Encontrando el diseño en la naturaleza. El evolucionismo: ¿más que una «hipótesis»?
Encontrando el diseño en la naturaleza
Por el Card. Christoph Schönborn
Viena – Desde 1996, cuando el Papa Juan Pablo II dijo que la evolución (un término que él no definió) era “algo más que una hipótesis”, los defensores del dogma neo-darwinista han invocado a menudo la supuesta aceptación – o al menos la aquiescencia – de la Iglesia Católica Romana cuando defienden su teoría como algo compatible con la fe cristiana.
Pero esto no es cierto. La Iglesia Católica, mientras deja a la ciencia muchos detalles sobre la historia de la vida en la tierra, proclama a su vez que por la luz de la razón el intelecto humano puede fácil y claramente discernir el propósito y diseño en el mundo natural, incluyendo el mundo de los seres vivos.
La evolución, en el sentido de procedencia de un ancestro común podría ser cierta, pero la evolución en el sentido neodarwinista – o sea, un proceso no guiado, no planificado de variación aleatoria y selección natural – no lo es. Cualquier sistema de pensamiento que niegue o trate de minimizar la abrumadora evidencia de diseño en biología es ideología, no ciencia.
Consideremos la verdadera enseñanza de nuestro querido Juan Pablo. Mientras que su más bien vaga y sin importancia carta de 1996 acerca de la evolución se cita siempre y en todas partes, no vemos a nadie hacer referencia a los siguientes comentarios de una audiencia general de 1985, la cual representa su sólida enseñanza acerca de la naturaleza:
“Todas las observaciones concernientes al desarrollo de la vida llevan a una conclusión similar. La evolución de los seres vivos, de los que la ciencia busca determinar las etapas y discernir el mecanismo, presenta una finalidad interna que despierta admiración. Esta finalidad que dirige los seres en una dirección de la que no son responsables o a la que puedan comandar, nos obliga a suponer una Mente que es su inventor, su creador”.
Y continúa diciendo:
“A todos estos indicios de la existencia de Dios Creador, algunos oponen el poder del azar o de los mecanismos propios de la materia. Hablar de azar para un universo que presenta una organización tan compleja en sus elementos y tan maravillosa finalidad en su vida sería equivalente a renunciar a la búsqueda de una explicación del mundo tal como se nos presenta. De hecho, esto equivaldría a admitir efectos sin una causa. Sería abdicar de la inteligencia humana, que de este modo se negaría a pensar y a buscar una solución para sus problemas”.
Notemos que en esta cita la palabra “finalidad” es utilizada en un sentido filosófico como sinónimo de causa final, propósito o diseño. En otra audiencia general, un año más tarde, Juan Pablo concluye: “Está claro que la verdad de la fe acerca de la creación se opone radicalmente a las teorías de la filosofía materialista. Estos ven el cosmos como el resultado de una evolución de la materia reductible al puro azar y a la necesidad “.
Naturalmente, el Catecismo autorizado de la Iglesia Católica concuerda: “La inteligencia humana es ya ciertamente capaz de encontrar una respuesta a la cuestión de los orígenes. La existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza a través de sus obras, por medio de la luz de la razón humana”. Y añade: “Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría. Éste no es el producto de una necesidad cualquiera, ni del destino ciego ni del azar”.
En un nuevo y desafortunado giro en esta antigua controversia, los neodarwinistas recientemente han tratado de presentar a nuestro nuevo Papa, Benedicto XVI, como un evolucionista satisfecho. Han citado una frase sobre la ascendencia común de un documento de la Comisión Teológica Internacional de 2004, señalando que Benedicto estaba en ese tiempo al frente de la comisión, y concluyendo que la Iglesia Católica no tiene ningún problema con la noción de “evolución” tal cual es utilizada por el establishment de los biólogos– esto es, como sinónimo de neodarwinismo.
El documento de la comisión, sin embargo, reafirma la enseñanza perenne de la Iglesia Católica acerca de la realidad de la finalidad en la naturaleza. Comentando acerca del abuso generalizado de la carta de Juan Pablo de 1996 sobre la evolución, la comisión advierte que “la carta no se puede leer como una aprobación general de todas las teorías de la evolución, incluyendo aquellas de procedencia neo-darwinista que explícitamente niegan a la divina providencia un verdadero papel causal en el desarrollo de la vida en el universo”.
Más aún, según la comisión, “Un proceso de evolución sin guía – uno que cayese fuera de los límites de la providencia divina – simplemente no podría existir.”
De hecho, en la homilía de su instalación hace apenas unas semanas, Benedicto proclamó: “No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno es necesario”.
A lo largo de la historia la Iglesia ha defendido las verdades de la fe dadas por Jesucristo. Pero en la era moderna, la Iglesia Católica se encuentra en la extraña posición de mantenerse también en la firme defensa de la razón. En el siglo XIX, el Concilio Vaticano I enseñó a un mundo recientemente cautivado por la “muerte de Dios”, que por el uso de la razón la humanidad por sí sola podía llegar a conocer la realidad de la Causa Incausada, el Primer Motor, el Dios de los filósofos.
Ahora a comienzos del siglo XXI, frente a las afirmaciones científicas como neodarwinismo y la hipótesis del multiverso en la cosmología, inventada para evitar la abrumadora evidencia de propósito y diseño encontrado por la ciencia moderna, la Iglesia Católica volverá a defender la razón humana al proclamar que el diseño inmanente evidente en la naturaleza, es real. Las teorías científicas que tratan de minimizar la evidencia del propósito como el resultado del “azar y la necesidad” no son científicos en absoluto, sino que son, como Juan Pablo dijo, una abdicación de la inteligencia humana.
Christoph Schönborn*
Cardenal arzobispo católico de Viena
Fuente: The New York Times, 7 de julio, 2005.
Traducción: P. Carlos Baliña.
* El Cardenal Schönborn fue el editor principal del Catecismo de la Iglesia Católica de 1992.
La evolución, ciertamente, es «algo más que una hipótesis»: es una teoría.
Creo que el asunto no da para más.
Asombra al extremo ver los intentos de algunos evolucionistas para que el Papa «bendiga» sus elucubraciones, siendo que el Evolucionismo se ha cansado de afirmar que la Iglesia no tiene autoridad en cuestiones científicas.
Pero vamos, si podemos pillarla en algo que nos beneficie, ¡adentro!. No muchachos, un poco de seriedad por favor.