De pluma ajena. Respuesta de profesor católico a predicadores protestantes
Publicamos, a pedido de su autor, este artículo, en el marco de un debate entre un par de predicadores protestantes y un profesor católico. Puede servir por los datos de apologética histórica que aporta para,
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Respuesta pública a cuestionamiento público: debates con cristianos evangélicos
Por Juan Carlos Monedero (h)
Hace unos días, he sido atacado y cuestionado públicamente –tomando mi nombre, apellido y foto– por dos personas que manejan redes sociales de cierto alcance, quienes me han desafiado públicamente a debates, con ocasión de una entrevista que me hizo el señor Santiago Alarcón (Rincón Apologético) en la que me pedía razones de *por qué soy católico*. Estas personas son Eduardo Gutiérrez y Carlos Veloz.
Link: https://www.youtube.com/watch?v=T7SHp4q1E2o
Se trata de una pieza de casi dos horas en la que predomina la descalificación personal, la falta de una mínima comprensión auditiva de mis argumentos, una enorme arrogancia personal unida a una gran ignorancia respecto de la historia. El estilo de ambos “comunicadores” es latoso, denso, repetitivo y desde el punto de vista doctrinario muy poco riguroso. Como botón de muestra del lenguaje frívolo y poco serio de estos personajes, me limito a comentar que el supuesto ‘pastor’ Eduardo Gutiérrez se despide enviando “siete y ocho trillones de bendiciones” a quienes lo seguirían por las redes sociales.
Ofrecer una réplica puntillosa de cada dislate que se ha dicho a lo largo de una hora y 47 minutos implicaría darle a estas torpezas una entidad que no tienen. Sin embargo, tratándose de un video con una cantidad no despreciable de vistas, y porque el tema lo amerita, hago uso de mi derecho a réplica dado que también está en juego el nombre de la Iglesia Católica, de la que soy integrante, hijo y no más que bautizado. En relación a eso, respondo a lo que –en el medio de tanta desinteligencia– pude desentrañar como “argumentos”:
NÚMERO 1: “Lo jurídico que vemos hoy en la Iglesia católica comienza en el siglo IV cuando se mezcla lo que era el cristianismo occidental de aquella época, es decir, el cristianismo romano sobre todo que estaba más apegado al Imperio Romano y el Imperio de Roma (…) Esta monarquía religiosa no la fundó Jesucristo” (minutos 4,30 y ss.); “La Iglesia Católica surge en el siglo IV” (minuto 27 y ss.).
FALSO.
Hay una gran confusión histórica y conceptual en torno a la Iglesia Católica y su aspecto jurídico, que habría nacido –según estos “pastores”– a partir del siglo IV.
La Iglesia fue fundada por Jesucristo en el siglo I, hacia el año 33, según los versículos de Mateo 16, 18: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella”. Poco después de la Resurrección, tiene lugar un primer eslabón jurídico: el Primer Concilio de Jerusalén, que por su importancia luego volveré a mencionar.
Por otro lado, en el siglo IV, lo que ocurre es que el emperador Constantino dicta el Edicto de Milán (año 313), en el cual proclama oficialmente la tolerancia del Imperio hacia los cristianos, dando fin a las persecuciones. El documento fue firmado también por Licinio, máxima autoridad del Imperio Romano de Oriente. Constantino, por su parte, era el emperador de Occidente.
Fragmento del edicto: “Habiendo advertido hace ya mucho tiempo que no debe ser cohibida la libertad de religión, sino que ha de permitirse al arbitrio y libertad de cada cual se ejercite en las cosas divinas conforme al parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás, cuanto los cristianos, conserven la fe y observancia de su secta y religión… que a los cristianos y a todos los demás se conceda libre facultad de seguir la religión que a bien tengan; a fin de que quienquiera que fuere el numen divino y celestial pueda ser propicio a nosotros y a todos los que viven bajo nuestro imperio. Así, pues, hemos promulgado con saludable y rectísimo criterio esta nuestra voluntad, para que a ninguno se niegue en absoluto la licencia de seguir o elegir la observancia y religión cristiana. Antes bien sea lícito a cada uno dedicar su alma a aquella religión que estimare convenirle”.
La Iglesia existió antes del Edicto de Milán, antes que Constantino, incluso antes de que se escribiese un sólo libro del Nuevo Testamento: precisamente fueron sus integrantes quienes escribieron todos los libros del Nuevo Testamento. La transmisión de la Palabra de Cristo fue primero y fundamentalmente de forma oral: Cristo no escribió ni mandó a escribir. Los apóstoles predicaban primero con su palabra. Más tarde, surgen las distintas cartas apostólicas, los Evangelios y finalmente el Apocalipsis: ¡escrito unos 60 años después de la crucifixión!
Incluso más. Cuando San Pablo redacta su II carta a Timoteo, escribe: “desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Ti 3, 15). ¿De qué Sagradas Escrituras hablaba San Pablo? Sin duda, no de la Biblia tal como la poseemos hoy en día. Algunas cartas apostólicas no se habían enviado todavía. San Pablo se refería, efectivamente, al Antiguo Testamento.
Según San Agustín, en el conocimiento y la predicación primero estuvieron los que siguieron a Cristo presente en la tierra, lo escucharon cuando enseñaba, lo vieron obrar sus milagros y recibieron de su misma boca el mandato de predicar. Al poner por escrito el Evangelio, explica el santo, Cristo eligió a dos de los discípulos elegidos antes de su Pasión: Mateo y San Juan.
Marcos y Lucas no eran de este primer grupo pero habían seguido a Cristo que hablaba por boca de los otros dos: ubicados en el medio de los Cuatro Evangelios, serían defendidos en su autenticidad por Mateo –de un lado– y por Juan –del otro–.
También el conocido apologista católico Fernando Casanova (ex evangélico) populariza estos conceptos: la Iglesia no surgió porque hubo gente que creyera en la Biblia. Al contrario, primero se dio la predicación y la tradición de esa predicación, el apego a esa tradición, primero existió un colegio apostólico de esas personas que recibieron la misión del Señor para definir y establecer esa verdad. Después de eso surgió la Escritura.
Si la Escritura es necesaria, y no la Iglesia –como dicen los evangélicos–, entonces, ¿cómo tenemos a las Escrituras como producto de la Iglesia? Porque la Biblia, sobre todo el Nuevo Testamento, fue escrita en la Iglesia, por hijos de la Iglesia. La escritura transmite y demuestra la fe y el culto de la Iglesia en la cual se escribió esa escritura.
Fue la Biblia la que salió de la Iglesia y no la Iglesia de la Biblia: primeros cristianos siguieron el mandato de “Id, pues, y enseñad a todas las gentes…”. Luego comenzaron a poner por escrito “la tradición” que recibieron, es decir, lo que se iba predicando. En efecto, la variedad de las comunidades, la necesidad de la comunicación y de un texto o textos comunes, etc., fueron exigiendo esta puesta al escrito. Además, los testigos oculares se iban muriendo y convenía redactar recuerdos y esquemas de predicación.
Si la capacidad de leer fuese condición para la salvación, muchos se hubiesen perdido en la historia de la humanidad. Nuestro Señor no mandó a sus discípulos a escribir, les mandó a predicar la Buena Nueva con la palabra (Mt 28,20).
En otro orden de cosas, ¿qué hay de las palabras “Iglesia Católica”? La Iglesia que aparece fundada por Cristo en Mt. 16,18, ¿es la misma Iglesia que en la actualidad se autodenomina “católica”?
“Católico”, en efecto, es palabra castellana que proviene del griego, y su significado es ‘universal’. La Iglesia es Católica porque tiene vocación universal, porque está llamada a predicar a todas las naciones, hasta el término de los tiempos y hasta los confines de la tierra. La Iglesia, por tanto, era Católica ya en Pentecostés; nace Católica del Corazón de Cristo porque la catolicidad es un adjetivo, no un nombre propio.
Mucho antes del edicto de Milán, distintos pontífices (pontífice = puente, puente entre el Cielo y la Tierra) habían gobernado la Iglesia. Esta es la continuidad jurídica. El primero fue San Pedro (mártir hacia 64 o 67) y luego los papas Lino, Cleto, Clemente, Evaristo, Alejandro I, Sixto, etc., llegando hasta Melquíades, quien gobernó la Iglesia entre los años 311-314. Es un hecho histórico indubitable que, antes del edicto de Constantino, más de treinta papas gobernaron la Iglesia Católica. La Iglesia fundada por Cristo está constituida por los apóstoles, quienes fueron transmitiendo el ministerio a otros para perpetuar los oficios sagrados hasta que Cristo vuelva. Así, los obispos actuales son descendientes de los apóstoles.
Los presbíteros y obispos son instituidos en línea directa hasta los apóstoles: nadie se nombraba a sí mismo presbítero, contrariamente a como sucede en muchas iglesias evangélicas. Otra práctica que tampoco está en la Biblia.
La continuidad –no sólo jurídica sino doctrinaria– se refuerza con las cartas de San Ignacio de Antioquía, martirizado en el año 107. San Ignacio, discípulo de San Juan Evangelista, escribió unas cartas mientras era llevado a Roma para ser ultimado. Algunos fragmentos:
“7. Se apartan de la Eucaristía y de la oración, pues no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo con la que padeció por nuestros pecados, la cual resucitó el Padre en Su bondad. Así pues, los que contradicen al don de Dios, perecen en sus disquisiciones. Mejor les fuera tener amor, para que pudieran compartir la resurrección. Por tanto, es conveniente apartarse de tales y no hablar de ellos ni en privado ni en público, prestando en cambio atención a los profetas y particularmente al Evangelio, en el cual se nos hace patente su Pasión y vemos cumplida su Resurrección. Huid de toda división como de origen de males.
8. Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al colegio de ancianos (presbíteros) como a los Apóstoles. En cuanto a los diáconos, reverenciadlos como al mandamiento de Dios. Que nadie sin el obispo haga nada de lo que atañe a la Iglesia. Sólo aquella Eucaristía ha de ser tenida por válida que se hace por el obispo o por quien tiene autorización de él. Dondequiera que aparece el obispo, acuda allí el pueblo, así como dondequiera que esté Jesucristo, allí está la Iglesia Católica. No es lícito celebrar el bautismo o la eucaristía sin el obispo, pero lo que él aprobare, eso es también lo agradable a Dios, a fin de que todo cuanto hagáis sea firme y válido”[1].
Por tanto, ya en el año 107, un discípulo directo de los apóstoles como lo era San Ignacio de Antioquía utilizaba la expresión “Iglesia Católica”, al igual que los católicos hoy en día.
ERROR NÚMERO 2: Se ha dicho que los católicos creemos en “un hombre llamándose un semi dios, infalible, paseándose en un papamóvil en el Vaticano” (minuto 29 y ss.)
FALSO.
La doctrina católica no considera al Papa un semi dios. No existen semi dioses, existe un Único Dios Verdadero.
En segundo lugar, es preciso aclarar el sentido del lenguaje. La palabra “infalible” significa que “no puede equivocarse”. El Papa, por otro lado, es un ser humano y puede equivocarse como cualquiera. Sin lugar a dudas, el Único infalible es Dios.
Por falta de estudio, ni Gutiérrez ni Veloz conocen (ni siquiera por arriba) la doctrina católica de la infalibilidad papal. Esta doctrina fue expresada ya en los primeros concilios de la historia de la Iglesia y ha sido explicitada (entre otros lugares) en el documento Pastor Aeternus, promulgado por el Concilio Vaticano I.
Según la doctrina oficial, el Papa participa (toma parte) de la infalibilidad de Dios cuando define (no cuando enseña, no cuando habla y no cuando responde preguntas en una entrevista) una verdad de orden dogmático o moral, con la finalidad de enseñar a la grey, para que ésta sea creída y recibida por el resto de la Iglesia.
Por tanto, la infalibilidad no es una cualidad de la persona del Papa; antes bien es un poder que reside en Dios y que Dios mismo participa a la máxima autoridad de la Iglesia, para que defina sobre algún punto de la fe. Leemos en el documento Pastor Aeternus, punto número 4:
“El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, DEFINE una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, AQUELLA INFALIBILIDAD de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables”.
Lo que Gutiérrez y Veloz hacen es construir un espantapájaros que no resiste la menor confrontación con la auténtica doctrina de la Iglesia. El problema que plantean no existe.
CONSIDERACIONES
NÚMERO 1: la doctrina protestante no aparece ni en la Biblia ni en la Iglesia Primitiva
Ante todo, digamos algo muy concreto: no existe registro histórico de un cristiano con doctrina protestante en el siglo I en la historia.
Fueron las autoridades de la Iglesia Católica las que definieron qué libros eran inspirados y qué libros no, rechazando incorporar los evangelios apócrifos así como muchos escritos de gnósticos y herejes.
Los textos de San Clemente Romano, San Policarpo, San Ireneo de Lyon, San Justino, entre muchos otros, expresan muchos puntos que los católicos creemos en la actualidad. Ninguno de estos autores apoya la idea de la Sola Scriptura.
NÚMERO 2: anarquía doctrinaria en infinitas iglesias no católicas
En 1968, la Convención Bautista de América sostuvo que aborto debía ser un problema dependiente de una decisión personal. Abogó por una ley del aborto hasta las 12 semanas de embarazo, y peticionó para que sea permitido si la madre corría peligro de muerte, por causa de un defecto en el bebé, por violación e incesto.
Actualmente, la Iglesia Luterana ELCA (Evangelical Lutheran Church in America) acepta abiertamente el aborto mientras la Iglesia Luterana LCMS (Iglesia Luterana, Sínodo de Misuri) lo condena. Como dice el excelente apologista católico José Miguel Arraiz[2], “lo mismo ocurre entre muchas otras denominaciones evangélicas (metodistas, presbiterianas, valdenses, etc.) en donde algunas aceptan el aborto y otras no”. Afortunadamente, la mayoría de denominaciones cristianas no católicas lo rechaza todavía.
Sigamos: la Iglesia Episcopal (una rama del anglicanismo) fue la primera en tener un obispo abiertamente homosexual viviendo con su pareja. La Iglesia Anglicana ha aceptado el matrimonio homosexual. “Lo mismo ha ocurrido –cuenta Arraiz– con varias denominaciones evangélicas luteranas, como la Iglesia Luterana de Suecia que ya en el 2009 comenzó a celebrar matrimonios homosexuales”. En el mismo año, la Iglesia Evangélica Luterana de América aprobaba que los homosexuales pudieran ser pastores. En España se inauguró ese mismo 2009 la primera iglesia evangélica “gay”. Al año siguiente se aprobó que los pastores evangélicos homosexuales de Baviera pudieran convivir con sus parejas según un acuerdo por mayoría absoluta el sínodo de esa iglesia.
Finalmente, redondea Arraiz, en la actualidad “no sólo en países como Estados Unidos, Suecia, Noruega y Dinamarca el matrimonio y ordenación de homosexuales entre evangélicos es ya algo común, sino que también en Latinoamérica comienza a suceder. La Iglesia Evangélica Luterana Unida (IELU) de Argentina ha aceptado recientemente bendecir las relaciones homosexuales de parejas de hombres o de mujeres y ha propuesto a otras iglesias evangélicas de Uruguay hacer lo mismo”.
Retomemos a Fernando Casanova. En sus entrevistas, el ex pastor protestante relata el gran desorden radical de los grupos protestantes y evangélicos. En sus propias y elocuentes palabras:
Me di cuenta de que mi oferta religiosa era una oferta religiosa más, en disputa con otros muy buenos hermanos que se basaban en la misma Biblia, decían estar inspirados por el mismo Espíritu Santo que yo, pero que sin embargo estábamos irremediablemente divididos.
Me confronté con el relativismo religioso, creado por nosotros mismos. “Está bien pastor, me decían, esa es su versión de los textos bíblicos pero casualmente el otro pastor que se acaba de ir tiene una opinión distinta”. Otros decían: “Qué más da, da igual, no es importante, lo importante es que yo me porto bien”.
Entonces, me fui a las estadísticas y descubrí que en este país (Casanova nació en Puerto Rico) había en aquel momento poco más de 34 mil denominaciones cristianas. Una vez más: todas se basaban en la Biblia, todas decían estar inspiradas por el mismo Espíritu Santo. Pero eran poco más de 34.000.
Sin embargo, en el Nuevo Testamento se lee cómo Cristo ha establecido una sola y única Iglesia.
NUMERO 3: la necesidad de un magisterio que defina
No tenemos duda de que todos los que creen en la Biblia como Palabra de Dios quieren ser fieles.
El problema es que para ser fiel se necesita saber –y saber con exactitud– A QUÉ COSA brindarle nuestra fidelidad.
Por otro lado, es un hecho que los textos bíblicos siempre necesitaron de una interpretación. En efecto, ya en tiempos del Antiguo Testamento existía un cuerpo de estudiosos –los rabinos y maestros de Israel– cuyo ministerio sagrado consistía en interpretar las Sagradas Escrituras. Debían conocerlas, comparar fragmentos entre sí, razonar y deducir conclusiones, partiendo de la base de que (siendo Dios el Autor de las mismas) las contradicciones que pudieran detectar en ellas no pueden ser más que aparentes. Así, por medio de una rica tradición oral junto al texto, no sólo se ha podido conservar el texto bíblico sino también salvaguardar su correcta interpretación.
Mientras que el texto es de naturaleza material, la interpretación del texto es de naturaleza teórica. El texto puede ser percibido por los sentidos; la interpretación, en cambio, sólo es accesible a los ojos de la inteligencia.
No es lógico pero tampoco es bíblico el modelo donde el creyente define por sí mismo cada doctrina en base a su interpretación subjetiva de la Biblia. Los señores Gutiérrez y Veloz han reemplazado el magisterio de la Iglesia Católica por el Magisterio de Gutiérrez y Veloz. Por otro lado, la Sola Scriptura tiene un solo problema: no está en la Escritura.
Debe sostenerse, en cambio, que cualquier afirmación que contradiga una verdad expresada por las Sagradas Escrituras no puede ser verdadera. Pero esto nos vuelve a remitir al asunto de la interpretación, dado que tenemos que estar seguros que el parámetro con el que juzgamos es realmente correcto. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo saber si aquello que nosotros creemos ser una doctrina bíblica lo es realmente? Lo sabemos –dicen– porque “Dios nos inspira al leer las Escrituras”. Pues bien, todos la interpretan de formas contrarias: a algunos, Dios les inspira aceptar el bautismo de niños, a otros no. A algunos Dios los inspira a aceptar el uso de la fuerza, a otros no. A algunos Dios los inspira a valorar la Patria, a otros les dice que la bandera nacional es una “idolatría”. A algunos, Dios los inspira a aceptar que Cristo es Dios, a otros no. Unos aceptan el diezmo, otros no. Unos aceptan la Maternidad Divina de María, otros no. Las contradicciones son infinitas.
Si adoptamos el principio de la Sola Scriptura –que, como sabemos, no está en la Escritura–, llegamos a un callejón sin salida. Es necesaria una instancia que dirima la cuestión o los debates no terminarán jamás.
¡El modo de proceder de esta instancia está en la Biblia! Nada en la Biblia respalda la idea de que cada creyente define la doctrina por cuenta propia, aislado del cuerpo de la autoridad; antes bien, son las autoridades legítimas las que resuelven los asuntos difíciles, apelando por cierto a argumentos y razones teóricas.
Ya en la Biblia, se relatan discusiones sobre puntos teóricos: los mismos se discutieron, hubo deliberación, pero finalmente fueron resueltos por una acción propia de la autoridad que se inclinaba hacia determinado argumento. Así, en Hechos de los Apóstoles, capítulo 15, los fieles discutían en torno a la circuncisión, punto definido en el Primer Concilio, el de Jerusalén. La necesidad de definir doctrinas es una necesidad evidente, ante las naturales discusiones que surgen entre los creyentes. Así, en Jerusalén se definió que la circuncisión ya no era necesaria para los cristianos.
En el Concilio de Nicea (año 325) se hizo lo mismo que hicieron los Apóstoles en el siglo I, en Jerusalén: Definir. Aunque a los cristianos nos parezca clarísimo que Cristo es Dios, el obispo Arrio enseñaba lo contrario y dio comienzo a la herejía arriana, de enorme influencia.
Así, la pretensión de ser fieles a Cristo es inseparable de la necesidad de una clarificación del sentido e interpretación auténtica de las enseñanzas de Cristo.
La necesidad de un magisterio, de una autoridad, es evidente. La historia lo prueba. La razón lo reclama. La Biblia lo retrata; dice San Pablo “El mismo dió a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo” (Efesios 4,11-12). Y a ese magisterio ejercido por los mandatarios de la Iglesia lo llamamos ‘Magisterio de la Iglesia’.
NÚMERO 4: sobre lo que no está escrito en la Biblia. La Iglesia Católica desarrolla doctrina legítimamente.
En el Evangelio de San Juan, Nuestro Señor les dice a los apóstoles: “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir.” (Juan 16,12-13). También este versículo: “Otros muchos milagros hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro. Mas éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios: y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20, 30-31). Otro: “Este es aquel discípulo, que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas: y sabemos que su testimonio es verdadero. Otras muchas cosas hay, también, que hizo Jesús: y que si se escribiesen una por una, me parece que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir” (Juan 21,24-25).
Hay más verdades por enseñar que las que Cristo enseñó, y el Espíritu Santo se encargará de guiar a los apóstoles hacia ellas. Y hay una Tradición Oral, que también figura en las Escrituras:
“Toma como norma las saludables lecciones de fe y de amor a Cristo Jesús que has escuchado de mí. Conserva lo que se te ha confiado, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros” (II Carta a Timoteo 1,13–14).
“Lo que oíste de mí y está corroborado por numerosos testigos, confíalo a hombres responsables que sean capaces de enseñar a otros” (II Carta a Timoteo 2,2).
“Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y conserven fielmente las tradiciones que aprendieron de nosotros, sea oralmente o por carta” (II Carta a los Tesalonicenses 2,15).
Los protestantes y/o evangélicos que rechacen cualquier desarrollo de la doctrina cristiana (implícito o explícitamente contenido en la Biblia), deberían tener en cuenta que sin darse cuenta también lo hacen. Así, por ejemplo, pasa con la doctrina de la Santísima Trinidad. Sin embargo, la palabra “Trinidad” no está en la Biblia. La definición de este misterio aparece en el Credo Niceno Constantinopolitano, promulgado por el Concilio de Nicea en el año 325. A pesar de eso, los cristianos trinitarios no la rechazan. Así, la Iglesia extrae una conclusión teológica a partir del dato revelado. En esto consiste el desarrollo de la doctrina. Este es el auténtico desarrollo en la doctrina cristiana, que debe ser homogéneo y siempre en el mismo sentido. Por supuesto, este desarrollo no equivale a ningún tipo de “evolución transformista” cambiando el significado de los misterios.
Gran parte de la doctrina católica ha surgido de conclusiones teológicas de lo que la Iglesia interpreta de la Escritura y la Tradición. Un dogma, por tanto, es la definición de manera explícita de una verdad de fe.
CONCLUSIÓN
En definitiva, se observa con toda claridad que los señores Eduardo Gutiérrez y Carlos Veloz han sustituido al Magisterio de la Iglesia Católica por… el Magisterio de Eduardo Gutiérrez y Carlos Veloz.
Ellos son los pontífices de sus propios credos.
Ellos son los papas de sus propias religiones.
Ellos son los árbitros de sus propias creencias.
De todo corazón, deseo que ambos coloquen sus armas a los pies de la Virgen María para librar el buen combate contra el mundo, el demonio y la carne, plenamente insertados en la Iglesia Católica, Columna y Fundamento de Verdad.
[1] Cfr. http://www.thecatholictreasurechest.com/sign.htm
[2] Cfr. http://es.catholic.net/imprimir.php?id=52328
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En efecto, en el protestantismo cada quién elabora a su antojo temas doctrinarios e interpreta a su gusto los textos sagrados, cosa que les quita por completo la cualidad y condición de cristianos. Razón por la cual mucho mérito es llamar a cualquier protestante como cristiano, si no cree en Cristo y en su Palabra -recogida por los apóstoles- sino en su propia apreciación, de donde que son cristianos y más aún «no católicos». Esto es contradicción, por tanto a cada quien su respectivo nombre: protestantes, herejes y apostatas. El cristiano es católico y viceversa. no es bueno darles alas a quienes no lo tienen, salvo que se arrepientan y cambien.
Escuchan espiritus engañadores, como dice en la escritura, hay que conciderarlos anatema. Ademas si no se tiene práctica no se dominan fácilmente. El Padre Luis Toro sabe como hacerlo y distingue entre quien va a querer escuchar y quien no. De paso, para cuando la entrevista a el??
Estoy en contacto personal con el Padre Luis Toro, pero por el momento, no puede dar entrevistas ni seguir con su apostolado en Youtube. Más adelante se verá.