Sarmiento y la profesión de su madre (2 y último)
3. Lea, aprenda y hable
¿Qué decir del Sarmiento escritor? ¿Qué decir de su obra literaria? El susodicho Felipe Pigna decía en la entrevista antes citada que, tanto los que odian a Sarmiento, como los que lo aman, lo han leído poco. “Para unos es el maestro del aula –dice–, para otros el asesino de gauchos y, en el medio, nadie leyó Facundo, nadie leyó Recuerdos de Provincia”. “Lea, aprenda y después hable”, reclamaba Mónica Arturo. O se justifica el crimen, o se desvía el tema. Por eso todos los panegiristas de Sarmiento se amparan en su adulada pluma cuando se le achacan a éste sus ideas anti-barbarie.
¿Fue realmente un gran escritor?, se preguntan Manuel Gálvez y el Padre Leonardo Castellani. Y sus respuestas son más que interesantes.
Resumamos de algún modo lo que dice el primero[1]. Encuentra Gálvez algunas cosas positivas en los escritos de Sarmiento, pero también muchas falencias. Según él, tenía efectivamente esa vocación de escritor. “Pocos hombres –señala– recibieron de Dios tantos dones literarios, pero él malgastó esas riquezas y fue, en cierto modo, infiel a su vocación de escritor”. “Enemigo de su obra es la falta de profundidad”. En cuanto a las formas: escribía con galicismos y términos castizos, “su afán improvisador le impidió realizar obras eternas”, “produce la impresión de no conocer nuestro idioma”. Para Gálvez, “los más graves defectos en su prosa son la confusa construcción y la bárbara sintaxis. Por causa de ambos defectos, muchísimas veces no se la entiende. Es preciso releer con cuidado millares de frases suyas para saber qué ha querido decir o a qué persona o suceso o persona se refiere”. “No tenía idea de lo que hoy llamamos técnica literaria. No sabía componer sus párrafos. Carecía de todo orden retórico. Su prosa es inconexa, desmejorada, arbitraria, antiartística, llena de flecos inútiles, de repeticiones, de incoherencias, de faltas contra el gusto”. Y trae la opinión de Groussac, quien encuentra en su prosa “falta de trabazón lógica”; y la de Mansilla: “no hay en su Literatura nada de consolador, nada que abreve la sed”. En los tiempos en que escribe Recuerdos de Provincia, no escribió mal. Pero cuando regresa de Chile, en nuestro país “perdió por completo la línea”. Para el Novelista, “no son ni el Facundo, biografía novelada, ni Recuerdos de Provincia, autobiografía”. ¿Quedará algo de su obra literaria?, se pregunta al fin: “ya el público sabe que Facundo está plagado de falsedades y por esto lo leerá menos cada día. Cuando la pasión antirrosista haya desaparecido, el Facundo, en cuya popularidad, debida a la propaganda liberal, hay no poco de ficticio, tal vez será olvidado. Y en cuanto a Recuerdos de Provincia, contiene tantas cosas sin interés que su perennidad peligra”.
El Padre Castellani[2], por su parte, comenta que ya Carlos Pereyra había notado y probado que Sarmiento, como escritor, es inferior a Alberdi. Agregando luego que éste último no puede llamarse un gran escritor. Para Castellani el criterio que ha llevado a fetichizar a los héroes del liberalismo es infantil. Por lo tanto “hay que emplear criterios universales”. De este modo afirma que Sarmiento es un mal escritor, pero que parcialmente le gusta: “Si es o no es un buen escritor es discutible, y la sentencia depende de los criterios”. Empero, el Padre comenta que las primeras veintidós páginas del Facundo no pasarían en Europa un examen de bachillerato, “sería reprobado con cero”. Quizás había en Sarmiento material potencial de un gran escritor –acota el Padre–, pero no cuajó. Tal es así que, el ermitaño urbano, encuentra en los escritos sarmientinos innumerables errores y falencias, que enumera y ejemplifica una por una. En síntesis: párrafos a muletilla, plebeyismos, gansadas, cambios viciosos del sujeto gramatical, ilogismos y paralogismos, imágenes de mal gusto, atropellos a la sintaxis, anacolutos, usa terminología filosófica y, no sólo no sabe filosofía, sino que es incapaz de ella, etc. Y sobre sus dos obras cumbres dice que tienen valor para los argentino por tres cosas: “una, como documentos de la historia nacional –aunque estén mechados de mentiras históricas pueden servir al menos como documentos para la historia de la mentira nacional–; segundo, por contener algunas páginas felices (…); y tercero, como muestra sin valor de nuestra –pobre– cultura intelectual. Pero por esto, su autor no se convierte en un gran escritor”.
Digamos al fin que sus obras dan claras cuenta de su intención mendaz. De aquél legado familiar de los Sarmiento. Por eso dice: “si miento lo hago como don de familia, con la naturalidad y sencillez de la verdad”[3]. Y en otra ocasión le dice a Avellaneda: “sabrá Ud. de aquella habilidad con que sabemos rehacer la Historia”[4]. A su vez, más que conocidas son las palabras del prólogo al Facundo: “No vaya el historiador en busca de la verdad gráfica a herir en las carnes del Facundo. Es éste un libro sin pies ni cabeza, escrito con errores a designio (…), con el sólo propósito de combatir a Rosas”. Comenta también el autor: Al escribir el Facundo fui llevado por “un interés del momento, premioso y urgente”. “He creído necesario hacinar sobre el papel mis ideas tales como se me presentan, sacrificando toda pretensión literaria…”[5]. Y mintió, vale decirlo, después de que Antonino Aberastain, enemigo de Quiroga, le prometiera buscar datos y documentos para su obra. Y en consecuencia, a pesar de los ruegos para que “tenga paciencia”, Sarmiento prefirió mentir de antemano[6].
Domingo Faustino, entonces, fue un mentiroso y un embustero. El mismo dice: “Echaría al fuego entonces [cuando se escribiese la historia verdadera], de buena gana, cuantas páginas he dejado escapar en el combate”. Pero el sabio Don Quijote no sólo al fuego hubiera arrojado los libros, sino a su autor: los historiadores que de mentiras se valen habrían de ser quemados como los que hacen moneda falsa.
4. Último desagravio
Volvamos por un momento al episodio del ministro uruguayo Huidobro. A los pocos días de su discurso fue entrevistado telefónicamente por el canal CN23. Allí no sólo sostuvo lo declarado sino que agregó, irónico, un pedido de “perdón” a la madre del prócer: “Perdón a la madre de Faustino Sarmiento”. Además se permitió cambiar el calificativo de hijo de puta, por otro menos agresivo: “…vamos a cambiar lo de hijo de puta por alma podrida, queda más elegante”. Pero no se percataron los medios de que este nuevo rótulo, contiene una aseveración mucho más grave que la anterior, ya que se refiere al alma de Sarmiento y, por lo tanto, habla a las claras, de algún destino sobrenatural trágico.
Sin embargo, el benévolo ministro, además de “historiador” es ahora “pontífice” y se tomó el trabajo de no condenar al fuego eterno al “prócer”, sino que lo envío al mismísimo Purgatorio: “Todo esto lo aprendí en libros argentinos. Forma parte de la historia Argentina. El hombre que mandó a matar a todos los gauchos, Sarmiento, no está en el Cielo sino en el purgatorio”[7].
Bien hizo en desagraviar a doña Paula Albarracín, ya que era una persona ejemplar. Es el mismo Sarmiento quien cuenta en Recuerdos de provincia que sabía leer y escribir, pero dado su quehacer, su inteligencia era poco cultivada. Trabajó duramente de soltera para sostener quince hermanos huérfanos. Pero a pesar de que el trabajo fatigoso la acompañó toda su vida, no se distrajo de los cuidados espirituales. Oía misa sábados, domingos y lunes. El primero de esos días “para conversar con la Virgen”; el segundo “por ser de precepto”, el tercero “para rogar por sus parientes y amigos”. La Virgen de los Dolores era su madre; San José, su patrono; y Santo Domingo y San Vicente Ferrer, santos dominicos, los protectores de su familia (de ahí el nombre de Domingo). “¡Recemos, hijitos, el rosario, que tengo tanta necesidad!”. “Dios mismo –concluye Sarmiento– fue en su angustiada vida el verdadero santo de su devoción. Dios ha entrado en todos sus actos, ha estado presente todos los días viéndola luchar con la indigencia, cumplir con sus deberes”.[8]
En cuanto al destino póstumo de Sarmiento –y pese a que son muchos los historiadores que coinciden en que Sarmiento se negó a recibir asistencia religiosa al momento de su muerte, ordenando a su hija que no concurriese ningún sacerdote católico– nos limitamos a compartir las palabras del P. Castellani: “Pudo haber salvado su alma, si se arrepintió al morir de las gruesas macanas que hizo –y escribió– en vida”[9].
5. Pura coincidencia
Hemos intentado, sucintamente, dar cuenta de algunos de los errores y puntos negativos de Domingo Faustino Sarmiento, partiendo de los dichos de Eleuterio Huidobro. Pues bien, ¿qué valoración final debemos hacer sobre la figura y persona de Sarmiento?
Ignacio Anzoátegui, de quien comenzábamos hablando, con su humor característico decía: “Sarmiento trajo tres plagas: los italianos, los gorriones y las maestras normales”. Y el P. Castellani, en las páginas en que traza su crítica literaria al autor sanjuanino, transcribe el siguiente soneto:
“«Gran escritor y bárbaro absoluto»
Han dicho de Sarmiento… no es posible
Bárbaro y escritor no es compatible
Ni plebeyo y señor, discreto y bruto.
Es un rudo hablador, bronco hirsuto
De pasional facundia mal comible
De verba mulatesca incoercible.
Ignorante, grosero, disoluto.
Fue un gran hombre quizás, mas no un poeta
Quizá un gran constructor, mas no lo veo.
¿Un patriota, un político de veta?
Pero no lo alumbró el fulgor febeo…
As de la Neo idiotez semialfabeta
Informe, inestable, turbulento y feo”
Siguiendo lo expuesto por Manuel Gálvez[10], diremos que otros males de su obra fueron “el haber empujado al país hacia el extranjerismo en las ideas y en las costumbres”. Aunque él tradujera y editara varias veces sus famosos libritos religiosos, no cabe dudar de que hizo mucho daño a la tradición católica del país y que ayudó al liberalismo a establecer la absoluta laicidad de la escuela, que ha sido nociva a la moralidad general. Entonces –se pregunta– ¿podemos proponerlo como ejemplo a los jóvenes? No. Puesto que, lejos de ser ejemplar, Sarmiento vivió dando malos ejemplos. A los 21 años tuvo una hija natural y a los 34 un hijo adulterino. Se alababa de no haber respetado otra voluntad que la suya. Fue muy mal hablado. Denigró a San Martín. Perteneció a la masonería, sociedad secreta de fines ocultos y condenada por la Iglesia que era la religión del Estado. Fue Materialista. Contribuyó a que el país fuese entregado al extranjero. Representó la indisciplina mental y la improvisación. Y no enseñó con su ejemplo a amar la verdad, ni a respetar a los demás. “No hubo en el mundo entero hombre más carente de él de las virtudes evangélicas: la humildad, la caridad, el amor al prójimo…”.
Y del verdugo Huidobro, ¿qué diremos? Nada bueno, por cierto. Para empezar, el más conocido como Ñato, fue un guerrillero, uno de los fundadores y principales dirigentes del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) durante los años sesenta. Sector que nucleaba a miembros del Partido Socialista, maoístas y anarquistas. Allí fue autor de documentos como “Plan Satán”, “Plan Cacao”, entre otros. Cayó prisionero en el año 1969, en la toma de Pando. Se fugó junto a 110 presos en 1972, año en el que vuelve a prisión. Estuvo 12 años en prisión durante la dictadura militar, siendo liberado finalmente en 1985. Fue diputado y senador. Desde 2007 dirige la Corriente de Acción y Pensamiento-Libertad, escisión del Movimiento Participación Popular (MPP) que orientaba José Mujica. Finalmente en 2011 asumió como Ministro de Defensa. Sus palabrotas son moneda corriente en sus discursos. Tanto que en 2012 –y esto si es motivo para actos piadosos en desagravio– se refirió a Jesucristo como “ese flaco al que crucificaron por gil, que lo que se pasó predicando fue perdonar»[11]. Utilizando esas palabras como argumentación para negarse a pedir perdón por los múltiples asesinatos de la guerrilla, particularmente de los crímenes del movimiento que él dirigía. Asimismo declaró que sus términos fueron un “homenaje a la honestidad y a la bondad”; y que “él –Jesús– me dice Ñato, y yo le digo Flaco”.
Dios perdonó incluso a uno de los ladrones crucificados a su lado. Perdonó a Dimas y le prometió que estaría junto a Él en la Gloria, por haberse arrepentido y suplicado clemencia. También perdonará a don Eleuterio Huidobro, el otro Sarmiento, siempre y cuando se arrepienta de su arrogante impiedad. Siempre y cuando se duela de haber detestado el grito de viva Cristo Rey, porque “es un ultra conocido grito fascista”. Y así, sólo así, podrá ingresar quizás, al mismo purgatorio en el que, según él, se encuentra Sarmiento.
¿Quién es el alma podrida entonces, Sarmiento o Huidobro? Digamos que al menos el ministro uruguayo todavía tiene tiempo para dejar de “parecerse” a quien calificó de alma podrida, con razón o sin razón. Ya que hasta donde se ve es tan canalla como su “otro yo”, o quizás peor. En ese caso podremos decir que cualquier parecido es pura coincidencia. Mientras tanto tenemos para meditar aquella vieja sentencia ambrosiana que asegura que la verdad, quienquiera que la diga, proviene de Dios.
¡Viva Cristo Rey!
Eduardo Peralta.
(San Juan, 5 de mayo de 2014)
[1]“Vida de Sarmiento”, op. cit., pp. 792-795.
[2]“Lugones-Esencia del Liberalismo-Nueva Crítica Literaria”, Ed. Dictio, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino (VII), Buenos Aires, 1976, pp. 294-299.
[3]Carta a Manuel Rafael García, del 26 de octubre de 1868.
[4] Carta del 16 de diciembre de 1866.
[5]D. F. Sarmiento, “Facundo”, Obras Completas, T. VII, p. 154.
[6] Aberastain le dice en carta: “…amigo, la obra que va Vd. a emprender es importantísima, lo más importante que pueda proponerse. Creo que merece un poco de calma, y suplico a usted la tenga hasta la salida de la “Esperanza” el próximo vapor. Sacrifique Vd. su impaciencia en obsequio de esa importancia. Yo prometo a Vd. datos precisos sobre el carácter particularmente de Quiroga… Le repito tenga Vd. un poco de paciencia hasta que pueda mandar los datos recogidos.” Sarmiento, Obras Completas, Tomo XLV, p. 95. Citado por Carlos R. Marco, “Don Juan Manuel de Rosas. Sus detractores y sus panegiristas”, Tomo I, Ed. Mendoza, Mendoza, 1953, p. 42. En esta obra, Carlos Marco, dedica una gran parte para detallar “Las inexactitudes Históricas en el Facundo”. Cfr. pp 57-203.
[7]http://polipolitoelpolitologo.blogspot.com.ar/2014/04/bancamos-fernandez-huidobro-cancilleria.html
[8] D. F. Sarmiento, “Recuerdos de Provincia”, Obras Completas, Tomo III, p. 131. Cfr. Horacio Videla, “Historia de San Juan”, Tomo IV (Época Patria, 1836-1862), Academia del Plata – Universidad Católica de Cuyo, Bs. As. – San Juan, 1976.
[9] Op. cit., p. 296.
[10] Cfr. “Vida de Sarmiento”, op. cit., pp. 802-804.
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