Leído para Ud.: Una horma para el zapato darwinista (4-4)

Lo que hay a favor de la idea de ancestro común

El concepto de un ancestro común es diferente del mecanismo de selección natural acoplado a las mutaciones aleatorias. Si bien éste último mecanismo tiene un rango de acción limitado, sus limitaciones no niegan a priori la posibilidad de aquél, sostiene Behe.

¿Cómo es esto? La maquinaria celular que copia el ADN es muy precisa. En organismos multicelulares como los seres humanos comete un error solo una vez cada cien millones (108) de nucleótidos de ADN que copia por cada nueva generación. Sin embargo como el número de nucleótidos en el genoma de una célula puede ser del orden de los mil millones (109) estos errores de copia ocurren de vez en cuando. En promedio, dependiendo del tipo de organismo y tamaño del ADN, una mutación ocurre a una tasa de entre una cada cien células (1/100 células) a diez mutaciones por célula (10/célula)[5]. Pero aparentemente solo ciertos segmentos de ADN están directamente involucrados en crear proteínas y producir vida. Gran parte de éste caería en lo que se denomina ADN no codificante, donde las mutaciones son inocuas y no causan daño.

Existen diversos tipos de mutaciones en el ADN: substitución de uno o más nucleótidos (i.e. un nucleótidos es como una letra del ADN) por otro; eliminación de uno o más nucleótidos; inserción de uno o más nucleótidos; inversión de un segmento en la doble hélice del ADN; duplicación de un gen (i.e. de una cierta región del ADN) o de todo el genoma.

En particular ciertos casos de inversiones darían crédito parcial al concepto de ancestro común. Durante el copiado del ADN algo puede funcionar no del todo bien y piezas de la doble hélice pueden ser cortadas, dadas vuelta (invertidas) y pegadas otra vez. Algunos sostienen que este tipo de mutación podría dividir una especie de otra. Los organismos con regiones invertidas de ADN pueden reproducirse entre sí, pero a menudo son estériles cuando se cruzan con “primos” que no tienen mutación inversa.

Si dos tipos de organismos comparten lo que parece ser una o varias mutaciones en común, se podría asumir que un ancestro común de ambas especies sufrió la mutación originalmente, y sus descendientes simplemente la heredaron. Veamos el caso de la proteína encargada de transportar oxígeno en la sangre, la hemoglobina. La secuencia de aminoácidos (i.e. las letras de las proteínas) de la hemoglobina humana difiere mucho de la del pez, es algo diferente de la del canguro (un mamífero marsupial), bastante similar a la del perro (un mamífero de placenta), e idéntica a la del chimpancé[6].

Este tipo de análisis pareciera favorecer el concepto de ancestro común. Una objeción es que quizás diferentes animales tienen una hemoglobina similar porque ésta es la única proteína que podría realizar tal tarea eficientemente. Así es que cada animal tendría una proteína similar aun si hubieran surgido separadamente.

Los evolucionistas responden con el argumento que hay casos donde diferentes organismos comparten una característica sin función aparente, o un error genético. Eso apoyaría el argumento del ancestro común de igual modo que un caso de plagiarismo es evidente cuando un escritor comete el mismo error de ortografía que otro al copiar las mismas palabras. Por ejemplo tanto los humanos como los chimpancés parecen compartir una copia dañada de un gen que en otros mamíferos ayudaría a producir la vitamina C. Como resultado ni los humanos ni los chimpancés pueden producir vitamina C. ¿Casualidad, ancestro común, u otra cosa?

Quizás otra cosa. La réplica contra este punto es que asume que dichos genes dañados, o pseudo-genes, no cumplen ninguna función. Esto está disputado. Si los pseudo-genes carecieran de función y no estuvieran constreñidos por la selección natural deberían haber mutado al punto de ser irreconocibles. Pero no lo han hecho, ergo por la misma lógica evolucionista los pseudo-genes no parecieran ser superfluos. La similitud con el chimpancé entonces se vuelve un arma de doble filo ya que puede ser usada como evidencia de diseño común, más que de ancestro común.

Los genes de regulación maestra tipo Hox, compartidos por varios tipos de organismos, también apuntan a un ancestro común de acuerdo a Behe. Ya que es razonable suponer que lo heredaron de éste o de éstos[7]. Aquí también hay discrepancias, y por los mismos motivos que con los pseudo-genes.

Es lógico pensar el concepto de ancestro común intra-especie. De hecho la hipótesis de la llamada “Eva mitocondrial” sostiene que todos los seres humanos descienden de una sola mujer que habría vivido hace unos cien mil años. Sin embargo extrapolar estos conceptos más allá de especies individuales hacía, por ejemplo, todos los homínidos (familias), todos los primates (órdenes) o todos los mamíferos (clases, ver Figura 1), cae en el rango de la especulación. Behe piensa que la idea de ancestro común es viable, aunque tal idea no explica cómo surgieron tales similitudes, o cómo los humanos adquirieron subsecuentemente notorias diferencias.

Criticas evolucionistas y réplicas de Behe

El campo evolucionista respondió a la segunda publicación de Behe como era de esperarse: ataques ad hominem, selectivos argumentos de autoridad, falacias de tipo petición de principios o post hoc ergo propter hoc, y la venerable tradición darwinista de substituir evidencia concreta con escenarios imaginarios, entre otras mendacidades. Behe contesta punto por punto las recensiones de Jerry Coyne, Sean Carroll, Kenneth Miller, Richard Dawkins y otros promotores del evolucionismo darwiniano[8].

Argumentos circulares son usados indiscriminadamente por evolucionistas con cara de piedra para “responder” las evidencias que Behe presenta en The Edge. He aquí un típico modo de “razonar” evolucionista: hay orden en la biología, ergo las mutaciones al azar y la selección natural producen orden. ¿Está claro? Los sitios de unión en proteínas se desarrollaron gradualmente por mutaciones al azar porque sabemos que las proteínas tienen sitios de unión. ¿Queda alguna duda?

Otro típico error es confundir un cálculo de probabilidades con un dato estadístico. Por ejemplo, no es una especulación sino un hecho que la resistencia a la cloroquina es encontrada en promedio sólo en uno de cada cien trillones (1020) de parásitos de la malaria. Éste y otros datos no vienen de Behe, sino de otros investigadores[9]. Quizás no sea una sorpresa que inclusive los más prestigiosos evolucionistas cometan este error, ya que en general no están acostumbrados a comparar sus especulaciones con datos cuantitativos.

He aquí un dato innegable: habiendo tenido un número astronómico de oportunidades una gran variedad de diferentes organismos, incluyendo la malaria, el VIH, y E. coli, no han desarrollado ninguno de los sofisticados mecanismos celulares que la imaginación darwinista atribuye a las mutaciones aleatorias y a la selección natural.

Dawkins argumenta que el éxito de la selección artificial en rubros como las razas de perros muestra la maleabilidad de los organismos, ergo la evolución darwiniana no debería ser un problema. En realidad esto es una petición de principios. No es ningún secreto o sorpresa que prendiendo y apagando, o invirtiendo artificialmente ciertos genes se pueden cambiar ciertas formas y propiedades de los organismos. ¿Qué cambios ocurren a nivel molecular en dichos casos? ¿De dónde vienen los sofisticados mecanismos celulares que controlan el desarrollo y la forma del animal? Dawkins simplemente ignora esto y se dedica a desparramar sus memes.

Otra crítica contra Behe es porque no ha publicado en revistas científicas los argumentos presentados en The Edge. La respuesta se la dejamos al editor de una de tales publicaciones:

“Como Ud sin duda sabe, nuestro revista ha sostenido una fuerte posición evolucionista desde sus comienzos, y cree que las explicaciones evolucionistas son posibles para todas las estructuras y fenómenos de vida. Así es que una posición como la suya no puede ser apropiada en nuestras páginas”[10].

Así de sencillo, si no opinas como nosotros, no te vamos a publicar nada. He aquí el “método científico” que los comisarios del Gulag darwinista le aplican a todo aquel que no celebra el evolucionismo. Otro editor un poco más franco reconoce “soy penosamente consciente de la cerrazón mental de la comunidad científica a todo lo que no sea ortodoxo, y pienso que es contraproducente[11]. O sea, tiene razón, pero marche preso.

¿Por qué tanta insidia con alguien que inclusive está dispuesto a conceder la posibilidad del ancestro común? La razón de fondo es que frente a la impotencia de los procesos aleatorios para explicar la realidad biológica, la única alternativa es un creador, un ser superior, un dios, Dios. Como mencionamos en la reseña de Darwin’s Black Box esta pastilla es intragable para los evolucionistas. Demandan rendición incondicional y aceptación total de su credo. La narrativa tiene que ser forzada no 90% o 99%, sino 100%; de lo contrario el barco darwinista se hunde.

Y de hecho se está hundiendo. Los evolucionistas lejos están de conformar un bloque monolítico. Cuando la discordia surge entre ellos no dudan en excomulgarse mutuamente con la peor imputación posible en su pequeño mundo hermético: el de ser creacionista, o guardar secretas simpatías por tal herejía. Eso es lo que le pasó a Kenneth Miller quien debido a sus ideas de evolución teística[12] fue denunciado públicamente por Carroll[13].

Críticas del otro lado

Lo que Behe no hace es ofrecer alguna explicación plausible de por qué, cómo o cuándo los supuestos procesos de especiación mediante mutaciones aleatorias habrían ocurrido (i.e. la macroevolución, la aparición de nuevas especies animales y vegetales). Por supuesto que ni Behe ni nadie hasta ahora ha estado cerca de explicar, mucho menos demostrar tal cosa. Sin embargo como The Edge juega con la hipótesis del supuesto ancestro común al finalizar el libro el lector se queda con un sabor amargo, o acaso dulce, al no encontrar ninguna respuesta sobre este elusivo ancestro común.

Por ejemplo tomando el caso de los mamíferos ¿Cómo es que tal ancestro pudo haber sido y evolucionado para dar lugar a criaturas tan diversas como un hombre y un gorila, un tigre y una ballena? El profesor Behe plantea la idea más por defecto que de manera directa y la deja flotando sin respuesta alguna. Quizás se deba a su indudable franqueza y espíritu de juego limpio, de poner todas las cartas sobre la mesa sin descartar nada a priori.

Así y todo el lector no deja de experimentar cierto grado de disonancia cognitiva tratando de resolver algo similar a la cuadratura del círculo. ¿Cómo compatibilizar la existencia del supuesto ancestro común con la carencia total de casos observados de especiación? Tarde o temprano las paradojas aparecen:

“… los biólogos evolucionistas son aun totalmente incapaces de brindar un relato concreto para explicar la evolución no-inteligente de las formas animales”[14].

Behe corta este nudo gordiano sugiriendo que las mutaciones responsables de tales cambios no fueron al azar[15]. Lo cual a primera vista no pareciera andar muy lejos de la idea de evolución teística, pero sólo a primera vista ya que Behe niega tener tal posición. El universo entonces se habría originado con un único acto creativo y luego desarrollado naturalmente sin interferencias mediante las leyes en él implantadas. El agente creador tiene que haber especificado desde el vamos no sólo leyes sino también otras cosas necesarias para la aparición y el desarrollo de la vida. No habría entonces necesidad de toqueteos divinos acá y allá para garantizar el curso correcto. Lo que Behe abiertamente descarta es que el mecanismo de mutaciones aleatorias y selección natural haya tenido un rol determinante en todo esto[16].

Conclusiones

Esta segunda obra de Behe es muy valiosa ya que cuantifica la capacidad de las tan promocionadas mutaciones aleatorias y la selección natural mostrando lo que pueden y lo que no pueden hacer. En lugar de imaginar lo que lo mecanismos evolutivos darwinistas podrían hacer Behe pone la lupa en ejemplos donde sabemos lo que tales mecanismo han hecho. Con ejemplos bien documentados demuestra que aun aquellos casos que maximizan la fuerza creativa de la evolución darwiniana sólo ha podido generar ejemplos muy triviales de cambio evolucionario. Una y otra vez vemos que las mutaciones aleatorias son incoherentes y en lugar de incrementar el genoma lo degradan. Y estas son las mutaciones positivas, elegidas por los mecanismos de selección natural; es decir aquellas que los evolucionistas llaman “beneficiosas”.

Behe muestra mediante simples pero robustos datos estadísticos y el análisis de estructuras bioquímicas que el darwinismo sólo puede lograr muy poco: 1) Los procesos darwinistas son incoherentes y muy constreñidos; 2) La batalla entre predador y presa (o parásito y anfitrión) es un ciclo genético destructivo equivalente a una guerra de trincheras, no a una carrera de armas; 3) Al igual que un borracho vendado tratando de encontrar el camino hacia la cima, cuando más de un simple paso es necesario para un progreso evolutivo, es altamente improbable que las mutaciones aleatorias puedan encontrarlo; 4) Los límites de la evolución para toda la vida en la tierra pueden ser estimados de modo sencillo, pero robusto, gracias a los estudios de organismos como la malaria, el VIH, y E. coli.

Hay un límite en la capacidad de los mecanismos evolutivos darwinianos de generar diversidad en la vida −aparte de no poder explicar el comienzo mismo de la vida. Y este límite (the edge) se encuentra entre las especies y los órdenes de la categoría taxonómica (Figura 1). Probablemente más cerca de aquellas que de éstas.

Por un lado Behe sostiene que el ancestro común entre hombre y el mono, y otros mamíferos, es factible. Por otro señala que lo más que puede ser creado mediante mutaciones al azar y selección natural es una estructura como la proteína anticongelante de los peces antárticos, es decir una estructura para nada elegante, cuasi caótica, resultado de una acumulación de deshechos genéticos. ¿Cómo soluciona Behe esta paradoja? Diciendo que las mutaciones responsables de las grandes estructuras de la vida no pueden haber sido al azar[17].

No hay evidencia alguna que los procesos darwinianos pueden construir nueva maquinaria molecular, el tipo de maquinaria que se encuentra en la célula[18]. En lugar de apuntalar procesos aleatorios, todos los estudios recientes de diversas ramas de la ciencia –física, astronomía, química, geología, biología molecular– consistentemente convergen hacia un universo diseñado con un propósito[19].

Recientes publicaciones de investigadores evolucionistas no hacen sino confirmar que la evolución darwiniana es muy capaz de degradar y destruir sistemas preexistentes[20],[21],[22],[23]. Típicamente se trata de genes o estructuras de control genético que son destruidas o vueltas menos efectivas, lo cual puede ser útil en una guerra de trincheras, como ya hemos visto. El problema insalvable para el darwinismo es construir sistemas nuevos[24].

Finalmente un punto que marcamos ahora solo de paso –pero al cual volveremos pronto el comentar la obra del genetista italiano Giuseppe Sermonti. A saber, la curiosa compatibilidad entre la observada e incontestable degradación causada por los mecanismos evolutivos darwinianos y… el relato bíblico de la caída con Adán y su descendencia perdiendo muchas de sus características iniciales, es decir degradándose.

Referencias

  • Behe, MJ. 2006. Darwin’s Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution. Free Press, 2da ed, 352 p.
  • Behe, M.J. 2007. The Edge of Evolution: The Search for the Limits of Darwinism. Free Press, 336 p.
  • Batten, D. Clarity and confusion: A review of The Edge of Evolution: The Search for the Limits of Darwinism by Michael J. Behe
  • Behe, M. J., 2010 Experimental Evolution, Loss-of-function Mutations, and “The First Rule of Adaptive Evolution”. Quarterly Review of Biology 85: 1-27.

Enrique de Zwart

Para Que no te la cuenten

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[1] Behe, ibid, p. 207. Brandon Carter, Paul Davies, Stephen Hawking entre otros.

[2] Behe, ibid, p. 209.

[3] Behe, ibid, p. 212.

[4] Behe, ibid, p. 230.

[5] Behe, ibid, p. 66.

[6] Behe, ibid, p. 70.

[7] Behe, ibid, p. 182.

[8] El lector puede leer en detalle estos encuentros en el sitio de Behe. Aquí las respuestas a Coyne, Carroll, Miller primera y segunda parte, Dawkins. De vuelta Coyne, Carroll, entre otros.

[9] White, N. J. 2004. Antimalarial drug resistance. J. Clin. Invest. 113: 1084-92. Este es un importante dato empírico publicado en la literatura científica por que ha sido luego confirmado por otros medios. Ver aquí y acá.

[11] Behe, ibid.

[12] La evolución teística se puede resumir esencialmente a “Dios usó la evolución darwiniana para crear vida”.

[14] Behe, ibid, p. 192.

[15] Behe, ibid, p. 83, 127, 147, 165, 217.

[16] Behe, ibid, p. 230-232.

[17] Behe, ibid, p. 83, 127, 147, 165, 217.

[18] Behe, ibid, p. 163.

[19] Behe, ibid, p. 204.

[20]  Ayi, K., et al. 2008. Pyruvate kinase deficiency and malaria. N. Engl. J. Med. 358:1805-1810.

[21] Ratcliff, W. C., R. F. Denison, M. Borrello, and M. Travisano, 2012 Experimental evolution of multicellularity. Proc. Natl. Acad. Sci. USA doi/10.1073/pnas.1115323109.

[22] Meyer, J. R., D. T. Dobias, J. S. Weitz, J. E. Barrick, R. T. Quick et al. 2012 Repeatability and contingency in the evolution of a key innovation in phage lambda. Science 335: 428-432.

[23] Finnegan, G. C., V. Hanson-Smith, T. H. Stevens, and J. W. Thornton, 2012 Evolution of increased complexity in a molecular machine. Nature doi: 10.1038/nature10724.

[24] Behe, M. J., 2010 Experimental Evolution, Loss-of-function Mutations, and “The First Rule of Adaptive Evolution”. Quarterly Review of Biology 85: 1-27.

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