sus vidas. Más el Gral. Marigny, le salió al encuentro: “Retírate, estamos matando a los monstruos que quemaron tu castillo y el de Henri”. Completamente contrariado, el general respondió: “Lo siento, pero Dios manda devolver el bien por el mal, y si esta masacre continua, será contra ti, Marigny, que defenderé la vida de los prisioneros”. La matanza se detuvo al instante, suficiente sangre había costado ya la victoria.
Finalmente, el 19 de setiembre de 1793, los ejércitos encabezados por Charette y Lescure se reunieron en Torfou aunando esfuerzos para rechazar las tropas aguerridas del Gral. Kléber; pero ante el primer fuego enemigo, los vendeanos se dispersaron. Nuestro héroe, indignado, bajando del caballo, preguntó a su alrededor: “¿Encontraré al menos 400 valientes para venir a morir conmigo?” Sin hacerse rogar, 1.700 hombres de la parroquia de Échaubrognes, respondieron: “Si, señor marqués, nosotros os seguiremos donde queráis”. Finalmente unos 3.000 hombres resistieron durante dos horas al ataque de los terribles maguntinos, que terminaron huyendo del campo de batalla.
Durante el repliegue, un azul le disparó a Lescure de muy cerca, errando los únicos dos tiros de su fusil. Al percatarse, el general lo enfrentó con su espada hasta paralizarlo en el suelo, y en lugar de finiquitarlo, le dijo: “Te perdono”, dejándolo partir. Pero los vendeanos, exasperados por la felonía del miserable, lo terminaron ejecutando. Cuando el marqués lo supo, montó en cólera de una manera nunca vista; de hecho fue la única vez que se lo escuchó maldecir.
Coronando la jornada victoriosa, Lescure y Charette se dirigieron a Montaigu, donde vencieron al republicano Beysser y, sin darse respiro, continuaron hasta Saint-Fulgent, liberando a los habitantes del vandalismo republicano. Fue la última seguidilla de tres victorias en tres días.
Para agradecer al cielo los triunfos, los generales hicieron sonar las campanas de todas las parroquias de la Vendée al mismo tiempo que se entonaba el solemne Te Deum. El gran ejército participó de la acción de gracias en la iglesia de Châtillon, donde el piadoso Lescure, para evitar miradas indiscretas y vanos homenajes, se escondió detrás de una columna logrando pasar desapercibido, mientras de rodillas daba gloria al verdadero Señor de los Ejércitos.
Herido de muerte
Mientras Lescure se dirigía a Cholet con la intención de unirse a los otros jefes realistas en una batalla que sería decisiva, el Gral. Westermann le pisaba los talones. Por el camino, a la altura de La Tremblaye divisó en la lejanía una división republicana. Subiendo a caballo un montículo para observar mejor las filas enemigas, se topó inesperadamente con un batallón azul a tan solo veinte pasos. Al levantar su sable como señal de ataque, una bala le dio en la cabeza, entrando por la ceja izquierda y saliendo por detrás de la oreja. El general cayó inconsciente, y sus campesinos, creyéndolo muerto, avanzaron enardecidos hasta repeler a los azules.
Lescure herido mortalmente frente a la Cruz de la Tremblaye. Vitral iglesia Saint Pavin
Bañado en sangre aunque todavía respirando, fue llevado a caballo por dos soldados hasta Beaupréau donde recibió la mala nueva de la pérdida de Cholet. Con una gran hemorragia interna que parecía llevárselo pronto, alcanzó a expresar su última voluntad al estado mayor: “…para que todos recuperen la confianza, es necesario nombrar un jefe conocido y amado por todo el mundo, especialmente por los campesinos de los diferentes ejércitos… El Señor de la Rochejaquelein es aquí el único conocido por todos… doy mi voz por Henri… y os suplico de nombrarlo. Si me restablezco de mi herida, podéis estar seguros que jamás tendré un desacuerdo con él, es mi amigo… y lo único que deseo es ayudarle en el campo de batalla”. Y así se hizo, con sólo 20 años, La Rochejaquelein fue nombrado Generalísimo y su primer desafío fue ejecutar la decisión del consejo de guerra: atravesar el Loire rumbo a Bretaña.
Acompañando la interminable caravana de todo un pueblo en retirada, Lescure, postrado en un sillón de paja cruzó el río en una barquilla, asistido siempre por su fiel esposa que para peor… estaba nuevamente encinta y con su criatura de un año a cuestas. En ese estado avanzaron por Anjou y la Bretaña, mientras él se iba apagando como una velita en agonía.
“El Gral. Lescure herido cruza el Loire” por Jules Girardet, 1882.
Esta vez, sabía que estaba mortalmente herido. Le propusieron esconderlo en una granja de los alrededores para evitarle los sufrimientos de la interminable marcha pero rechazó la idea con santa indignación: “Soy soldado y cristiano. El ejército católico y monárquico está en desgracia, no quiero ni debo abandonarlo”.
El descanso de una semana, los buenos cuidados y las victorias de su primo, le produjeron una mejoría sensible y momentánea. La mañana en la que se libraría la batalla de Laval, una de las más importantes y disputadas, el marqués se levantó y hasta intentó montar en su caballo deseando ver una vez más flamear la bandera flordelisada, pero la realidad se lo impidió. Terminó de pie, sostenido por su Cirinea junto a la ventana, para despedir a los soldados con una venia. “¡Viva el Gral. Lescure!”, lo aclamaron al unísono. La emoción y la impotencia de estos últimos días terminarán con su vida.
Al cielo con confianza…
En el avance de Laval a Mayenne, la noticia que más le dolió fue la ejecución de la reina, tan amada y respetada por él. “¿Qué? ¡Los monstruos la han matado! Me batí por liberarla; si recobro las fuerzas, la vengaré; no más merced”. Y durante unos días de lo único que se le escuchó hablar, incluso entre dormido, fue de María Antonieta.
Los sufrimientos se tornaban cada vez más intolerables y su resignación más cristiana. El mínimo sonido de entornar la puerta le causaba dolores agudísimos. La supuración de sus heridas llenaba la habitación de un olor insoportable para la mayoría, salvo para su centinela esposa. Postrado en su lecho y casi ciego, una tarde le dijo con profunda dulzura: “Mi querida amiga, abrid las cortinas. ¿El día es claro? Tengo un velo sobre los ojos y ya no puedo distinguir; he estado muchas veces herido, pero ahora lo estoy de muerte, no lo dudo. Voy a dejarte; es mi único dolor. Y también el de no haber podido restablecer al rey en el trono… Me aflige sobretodo dejarte en el ejército, en medio de una guerra civil, embarazada y con una niña… ¡Intenta salvarte, busca llegar a Inglaterra!”
Mientras la pobre marquesa se fundía en lágrimas sin poder responder, Lescure, tomando fuerzas, continuó: “Tu solo dolor, me hace añorar la vida. En cuanto a mí, muero tranquilo. Sin duda, he pecado, aunque no he hecho nada que pudiera darme remordimientos ni problemas de conciencia. Siempre serví a Dios con piedad. Combatí por Dios y muero por Él. Espero en su misericordia… A menudo he visto la muerte de cerca y no la temo. Lo lamento por ti, porque esperaba hacerte feliz. Si alguna vez te di algún motivo de queja, te pido perdón. Voy al cielo con confianza…”
“Me hablaba con un rostro tan sereno -sigue Victoire-, que parecía estar ya en el cielo. Pero, cada vez que me repetía que no me olvidaría, sus ojos se llenaban de lágrimas, y me decía: ‘Consuélate con la idea que estaré en el cielo, sólo Dios inspira esta confianza. Lloro por ti…’”
Hizo llamar un confesor aunque ya no podía hablar; postrado recibió la absolución final. Horas después comenzó su dolorosa agonía, batiéndose entre la vida y la muerte. Completamente ciego y sin palabras, lloraba mientras apretaba fuerte la mano de su amada esposa o le acariciaba la vida que llevaba en el vientre.
Vencido, Louis-Marie entregó el alma a Dios el 4 de noviembre de 1793 con sólo 27 años en Ernée un pueblito de paso, cerca de Fougères. Conociendo las barbaridades que los republicanos habían hecho con el cadáver de Bonchamps, Victoire no quiso saber nada con enterrarlo allí y pretendió llevar el cadáver consigo… pero su padre se lo impidió, convenciéndola que sería una sepultura momentánea hasta tiempos mejores. Cuando lo desvistieron para enterrarlo con el uniforme, encontraron en el cuerpo las marcas de su cilicio.
Había partido el marqués de Lescure, mitad monje vendeano y mitad caballero cristiano, el santo de Poitou, como bien lo llamaron sus soldados.
Mujer de dolores
Cuando La Rochejaquelein llegó a Ernée, ya habían sepultado a su primo. Lloró amargamente en la tumba durante largo rato, sin percatarse de nadie a su alrededor. Al levantar la mirada se encontró con la de Victorie, quien le confesó: “Después de mí, usted era la persona que más quería en el mundo. Ha perdido a su mejor amigo…” Sin palabras de consuelo para dolor tan profundo, Henri la abrazó, ofreciéndose a sí mismo: “Si mi vida puede devolvértelo, ¡tómala!”
Días terribles vendrán para la marquesa y su hijita: frío, hambre, fatiga y miseria… durante una semana su único alimento fueron algunas cebollas arrancadas por el camino. La hambruna obligó a separarla de lo único que le quedaba en la tierra, Marie Françoise. Con el alma desgarrada la confió a una pobre familia de campesinos en Ancenis que al menos le aseguraría el pan cotidiano; sin embargo, la pequeña no resistió mucho más y murió meses después.
La pequeña Marie-Françoise, detalle de la pintura de Jules Girardet, 1882
El dolor por la muerte de su marido y la separación de su hija le adelantaron el parto en plena caravana sin rumbo fijo. Extenuada y tomada por la fiebre dio a luz en la clandestinidad a mellizas durante la vigilia de Pascua de 1794 en una granja perdida de la región de Prinquiau; asistida por su madre y un cirujano. Venidas al mundo en las peores condiciones, alcanzaron a ser bautizadas antes de partir al cielo. Joséphine vivió solo 15 días y Louise murió antes de cumplir el año. Al enterrarla el único consuelo para la marquesa fue murmurar entre suspiros: “¡Al menos, ella es más feliz que yo!”
Mujer de dolores como pocas, quedó viuda con 21 años suplicando al Altísimo que la arrebatase con los suyos… pero sus pensamientos no eran los de Dios, debió seguir en este valle de lágrimas mendigando con su anciana madre para comer y no dormir a la intemperie. Como si fuera poco, su padre, el mariscal Guy, fue tomado prisionero y fusilado por las columnas infernales en Angers el 8 de enero de 1794.
El retoño del retoño
La caída de Robespierre dio un respiro a los vendeanos. Meses después la República proclamó una amnistía general para los proscriptos que permitió a la marquesa volver a Poitou con su madre y reencontrarse con algunos familiares y amigos que habían sufrido tanto o más que ella. De paso, visitó lo que quedaba de su antiguo castillo martirial, incendiado por las hordas infernales.
Su calma durará poco y nada; con el golpe de estado del 18 de fructidor (4 de septiembre de 1797) los revolucionarios recrudecieron la persecución contra los realistas desarmados. Muchos debieron tomar el camino del exilio hacia España como la viuda de Lescure, quien permaneció un tiempo en San Sebastián. En plena soledad del destierro se inspiró para escribir sus famosas “Memorias” que evocan las más grandes y terribles horas de la epopeya vendeana, narradas con una franqueza y vivacidad de estilo única y propia de alguien que sobrevivió para contarlo. Más que una obra literaria, su recuerdos son un testimonio magnífico y a la vez desgarrador, de lo mejor y lo peor que una guerra puede acarrear.
En 1802, con Napoleón en el poder, la marquesa pudo volver a la Vendée y recomenzar una nueva vida, apostando de nuevo por la familia. Sin perder el tiempo, se casó con su primo Louis de Vergier de la Rochejaquelein, hermano del Generalísimo Henri, con quien tuvo ocho hijos viviendo un breve tiempo de paz y felicidad en el castillo ya restaurado de Clisson. Tuvieron 6 mujeres y 2 varones, al primero de los cuales lo bautizaron “Henri de la Rochejaquelein” para que la memoria de su heroico tío perdure en esta familia de bandidos y al segundo lo llamaron Louis, como su papá.
Louis de Vergier de la Rochejaquelein por Pierre-Narcisse Guérin, 1816
Fiel a sus principios monárquicos, su nuevo marido se negó a aceptar cualquier nombramiento durante el imperio napoleónico y en los primeros meses de 1814 estuvo a la cabeza del nuevo levantamiento vendeano que restauró a los Borbones en el trono. Creado mariscal por Luis XVIII y comandante de granaderos, los Rochejaquelein se recuperaron de tantas pruebas hasta que Bonaparte volvió por 100 días… Esta vez, Victoire no lo dudó un instante; y partió de nuevo al exilio español con todas sus creaturas mientras Louis se batía contra las tropas imperiales y caía muerto de un balazo en el pecho el 4 de junio de 1815.
Recién al año siguiente la viuda logró volver a su patria para enterrar juntos a cuatro de sus amores más grandes: Louis de Lescure, su primer marido; Guy de Donnissan, su padre; Henri de la Rochejaquelein, su heroico primo y Louis de la Rochejaquelein, su segundo marido. Allí yacen en paz, en un digno y austero sepulcro de mármol blanco en la iglesia de Saint-Aubin-de-Baubigné, esperando el sonido triunfal de las trompetas angelicales.
Sí, detrás de estos bravos gigantes, había una gran mujer… Toda la población de la región salió en solemne procesión a despedir los restos de estos hombres extraordinarios que habían hecho historia enderezando el rumbo de la patria y de la Iglesia, devolviéndoles la misa de siempre. Aunque sin parientes cercanos, Victoire y sus 8 huérfanos no estaban solos en el calvario, los acompañaba una gran familia de vendeanos en piadoso silencio.
La segunda restauración les concedió un período de paz hasta la revolución de 1830 que abrió nuevamente las heridas de los La Rochejaquelein, duros de roer… El hijo menor, “le petit Louis”, nombrado par de Francia, participó de la quinta insurrección vendeana encabezada por la duquesa de Berry en 1832, muriendo en el campo de batalla con 24 primaveras.
Retrato de Victoria Donnissan de Pierre Narcisse Guérin.
Como hija, esposa y madre, Madame de la Rochejaquelein, vio perecer a casi toda la sangre de su sangre por Dios y por el rey, hasta que un 15 de febrero de 1857 le llegó su hora con 84 años y completamente ciega. Cual otro anciano Simeón, pudo susurrar: “Ahora Señor, puedes dejar a tu sierva irse en paz…” durmiéndose en brazos de sus hijas que la habían llevado consigo a Orleáns. Le bastó un pestañeo para volver a ver la Luz inextinguible y en Ella a todos los suyos… con Dios y para siempre.
A veces, solemos quejarnos de nuestras angustias y pruebas, pensando que ya hemos sufrido lo suficiente en este mundo. ¡Qué lejos estamos…! Si Dios le permitiera a Victoire Donnissan volver del otro mundo, nos podría reprender: “Vosotros, todos los que pasáis por el camino… Mirad y ved si hay dolor mayor que mi dolor…” (Lam, I, 12)
¡Cuánto nos queda aún por aprender a sufrir… de esta gran familia de bandidos!
Hnas. Marie de la Sagesse y Mater Afflicta, S.J.M.
Bibliografía consultada:
– Crétineau-Joly, Jacques (2018). Les 7 Géneraux Vendéens. Ed. Pays & Cholet.
– Brégeon, Jean-Joël (2019). Les héros de la Vendée. Ed. du Cerf. Paris.
– Les Mémoires de la marquise de la Rochejaquelein. La guerre de la Vendée, t. III, Éditions Découverte de l’Histoire. Version Kindle consultada en el año 2020.
– http://shenandoahdavis.canalblog.com/archives/2014/11/09/30913681.html
– http://www.vendeensetchouans.com/archives/2015/09/26/32688353.html
– http://www.vendeensetchouans.com/archives/2018/08/04/36608872.html
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Muy meritoria y casi heroica además de erudita en una
época de increíble decadencia cultiral.HH
Sublime crónica y resumen.
Viva la Vendee!
Gracias Hna por su escrito.
Gracias Padre por su difusión.