Esbozo de aforismos. Primer libro del Padre Federico Highton
Nuestro querido amigo y hermano, el Padre Federico Highton, acaba de publicar un libro excelente con aforismos.
Venga aquí un extracto del Prólogo y abajo, para quien quiera leer de qué se trata, algunas muestras.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
(Del prólogo, por Antonio Caponnetto)
El género aforístico tiene su encanto y su riesgo; ambas cosas. Lo primero porque nos hace olvidar que estamos leyendo, para sentirnos parte de un coloquio amable, de una tertulia grata, de la típica charla de café a la que somos tan dados en estas orillas. Pero con el agregado –que no suelen tener los meros charlistas- de que con cada sentencia se aprende, con cada adagio se contempla, con cada frase redonda y acuñada sobreviene el pensamiento profundo y genuino.
Es casi el sueño de ciertos pedagogos pero sin convertirse en la pesadilla en que ellos lo han convertido: el sueño de ser instruidos mientras uno se divierte, se entretiene, ameniza.Son tantas las relecturas a las que nos invitan los aforismos, como grande es el gusto de la memoria por retenerlos, por volverlos a paladear, por conservarlos siempre a flor de labio para usarlos cada vez que cuadre. Como el facón de Fierro, cada filo de palabras sale cortando; ora un error, ora una mentira, ora una pastoral aborigen o una moda revolucionaria.
Junto al encanto, decíamos, el género tiene su riesgo. Por lo pronto el de que cualquiera crea que toda frase breve es necesariamente un aforismo; que basta con no sobrepasarse de los dos renglones para construir una máxima; o que se pueden alinear apotegmas, uno tras otro, como si fueran hileras de ladrillos, con análoga simpleza. La brevedad no garantiza necesariamente la bondad, aunque se fastidie Gracián. El laconismo o la síntesis, per se, tampoco son un salvoconducto para la gracia o la lucidez. Una vez más apelaremos a Eugenio D´Ors para hacernos entender: “no toda luz que se enciende y se apaga es un faro; necesita el ritmo”.
Pues bien, los aforismos del Padre Federico tienen un aprobado cum laude en encanto; y salvo algún ripio que pudieran detectar los especialistas, han sorteado victoriosos la acechanza de los riesgos. Si existiera un Doctorado en Aforismología, cuyo jurado de tesis estuviera integrado por el legendario e imbatible Braulio, por el sapientísimo Gómez Dávila y el irrepetible Ramón Gómez de la Serna, estamos seguros de que ellos hubiesen recomendado al unísono la publicación de este libro. Casi nos atrevemos a imaginar sus calificaciones. Don Braulio hubiera puesto: He aquí alguien para el que Dios tuvo que inventar el Ángel del Himalaya. El colombiano, a su turno, arriesgaría: Ni Nietszche ni Engels tendrían que haberse llamado Federico sin ser primero misioneros tibetanos. Al final, Don Ramón, se reservaría el estrambote: Lo que no tiene remedio igual puede tener cura.
Sí; estas páginas son nomás el faro aludido en la metáfora dorsiana. Las luces y los apagones que de ellas brotan, tienen la métrica y el compás –de forma y de contenido- para que si uno le ha hecho caso a Nuestro Señor y se ha lanzado a navegar en alta mar, no se estrelle contra ningún peñasco ni encalle en un acantilado, ni acabe de náufrago en la Isla de Soqotra o en la bahía de Sulawesi. Si es diestro de alma, eso sí, puede llegar a Jauja, como llegó el Padre Leonardo Castellani. Y quedarse a morar allí porque encontró al fin el alma de un hermano. Lo que no es poca cosa en el fatal hundimiento en que nos hallamos.
La colección aforística que aquí se presenta satisface una diversidad de predilecciones, todas ellas hidalgas, necesarias y legítimas. En primerísimo lugar las de aquellos que, como su autor, tienen un acerado y corajudo afán católico misionero, despreciando a relativistas y pluralistas, a heresiarcas encumbrados y a lobuznos de jerárquicos ministerios.
Pero también, y en grado sumo, colmarán las predilecciones de aquellos otros gloriosamente dados a la aristocracia, a la guerra justa, a la normalidad sexual, a la apologética, al amor a la Argentina Hispanocriolla, al hogar cristiano y patriarcal, a la risa prolongada y limpia en cada son, al exterminio de fariseos, tanto más necesario cuanto más sedes episcopales o cargos parlamentarios arrebaten.
Se hallarán expresados en estas páginas los bienaventurados que siguen de guardia al pie del Cafarnaún. Los leales a la Cátedra de la Cruz, los adúlteros que piden penitencia, no períodos de discernimiento. Los que saben que la naturaleza es nuestra hermana, no nuestra madre ni nuestra diosa. Los que no experimentan temblores en sus índices cuando ellos señalan a los paganos, los deicidas, los patibularios o los infieles. Los que no se conforman con el carnet de santidad que dan las prelaturas o las nunciaturas. Los que cuando escuchan la palabra Modernidad se ponen en guardia en el ring de la historia; los que no están dispuestos a consensuar con el Anticristo, y cada vez que hay elecciones democráticas se proclaman súbditos de Santa Isabel La Católica.
Van y vienen estos pensamientos condensados para confortar a los cruzados, a los mártires, a los poetas, a los arrojados a los leones, a los contemplativos, a los predicadores de las postrimerías, a los rezadores silentes y solitarios. Van y vienen, simétricamente y con la misma fuerza, para castigar a los felones, los revolucionarios, los prosaicos, los innovadores y los cómodos. Son espaldarazos dados a los caballeros en la vigilia de armas. Son retos a duelo a los burgueses, los plebeyos, los usureros y los demagogos. Son el oro y la espada que se olvidaron los progresistas en sus ridículas canciones. El oro de los cálices y las espadas para custodiarlos. Y son la artesanía y la orfebrería del buen decir contra quienes creen –como el corrector del word– que una palabra inusual y bella es un error de programación.
Nos estaba haciendo falta un capellán a los reaccionarios. Y hasta una especie de vademecum para tener respuestas veraces en alados epítomes. Nos estaba haciendo falta un surco que no se apartara del Camino. Y una carreta gaucha y lujanera antes que un low cost. Alguien con fama de loco, imprevisible y peregrino. Porque ya probamos con los cuerdos previsibles y los racionalistas apoltronados, y no nos fue muy bien. Alguien, en suma, que le apostara más a San Elías y menos a las loterías, si se nos permite la básica similicadencia.
Le damos las gracias al Padre Federico Highton; y como él mismo lo pide en el aforismo final:que algunos de los hombres a quienes molesta con su catolicismo misionero le den un período de cárcel, siquiera domiciliaria, como a los malvivientes de verdad; y que el Cielo le de inspiración, arrebato o vena, al solo efecto de pueda entonces escribir el volumen segundo. No nos postulamos para prologarlo, pero sí para leerlo con la misma fruición y sobresalto con que hemos leído éste.
Muestras de aforismos del Padre Federico Highton
– Hay que saber leer los sínodos de los tiempos.
– ¿Qué es un pueblo originario sino el pagano que estaba antes?
– El Medioevo fue una época en la que se sabía perdonar a quien, con divina justicia, se estaba decapitando.
– Es tal la epidemia sodomítica que los donjuanes parecen arquetipos.
– Una sana imparcialidad nos exige reconocer que el mundo moderno al menos hizo algo bueno: el aire acondicionado, el cual, de paso, le quita a los pueblos tropicales el pretexto del calor para justificar su poca o nula “producción” intelectual.
– El buen apologeta jamás dirá que su mayor dolor de cabeza son las mentiras de los herejes o las calumnias de los judíos sino los gestos equívocos y las frases infelices de un Sumo Pontífice.
– Si no tienen la decencia de rechazar el mito evolucionista, los indigenistas en vez de defender a los “pueblos originarios”, deberían reclamar que las tierras americanas sean devueltas a los simios.
– Con frecuencia parece que las ternas episcopales, las presenta Asmodeo.
– No hay nada más difícil que salvarse con una mitra en la cabeza.
– España fue tan pródiga en Santos como Norteamérica en sectas.
– Tanto se infiltró la progresía que hasta varios documentos vaticanos ofenden los oídos castos y píos.
– El principio de la “Sola Escritura” tiene solo un problema: no está en la Escritura.
– Desde 1789, el problema no es el fraude electoral sino las elecciones.
– La División de Poderes es la más elegante de las supersticiones aritméticas (según la cual basta fraccionar cantidades abstractas para optimizar calidades concretas).
– La niebla es la cortina que pone el cielo cuando la luna se está cambiando.
– El religioso debe amar la Verdad, predicarla desde las azoteas y morir por Ella, aunque sus superiores la negocien, la nieguen o la recorten.
– Dios sabe cómo hacer los milagros. La Virgen de Luján no se manifiesta en un Renault 12 sino en una digna carreta criolla.
– No puede concebirse peor crimen que el deicidio, crimen del que, dicho sea de paso, no sólo no se hizo un mea culpa sino ni siquiera un comunicado de prensa.
– Signo manifiesto de la pusilanimidad moderna es llamar rascacielos a un edificio.
– Quien quiera embotar su intelecto, vaya una playa nudista.
– A cambio de los espejitos rotos que da el diablo, la Modernidad se pierde el Tesoro escondido bajo las especies del pan y el vino.
– Sobre tecnología, se escribe en inglés; sobre Teología, en latín.
– Una de las peores mentiras es crear Cardenal a quien se sabe es heresiarca.
– La democracia no elimina las guerras, las seculariza.
El libro puede adquirirse, en formato papel en Amazon aquí, y en formato Kindle, aquí
En Buenos Aires puede conseguirse en Libería «Imagen y Palabra»