Los griegos no eran sodomitas. Montajes homosexuales en clave de género (1-8)
Los griegos no eran sodomitas:
Montajes homosexuales en clave de género
P. Javier Olivera Ravasi
“Los modernos han perdido mucho tiempo (…) queriendo presentar a la antigua Hélade como un paraíso para los invertidos, lo cual es excesivo: el mismo vocabulario de la lengua griega y la legislación de la mayor parte de las ciudades atestiguan que la homosexualidad no dejó de ser considerada como un hecho «anormal»” (Henry-Irenee Marrou)[1].
Que los espartanos eran afeminados; que Alejandro Magno también; que en el Banquete de Platón se habla de ello y que acostarse con efebos era moneda corriente en la Grecia antigua… ¿Cuántas veces hemos oído hablar de este tema sin tener una respuesta adecuada según las fuentes históricas?
Son tantas las veces que se nos ha golpeteado con esta cantinela dogmática que hasta uno podría plantearse: “si acaso fue así, ¿no debería volverse a practicar lo que aquellos sabios de la civilización occidental realizaban sin tapujos?”. Pues bien; acá está el punto y el caballo de Troya intelectual (nunca mejor cupo la expresión) que la ideología de género nos quiere hacer tragar para legitimar fenómenos decadentes de la vida moderna[2].
1. El origen del mito
Digamos desde el inicio nomás que no se nos ocurre afirmar la inexistencia de homosexualidad o pedofilia en Grecia (¿dónde no las hubo?) sino simplemente decir que la moral tradicional de los helenos y hasta las propias leyes antiguas condenaban estas prácticas, incluso con la pena de destierro, en algunos casos.
Analizando este tópico moderno, uno encuentra que la primera “coincidencia” encontrada y que, en general se pasa por alto, es que casi todos los “expertos” que aluden a una extensión endémica de la homosexualidad en Grecia fueron ellos mismos una pandilla de homosexuales declarados. Y esto no resulta una mera refutación ad hominem, sino que, desde la perspectiva del autor, es inevitable que sus posturas (no sólo las intelectuales) caminen marcha atrás conforme a sus tendencias personales minoritarias.
Hablamos, por ejemplo, de “autoridades” de la talla de Walter Pater, Michel Foucault, John Boswell, John Winkler, David Halperin y Kenneth James Dover, quienes, al parecer, vivieron en sus mentes una serie de fantasías a costa de la historia griega. W. Pater, el primero de ellos (1839-1894) y profesor de Oxford, comenzó con el intento de justificación de la sodomía, analizando la historia antigua según las relaciones sodomíticas que mantenía él mismo con sus propios discípulos (fue profesor de Oscar Wilde, homosexual arrepentido y, con el tiempo, converso al catolicismo), e intentando justificarlas a la luz de la filiación espiritual que existía en la Hélade entre maestro y discípulo.
Es que el ladrón piensa que todos son de su condición.
Oscar Wilde y Lord Alfred
Esta camarilla de victorianos decadentes es la responsable de haber acomodado la historia y la mitología griega a sus fantasías y posiciones sexuales; obras que, con el tiempo, serán desempolvadas y hasta elogiadas -un siglo después- durante el advenimiento de la oleada hippie. Y valga tener en cuenta que, desde entonces, nadie ha aportado nada nuevo al tema, repitiendo como discos rayados una y otra vez la misma melodía; toda la información que existe hoy en internet sobre “la homosexualidad de los griegos”, por ejemplo, es un montaje perifrástico mal encarado.
Pero veamos: ¿dónde está la “prueba” de la homosexualidad aceptada en Grecia según estos autores? Pues aquí:
a) La primera de ellas plantea que los griegos, particularmente los de herencia jonia (como los atenienses), tendían a “recluir” mucho a sus mujeres y apartarlas de la vida pública, suprimiendo la imagen femenina de la vida social. Esta situación, valga la pena recordarlo, no era propia de toda la Hélade (en la Esparta doria las mujeres tenían una libertad realmente notable); sí era claro que los vínculos personales más fuertes solían darse entre hombres (la verdadera “libertad femenina” no llegará hasta que surja el cristianismo, mal que les pese a las feminazis modernas).
b) La segunda se basa en el ideal de belleza. Así como hoy en día el ideal del imaginario colectivo es el cuerpo de la mujer entre veinte o treinta años, en la Grecia antigua el ideal de belleza era la del muchacho que se hallaba entre la adolescencia y la madurez, considerado el único tipo humano que combinaba una vida de violento ejercicio al aire libre y salud corporal. Ahora: así como nadie diría que hoy, por mostrarse a la mujer como ideal de belleza, las mujeres deberían ser todas unas lesbianas empedernidas, lo mismo debería pensarse del prototipo masculino de belleza y las razones que se aducían para ello.
c) La tercera: en un pueblo que daba tanta importancia al entrenamiento deportivo, al combate y a la camaradería, era normal que, en el seno de aventuras y grandes batallas lejos del hogar, se forjasen vínculos extremadamente profundos entre hombres… Claro que eran vínculos raramente comprendidos por una sociedad pacifista, afeminada y sedentaria como la nuestra que, en todo caso, no iban más allá de una sólida hermandad. Es verdad, sin embargo, que debieron existir en estos ambientes, casos de relaciones anormales, pero de allí a pensar que todo soldado era sodomita, hay un abismo.
De hecho, los vocablos griegos para designar al maestro iniciador y al joven iniciado que aspiraba a convertirse en hombre, eran respectivamente erastes y erómenos, lo cual, traducido literalmente, sería algo así como “amante” y “amado”. Sin embargo, como veremos enseguida, la mentalidad de la Antigüedad distinguía claramente entre el amor carnal y el amor platónico, máxime en una cultura que consideraba que todo joven necesitaba la tutela y el consejo de uno mayor para llegar a ser sabio en la vida o excelso en el deporte. Más aún: si existía un lugar donde la conducta disonante del sodomita estaba mal vista, era sin duda en las asociaciones de cazadores y soldados del pasado remoto, donde el trabajo en equipo, la hermandad, el deber y la camaradería predominaban sobre los instintos individuales que se descargaban en combate (o con mujeres, a menudo capturadas y tomadas por la fuerza, como se ve en el famoso “Rapto de las sabinas”).
Dicho todo esto, comencemos a desmenuzar el mito.
[1] Henry-Irenee Marrou, Historia de la educación en la antigüedad, Akal/Universitara, Madrid 1985, 46.
[2] El presente trabajo se ha inspirado en el libro de Eduardo Velasco, El mito de la homosexualidad en la antigua Grecia, Camzo, Madrid 2012, 91 pp. (hemos agregado fuentes y notas). Véase también la obra de Félix Buffière, Eros adolescent, la pédérastie dans la Grèce Antique, Les Belles Lettres París 1980, 703 pp. (reseñado por Octavio A. Sequeiros en Argos nº 6 [1982], 102-108).
Algunos justifican la homosexualidad argumentando que en Grecia se practicaba. Pero la verdad es lo que escribe un autor que es una autoridad en el tema masónico (“La trama masónica”, de Manuel Guerra,): Autores como Esquines, Jenofonte, Platón, Aristóteles, Plutarco, Estobeo condenan el amor pederástico de signo y culminación carnal. Lo califican como “al margen o contrario a la naturaleza (parà phýsin). Añade (pág. 196 del citado libro) que la legislación ateniense del siglo IV antes de Cristo despoja de todos los derechos políticos o de ciudadanía a quienes ejercían la homosexualidad. Y hay que decir que Manuel Guerra Gomez es autor de “Antropología sexual en la Antigüedad griega” (Eunsa, 1989). Yo conozco a Manuel Guerra porque leí su monumental Diccionario enciclopédico de las sectas a los 20 años en una biblioteca universitaria y me encantó su erudición, rigor y sentido apologetico. Una obra muy útil y necesaria.