El proceso jurídico de Cristo (8): Poncio Pilato
La figura del procurador: Poncio Pilato
Pertenecía a la familia de los Poncios, originaria probablemente del territorio samnita próximo a Benevento. Fue el quinto gobernador romano de la provincia de Judea donde residió por espacio de diez años, del 26 al 36 de nuestra era.
Por lo general los procuradores de Judea residían en Cesarea Marítima, pero cuando iban a Jerusalén en ocasiones especiales como por ejemplo las fiestas nacionales, se hospedaban en un ala del gran palacio de Herodes. En cuanto al pretorio, se denominaba así a la residencia oficial del gobernador.
La actuación de Pilato en calidad de juez romano, ocurriría en la víspera de la Pascua del año 784 de la fundación de Roma, durante las festividades de la primavera. Fue esa la mañana fatídica en la que intervino para juzgar al menos a cuatro hombres: Barrabás, los dos ladrones y al Nazareno.
No eran tiempos tranquilos aquellos; existían ya algunos antecedentes de choques entre el pueblo y los soldados romanos. Poco antes del Jueves Santo había sucedido que los soldados romanos habían entrado con insignias del emperador en Jerusalén, cosa que hizo montar en cólera a los judíos, quienes protestaron para que se sacasen dichos estandartes.
Pilato no cedió un centímetro y amenazó con degollarlos; al ver que las manifestaciones o cejaban, hizo ir a los más revoltosos al hipódromo y dispuso un batallón para que los degollase. El efecto fue contrario, pues muchos de los judíos descubrieron sus cuellos y gritaron que estaban dispuestos a morir por la ciudad santa, lo que hizo ceder al procurador.
También por ese entonces Pilato mandó colocar unos escudos dorados en el antiguo Palacio de Herodes en Jerusalén, que tenían el nombre del emperador, los nobles judíos se quejaron a Tiberio y ése ordenó sacarlos inmediatamente y colocarlos en el Templo de Augusto en Cesarea.
Pilato no se andaba con chiquitas: también tomó por entonces dinero del tesoro del Templo para construir un acueducto que llevase agua a Jerusalén, acto que el pueblo judío tomó por sacrílego y por el cual varios murieron. Otro hecho más conocido fue el brutal proceder contra los samaritanos que le costó el cargo y su dignidad en el año 36, ya luego del incidente con Cristo: unos samaritanos que seguían a un pseudo-profeta llamado Garizín fueron golpeados y aprisionados por un destacamento. Los samaritanos –que no eran completamente hostiles a los romanos– se quejaron al legado Vitelio, quien hizo marchar a Pilato a Roma para justificar su hecho ante el emperador. Luego de lo cual, Pilato fue depuesto como procurador de la Judea y Marcelo tomó su lugar.
Pero volvamos al proceso del Nazareno.
1º trámite ante Pilato: Jesús fue llevado ante Pilato pero los judíos no quisieron entrar en el pretorio para no impurificarse y poder comer el cordero pascual.
–¿Qué acusación traes contra este hombre?
– Si no fuera malhechor no te lo traeríamos.
– Tomadle vosotros y jugadle según vuestra ley.
– Es que a nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie” (Jn. 18,28)
Pilato se ve en una nueva encrucijada; debe una vez más vérselas con un problema político-religioso. “¿Político”? Sí; pues cuando interrogue al Reo se mostrará informado previamente de la acusación (“quiere ser rey de los judíos”).
El procurador piensa o hace que piensa que es un crimen no digno de muerte, por eso invita que “lo juzguen por su propia ley” (recordemos que sí podían juzgar independientemente casos religiosos no capitales). Pero Pilato sospechaba que los judíos ya tenían en miras dar muerte a Jesús. Sus palabras tienen naturalmente un tono de burla (pues ambos sabían que no tenían el ius gladii).
Luego de la ironía, Pilato interrogará. Con la pregunta “¿eres tú el “rey de los judíos?” el procurador romano demuestra que tenía conocimiento de lo que el título significaba. Era un título con acento político. El motivo de esta expresión está a la vista: por el delito puramente religioso de blasfemia no se habría interesado el procurador; pero la acusación de “Rey de los Judíos”, no le era indiferente, teniendo en cuenta los deseos judíos de libertad e independencia, esto podría implicar un intento de subversión política, es decir, de “alta traición”.
Los sanedritas habían puesto esperanza en esta transformación de la acusación. Sabían que el título de Rey de los Judíos en el concepto romano era algo esencialmente distinto que el predicado de Mesías que Jesús había aceptado para sí. Precisamente ellos lo habían tildado de blasfemo porque su mesianismo no estaba confirmado con las pruebas externas de poder que esperaban (más bien en Jesús veían un mesianismo interior y religioso, y no uno político). Sin embargo, a pesar de que en su propio proceso condenaron a Jesús porque no correspondía a su idea de Mesías externo, triunfante y nacionalista, ¡ahora quieren que el tribunal gentil lo condene por sus pretensiones mesiánicas en el sentido nacionalista que ellos tenían y esperaban!
Jesús no podía contestar con un rotundo sí, porque nada estaba más lejos que la exigencia de un reinado terreno-mundano. Pero tampoco podía negarlo, pues por su propia conciencia de Mesías, sabía que era realmente, en cierto sentido, el Rey de los Judíos[1].
Por esto mismo contesta afirmativamente, pero con una reserva que aclara la manera como entendía aquel reino: “Tú lo dices” (Mc 15,2). Si hubiese contestado un rotundo “sí”. Pilato habría inmediatamente dictado sentencia, pero como no fue así, Pilato se vio obligado a ampliar la acusación. Entonces, los Sumos sacerdotes, lo acusarán de:
1º Amotinar al pueblo: “Subleva al pueblo enseñando por toda la Judea, desde la Galilea hasta aquí”.
2º Prohibir pagar el tributo.
3º Proclamarse a sí mismo como el “Rey-Mesías”[2].
Tras oír esto Pilato invitará al acusado a defenderse; pero Cristo callaba… Ya había aclarado, dentro del pretorio, que su reinado no era de este mundo (cfr. Jn 18,33), es decir, que no provenía de aquí.
No había nada más que hacer. Pilato estaba convencido de que el hombre que tenía delante no era especialmente un delincuente político; quizás se trataba más bien de un utopista digno de lástima: “Yo no hallo en él ningún crimen” (Jn. 18,38 y Lc 23,4). Si Pilato hubiera creído de veras en la peligrosidad política del acusado que habían traído ante él, no habría dejado sin duda que escaparan impunes los apóstoles y discípulos, pero lo cierto es que a éstos se los dejó tranquilos en aquellas horas dramáticas. Y en una fase posterior cuando fueron perseguidos por las autoridades de Israel, encontraron protección en las autoridades romanas. La única presencia de Jesús en la cruz es una prueba legal, jurídica, de que no fue tratado como un rebelde político sino como culpable de un delito religioso, como la blasfemia que escandalizó al Sumo Sacerdote y le llevó a declararlo reo de muerte.
[1] No entramos aquí en la discusión teológica del reinado social de Cristo. Para ello remitimos a la encíclica Quas primas de Pío XI.
[2] Lc 23, 2.