Laudes en Narnia. Un monacato juvenil
Hace algunos años, siendo aún seminarista, tuve la gracia de participar de una “misión popular” en el sur italiano. Con varios laicos, nos acercábamos a las casas a proclamar el Evangelio haciendo un verdadero y santo proselitismo cristiano.
Invitábamos a la Santa Misa, a frecuentar los sacramentos, en fin: a la conversión, que de eso se trata…
Un domingo, durante la tarde, recuerdo la frustración que sentimos por ver que eran pocos los jóvenes que se acercaban a la Misa. Estábamos decepcionados, sin embargo, el párroco, un joven sacerdote que hacía poco había descubierto el atractivo de la sotana, nos decía:
– “Tengan paciencia. A la misa vendrán pocos, pero en las Vísperas cantadas se llenará”.
Mi mentalidad, por entonces demasiado “jesuítica”, me hacía ver con desconfianza eso de que los laicos jugaran a ser monjes.
Una vez más me había equivocado: a eso de las 20 hs., un centenar de adolescentes medio bárbaros, ingresaba a la iglesia con sus pelos teñidos, aros y tatuajes sentándose, según los sexos (que por entonces no había “género”), en los bancos de la derecha o de la izquierda.
Se cantaron las horas con total solemnidad. Unos veinte minutos de vida monacal. Yo no entendía nada… A Misa no, pero al Oficio divino sí.
Pensé, pensé y, con el tiempo, comprendí: Europa es hija de San Benito y, como tal, lleva esa disposición en sus genes, independientemente del grado de salvajismo que impere. En tiempos de catacumbas, quizás sea bueno poner en práctica esto que el recientemente fallecido Cardenal Cafarra decía hace poco:
“En Europa durante el colapso del Imperio Romano y durante las invasiones bárbaras posteriores, lo que hicieron los monasterios benedictinos entonces, del mismo modo puede ser hecho ahora por las familias de los que creen, en el reinado actual de una nueva barbarie espiritual (que es una) barbarie antropológica”[1].
En esta línea, estando ahora mismo en medio de una convivencia en el sur de Argentina, con jóvenes de mi colegio, hemos intentado hacer lo mismo. Parece Narnia, pero es San Martín de los Andes. Somos unos cincuenta y, esos que a veces se quejan de la Misa, etc., han respondido espléndidamente al cántico de Laudes a las 7.30 am, como si fueran benedictinos en medio del frío de la montaña.
¿No será porque la belleza de la liturgia enamora a los jóvenes?
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
[1] http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=27026
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Newman nos trae en: «Los fieles y la Tradición», una hermosa anécdota sobre dos laicos que «frenaron» el avance del arrianismo en su pueblo, a fuerza de enseñarles a cantar los psalmos a dos coros. Lex orandi, lex credendi.
In Domino!
PS: la influencia de la oración cenobítica se esparce con un poder al que ningún hombre puede igualar, fíjese lo que está pasando con el Tupung-Athos mendocino y me va a dar la razón. Cordialiter!