El caso Galileo (3)
Galileo y el problema bíblico
Ante el debate con los aristotélicos (partidarios del geocentrismo) Galileo se hallaba en un momento único. Poco tiempo atrás había ganado una pequeña batalla al demostrar que era un error el de ellos el sostener que la velocidad de los cuerpos en caída dependía de su masa. Todo esto contribuía a que los ánimos se crisparan. Fue en este ámbito de discusión y confusión que, en 1611, los aristotélicos acusaron a Galileo de querer contradecir las Sagradas Escrituras al afirmar que la tierra giraba alrededor del sol. Se trataba, como vemos, de una disputa de escuelas.
Las discusiones académicas pasaban cada vez más a mayores y con el fin de desacreditar a Galileo, le imputaban también que intentaba meterse también en el terreno de la exégesis (interpretación) bíblica cuando su hipótesis aun no estaba comprobada (cosa que, hasta el momento, era cierto). El texto bíblico en cuestión era siempre el del libro de Josué, que ya citamos[1]: si la tierra giraba alrededor, del sol, entonces la Biblia se equivocaba…
Dado que el sistema de Ptolomeo era bastante adecuado (con una precisión de un cuarto de grado al fijar la posición de los astros) y el heliocentrismo no estaba aun suficientemente probado, no parecía razonable cambiar la interpretación de estos textos para adecuarla a las nuevas hipótesis. He aquí cuando entra Galileo en escena; la crítica externa sumado a su mal genio, hicieron que en lugar de mantenerse cauteloso se volcase a una campaña casi periodística para divulgar su postura heliocéntrica. Para ello comenzó no solo a dar conferencias sobre astronomía, sino que hasta se daba el lujo de querer interpretar la Biblia según los nuevos descubrimientos careciendo aun de la certeza de su hipótesis y de autoridad para incursionar en el campo de la interpretación bíblica.
De carácter enérgico y bastante orgulloso, no aceptaba esperar a comprobar sus intuiciones. Este sería su salto mortal.
Además, lejos de lo que la Iglesia propugnaba sobre los sentidos de los pasajes de la Biblia, Galileo quería interpretar la Sagrada Escritura con un sentido literal. Era como si dijese:
“En la Biblia se dice que el sol se detuvo;
Pero el sol no se mueve, por lo tanto
La Biblia está errada”.
Galileo dejaba de lado lo que siempre la Iglesia había dicho y que el famoso cardenal Baronio, discípulo de San Felipe Neri, repetía por aquella época: “El propósito del Espíritu Santo, al inspirar la Biblia, era enseñarnos cómo se va al Cielo, y no cómo va el cielo”. Además, siempre los escritores sagrados habían escrito inspirados por el Espíritu Santo pero según el lenguaje humano. ¿Cómo es esto? Pongámoslo más en claro: uno cuando madruga, dice: “¿ya habrá salido el sol”? y no “¿habrá rotado ya la tierra sobre su eje?”. Dios, por pura condescendencia divina, quiere hablarnos de un modo que le entendamos.
Ante las acusaciones de los científicos contrarios, la Iglesia no vio más remedio que iniciar un proceso en su contra para que ratifique o rectifique sus dichos, en especial en lo tocante a la interpretación de la Biblia.
Los procesos canónicos
Galileo fue sometido a dos investigaciones. El primer proceso (para llamarlo de algún modo) fue en el año 1616 y quizás no es tan conocido porque ni siquiera fue citado ante el tribunal. De hecho, se enteró de la denuncia en su contra a través de terceros y no sufrió condena alguna; solo hubieron algunas diligencias procesales que duraron pocos meses.
La Iglesia mantenía, en este tipo de casos, una prudente opinión como puede verse a partir de las palabras del santo cardenal Roberto Bellarmino (1615): “la astronomía copernicana, ¿es verdadera, en el sentido de que se funda sobre pruebas reales y verificables, o al contrario se basa solamente en conjeturas y apariencias?”. Las tesis copernicanas, ¿son compatibles con los enunciados de la Sagrada Escritura?”. Ni condena, ni exabruptos contra la ciencia: simplemente preguntas sobre la verosimilitud de las nuevas hipótesis.
Según la Iglesia, hasta que no se proporcionaran pruebas fehacientes sobre el giro de la tierra alrededor del sol, era necesario interpretar con mucha circunspección los pasajes de la Biblia que declaraban la centralidad del globo, pero, de demostrarse lo contrario debería revisarse la interpretación bíblica declarando simplemente que en dichos pasajes el modo de entender el texto sagrado no era el literal sino que, por la benevolencia divina, el hagiógrafo se había expresado de modo tal que pudiésemos entenderlo, es decir, “al modo humano” y según lo que se veía.
El problema que se planteaba en la comunidad científica era que la prueba dada por Galileo para explicar la rotación de la tierra era errada, al intentar probar su hipótesis a partir del movimiento de las mareas (cuando algunos de sus coetáneos buscaban la causa del fenómeno en la influencia del Sol y de la Luna). Sería más tarde Newton quien terminaría por definir la cuestión.
Es decir, Galileo acertaba, pero se equivocaba en dos puntos:
1) Ni sus pruebas eran científicamente aceptables (tenía razón en el resultado, pero no en el modo de probarlo).
2) Ni debía meterse en el campo de la interpretación bíblica, cuyo terreno le era ajeno.
Prudencia, esto era lo que la Iglesia pedía en sus declaraciones, simplemente un poco de mesura y pruebas más contundentes para poder explicar su hipótesis.
Tal era el revuelo que se había causado con todo esto que, en 1616, se publicó un decreto de la Congregación del Índice, por el que se incluía en el index de libros prohibidos[2] tres escritos sobre astronomía: Acerca de las revoluciones del canónigo polaco Nicolás Copérnico, publicado en 1543, donde se exponía la teoría heliocéntrica de modo científico; un comentario del agustino español Diego de Zúñiga, publicado en Toledo en 1584 y en Roma en 1591, donde se interpretaba algún pasaje de la Biblia de acuerdo con el copernicanismo; y un opúsculo del carmelita italiano Paolo Foscarini, publicado en 1615, donde se defendía que el sistema de Copérnico no estaba en contra de la Sagrada Escritura. Quedaba afectado por las mismas censuras cualquier otro libro que enseñara las mismas doctrinas. El motivo de dichas censuras era doble: la doctrina que defendía el heliocentrismo aun no había sido completamente probada y –por ende– resultaba peligrosa al momento de interpretar las Sagradas Escrituras.
¿Actuaba bien la Iglesia? Recordemos que el heliocentrismo era una postura no solo no comprobada sino también que podía causar grave daño a la Cristiandad al dividir las mentes, máxime en una época en que la mitad de Europa estaba interpretando la Sagrada Escritura a la carta…Se pedía simplemente cautela, cosa que Galileo no aceptaba; fue así que, manteniéndose en sus trece, la Iglesia se vio obligada a amonestarlo al mismo tiempo que le rogaba se abstuviera de defender la teoría heliocéntrica hasta no tener pruebas más contundentes.
En síntesis; no sería ni condenado a la horca, ni torturado, ni flagelado…; el Cardenal Bellarmino le pidió simplemente por medio de un monitum (advertencia) que presentase la teoría de Copérnico solamente como una hipótesis. Galileo aceptó dicho monitum y hasta fue recibido por el Papa Pablo V quien, posteriormente en 1620, autorizaría la lectura de sus obras previo ligeras correcciones. Se imponía, además, no enseñar por un tiempo de modo público la teoría heliocéntrica hasta que los ánimos se calmasen, pero se promovía que no se dejase de investigar, ¡si era la Iglesia misma la primera promotora de las ciencias!
A pesar de la aceptación del monitum, el pisano no se quedaría de brazos cruzados y, desobedeciendo públicamente, dio a la luz un libro titulado “Diálogos sobre los dos sistemas del mundo” sin hacer las correcciones que se le habían hecho notar. En efecto, el opúsculo había recibido la aprobación eclesiástica a condición de que se presentara al heliocentrismo como una hipótesis, cosa que Galileo desoyó, motivando el segundo proceso en su contra.
Una vez más debía comparecer ante los tribunales eclesiásticos (1633). Había muchos científicos, especialmente religiosos católicos volcados en favor del “innovador” sistema copernicano (condenado –recordemos– por Lutero), que aguardaban las decisiones de la ciencia para continuar con sus estudios. Los resultados fueron similares al anterior, cosa que no agradó demasiado al imputado.
Restablecida momentáneamente la paz entre el ámbito astronómico y bíblico, y confinada la discusión al ámbito de la ciencia (donde debía estar) la situación se estabilizó hasta que Monseñor Barberini (amigo y admirador de Galileo) fue elegido Pontífice con el nombre de Urbano VIII (1623). Siendo todavía cardenal, él mismo había animado a su amigo a escribir su “Carta sobre las Manchas Solares” en la que sugería el movimiento de la tierra; incluso había escrito una oda en apoyo a Galileo.
Todas estas circunstancias hacían que el pisano se envalentonara a la par que crecía en él la sensación de que la prohibición de 1616 había caducado; pocos años después y fruto de sus estudios publicó por ese entonces (1630) el libro titulado “Diálogo sobre el flujo y reflujo del Mar” en el que creía disponer de un argumento nuevo para demostrar el movimiento de la Tierra (otra vez, el argumento del movimiento de las mareas).
[1] En cuanto a la interpretación bíblica la Iglesia siempre se ha atenido a las expresiones comunes de la época en materia de las ciencias naturales positivas; se trata de una condescendencia de la Revelación.
[2] Esto de un “índice de libros prohibidos”, no debe llamarnos tanto la atención a nosotros, hombres del siglo XXI, donde tenemos, hasta el día de hoy, libros que no pueden publicarse; ejemplo de esto ha sido, hace un par de meses (2012) en Alemania, cuando se publicó una nueva edición de “Mi lucha”, de Hitler y fueron condenados los editores.
Es bastante significativo que el libro de Copérnico no se incluyera en el índice hasta después del segundo proceso a Galileo. Es decir, que pasó prácticamente un siglo sin que estuviera prohibido.
En cuanto al dicho del cardenal Baroni, “El propósito del Espíritu Santo, al inspirar la Biblia, era enseñarnos cómo se va al Cielo, y no cómo va el cielo”, ¡cuántas veces lo habré visto citado pero puesto en boca de Galileo! Sea por haber oído campanas y no saber dónde, sea por manipulación, es otro mito más que circula con respecto a la cuestión de Galileo con el que quieren dar a entender lo sabio e inteligente que era él y lo cerrada e intransigente que era la Iglesia.
Sin negar que era un hombre genial, Galileo se equivocaba en asuntos de su incumbencia, como que los planetas tienen órbitas circulares, como que las mareas se deben a la rotación terrestre, como que los cometas son exhalaciones de la atmósfera, como no poder echar abajo el razonamiento aristotélico en favor del geocentrismo. (Sólo pudo hacerlo Federico Bessel en 1838 con su teoría del paralaje.)
Era, pues, obvio que la Iglesia le exigiera prudencia, a la vez que lo alentaba a seguir investigando, y conminándolo a no interpretar la Biblia por su cuenta.
Fueron San Ambrosio, Sto. Tomás de A. y el Card. Baronio quienes se refirieron a que la Biblia no enseña cómo es cielo, sino cómo llegar a él. Nunca lo dijo Galileo; es una leyenda de los detractores de la Iglesia, como lo es el atibuirle una frase durante su juicio, pero nunca pronunciada por nadie: «Sin embargo, [la tierra] se mueve». Tan legendaria como el cuento de que Galileo dejó caer dos esferas de diferente masa desde la Torre de Pisa para demostrar que la velocidad con que caen los cuerpos no depende de su masa. Él no dejó caer nada de ninguna torre.
Aún más, tratadistas no afines a los intereses católicos (como Thomas Huxley, Giorgio de Santillana, Alfred Whitehead), dan cuenta de la beligerancia, el sarcasmo, la soberbia y los delirios de grandeza del sabio, que pretendía imponer no convencer, que ridiculizaba a sus opositores. Llegó al punto de atribuirse la invención del telescopio. (Lo mejoró, no lo inventó.) En fin, el hombre era más bien desagradable.
El juicio, a la luz del Derecho del siglo 21, es injusto; pero según los procedimientos jurídicos del siglo 17, fue de de lo más benévolo. Sin embargo, la enorme importancia de tal circunstancia no la tienen en cuenta los enemigos de la Iglesia, y enmudecen hipócritas en cuanto a que Calvino, Lutero, Melanchthon, su sucesor, condenaron acremente el heliocentrismo y a sus partidarios, mientras que la Iglesia mantenía una postura no sólo moderada, sino facilitadora.
Muchas gracias Padre,
Un articulo muy practico y un resumen dificil de encontrar en otro lugar.
Gracias por su trabajo.
Saludos en Cristo,
Tomas M.M