Los «pueblos originarios» de América: ¿son realmente «originarios»? (3-4)
i) ¿Indígenas tolerantes y democráticos?- Lo curioso del aquelarre antes mentado de militantes indigenistas en ciertas manifestaciones actuales, es que son homosexuales, transexuales, garantistas, sufragistas, librepensadores, derechohumanistas, filántropos, drogadictos, abortistas, feministas y todo tipo de libertinos quienes sostienen firme y vivamente sus estandartes multicolores. ¿Sabrán estos donceles que su modus vivendi era castigado por gran parte de los pueblos indígenas con la muerte?¿Sabrán acaso que eran las clases privilegiadas los únicos que tenían derecho a este tipo de desviaciones, vicios y prebendas? ¿Sabrán que los incas penaban con muerte al aborto inducido? ¿Sabrán que aztecas y mayas reservaban la muerte mas cruenta para los sodomitas (homosexuales)? ¿Sabrán, asimismo, que actualmente -mediante los denominados fueros comunitarios, principalmente en Bolivia- indígenas aplican la ley del talion con violadores, asesinos, e incluso decretan muerte por linchamiento al pobre diablo que roba algo de pan para comer –al igual que sus emulados Incas-? ¿Y sabrán, por último, que el pueblo, el proletariado, que sufrió a flor de piel estos regímenes oligárquicos, era explotado en forma sistemática sin derecho alguno? Habrá que empezar a saberlo entonces…
j) ¿españoles malos y liberales/demócratas argentinos buenos? Las represiones más significativas contra indígenas en nuestro país se registran justamente luego de los procesos emancipadores nacionales hispanoamericanos –salvando a Juan Manuel de Rosas-, alentadas por hombres como Sarmiento, Mitre y Roca, que consideraban al indígena como una peste de estas tierras. Por nombrar el caso más conocido, digamos que fue bajo un gobierno democrático y constitucional como el de Julio Argentino Roca cuando se reprimen las violentas intrusiones e incursiones aborígenes en territorio argentino -víctima de constantes saqueos, asesinatos y violaciones-, liberando a la vez cientos de miles de hectáreas aptas para la siembra, el cultivo, la construcción y la población.
Pero, para muchos, no es ésta una cuestión que convenga traer a colación ni discutir demasiado. Y es lógico que así sea; pues de hacerlo se verían forzados a agradecer al General Julio Argentino Roca las suntuosas casas y/o mansiones que poseen en Buenos Aires y sus alrededores; construidas dentro del territorio que éste liberó del terror mapuche/araucano. Conviene recordar, empero –para el que aun no lo sabe-, que no actuó Roca movido por intereses particulares ni libró aquella guerra en soledad, aliado con mercenarios, de espaldas al pueblo y al Estado, fuera de la legalidad. Así lo hace saber el filósofo argentino Alberto Buela, citando a este efecto las palabras de Fredy Carbano: ¨Roca no encabezó una campaña privada en 1879. Fue como Comandante en Jefe del Ejército Nacional a cumplir la misión que Avellaneda, presidente de la Nación Argentina, elegido por el pueblo, le había asignado. Y esa campaña estuvo destinada a integrar, a incorporar de hecho a la geografía argentina, prácticamente la mitad de los territorios históricamente nuestros, y que estaban bajo el poder tiránico del malón araucano, cuyos frutos más notables eran el robo de ganado, de mujeres y la provocación de incendios¨[1]. En la misma línea, ofrece el citado filósofo valiosos datos comúnmente omitidos por la Historia progresista: ¨La tenaz y reiterativa acusación de genocidio a los españoles por parte de los indigenistas contrasta con el silencio sobre uno de los episodios más terribles y duraderos, la matanza y explotación de indios y negros por parte de las oligarquías americanas ilustradas luego de la independencia. Así durante casi todo el siglo XIX las oligarquías locales masónicas y liberales bajo régimen de esclavitud hicieron desaparecer pueblos enteros como los charrúas en Uruguay, los mayas en México y varias etnias en el Brasil amazónico¨[2].
Que la situación socio económica del indígena ha ido decayendo a niveles insospechados de indigencia a partir de las independencias americanas, no es ningún secreto. Los gobiernos democráticos modernos, actuales, dan clara e irrefutable muestra de ello. Para las democracias y sus régimenes partidocraticos, las comunidades indígenas no tienen ni han tenido históricamente más valor que el de caudal electoral; prometiéndoseles el oro y el moro durante las campañas políticas y olvidándose bien pronto de ellos una vez finalizada la elección. Las gestiones de presidentes como Raúl Alfonsín y los Kirchner, muy particularmente, constituyen claros ejemplos de esto; denunciados y advertidos por las mismas comunidades indígenas. Por cierto que no fue mejor su situación bajo gobiernos marxistas, donde en muchos casos se los persiguió ferozmente, ordenándose su exterminio[3].
k) La última zoncera: la caucásicofobia o el ideal ¨indianista¨ en la Argentina (y el por qué la población Argentina es blanca) Podemos llegar a comprender que existan grupos indigenistas en México, en Centro América, en el Perú, y en otras partes del continente colombino, pues algunas de las tribus que allí habitaron dejaron algún legado –por llamarlo de alguna forma-; una Historia. Lo que nos cuesta concebir, comprender, es el hecho que esta ideología segregacionista vaya penetrando tan fácil en nuestro país, donde –hay que decirlo- no hubo una sola cultura indígena que haya tenido algún logro u organización destacable o meritoria, sino justamente lo contrario: habitaron aquí, casi exclusivamente, hordas criminales y/o totalmente pasivas, improductivas, en casi todo aspecto, sin más ambición que la supervivencia[4]. A menos claro, que creamos conveniente no dar crédito a etnólogos de renombre y consideremos propiamente un mérito el haber habitado parte de la tierra antes que los españoles.
Parece que para algunos ser blanco de raza es un delito incalificable. Así entonces, pretenden éstos hacernos sentir culpables por la composición racial de nuestra república; creyendo tener allí una buena muestra del exterminio de indígenas realizado –supuestamente- por España y, luego, por los hombres de nuestra nación.
Dado que nunca faltan aquellos que buscan atisbos racistas o supremacistas en los escritos que no les son afines, a fin de desacreditar al autor y, por ende, su obra -argumentación ad hominem-, conviene aclarar que nada más alejado de nuestra intención el vindicar tales postulados impropios de todo cristiano.
Nos vemos obligados a aludir a esta cuestión y salirle al cruce, ya que no son pocos quienes pretenden que esta mayoría blanca en la población argentina es fruto y consecuencia de, nada menos, un proceso de aniquilamiento sistemático de la raza indígena en estas partes.
En lo concerniente al período español conviene comenzar clarificando que en la otrora región del Río de la Plata y el Paraguay son bien pocas las denuncias registradas hacia los encomenderos u otros españoles–siendo muchos de éstos insignes y ejemplares, como Hernandarias Saavedra-, según informaba en su momento el visitador Alfaro –celoso defensor de los indios-[5] y reconoce el mismo Gandía. Cuando un caso se presentaba, caía encima del infractor un sin fin de normativas y castigos. Luego, es importante señalar que en estas tierras, bastante poco se mezclaron indígenas y españoles, trayendo como consecuencia una menor presencia de mestizos. Pero esto tiene una explicación. El español no se ha mezclado tanto aquí porque el indígena de estos lares rechazó, directa o indirectamente, la asimilación completamente. A falta de una o algunas autoridades centrales, el indio vivía en los montes, alejado de todo intento de civilización y, por ende, de los españoles; sin más ambición para sí y su familia que la supervivencia, entregándose desembozadamente a todos los vicios y excesos. Luego -no es un dato menor-, hay que considerar la cantidad de indígenas que habitaban el territorio que hoy comprende la República Argentina: no más de 200.000 de los 13 millones de indígenas existentes en el resto del continente.[6] En lo referente al período pos hispánico, registramos guerras entre las tropas nacionales e indígenas chilenos –mapuches-araucanos-, a causa de la usurpación de tierras de éstos últimos y de sus crímenes contra la población nativa; tanto indígena –los tehuelches, principalmente- como argentina. Décadas antes de esto, un gaucho rubio apodado El Restaurador mantuvo un encomiable trato con la mayoría de éstos, intentando su integración a la sociedad, y más aun: salvó la vida de, probablemente, decenas de miles de estos, extendiendo la vacuna antivariólica entre las tribus salvajes, en donde ésta enfermedad hacía estragos[7].
Si además de todo lo mencionado tomamos en consideración las grandes inmigraciones europeas de fines del siglo XIX y del XX (alentadas por el Estado Argentino), queda perfectamente explicado el crecimiento de la población blanca con respecto a la indígena.
l) ¿Por qué tantas loas y reconocimientos a los indígenas? La verdadera finalidad de los movimientos indigenistas no es ciertamente filantrópica ni pedagógica. Si bien este asunto será tratado al final de la obra, conviene ir descubriendo que es lo que se esconde detrás de todas estas repentinas reivindicaciones de la cultura indígena.
El respeto y protección de los indígenas y de cualquier otra comunidad, minoritaria o no, está garantizada por la misma Constitución Nacional, y está bien que así sea. Pero, uno de los problemas surge cuando, como dice el Dr. Caponnetto, no son sus sentimientos los que tratan de entender y encauzar sino sus resentimientos los que quieren movilizar revolucionariamente. Y es así que, movidos por esta energía negativa y hasta destructiva, estas comunidades comienzan a pretender lograr una excesiva autonomía –avasallando los derechos de la mayoría- con el claro objeto de separarse de la nación para constituir una propia. Además de la irracionalidad e injusticia histórica que supone tal petición, las consecuencias que se seguirían para nuestra nación serían gravísimas; que se fragmentaría en varios estados indígenas independientes -pues cada ¨cultura¨ indígena querrá sin dudas su parte-. No sorprende al respecto que la sede central de la Comunidad Mapuche se encuentre en Bristol, Inglaterra (http://www.mapuche-nation.org/) y sus principales ideólogos sean sajones. Que el imperio británico, históricamente, ha intentado debilitar, dividir y/o destruir, cada vez que pudo, las soberanías de los pueblos para reinar, exprimir sus economías y lograr concesiones territoriales, especialmente en los hispanos, no es nada nuevo[8], como hemos dicho. Lo curioso del caso mapuche es que no solo no son originarios de Argentina –provienen de Chile- sino que para establecerse aquí exterminaron sin piedad a los autóctonos de nuestras tierras, los tehuelches. Es de hacer notar, que no solo no se les exige la restitución del territorio usurpado a los descendientes de algún sobreviviente tehuelche (alguno debe haber quedado) y que paguen los delitos cometidos, sino que, como colofón de esta tragicomedia, pretenden el reconocimiento de un estado soberano mapuche en territorio argentino. ¿Es que acaso tratamos con bodoques?
Veremos más adelante algo más acerca de estos sedicentes autóctonos de nuestras tierras.
m) No se entiende ¿Cuál es el reclamo de los indigenas/indigenistas?
Contrariamente a lo que no pocos creen –merced de la propaganda victimizadora de los naturales-, los indígenas argentinos tienen los mismos derechos que cualquier otro ciudadano. Que sepamos, todos los grupos que habitan la nación, minoritarios o no, están regidos por una misma Constitución, que entre otros derechos asegura a todos el libre acceso a la educación, a los hospitales, al trabajo digno y remunerado, a la participación ciudadana en todas sus formas –política, económica, cultural, etc.-, al ejercicio de cualquier culto o religión y un largo etc[9]. Incluso, a los indígenas, se les ha asignado grandes extensiones territoriales donde viven hace siglos sin que nadie los perturbe (¿a que viene entonces tanto reclamo de tierras?). Si existe un aislamiento, es porque así lo han elegido históricamente, a fin de no mezclarse, ¨contaminarse¨, con la civilización occidental. Por tanto, no existe sobre ellos ninguna particular opresión estatal ni de ningún otro agente. El hecho que muchos de ellos estén sumidos en un estado de pobreza o indigencia no es prueba alguna de cierta política segregacionista, pues pobres, desposeídos, lamentablemente, sobran en todos los rincones del país; y los hay de ojos celestes, rubios, pelirrojos, negros, amarillos, morochos, altos, bajos, descendientes de españoles, italianos, ucranianos, alemanes, etc. Es claro entonces, que el sufrimiento no es patrimonio exclusivo de los indígenas, sino de gran parte del pueblo argentino.
La solución democrática –y en general de todos los gobiernos a partir de la independencia, salvando a Rosas- es la indiferencia: ¨no los molestamos mientras no nos molesten y vayan a votar cada cuatro años. Si se mueren de hambre, no estudian, no trabajan o se matan entre Uds., problema de Uds.¨. La solución hispano católica fue bien distinta: la caridad (la caridad bien entendida; aquella que ordena salvar al individuo del error aun contra su propia voluntad). Intentó por todos los medios lícitos posibles incorporar al indígena a una misma comunidad, mostrándole los frutos y beneficios que seguían de ello (económicos, sociales, habitacionales, organizacionales, alimenticios, culturales, familiares, de solidaridad, etc.). Bien pronto lo entendieron muchos de ellos; patente particularmente en el caso de las reducciones jesuíticas, que defendieron con su vida cuando intentaron destruirlas distintas hordas tribales, portugueses y mercenarios varios. Bien decía el P. Castellani con su particular estilo: ¨porque te quiero te aporreo, dice el paisano; esto no lo entiende un sentimentalista¨[10].
¿Qué resultó mejor a los indígenas? ¿El paternalismo afectuoso, integrador, pacificador y protector hispano católico, la opresión, extermino y sojuzgamiento de los imperios precolombinos, las persecuciones marxistas o la indiferencia y utilitarismo democrático?
Cristián Rodrigo Iturralde
continuará
[1] Fredy Carbano, Julio Argentino Roca y la gran mentira mapuche. Consultar documento original publicado en Internet en: http://www.politicaydesarrollo.com.ar/nota_completa.php?id=11113
[2] Alberto Buela, Sobre indios e indigenistas (artículo), Bolpres, 15/5/2010. Cfr. http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2010051505. Recomendamos enfáticamente la lectura completa del artículo, donde el filósfo expone magistralmente la gran cantidad de incoherencias de los grupos indigenistas y su clara vinculación al imperialismo anglosajón.
[3] La situación de los indígenas bajo gobiernos democráticos y marxistas ha sido miserable. Es un tema para tratar en forma minuciosa en alguna próxima obra. Consultar al respecto el caso de los sandinistas y los indios miskitos, tratado por Antonio Caponnetto en su citada obra, pp. 155-166
[4] Entiéndase bien el sentido e intención de nuestras palabras con respecto a nuestros indios autóctonos: no pretendemos tratarlos despectivamente y menos demonizarlos (pues no todos actuaron criminalmente) aunque, no obstante, debemos hablar con la verdad en base a hechos verificables, y lo cierto es que, en el mejor de los casos, incluso nuestros queridos tehuelches han desdeñado y rechazado todo tipo de civilización.
[5] Cita en apoyo de esta aseveración, entre otros documentos, los alegatos Bartolomé Fernández Pedro de Toro, procurador de la Provincia de Paraguay. Citado en Vicente Sierra, El sentido misional…, p. 376.
[6] Antonio Serrano y Angel Rosenblat, dos de los mayores estudioso de la historia precolombina, aseguran que la población indígena en lo que hoy es Argentina era menor a 300.000 habitantes, por tanto vemos un enorme vacío. Serrano, Origen y formación del pueblo argentino, p. 474, Vol. Investigaciones y ensayos 13, Academia Nacional de la Historia, Bs. As., 1972.
[7] Por ello, Juan Manuel de Rosas fue nombrado miembro honorario de The Royal Jennerian Society for the Extermination of the Smallpox, de Londres.
[8] No hay más que ver en la historia fundacional de la patria. La independencia Argentina y de los demás países hispanoamericanos fue financiada por la Corona Británica para destruir a su principal enemigo, España, y pasar así a beneficiarse del libre comercio, apropiarse de la banca y erradicar el elemento hispano de nuestra cultura (siendo Rivadavia, Moreno y Sarmiento sus principales mancebos).
[9] Los pueblos aborígenes cuentan con los mismos derechos y obligaciones que cualquier otra minoría y ciudadano argentino. La misma Constitución Nacional reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas ARGENTINOS, concediéndoles derechos a una educación bilingüe e intercultural, reconociéndoles a sus comunidades personería jurídica para poder obtener la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente “ocupan” (…).
[10] Las Ideas de mi Tío el Cura, Leonardo Castellani, Buenos Aires, Editorial Excalibur, 1984, p. 94. Recomendamos la lectura del capítulo IX, donde mediante una ocurrente parábola explica el sacerdote el sentido de la verdadera caridad, que nada tiene que ver con modernos conceptos como la ¨filantropía¨.