Carta de Barcelona: Cataluña pacificada

Por Srdja Trifkovic

(Traducido de Chronicles Magazine por Enrique de Zwart para www.quenotelacuenten.org)

 

3 de Septiembre de 2019

De vuelta en Barcelona después de casi tres años, y una novedad obvia es que hay menos banderas de Estelada colgadas de los balcones y ventanas de la ciudad. Algunos siguen ahí fuera, cansadas y pálidas, pero los separatistas de Cataluña parecen haberse quedado sin vapor. España ha capeado la tormenta de 2017-18, y todo es para mejor.

Es una reacción casi instintiva para un conservador apoyar el derecho de las naciones pequeñas a separarse de las más grandes y establecer un estado soberano. En el caso de Cataluña hay que resistir el impulso. El movimiento separatista nunca ha sido apoyado por la mayoría de los ocho millones de habitantes de la provincia. Peor aún, lejos de tratar de reafirmar la identidad y la cultura tradicionales de Cataluña, el movimiento utiliza el provincialismo artificial para enmascarar su esencia cosmopolita. Su fundamento ideológico es una mezcla de platitudes marxistas-culturales, federalismo pro-UE y derechos humanos. Rechaza no sólo el marco político del Reino de España, sino también su patrimonio cultural —precisamente porque es real y rico— en favor de uno imaginado y posmoderno.

Para decirlo sin vueltas, el movimiento independentista catalán trata de socavar la condición de Estado soberano de España en nombre de una identidad «civil» que es antagónica a cualquier forma de coherencia nacional basada en la ascendencia o la cultura común. Los separatistas catalanes se presentan así como verdaderos, genuinos «europeos» —y quieren subyugar su estado putativo al dominio de Bruselas— precisamente porque aborrecen todas las formas tradicionales de patriotismo, y especialmente si implica cierto grado de lealtad al Estado español.

Fieles al espíritu absurdo posmoderno, los partidarios de la independencia catalana se se definen a sí mismos como «un movimiento inclusivo» basado en «valores europeos», en el que «ni el origen nacional ni la lengua son importantes». Además, los partidarios de la independencia afirman, con razón, que los grupos e individuos más «de extrema derecha» y «xenófobos» de Cataluña apoyan el nacionalismo español. En otras palabras, los catalanes verdaderamente patrióticos son muy conscientes de que sólo permaneciendo en España pueden esperar preservar su identidad étnica y cultural, y detener la caída de su provincia en el caos multicultural de Barcelona.

La crisis comenzó en el otoño de 2012 cuando el presidente catalán Artur Mas convocó unas elecciones generales rápidas. Por primera vez produjo una mayoría independentista en la asamblea regional. Aprobó la Declaración de Soberanía Catalana a principios de 2013, seguida de un referéndum sobre la independencia en noviembre de 2014. Cuando el Tribunal Constitucional español lo declaró ilegal, la Generalitat de Cataluña decidió convertir el referéndum en una «consulta» no vinculante.  El resultado fue un voto de «sí» del 81% con una participación del 42%, lo que significó que apenas un tercio de los votantes elegibles apoyaron la independencia.

Otra elección provincial se celebró en septiembre de 2015, en la que los partidos independentista ganaron la mayoría de los escaños con el 47% de los votos. Un año más tarde, el nuevo presidente Carles Puigdemont anunció un referéndum vinculante sobre la independencia. Se celebró el 1 de octubre de 2017, en condiciones caóticas y en violación de la ley y la constitución españolas. Produjo un 90% de voto a favor de la independencia, con una participación del 43%. Con este dudoso mandato, el 27 de octubre de 2017 el Parlamento de Cataluña aprobó unilateralmente una resolución por la que se creaba unilateralmente una República independiente, violando así las decisiones del Tribunal Constitucional de España. Como resultado, se activó el artículo 155 de la constitución española, se desestimó el gobierno catalán y se impuso el gobierno directo del Gobierno central de Madrid.

Los separatistas han logrado conjurar en el extranjero una imagen de voluntad popular a favor de la independencia, pero es engañosa. En primer lugar, no hubo un verdadero «referéndum» hace dos años. Para avanzar, el gobierno regional violó la constitución española de 1978 que fue aprobada por más del 90 por ciento de los votantes catalanes. Esta proporcionó una amplia autonomía a Cataluña, la región más rica del país, pero también afirmó la «unidad indisoluble» de España. Esa unidad tiene profundas raíces en la historia: Cataluña ha sido parte integrante de España durante medio milenio, y una provincia del Reino de Aragón antes. El hecho de que aún conserve su lengua y cultura distintas es un testimonio del respeto profundamente arraigado de España por la diversidad regional.

Hoy en día la cuestión parece passé, con el apoyo a la independencia constantemente en baja. Puigdemont sigue escondido de la justicia española en un suburbio de Bruselas. El juicio contra otros doce líderes del movimiento independentista finalizó en junio, entre ellos el ex-vicepresidente catalán Oriol Junqueras. La decisión de los jueces se anunciará en las próximas dos semanas, y un posible veredicto de culpabilidad será utilizado por partidos pro-independencia y activistas para reactivar el asunto con manifestaciones.

El 2 de septiembre se lanzó una nueva campaña para promover una respuesta «desobediente y no violenta» al veredicto. También el lunes la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, sugirió pedir un indulto al gobierno central en caso de veredicto de culpabilidad. Esta opción es rechazada por los líderes encarcelados, ya que aceptar el perdón implicaría aceptar la culpabilidad.

Es poco probable que el veredicto infunda nueva energía al movimiento separatista, especialmente si las sentencias resultan livianas. La mayoría de los catalanes no siente ninguna contradicción entre su identidad nacional y su ciudadanía española. España es un país eminentemente civilizado en el que el estado de derecho sigue triunfando sobre la demagogia de una minoría exaltada. Esa minoría ha ignorado el estado de derecho en la búsqueda de un objetivo que habría violado los verdaderos vínculos de la historia, la fe y la cultura. Su provincialismo artificial, que pero oculta el cosmopolitismo de izquierda de sus líderes, carece de todo mérito.

El estado español, en cambio, simboliza y encarna los valores duraderos de Europa. Para ello debe permanecer unido, grande y libre. ¡Una, Grande y Libre!

Srdja Trifkovic (traducido de Chronicles Magazine por EdZ)

Traducido por Enrique de Zwart para www.quenotelacuenten.org

 


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Un comentario sobre “Carta de Barcelona: Cataluña pacificada

  • el septiembre 4, 2019 a las 6:07 pm
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    Pues yo soy “xenòfobo” (Quien no hable catalan que se vaya a vivir a Aragón) y de “extrema derecha” (ex-tradicionalista) y soy independentista. El problema que tenemos en Cataluña es que Franco desprestigió las ideas de derecha en el país y que se identifica catolicismo y monarquia con España. El dia que nos libremos de España resurgiran el catolicismo y hasta el monarquismo. Por no hablar que en ERC anteponen el uzquierdismo a la pàtria catalana. Y no teman, que una Cataluña independiente no entraria en la Unión Europea. De eso ya se encargaría España.

Comentarios cerrados.

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