Evolucionismo para no evolucionados. P. Dr. Carlos Baliña
Presentamos aquí un texto muy sencillo que el P. Dr. Carlos Baliña nos envió con el objeto de hacer entendible la teoría evolucionista para todos los neófitos.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
EL EVOLUCIONISMO
Carlos Baliña
Licenciado en Física (Univ. de Bs.As.); Magister en filosofía (Univ de Barcelona)
El propósito del presente trabajo es realizar un examen crítico de la teoría de la evolución desde las ciencias particulares y la filosofía. Como veremos el juicio va a ser negativo con respecto al evolucionismo tal cual nos lo presentan los medios masivos de comunicación e inclusive la comunidad científica internacional. Comenzaremos por exponer en forma breve la doctrina evolucionista.
Sabemos que el origen esta teoría se remonta al siglo XIX cuando en el año 1859 un naturalista inglés, Charles Darwin, luego de un viaje alrededor del mundo en la corbeta Beagle escribió un libro que causó realmente una conmoción extraordinaria en el campo de las ideas: E1 origen de las especies. Darwin pretendía en ese libro dar una explicación racional y natural al origen de todos los seres vivientes sobre la faz de la tierra, tanto los vegetales como los animales. Darwin postulaba un mecanismo por el cual habrían aparecido todas las especies vivientes: lo llamó selección natural. Él llegó a esta idea de selección natural partiendo de la observación del modo en que procedían los criadores de ganado en su Inglaterra natal. Observó como los criadores de ganado bovino, equino, etc., por medio de cruzas convenientemente elegidas habían logrado una gran variabilidad dentro de las especies. Si uno piensa por ejemplo en los perros, por medio de cruzas convenientemente elegidas uno puede obtener desde un chihuahua hasta un gran danés, y toda la variedad de razas distintas que conocemos. En consecuencia Darwin postuló que la naturaleza obra como un gran “criador”, no “creador”: a la manera de los “gentlemen farmers” ingleses, la naturaleza también había perfeccionado características de los individuos hasta lograr la diversidad de especies diferentes que conocemos actualmente.
En consecuencia Darwin ideó un concepto nuevo, que trajo muchísima cola desde todo punto de vista: el de supervivencia del más apto. La naturaleza favorecería el desarrollo de los caracteres propios de los individuos más aptos. Todos tenemos alguna idea de este concepto pues ha sido divulgada de todas las formas posibles por los medios de comunicación. En la lucha por la supervivencia, por ejemplo, la gacela más rápida va a sobrevivir frente al acecho del león; a su vez, esa gacela más rápida transmitiría su rapidez a sus descendientes. Y lo mismo con cualquier tipo de ser vivo: el más apto en la lucha por la supervivencia transmitiría esa aptitud (fitness) a su descendencia. Con el correr de millones y millones de años, o sea un tiempo suficientemente prolongado, pequeñas divergencias irían amplificándose hasta producir todos los seres vivos que conocemos en la actualidad. La selección natural sería entonces el mecanismo por medio del cual aparecerían los seres vivos.
Pero Darwin no tenía suficiente base biológica para hacer estas afirmaciones. Sin embargo, paralelamente a sus investigaciones tiene lugar un descubrimiento revolucionario: el de las leyes de la herencia, realizado por un monje agustino checo, el Padre Gregorio Mendel, quien entre 1856 y 1864 descubre las leyes de la herencia, o sea la forma en que se transmiten los caracteres específicos de los progenitores a su descendencia. Sabemos que el descubrimiento del Padre Mendel cayó en el olvido durante décadas, pero fue redescubierto y afortunadamente se le dio, mucho tiempo después, el crédito por el mismo. Él realizó sus investigaciones cruzando guisantes, o sea porotos.
Por fin, ya en pleno siglo XX, entre 1930 y 1940 surge la teoría definitiva de la evolución, llamada neodarwinista o sintética. Neodarwinista pues es un perfeccionamiento de la teoría original de Darwin, adjuntándole los descubrimientos de la genética moderna. Sintética por tratarse del resultado de la síntesis de dos ideas fundamentales: la selección natural y la genética moderna.
¿Cuáles son los dos pilares básicos de esta teoría neodarwinista o sintética de la evolución? Uno, la selección natural, que le debe a Darwin, y el otro es, diríamos, el motor de la evolución, lo que da su razón de ser a todo el proceso: las llamadas mutaciones aleatorias. Se descubrió, a raíz de las investigaciones de la genética que dentro del ser vivo, en lo más íntimo de él, se producen pequeños cambios o mutaciones; mutar es cambiar. Y esos cambios son aleatorios, o sea al azar. Cambios al azar que se van dando dentro del ser vivo, y que la selección natural, a modo de criba, iría filtrando, seleccionando.
No estaría de más hacer un pequeño dibujo para dar una idea más acabada acerca del modo en que se transmite la información genética. Los seres vivos están compuestos por células; éstas a su vez tienen una membrana, un citoplasma y un núcleo. Dentro del núcleo hay unos corpúsculos llamados cromosomas. Estos cromosomas están formados por una substancia llamada ácido desoxirribonucleico, o ADN. Este ADN es una gigantesca macromolécula gigantesca (en términos moleculares) de varios millones de peso atómico, de forma espiralada; una doble hélice, cuyos tramos se denominan genes. Estos genes contendrían toda la información necesaria para, a partir de una única célula original o huevo, generar al individuo completo.
Pues bien, en la división celular, este ADN se autoduplica: la doble cadena se separa y cada mitad produce una réplica exacta de sí misma. Luego se produce la división del núcleo y por fin de la célula. Ahora bien, al producirse dicha autorreplicación del ADN pueden producirse errores de copia, por diversas causas: substancias químicas, radiaciones, e inclusive el azar mismo. Ese error de copia, obviamente pasa a la nueva célula, que a su vez se dividirá y transmitirá dicho error, y así sucesivamente. Si dicho error de copia afecta a una célula germinal, la variación se transmitirá a la descendencia. En consecuencia, este mecanismo podría ir produciendo la variación de las especies a lo largo del tiempo, y la selección natural obraría a la manera de filtro o criba de todo el proceso, haciendo que aquellas mutaciones que no sirven para nada desaparezcan: por ejemplo, una mutación que hiciese al animal más lento, provocaría la desaparición de dicha estirpe. A su vez, una mutación que permitiese al animal desarrollar una habilidad que lo hiciese más apto en 1a lucha por la supervivencia, atravesaría la criba de la selección natural y se perpetuaría en su descendencia que estaría más capacitada para sobrevivir.
Esta es, palabras más, palabras menos, la teoría de la evolución tal cual se la enuncia comúnmente en los ámbitos científicos y educacionales. La teoría no es más que lo que hemos explicado. Veamos ahora dos implicancias directas de la teoría.
En primer lugar, implica la idea de cambios lentos y graduales, regidos sólo por el azar, o sea la casualidad. Darwin hace así suya la antigua frase «natura non facit saltus«, o sea, la naturaleza no da saltos. Y aquí queremos realizar una precisión terminológica muy importante para que se entienda bien de qué estamos hablando, pues en este tema de la evolución hay una tremenda confusión semántica, un malentendido de base que complica todas las cosas. Cuando decimos que vamos a criticar la teoría de la evolución, es muy posible que en la mente del lector surja la siguiente cuestión: ¿cómo se va a criticar la evolución si ésta es un hecho? ¿Acaso no se comprueba empíricamente que los seres vivos han ido apareciendo en grados de complejidad creciente con el correr del tiempo? ¿Cómo vamos a negar esto? Pues bien, eso no es la evolución. Si vamos al caso, en la Sagrada Escritura, en el libro del Génesis, se nos habla acerca del modo en que Dios va creando todos los seres vivientes en grados de complejidad creciente con el correr del tiempo; y si uno interpreta la palabra hebrea yom que aparece en el relato bíblico, no como día sino como período indeterminado de tiempo, o si interpreta con San Agustín que los días son días de ángeles. Desde ese punto de vista, el Génesis sería evolucionista.
Pero no estamos hablando de eso. Cuando se habla de evolución, en realidad se está hablando de una interpretación causal de los hechos. No se está hablando de los hechos, o sea que los seres vivos han aparecido en forma crecientemente compleja con el correr del tiempo; algo por otra parte perfectamente lógico, pues antes de que haya plantas debe haber minerales, y antes de que aparezcan los animales debe haber plantas que les sirvan de alimento: la naturaleza va como apoyándose en los reinos inferiores antes de que aparezcan los superiores, se «apoya» en una base firme para ir construyendo la escala natural, los seres superiores «piden» la existencia de los seres inferiores. Pero eso no es el «hecho» de la evolución sino que ésta consiste en una interpretación causal de dichos hechos, o sea la pretensión de explicar cómo se produjeron. Y lo que el evolucionismo pretende en realidad es lo siguiente: explicar la aparición de todos los seres vivos en grados de complejidad creciente con el correr del tiempo por la sola acción de las fuerzas físico-químicas, puramente materiales, «guiadas» por el azar. O sea, el materialismo más puro y más crudo que se pueda pensar. Y esto es precisamente lo que vamos a tratar de impugnar, mostrando que es algo absolutamente falso.
Repitiendo lo dicho, el hecho de la aparición sucesiva de todos los seres en grados de complejidad creciente no es el “hecho» de la evolución, sino que ésta consiste en una interpretación causal de dichos hechos. Y cuál es la causa de la aparición de todos los seres vivos: la sola acción aleatoria de las fuerzas materiales.
Otra aclaración que debemos hacer. En general se presenta el evolucionismo diciendo que el hombre desciende del mono. Vamos a hablar muy al pasar del tema del hombre por una razón muy simple: la crítica que voy a realizar se referirá al evolucionismo en bloque. Si demuestro que el evolucionismo tal cual se nos lo presenta es falso, o sea que no es posible explicar la aparición de ningún ser vivo por la sola acción de las fuerzas físico-químicas al azar, el caso del hombre es simplemente un caso particular ya refutado, con el agravante de que en su caso estaría implicado algo de otro orden, como la aparición de la espiritualidad.
Y aún debemos hacer otra salvedad. El evolucionismo es una teoría científica única, en el siguiente sentido. Supuestamente, el paradigma científico, a partir de Galileo, se basa en la constatación de hechos, en su repetición en condiciones de observabilidad óptimas, en la medición de propiedades de los mismos de tal modo de poder expresar leyes referidas al comportamiento de lo que se está estudiando. Pero es básico en el paradigma científico moderno, el hecho de poder repetir en el laboratorio aquel suceso que se está estudiando. Pues bien, en la teoría evolucionista esto es imposible, pues se trata de que estudiar un fenómeno que ya ha ocurrido. Nunca nadie vio evolucionar una especie. El fenómeno, si ocurrió, fue hace millones de años; no se lo puede constatar, medir aquí y ahora. O sea que, esto establece una enorme diferencia con respecto a cualquier otra teoría científica. Por ejemplo, podemos constatar la teoría de la gravitación arrojando objetos y midiendo el tiempo que tardan en caer, por ejemplo. Es esencial a la ciencia moderna la así llamada repetitividad. En la teoría de la evolución esto es imposible; lo más que se puede hacer es, a posteriori, analizar los rastros que los seres vivos dejaron en las capas geológicas, realizar estudios genéticos con las especies actuales, pero no constatar el hecho mismo del surgimiento de las especies. El modo en que se produjo la aparición gradual de los seres vivos, no lo tenemos delante de los ojos. Es decir que la teoría de la evolución darwiniana consiste básicamente en inferencias totalmente indirectas, sobre hechos imposibles de constatar directamente.
Alguien podría objetar que algo similar ocurre con el modelo del Big Bang. Sí y no. Es cierto que este modelo se asemeja a la teoría de la evolución en que también versa sobre un origen, en este caso el del universo mismo. Y por consiguiente reposa en una cantidad de pruebas indirectas dado que ningún ser humano estuvo presente en el momento inicial. Y en consecuencia es altamente especulativo, sin que puedan aseverarse a ciencia cierta más que ciertas pautas muy generales, aunque fundamentales. Pero una diferencia importante es que varios de los procesos físicos fundamentales del modelo del big Bang pueden verificarse aquí y ahora, tanto a nivel de la mecánica cuántica como a nivel de la astronomía extragaláctica a gran escala, dado el efecto tipo “túnel del tiempo” que la velocidad finita de la luz opera en las observaciones a grandes distancias. Y sobre todo, que conciernen a la materia inanimada, lo que marca una diferencia, esta sí esencial, con una teoría que versa nada menos que con el origen de la vida y las especies de seres vivientes.
Alguien podría todavía objetar que las mutaciones las podemos experimentar en los laboratorios. Sí, pero resta demostrar que las mutaciones producen los cambios evolutivos… y eso es lo que hay que demostrar, no postular, bajo pena de caer en una falacia de “petitio principii”. Más abajo estudiaremos en detalle esta supuesta relación entre las mutaciones y los cambios específicos. De todos modos debe concederse que ambos modelos son altamente especulativos, mucho más de lo que se comunica al gran público.
Vamos a proceder a realizar una crítica multidisciplinaria de la teoría de la evolución, tal como la hemos expuesto.
Paleontología:
En primer lugar, analizaremos la teoría desde el punto de vista de la paleontología, es decir la ciencia que estudia los fósiles, o sea los restos que los seres vivos han dejado en las diferentes capas geológicas de la superficie de la tierra para luego datarlos, es decir ubicarlos cronológicamente. Es evidente, que la paleontología tiene mucho que decir y aportar a la teoría de la evolución, puesto que se trataría de algo así como la radiografía del proceso de la evolución. Darwin mismo, en su época, reconocía que la ciencia paleontológica no apoyaba su teoría. Pero él esperaba un apoyo futuro: como esta ciencia estaba en sus orígenes, con el tiempo debía progresar y aportar las pruebas definitivas a la teoría darwiniana. En consecuencia, Darwin ideó un concepto que luego se hizo famoso, el de eslabón perdido.
Vamos a apoyar la exposición con un dibujo. En una de las páginas de su obra La evolución de las especies, Darwin presenta un dibujo muy parecido a éste.
Esto sería algo así como el árbol genealógico de todos los seres vivientes; en el eje vertical tenemos la flecha del tiempo, creciente hacia abajo. El gráfico representa entonces cómo a partir de un antecesor común habrían ido apareciendo, en forma ramificada, las diversas especies por selección natural, hasta dar lugar a todos los seres vivos. Darwin pretendía que la paleontología apoyase esta plasmación por medios gráficos de su teoría.
Nos preguntamos ahora qué es lo que encuentra la paleontología aquí y ahora, teniendo en cuenta su notable avance desde el tiempo de Darwin hasta nuestros días. El gráfico que resulta es el siguiente:
En vez de un árbol, ramas independientes unas de otras. La línea punteada indica un hecho de la mayor importancia sucedido hace quinientos treinta millones de años, al comienzo de la llamada era cámbrica. De quinientos treinta millones de años para atrás en el tiempo sólo se encuentra en los registros paleontológicos seres unicelulares, algas, esponjas, o sea seres muy primitivos; mientras que del cámbrico para acá aparecen de repente todos los grandes tipos o phyla de seres vivientes: artrópodos, celenterados, espóngidos, cordados, etc. O sea que, en una exigua ventana de cinco millones de años de diferencia para atrás o para adelante en el tiempo[1], aparecen todos los tipos de seres vivientes que conocemos en la actualidad, diferenciados y desarrollados, sin conexiones de unos con otros por medio de supuestos eslabones perdidos. Y lo mismo ocurre en la era secundaria, en la era terciaria, o sea apariciones explosivas de los seres vivos. No aparecen los así llamados anillos de conjunción o eslabones perdidos entre especie y especie. El gradualismo que la teoría de la evolución pide no se encuentra en los registros fósiles.
Esto es tan así que un biólogo, Stephen Gould, salió por así decir, al rescate de la teoría, postulando el llamado “equilibrio puntuado”. Él dice que hay momentos de detención o de desaceleración de la evolución y momentos de gran impulso o de gran aceleración en los cuales de repente aparece la gran diversidad. Obviamente que esto es un intento de explicar el segundo gráfico, o sea lo que se encuentra en la realidad. Ahora bien, si acabamos de decir que por su misma naturaleza la evolución es lenta, gradual y por acumulación de pequeños cambios a lo largo de eras y eras, ¿cómo se condice esto con el equilibrio puntuado? La respuesta es obvia: no hay compatibilización posible. Inclusive, algunos han hablado de evolución en explosión, lo que es una contradicción en los términos: sería algo así como hablar de un círculo cuadrado, o un móvil inmóvil, pues la evolución, repetimos, implica de por sí cambios lentos y graduales. El fuerte de la teoría, aquello que sobre todo cautiva la inteligencia, es la confianza en que la acumulación a lo largo de inmensos períodos de tiempo de pequeños cambios producirá finalmente las grandes diferencias que notamos entre las especies de seres vivientes. Pues bien, en la realidad se observa el fenómeno opuesto: la carencia universal de transiciones graduales entre los fósiles.
Pongamos un ejemplo concreto; es un lugar común en los libros de biología el presentar la transición gradual de los ancestros del caballo: eohippus, mesohippus, archaeohippus hipparion, etc., hasta llegar al equus, o sea el caballo actual. En realidad, éste es un árbol genealógico que se hizo a fines del siglo XIX, armado por así decir para confirmar la hipótesis evolucionista; las versiones modernas de dicho árbol no tienen nada que ver con esa continuidad lógica de dicho árbol: en vez de poder ubicar los fósiles a la manera de un árbol, lo que se encuentra es algo así, es decir la expresión de la imposibilidad de conectar unas especies con otras.
Hay otra objeción más sutil. Si la hipótesis darwiniana fuese verdadera, el orden secuencial de aparición de los seres vivos sería el siguiente: primero los individuos, luego las especies, los géneros, los órdenes, las clases, y por fin los tipos, o sea la clasificación en orden ascendente. A partir de un individuo y sus variaciones sucesivas, al final del proceso aparecerían los phyla, los grandes troncos, las grandes diferencias organizativas. Nuevamente, lo que se encuentra es exactamente lo contrario: los phyla aparecen desde el comienzo y las especies al final; hay variaciones bruscas, explosivas de seres completamente distintos, imposible de conectar causalmente. Inclusive, no aparecen nuevos tipos después de la era cámbrica. Este hecho que recibe el nombre técnico de sucesión de los taxa en sentido involutivo, es una objeción realmente fuerte y contundente.
Genética:
Echemos un vistazo a la genética. Supuestamente esta disciplina sería la rama de la biología que permitiría comprobar in situ esta cuestión de las mutaciones aleatorias. De inmediato se presentan fuertes objeciones. Por ejemplo: ¿cuál es el animal más utilizado por los genetistas en sus experimentos? La mosca drosophyla o mosca de la fruta, verdadero caballito de batalla de la genética contemporánea, por su facilidad para mutar y el tiempo relativamente breve de sus generaciones- unos 15 días. Así se han logrado mutantes de todo tipo de esta especie: moscas con alas, sin alas, sin patas, con ojos, sin ojos, etc. Pues bien, resulta que se conservan en bloques de ámbar moscas de la fruta de hace decenas de millones de años, con la particularidad de ser idénticas a las moscas que conocemos hoy en día. La pregunta que surge inmediatamente es: ¿cómo puede ser que un animal que muta con tanta facilidad pueda permanecer idéntico a sí mismo durante millones de años? Esto es lo que se conoce como pancronismo, o fósiles vivientes. Es famoso el caso del celacanto. Éste era un pez primitivo del cual se conservaban sólo restos fósiles de hace unos ciento cincuenta millones de años. Cuál habrá sido la sorpresa de los naturalistas cuando en 1938 se pescó un celacanto vivo frente a las costas de Madagascar, idéntico a los restos fósiles que se conservaban. ¿Cómo puede ser esto posible si las mutaciones aleatorias se acumulan en forma necesaria a lo largo del tiempo? No hay explicación desde la teoría evolucionista, porque debemos remarcar que las mutaciones se producen necesariamente, son como un dato esencial de la realidad de los seres vivientes.
Veamos ahora otra objeción. Es necesario señalar el siguiente sugestivo hecho: nunca nadie vio mutar una especie. Por ejemplo, la mosca de la fruta ha sido alterada de todas las maneras posibles y sin embargo nunca dejó de ser una mosca de la fruta, nunca cambió la especie. Por supuesto que hay variabilidad dentro de las especies, las cuales no deben ser concebidas como una línea a la manera de los gráficos que hemos hecho, sino más bien como una banda: así, la especie perro incluye variaciones individuales que van desde un chihuahua hasta un gran danés. Existe lo que podríamos llamar microevolución, o sea el despliegue a lo largo del tiempo de la riqueza contenida potencialmente en la especie. Pero las especies entre sí no se mezclan ni se dan saltos de una a otra. Existen los híbridos, o sea la cruza de individuos de especies morfológicamente cercanas. Si se cruza un caballo con un burro se obtiene la mula; mas ¿cuál es la cría de la mula? La mula no tiene cría pues es sabido desde la antigüedad que los híbridos son estériles. Inclusive al cruzar individuos dentro de la misma especie, llega un momento en que se tocan los límites de la variabilidad: si cruzo perros, podré obtener uno tan pequeño como un chihuahua, pero no más allá; no puedo obtener un perro del tamaño de una ardilla, así como no puedo obtenerlo del tamaño de un elefante. Rápidamente luego de un cierto número de cruzas se llega a los límites específicos, infranqueables.
Además, desde hace unos quince años a esta parte, ha ido ganando posiciones en la genética la así llamada teoría neutralista, que afirma que las mutaciones no son selectivas, o sea que no producen cambios apreciables en las especies, sino que son o neutras o directamente perjudiciales y letales para el individuo y la especie.
Pasemos ahora a analizar una cuestión que mencionamos anteriormente, al exponer los fundamentos de la teoría evolucionista, y de la cual depende toda la doctrina. Dijimos que los genes contendrían toda la información necesaria para, a partir de una única célula embrionaria original o huevo, generar al individuo completo; pues bien, eso no es verdad. Lo que se sabe positivamente es que a cada gen le corresponde una proteína: cada gen contiene la información necesaria para que la maquinaria celular sintetice las proteínas constitutivas de las células a partir de moléculas orgánicas más simples. Y nada más. Dónde se encuentra el plan, la información para que las proteínas constituyan células, las células formen tejidos, los tejidos formen órganos, los órganos formen aparatos y sistemas, todo interconectado tanto desde el punto de vista estático como dinámico, todo esto remarcamos, es un misterio, y la biología actual carece de respuesta. Lo que sí se sabe es que dicha información no se encuentra en las pocas decenas de miles de genes que constituyen el ADN de los seres vivos. Para que se tenga una idea, en el año 2001 se logró descifrar el genoma humano completo y se comprobó que el hombre tiene en su ADN 30.000 genes. ¿Cuántos genes de diferencia tiente el hombre con el ratón? Sólo 300, o sea el 1% del total. Es decir que a escala genética, el hombre sólo se diferencia en un 1% del ratón. Esto quiere decir que lo significativo en un ser vivo no se encuentra formalmente en el aspecto genético. En una comparación simplificada, el ADN sólo me da la información para producir los ladrillos del edificio; otra cosa muy diferente es saber dónde se encuentran los planos de la construcción.
Y la cuestión es todavía más compleja: se sabe actualmente que lo fundamental para que las proteínas cumplan su función específica no es tanto su composición química cuanto su forma tridimensional, y esta forma no viene dada por la información a nivel del ADN, la cual sólo codifica la secuencia de aminoácidos de la que se compone la proteína, sino que se debe a la torsión que sobre ella ejerce la misma maquinaria celular: o sea que es la célula misma la que conforma a la proteína. Y esta información no está en el ADN.
Además, un tema fundamental de estudio en estos momentos en biología molecular es el de la expresión de los genes, o sea el modo en que se van activando los mismos para producir proteínas. Como es de suponer, según la lógica de lo que vamos diciendo, es la misma célula la que va realizando esto, por mecanismos muy poco conocidos en la actualidad. De más está decir –o no–que la regla es no comunicar al gran público el desconocimiento imperante en todas estas cuestiones fundamentales: como dice el premio Nobel de física Richard Loughlin, las investigaciones en genética están más enderezadas a obtener resultados técnicos y aplicaciones comerciales que a conocer el profundidad la naturaleza de la vida.
Objeciones de índole filosófica.
El encuadre adecuado a todas estas cuestiones e interrogantes se encuentra planteando la cuestión desde el punto de vista filosófico: no es la causa material la que dará cuenta esencialmente del fenómeno vital sino la causa formal, el principio vivificante del ser vivo, o sea, el alma, la así llamada forma substancial. El todo es más que la mera suma de las partes: un ser viviente en toda su complejidad no admite ser explicado en forma puramente analítica a partir de componentes microscópicos a escala molecular, que no pueden dar cuenta del todo y de la complejísima interacción entre las numerosísimas partes del viviente. Y aquí podemos hacer una crítica a la biología moderna que se ha ocupado demasiado del aspecto puramente microscópico y analítico de los seres vivientes, perdiendo de vista el conjunto, la totalidad, cayendo en un peligroso reduccionismo materialista. La vida es más una cuestión de forma, de conjunto, de completitud, que de pequeñas partes, que en definitiva tienen razón de ser y cooperan con un designio superior a todas ellas.
Si todo esto es así mal se podrá cambiar las especies por medio de cambios genéticos: si la genética del desarrollo de un ser vivo, con el cual es posible experimentar aquí y ahora es desconocida, cómo se va a conocer el mecanismo de la aparición de las especies, fenómeno que como dijimos ocurrió en el pasado, y con el cual no se puede experimentar.
Pasamos ahora a otras objeciones de índole filosófica, que podríamos llamar objeciones de sentido común, asequibles a cualquier persona.
Lo primero que debemos advertir es que en el razonamiento original de Darwin hay un paralogismo que casi nunca es percibido: el naturalista inglés dice que así como proceden los criadores al seleccionar individuos para producir y mejorar las diversas razas de animales domésticos, del mismo modo procede la naturaleza. En buena lógica deberíamos concluir entonces que así como la selección producida por el hombre es racional, o sea se produce de acuerdo con un designio y diseño previo del criador, del mismo modo, racional, debe proceder la naturaleza. O sea que no puedo fundar en esta comparación una aparición aleatoria de los seres vivientes.
Pasemos a otra objeción: nos preguntamos ¿qué es un ala cuando todavía no es un ala? O en otros términos: según la teoría evolucionista las aves habrían aparecido por modificación de los reptiles, que a lo largo de grandes períodos de tiempo habrían sufrido cambios graduales en su conformación, transformándose sus miembros anteriores o patas en alas. Ahora bien, ¿para qué le sirven los miembros anteriores a dichos eslabones hipotéticos cuando ya no son patas que les permitan correr, y todavía no son alas que les permitirían volar? Y pensemos que estos eslabones intermedios serían los más numerosos de la cadena. ¿Cómo sobrevivirían? ¿Para que sirve un órgano o miembro cuando está en plena transformación y todavía no cumple acabadamente su función propia? Evidentemente esos seres intermedios no tendrían todavía ventajas competitivas en la lucha por la supervivencia y perecerían sin poder transmitir a la descendencia su supuesta ventaja evolutiva. Las transiciones hipotéticas no son viables, sólo lo son los órganos y sistemas concluidos y perfectos en su función propia.
Miremos más de cerca el ejemplo que hemos puesto. Dijimos que las aves habrían aparecido por transformación gradual de los reptiles. Esto dicho así parece muy simple pero no lo es en absoluto. Y si no pensemos en la cantidad de cambios coordinados que se deben realizar para transformar un reptil en un ave. Hay que ahuecar los huesos para que el cuerpo sea más liviano, hay que fortalecer el esternón donde se insertarán los poderosos músculos pectorales que posibilitarán el vuelo, hay que cambiar el aparato circulatorio del animal para elevar su temperatura por el despliegue de energía que requiere el vuelo, hay que hacer surgir plumas a partir de escamas. Y todos estos cambios coordinados en un mismo sentido, en el lapso de pocos millones de años y, remarcamos, siguiendo una finalidad oculta que es la posibilidad de que dicho animal vuele. En otras palabras, el evolucionismo pide la aceptación ciega de una acumulación de milagros, en número casi indefinido. Y aquí podríamos empezar a acumular ejemplo tras ejemplo de órganos y comportamientos de los animales que son absolutamente inexplicables en términos de acumulación de pequeños cambios al azar.
Veamos, por ejemplo, el caso del escarabajo bombardero. Este pequeño escarabajo, verdadero pionero de la utilización de armamento químico, tiene un modo muy particular de defenderse de sus depredadores. Cuando uno de estos se acerca, el bombardero se defiende rociándole en forma explosiva un chorro de líquido a más de 100°. Veamos en detalle el mecanismo del “lanzallamas” del escarabajo bombardero. En 1961, el químico alemán Schildknecht encontró que el escarabajo bombardero tiene dos glándulas que producen una mezcla liquida, dos cámaras de almacenamiento conectadas, dos cámaras de combustión y dos tubos externos que pueden ser dirigidos como armas flexibles en la cola del insecto. Al analizar el líquido almacenado se encontró que contenía diez por ciento de hidroquinona y veintitrés por ciento de peróxido de hidrógeno, o sea agua oxigenada. Ahora bien, ésta es una mezcla reactiva explosiva: estas dos substancias al mezclarse producen una inflamación explosiva. Pero el escarabajo bombardero agrega un inhibidor que impide la explosión. Y entonces, cuando se le aproxima un enemigo, inyecta esta solución en los tubos gemelos de combustión y le agrega ‑sólo en el momento preciso‑ un antiinhibidor, lo que produce la explosión en la cara de su enemigo. Pensemos ahora cómo se pudo haber construido este complejo sistema. Tiene que aparecer por mutaciones aleatorias una glándula que produzca agua oxigenada, otro que produzca la hidroquinona, otra que produzca el inhibidor, y otra que produzca el antiinhibidor. ¿Alcanza esto? No, también debe formarse la cámara de combustión, para que la mezcla se produzca. Y todo esto debe producirse en forma simultánea pues si por ejemplo, produjese el peróxido de hidrógeno y la hidroquinona y los mezclase en la cámara sin el inhibidor, el escarabajo reventaría. Y si tuviese el inhibidor pero no apareciese el antiinhibidor, no habría explosión posible. O sea que el mecanismo tiene sentido como un todo, sin que pueda faltar ninguna parte, y todas deben estar presentes desde el comienzo. Pues bien, el evolucionismo nos dice que todo este complejísimo mecanismo se produjo por puro azar.
Pongamos otro ejemplo. ¿Cómo produce la luciérnaga la luz fría con que engalana nuestros jardines en las noches de verano? Posee en su abdomen una glándula que produce una sustancia llamada luciferina y otra que produce una sustancia llamada luciferasa. Cuando estas dos sustancias se mezclan producen luz fría. Pero esto no basta pues hace falta concentrar y enfocar la luz producida. Entonces la luciérnaga posee miles de células espejadas en su abdomen que forman un espejo cóncavo como los de los faros de los autos. Imaginemos cómo se pudo haber producido esto por mutaciones aleatorias: una serie de mutaciones para producir la luciferina, otras para producir la luciferasa, otros miles para producir el abdomen espejado.
Podríamos poner miles y miles de ejemplos, tomados de los reinos animal y vegetal, de órganos y sistemas de extrema complejidad, en los cuales aparece claramente una finalidad y un designio preestablecido. Pero para finalizar con algo realmente inexplicable, echemos un vistazo a la danza de las abejas. Se trata de un fenómeno conocido desde la antigüedad desde Aristóteles, pero develado recientemente por el etólogo Karl von Frisch, quien recibió por sus investigaciones el premio Nobel. Veamos en qué consiste. Cuando la abeja obrera vuelve al panal luego de haber ido a buscar alimento realiza delante del resto de las abejas de la colmena una extraña danza: con las evoluciones de su cuerpo representa una especie de ocho aplanado. Lo que von Frisch descubrió es que con dichos movimientos la obrera indica al resto del panal la distancia a la que están las flores, el ángulo que forman el sol, la colmena y las flores, y por el polen que transporta, el tipo de flores que encontró, nada más y nada menos. Desafiamos a cualquiera a intentar explicar por acumulación de pequeños cambios al azar semejante comportamiento. No debemos olvidar que este lenguaje, porque de eso se trata, es totalmente innato: viene con la abeja al nacer, no es resultado de una transmisión de conocimientos. Si una primera abeja adquirió por azar semejante habilidad, ¿cómo la entendieron las demás? : no perdamos de vista que se trata de un comportamiento colectivo, social. Y otra pregunta más: ¿qué relación tiene lo material, genético con algo tan inmaterial como un comportamiento? Todas preguntas sin respuesta para la visión evolucionista.
Sin pretender multiplicar al infinito los ejemplos, la pregunta fundamental que nos hacemos es la siguiente: ¿es posible que la extraordinaria complejidad de los seres vivos, sus mecanismo vitales, órganos de extrema precisión y comportamientos sea sólo atribuible al azar? En definitiva, la teoría evolucionista nos pide aceptar una acumulación extraordinaria de milagros, pues el azar es, en definitiva, su único intento de explicación: el orden a partir del caos, o sea algo metafísicamente absurdo y contradictorio.
Problemas epistemológicos
Añadamos algo de suma importancia desde el punto de vista epistemológico: es bastante notable que a más de ciento cincuenta años de haber sido enunciada, la teoría evolucionista, a pesar de las apariencias, no ha obtenido aceptación universal, como por ejemplo la mecánica newtoniana, o la teoría electromagnética de Maxwell, o la mecánica cuántica o la teoría de la relatividad. Y esto, a pesar de la enorme presión de la comunidad científica por imponerla a toda costa, presión que lleva a ejercer una verdadera censura sobre toda crítica o propuesta de un paradigma alternativo, como está ocurriendo en estos momentos con la teoría del Diseño Inteligente, brutalmente censurado por publicaciones e instituciones científicas. Lo cual confirma una vez más la aseveración del famoso epistemólogo Thomas Kuhn acerca de la enorme reticencia de los detentadores de un paradigma científico a aceptar críticas al mismo y mucho menos a tolerar la aparición de un nuevo paradigma.
Añadamos como nota de color mas no por ello menos significativa, la noticia aparecida en el diario ABC de Madrid el 23 de junio de 2006. Allí se consigna que “más de 60 Academias de Ciencias se unen para defender la teoría de la evolución”, denunciando que se “encubren” las evidencias sobre el origen de la vida. Sin entrar en el enorme tema de la absoluta ignorancia por parte de la ciencia en su estado actual acerca de la cuestión del origen primigenio de la vida, lo cual ameritaría un trabajo de similar extensión a éste o mayor, inclusive, simplemente hacemos notar que este petitorio es una confesión de la debilidad de las supuestas evidencias de la teoría evolucionista: un petitorio es un acto político, no científico. ¿Desde cuándo las teorías se confirman por mayoría de firmas? Si los científicos evolucionistas afirman la veracidad de su teoría, que lo prueben científicamente en el laboratorio o en la naturaleza, no pidiendo firmas…
P. Carlos Baliña
[1] Para tener una idea de lo exiguo de esta ventana, tengamos en cuenta que comparado con los tres mil millones de años de la historia de la vida en la tierra, el período de la explosión representa lo que un minuto en las 24 horas de un día.
Extraordinario texto. Clarificador en todos los órdenes, además de perfectamente asequible a cualquier lego (como uno). Agradezco al P. Baliña su permanente acción evangelizadora (porque investigar, escribir y difundir sobre estos temas también es evangelizar).
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+Pax Gracias padre por este magnífico trabajo que me envió sobre el evolucionismo, me abrió los ojos para ver muchas realidades cotidianas que se basan en tal teoría. Sobre todo en la literatura moderna. Saludos! Daniel Elía
Date: Tue, 28 Jul 2015 11:31:39 +0000 To: mazzei3@hotmail.com