Hugo Wast no era antisemita (1-4)

Hugo Wast no era antisemita

P. Javier Olivera Ravasi

La primera vez que escuché hablar de Hugo Wast fue en 1996; tenía apenas 19 años. Se informaba en un matutino que la Policía Federal, había secuestrado bajo orden judicial, varias de sus novelas en la librería Huemul[1].

– «¿Qué daño pueden hacer un par de libros?» — me preguntaba.

No entendía por qué agarrárselas con unos cuantos libros…

El episodio me causó, como a todos los jóvenes, curiosidad; más aún cuando me fue explicado que se trataba de una conspiración: de una conspiración silenciosa.

Pasados los años en 2012, mientras escribimos estas líneas, otro diario nacional, publicaba los alaridos de quien funge actualmente el título de presidente; en efecto, la doctora (en discusión) Cristina Fernández Wilhelm, viuda de Kirchner, decía: «Hay una verdadera batalla cultural. Nosotros la vamos a seguir dando en todos los campos… Sólo nos podrán vencer cuando hayamos decidido no seguir luchando»­[2].

La batalla cultural en términos gramscianos parece más que nunca estar a la orden del día, aunque no creemos que en Argentina sólo se quede en cultural. Sea como sea, las verdades hay que aceptarlas, las diga el ángel de la guarda o la burra de Balaám.

Las palabras se enmarcaban en una diatriba publicitaria por el cumpleaños número 25 del pasquín marxista «Página 12» (cuya celebración se llevó a cabo en el antiguo edificio de la ESMA); allí, no sólo se recordaron las gestas heroicas de la izquierda militante, sino que incluso se omitieron voluntariamente algunos incómodos nombres como el de Jorge Lanata: durante casi diez años director de dicho matutino (ahora) oficial, y cofundador del mismo. En el discurso oficial y festivo no sólo se lo ignoró sino que ni siquiera se hizo alusión a su persona, lo que motivó que el periodista dijera días después que se sentía «el primer desaparecido de Página 12»[3]. La revolución se come siempre a sus propios hijos…

Lanata no es el único, ni el primero, ni el último en sufrir conspiraciones del silencio; ha habido en Argentina, pocos (muy pocos) que la han padecido tanto en vida como en muerte (con sólo pensarlo aún hoy nos parece mentira los más de 100 años que debieron esperar los restos de Juan Manuel de Rosas para poder encontrar cristiana sepultura en su patria): Gustavo Martínez Zuviría, alias Hugo Wast, fue uno de ellos.

¿Qué motivó dicha proscripción? ¿Por qué uno de los autores locales más traducidos a la lengua extranjera aún hoy sigue siendo olvidado? La pregunta, creemos, admite dos respuestas: la publicación en 1935, de la novela teológica titulada Kahal-Oro y (treinta años después) la denuncia de la «historia oficial» en Año X.

Fue la primera, a nuestro entender, su caja de Pandora. Para entenderlo mejor, hemos decidido analizarlo en tres partes, a saber: «lo que se dijo sobre Hugo Wast», «lo que Hugo Wast dijo» y «lo que con Hugo Wast hay que seguir diciendo».

 

1)      Lo que se dijo acerca de Hugo Wast

Para adentrarnos en la marea periodística y tratar de analizar los ríos de tinta que corren sobre el tema, hemos elegido una serie de cuatro o cinco artículos aparecidos en los últimos dos años. El asunto (aunque viene de larga data[4]) cobró importancia en nuestros días a partir del momento en que la Biblioteca Nacional de Buenos Aires decidió cambiar el nombre de su hemeroteca cuyo nombre era «Gustavo Martínez Zuviría» (uno de sus directores por más de veinte años). Según leemos en Página 12[5], el director de dicha entidad pública, decía:

Durante muchos años, se les ha pedido a sucesivos directores de la Biblioteca Nacional que procedan a cambiar el nombre de la Hemeroteca, denominada Gustavo Martínez Zuviría. En mi caso personal, recibí durante cinco años este reclamo por parte de numerosas organizaciones y personas. Se trataba de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados — en dos oportunidades —, de importantes intelectuales de nuestro país y del exterior y de instituciones vinculadas con la memoria del Holocausto[6].

Allí se expresaba también que nuestro autor «publicó novelas antisemitas, como El Kahal y Oro, en las que cuenta una conspiración judía para apoderarse de Buenos Aires en 1950 con técnicas alquimísticas para fabricar oro y arruinar las finanzas capitalistas. Estos folletines, que en su momento contaron con numerosos lectores, tenían un ameno desarrollo basado enteramente en la superchería de los Protocolos de los Sabios de Sión, modelo esencial del relato conspirativo universal. A punto de ser traducida masivamente en la Alemania de los años ‘40, la novela es finalmente vetada por las editoriales nazis de la época pues tiene un final ‘medieval’. Una joven judía era redimida de sus pecados por el héroe cristiano»[7].

Para dicho personaje, nuestro autor «pertenecía a los sectores más reaccionarios de la Iglesia argentina» por lo que se veía en la obligación de tomar «esta decisión necesaria y pendiente, reclamada por el Parlamento y sectores plurales de la sociedad» (retengamos lo de «sectores plurales»). Citando a los «tolerantes» de la historia que van desde Spinoza a Nietzsche, pasando por Tupac Amaru, el señor Director de la Biblioteca ve en el autor de Alegre al máximo tótem del antisemitismo argentino, de ahí que el recordarlo, sea una ofensa «a quienes buscan de todas las formas posibles los nuevos cimientos para reconstruir una democracia avanzada, igualitaria y no discriminativa en la Argentina»[8].

            Pero no sólo desde el libelo oficial se ha publicado a mansalva contra el autor que nos ocupa; en la «tribuna de doctrina» (liberal, por supuesto) como es el diario La Nación[9] se nos dice quiénes estuvieron en el rebautismo de la ratonera biblófila[10]: el entonces director de Cultura, Ezequiel Grimson, los «filósofos» León Rozitchner y José Pablo Feimann, el editor Daniel Divinsky, representantes de la agrupación «Madres de Plaza de Mayo» y el director del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Horacio Verbitsky. Todos ellos, imparciales exponentes de la «pluralidad» argentina.

Ha sido este último quien, a nuestro entender, resumió mejor los considerandos de esta sepultura silenciosa; en un artículo titulado no sin inocencia «Cambio cultural»[11] y luego de reconocer el avance argentino en materia de derechos humanos (aprobación del «sodomonio», avances en el aborto legal, eutanasia «para todos», etc.), nos advierte en que no confundamos los tantos respecto de nuestro autor pues sus raíces no son hitlerianas, sino otras; Hugo Wast, «dirigió (la Biblioteca Nacional) durante un cuarto de siglo, desde el golpe de Uriburu en 1931 hasta el derrocamiento de Perón en 1955, lo cual muestra el amplio arco de opciones políticas que no consideraba incompatibles con su cosmovisión arcaica y prejuiciosa, que no debería confundirse con el nazismo porque sus raíces son otras»[12].

A confesión de parte… ¿pero en qué quedamos? ¿Era o no era nazi?

Según Verbitsky, «las raíces» de Hugo Wast lejos de estar en el nazismo, hay que buscarlas en el antiguo Colegio del Salvador, en París, donde vivió y «tomó contacto con l’Action Française de Charles Maurras» y la Acción Católica; todo esto, alimentado «en 1934 (…) por el Congreso Eucarístico Internacional» hizo que fundamentase su antisemitismo «en la ortodoxia católica y escribió que es preciso amar al judío como prójimo pero odiar “la Sinagoga”»[13].

En la misma línea de Wast, sigue diciendo el periodista, se encuentra el nacionalismo católico de «Octavio Pico, Julio Meinvielle, Pío XI y Pío XII… sin olvidar —dice— que en la misma vereda estaba en épocas de Wast el Episcopado local»[14]. Eran otros tiempos, claro…

El ataque entonces se da porque estaba alineado en la vereda del papado y de las inteligencias católicas de la Argentina. Por haber organizado el glorioso Congreso Eucarístico de 1934 y por, finalmente, alinearse en el catolicismo «ortodoxo», es decir, recto.

 ¿Por qué el ataque? ¿Sólo por sus libros? No. Si bien es cierto que a los pueblos sólo los mueven sus poetas, H.W., no sólo fue atacado por su obra literaria, sino por su activa militancia católica en el terreno de la política[15]; es el mismo Verbitsky quien lo confiesa hasta sangrando por la herida recordando que, al ser designado en 1943 como Ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, declaró nuestro autor lo siguiente: «el programa del gobierno consistiría en cristianizar el país, fomentar la natalidad más que la inmigración, asegurar trabajo y techo decorosos a cada familia y extirpar las doctrinas de odio y ateísmo». Para lograrlo, cesanteó a algunos profesores liberales, dio empleo al profesor Jordán Bruno Genta en la Universidad del Litoral y «extendió por decreto la enseñanza religiosa a todas las escuelas públicas nacionales, primarias y secundarias, enmendando la ley de educación laica promulgada»[16].

Es que «sus raíces son otras», como escribía su detractor, pues desde ese momento, «los programas de estudios presentaban a la Iglesia Católica como única poseedora de la verdad y acusaban a los judíos de ingratitud con Jesús». Admitía (eso sí) que «los padres podían elegir que sus hijos no recibieran enseñanza religiosa», pero se quejaba en su inmoralidad de la obligatoriedad de la «Moral» para quienes no perteneciesen a la Iglesia de Cristo. «Cada clase debía comenzar con la señal de la cruz y en la enseñanza de la historia se debía “considerar a Cristo como centro de la historia”», indicaba. Allí nomás señalaba el ideólogo oficial que H.W. no tuvo buena suerte con el nazismo pues «la embajada alemana compró miles de ejemplares de esas novelas (…) pero GMZ perdió el favor alemán porque el antisemitismo teológico católico no procuraba el aniquilamiento sino la conversión» [17].

Es decir, antisemita por buscar la conversión; apóstoles y catequistas, abstenerse entonces…[18]

Hasta aquí las detracciones. La defensa del gran pensador católico no fue hecha desde los tejados o las sedes episcopales como demandaba la situación; apenas un obispo y el Instituto que lleva su nombre (a cargo de familiares y amigos) intentaron una respuesta que se perdió en el aullido de tantos lobos[19].


[1] La orden, según uno de los involucrados, provenía ni más ni menos que del embajador de Israel en la Argentina: Itzak Avirán. La misma fue ejecutada por el judío Carlos Corach, entonces Ministro del Interior de Menem. No se trató, valga la aclaración, de una acción de las fuerzas locales, sino de un mandato de Israel. Pero hay un dato que impide mantener la seriedad como muchas cosas a nivel local: al buscar obras de Wast que atentasen contra la democracia, la tolerancia y el filosemitismo, los incautadores se toparon y secuestraron la obra titulada Myriam la conspiradora, haciendo de ella, la «gran prueba» del delito. El fiasco debió ser grande cuando, al abrir la novela se toparon con una conspiración, sí, ¡la de Álzaga en 1812! Desopilante…
[2] La Nación, 31 de Mayo de 2012.
[3] La Nación, 3 de junio de 2012.
[4] César Tiempo (seudónimo de Israel Zeitlin), La campaña antisemita y el director de la Biblioteca Nacional, Mundo israelita, Buenos Aires 1936, 62 pp. (libro muy bien escrito pero lleno de rimbombante propaganda y con una pobre crítica a H.W.).
[5] Escribimos estas líneas en Junio de 2012.
[6] Horacio González, en «Política de nombres», Página 12, 29 de Abril de 2010. Las cursivas son nuestras, salvo aclaración.
[7] Ídem.
[8] Ídem
[9] La Nación, 4 de Mayo de 2010.
[10] Hoy llamada Ezequiel Martínez Estrada, un personaje menor de la literatura argentina.
[11] Horacio Verbitsky,en «Cambio cultural», Página 12, 9 de mayo de 2010.
[12] Ídem.
[13] Ídem
[14] Ídem.
[15] De lo que hemos leído contra Wast, es de resaltar el artículo de Daniel Lvovich, Una mirada sobre el antisemitismo de la década de 1930: El Kahal-Oro de Hugo Wast y sus comentaristas, Cuaderno del CISH nro 5 (1999), Universidad Nacional de La Plata, pp. 131-150. El artículo es tendencioso desde el principio, aunque no deja de ser interesante; principalmente son de destacar para quien quiera adentrarse en las críticas contra Wast, los opúsculos de César Tiempo —a quien este autor sigue — (César Tiempo, op. cit.) y el de Lázaro Schallman, Hugo Wast anticristiano. Disparates, contradicciones y paralogismos acumulados por el fantaseador de «El Kahal», Talleres Gráficos Musmarra Hnos., Rosario 1936.
[16] Horacio Verbitsky, op. cit.
[17] Idem.
[18] Más de un año y medio después del cambio de nombre de la Hemeroteca, la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) reclamó retirar el nombre de Hugo Wast de una muestra de libros católicos, considerando al autor como «un nefasto personaje de la historia argentina, caracterizado por su antisemitismo« que «en 1944 fue descubierto colaborando en tareas de espionaje para el Eje» (¿?) (Diario La Prensa, 2 de noviembre de 2011). Extrañamente a lo que estamos acostumbrados en Argentina y con virilidad cristiana, su director se opuso tenazmente.
[19] Comunicado del «Instituto Hugo Wast» firmado por Pío Martínez Zuviría y Guillermo Martínez Zuviría, del 8 de mayo de 2010 (http://redpatrioticargentina.blogspot.com.ar/2010/05/comunicado-del-instituto-hugo-wast.html). Por nuestra parte, pensábamos que nos encontraríamos con una enorme cantidad de apologistas de H.G. al comenzar a redactar estas líneas. Estábamos muy equivocados.


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2 comentarios sobre “Hugo Wast no era antisemita (1-4)

  • el enero 12, 2018 a las 1:03 pm
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    Hugo Wast es un «grande» de los novelistas católicos. ¿Cómo olvidar su «Don Bosco y nuestro tiempo»? Gracias por la nota

  • el enero 14, 2018 a las 2:06 pm
    Permalink

    Muy Muy Muy Bueno Re- Cierto. A Fifundirlo.

Comentarios cerrados.

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