Crónicas de la Vendée (1-5). Peregrinando en tierra de mártires contra-revolucionarios. Hna Marie de la Sagesse
Gracias al “desconfinamiento” temporal (como le dicen aquí en Francia), o, mejor dicho, la libertad condicional que nos han dejado y, hasta nuevo aviso, aprovechamos para peregrinar unos días a ¡tierra de mártires, a tierra de vendeanos y contra-revolucionarios…!
Vayan aquí unas breves crónicas para compartir con los seguidores de,
Que no te la cuenten…
Hnas. Marie de la Sagesse y Mater Afflicta
La Vendée
Crónicas vendeanas
Peregrinando en tierra de mártires contra-revolucionarios
Soeur Marie de la Sagesse Sequeiros / Hna. Mater Afflicta
“La Vendée… Si se estrujara la tierra como una esponja,
veríamos salir la sangre de los mártires” (P. Ventura).
“Les Lucs-sur-Boulogne: El Belén de la Vendée”
Dos parroquias irreductibles
En plena época del terror revolucionario, 1793/4, existía en el corazón de la Vendée, el pueblo de Les Lucs-sur-Boulogne con dos iglesias que hoy día han pasado a la historia. El P. Charles Barbedette, párroco de Saint Pierre en Grand-Luc con alrededor de 2000 habitantes y el P. Louis Voyneau de Notre-Dame en Petit-Luc con tan solo un centenar de fieles.
Ambos sacerdotes se habían negado a jurar la cismática “Constitución Civil del Clero” (1791) que los revolucionarios impusieron a todos los clérigos bajo pena de proscripción o muerte, siendo considerados refractarios y traidores a la República. A partir de ese momento los dos curas se vieron obligados a vivir como nómades, refugiándose de casa en casa y ejerciendo su ministerio clandestinamente como tantos otros…
Vendée: Primeras comuniones de niños en Misa clandestina, Museo de Arte y de Historia de Cholet.
Los acontecimientos se precipitaron con el asesinato del rey Luis XVI en la guillotina y la leva forzosa que se decretó desde París para ir a luchar por la Revolución. En marzo de 1793 los vendeanos decidieron resistir o morir reclamando el libre ejercicio de la religión católica y el retorno de los sacerdotes proscriptos: ¡Por el trono y por la religión, por el rey y por Dios!
Ante semejante rebeldía, la Convención Nacional creó en 1794 las famosas “columnas infernales” para exterminar y quemar toda la región de la Vendée. El Gral. Turreau, a cargo de las 12 columnas, dio instrucciones precisas a sus subordinados de transformar la región en un verdadero infierno: “Emplearemos todos los medios para descubrir a los rebeldes, todos serán pasados al filo de la bayoneta, las ciudades, las granjas, los bosques y todo lo que pueda ser quemado, será entregado a las llamas”[1]. La consigna se hará cruel realidad en todos los lugares por donde pasen los soldados republicanos o “azules” por el color de su uniforme. Así, la Vendée, continuamente iluminada por el fuego de los intolerantes revolucionarios se transformará en un “cementerio luminoso” de todo un pueblo de fiel a Jesucristo.
Los campesinos de Les Lucs estuvieron en la primera línea de batalla gracias a sus bravos sacerdotes que se pusieron a la cabeza de la resistencia. En el vitral podemos ver al P. Barbedette arengando la cruzada y repartiendo escapularios del Sagrado Corazón para que se los pongan en el pecho y Rosarios al cuello. Él mismo fue herido en combate con una bala que le atravesó el pecho; los azules lo dieron por muerto, pero sobrevivió y pudo seguir asistiendo espiritualmente a sus parroquianos disfrazado de mendigo.
Buscando a quien devorar…
El 27 de febrero de 1794, la columna a cargo del Gral. Cordelier, se aproximó al pueblo de Les Lucs persiguiendo al último héroe de la resistencia, Athanase Charette, más conocido como el “rey de la Vendée”, quien logró una vez más escabullirse de los azules. Esa misma tarde, Cordelier escribió a Turreau: “Mañana espero partir apenas haya amanecido para ir a atacar a Charette a Petit y Grand Luc pues todo nos dice que él está allí…”
De madrugada, Cordelier rodeó Grand-Luc y se dirigió hacia Vivandière, donde Charette escondido había pasado la noche con sus campesinos. Un aldeano asustado, bajo amenaza de muerte, guio a los azules hasta el lugar exacto… y allí comenzó un encarnizado combate. Gracias a la llegada del oficial Guérin, “la pesadilla de los republicanos”, los vendeanos de Charette salieron vencedores, haciendo huir precipitadamente a lo que quedaba de la columna diezmada. No obstante, el grupo de soldados que siguió a Cordelier alcanzó a llegar al pueblo de Montaigu donde continuó las represalias con más matanzas e incendios.
Por la tarde del 28 de febrero las columnas cruzaron el arroyo de la Malnaye, y se toparon sorpresivamente con un anciano de 70 años: era P. Voyneau quien sin temor a nada, había salido al encuentro pidiendo clemencia por sus parroquianos. Pero para los enemigos, ni justicia. De inmediato los soldados se aprovecharon del sacerdote desprotegido, lo ataron a un poste para torturarlo, le cortaron la lengua y le arrancaron el corazón, que aplastaron en las piedras.
Vitral del martirio del P. Voyneau con la iglesia por detrás y columna que recuerda el lugar exacto de su muerte.
La gran masacre
Luego continuaron abriendo camino hasta la iglesia de Petit-Luc donde se habían refugiado gran parte de los habitantes, especialmente ancianos, mujeres y niños. La ausencia de hombres adultos convenció a los republicanos de la complicidad de los campesinos de Les Lucs y de su participación en los combates con Charette… hecho imperdonable que aumentó el deseo de venganza. Nada los detuvo, desde lejos los azules comenzaron a disparar con sus bayonetas, fusilando a diestra y siniestra todo lo se movía en el bosque, mientras que la retaguardia avanzaba lentamente con los cañones. Varios sobrevivientes fueron masacrados directamente a punta de bayoneta, incluyendo niños y bebés como lo muestran estos realistas vitrales de la parroquia de Grand-Luc.
Y cuando parecía que ya se estaban retirando, se escuchó desde lejos un fuerte cañonazo que terminó coronando la matanza, pues la iglesia se desmoronó sobre los indefensos refugiados que en un santiamén fueron enterrados por las mismas piedras que los protegían… Un silencio sepulcral fue su Te Deum final.
Uno de los verdugos de las columnas escribió a modo de telegrama de la época: “10 Ventoso[2], Año II. Hoy jornada agotadora, pero fructuosa. Sin resistencia pudimos acabar un nido completo de bandidos católicos que tenían las insignias del fanatismo. Nuestras columnas avanzan normalmente. Firmado: Chapelain”[3].
El Belén vendeano
Ya sin azules en los alrededores, el P. Barbedette se presentó en el lugar de la matanza para dar un sentido responso e identificar uno por uno a los parroquianos… a medida que reconocía un cadáver, y con ayuda de los sobrevivientes, fue anotando en un cuadernito sus nombres, edades, profesiones y domicilio. Sin saberlo estaba escribiendo el primer martirologio vendeano: “Los datos me han sido remitidos por los papás que escaparon de la masacre, para ser inscritos en este registro, tanto como fue posible recogerlos en el momento de la más atroz persecución, ya que los cadáveres llevaban más de un mes sin ser enterrados en los campos de cada pueblo de Luc: lo que atestiguo como cierto, después de haber sido testigo ocular de estos horrores y haberme expuesto varias veces a ser también la víctima”[4]. Luc, 30 de marzo de 1794. C. Barbedette, párroco de Luc.
Un total de 563 cadáveres, 110 solamente de niños entre 7 años y 15 días de vida. Por estos santos inocentes, Petit-Luc ha pasado a la historia como el “Belén vendeano” que todavía clama al cielo.
Después de la captura de Charette, último líder, el 23 de marzo de 1796, el P. Barbedette se transformará en uno de los pocos agentes de la resistencia de la región, a tal punto que en 1797, la administración del departamento de la Vendée pidió al Gral. Travot la detención del párroco, quien sin embargo permaneció escurridizo de los republicanos hasta 1801. Gracias al controvertido Concordato que restableció la libertad de culto, el heroico sacerdote pudo oficiar nuevamente en su parroquia. Se cree que, quien tantas veces fue expuesto a una muerte violenta y siempre vivió al filo de la bayoneta, dio el último suspiro piadosamente en su cama, dejando para la posteridad un ejemplo infatigable de coraje y fidelidad a Dios y a su ministerio.
El P. Marie-Auguste, en un magnífico sermón, ha mencionado alguno de los títulos que nos ayudan a comprender mejor la vida ejemplar del P. Barbedette en tiempos de persecución: “Sacerdote fiel a su deber, confesor de la fe, predicador de la Cruzada vendeana, sostén en una época todavía peor que la nuestra, héroe legendario y recopilador para la posteridad de los mártires”[5]. Que en paz descanse.
El Ave Fénix…
Recién a mediados del siglo XIX un nuevo párroco de Les Lucs, P. Jean Bart, descubrió el cuadernito martirial de Barbedette y se propuso remover los escombros que todavía sepultaban a los vendeanos bajo las cenizas ya que había decido construir in situ una pequeña capilla conmemorativa.
¡Qué mezcla de emoción y dolor al descubrir las preciadas reliquias! Así nos lo cuenta el propio sacerdote: “Fue aquí que en 1863, estos huesos preciosos fueron descubiertos entrelazados todavía de escapularios del Sagrado Corazón y de Rosarios con los cuales estos piadosos cristianos se habían servido para murmurar sus últimas plegarias. Algunas balas con las cuales le habían disparado todavía se podían encontrar mezcladas con sus cenizas”[6]. Las “insignias del fanatismo” que denunciaba Chapelain eran nada menos que los escapularios y rosarios, signos de su fidelidad a Cristo y a la Virgen, verdaderos galardones para entrar condecorados al cielo prometido.
Cuatro años más tarde, el obispo de Luçon, Mons. Charles Colet, bendijo la pequeña capilla actual que se erigió sobre el antiguo ábside de la iglesia de Notre-Dame.
Una de las placas conmemorativas, a modo de ejemplo, en los últimos tres renglones se puede leer: “Minaud y sus tres hijos: Veronique, 6 años; André, 4 años; Jeanne 15 días y su primo, Pierre, 4 años”.
Para el bicentenario del levantamiento vendeano, el 25 de septiembre de 1993 y en presencia de Alexandre Soljenitsyne, Philippe de Villiers, entonces presidente del Consejo General de la Vendée y del parque temático Puy du Fou, inauguró un Museo y un Memorial de las Víctimas de las columnas infernales con todo un recorrido o más bien un Via Crucis vendeano, que nos hace revivir la epopeya hasta las lágrimas. Además de “decorar” la capilla de Petit-Luc con la lista en placas de mármol y letras doradas de cada una de las víctimas de este verdadero genocidio de todo un pueblo por razones religiosas, que poco a poco comienza a salir a la luz.
En otros post seguiremos con los “gigantes de la Vendée” para QNTLC
Hnas. Mater Afflicta y Marie de la Sagesse, S.J.M.
[1] Prouteau, P. G, curé des Lucs, (1946). Église des Lucs-sur-Boulogne. Ses Vitraux. Fontenay-Le-Compte, Ed. Lussaud Frères. p. 65.
[2] Sexto mes del calendario revolucionario, del 21 de febrero al 21 de marzo, denominado así por los vientos que soplan.
[3] Ses vitraux, p. 71.
[4] Ses vitraux, p. 59
[5] Ses vitraux, p. 53
[6] https://www.lereportersablais.com/vendee-commemoration-2017-du-massacre-des-lucs-sur-boulogne/
Crónicas de la Vendée (1-5). Peregrinando en tierra de mártires contra-revolucionarios.
Crónicas de la Vendée (2-5). Jacques Cathelineau, el santo de Anjou
Crónicas de la Vendée (3-5). Charles Bonchamps, el perdón heroico
Crónicas de la Vendée (4-5). Henri La Rochejaquelein, el Aquiles de la Vendée
Crónicas de la Vendée (5-5). François Charette, «el rey de la Vendée»
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El castellano es muy rico pero también muy preciso, considero que calificar a una Misa como clandestina, no es lo ideal, se debe llamar «MISA EN LA CLANDESTINA»
Que triste todas estas historias. Cuanto sufrimiento y las guerras parecen no terminar.
QEPD
Gracias por hacernos conocer tantos mártires, por amor al más Grande Amor.
Hay muchos testimonios hermosos en la historia de la Iglesia que uno desconoce. Habiendo estudiado en un colegio católico, y siendo este colegio de origen español en que se enseñaba más historia de Europa que de América, es imperdonable que no nos hayan comentado estas historias.
La historia era uno de mis ramos preferidos y tuve dos profesoras, una era monja y la otra seglar pero bien católica. A ambas las encontraba muy buenas profesoras, pero ni siquiera se salieron del libreto del Ministerio de Educación para contar estas cosas, a menos que en los sesenta esto no se supiera.
Creo que además del desconocimiento, ha habido también un deseo mundano (y protestante, por supuesto) dentro de la Iglesia de callar la veneración de los santos. Yo fue seminarista de mis 12 a los 16 años – 1972/1976 – en Brasil. Jamás he oído hablar de la historia de los cristeros o de los mártires vendeanos – además de siquiera haber tenido enseñanzas de catecismo, o sobre la historia de la Iglesia.
Quizás en la biblioteca hubiera algún libro sobre eses temas y, si mi memoria no me traiciona, creo que, habiendo sido designado durante un semestre como responsable por la limpieza y control de los libros de la biblioteca, tuve en mis manos un ejemplar del «Despistó mil secretas», una novela de la vida del Padre Pro, que desgraciadamente o no la leí o no supe contextualizar los acontecimientos en el tiempo y espacio, cuando además no tenía como suponer algo sobre México más allá de lo que veía en las películas de El Zorro.
Mismo sobre la deforma de Lutero y sus aseclas, se seguía los mismos manuales de las escuelas estatales o privadas, a que a veces era añadida una o otra anécdota, aquel tiempo, aún despectiva sobre Lutero. Todo una pierda de tiempo, además un tiempo oportuno para inculcar y cultivar en un alma joven, que procedía de un hogar simple pero piadoso, conocimiento, piedad y sabiduría. Y todavía no era un seminario (seminario menor) donde había entrenamiento a la militancia política, aunque los seminaristas mayores con quiénes teníamos contacto (alumnos de filosofía y teología que estudiaban en la Universidad Católica y vivían en un sector de la misma gran casa) ya estaban llenos del «espíritu del concilio», entusiastas de Teillard de Chardin (nombre que ahí he oído innumerables veces aunque no supiera quien era) y de D. Paulo Evaristo Arns, lectores de o «São Paulo», y críticos de la Iglesia «vieja».
Aunque yo tenga convicción que era un vocacionado al sacerdocio, yo habría sido un sacerdote mediocre, y malo para las ánimas, como lo fue de laico, alejado de la Iglesia durante larguísimo tiempo, y aún lo soy – ahora, mea culpa, mea maxima culpa, después que la misericordia de Cristo me ha traído de vuelta a la casa.
Aclaración: «O São Paulo» a que me hé referido (erróneamente he escrito ‘o «São Paulo» ‘), no es el Apóstol de las gentes, que hubiera sido una excelente y muy provechosa lectura. Me refiero al que era (quizás aún sea) el periódico oficial de la arquidiócesis de São Paulo – SP – Brasil.
Es de estricta justicia el recordar el heroico testimonio de estos mártires de la Iglesia, víctimas de la revolución francesa. Gracias a ellos nosotros estamos hoy aquí manteniendo la fe católica. ¿Qué duda cabe de que lo poco bueno que todavía queda en nuestros aciagos días, en el orden de la fe y la cultura, se lo debemos a estos santos que dieron la vida por mantener su fidelidad a Cristo y su Iglesia?