El caso Galileo (2)

Tycho Brahe y Kepler

Casi a la muerte de Copérnico y como tomando su antorcha, nacía por aquella época otro gran astrónomo: el danés Tycho Brahe (1546) quien tiene el honor en el ámbito de la astronomía de ser el último científico que observó las estrellas sin la ayuda de aparatos ópticos.

La vida de Brahe parece ser apasionante y digna de novelarse: en agosto de 1563, cuando tenía apenas dieciséis años llegó a ser testigo de una conjunción entre Saturno y Júpiter que lo marcaría para siempre. El fenómeno no hubiera tenido mayor trascendencia si no fuera porque se dio cuenta de que las tablas alfonsinas –las vigentes por entonces– predecían el acontecimiento con un mes de retraso, lo que lo llevó a pensar que el progreso en astronomía no podía conseguirse por la observación ocasional e investigaciones puntuales sino que se necesitaban medidas sistemáticas. Para ello, diseñó aparatos (no ópticos) que le permitieron medir las posiciones de los astros y planetas con una precisión muy superior a la época. Así, observó el cielo por más de… ¡22 años ininterrumpidos!

Con el tiempo (en 1600), durante una estancia en Praga, conoció al brillante matemático Juan Kepler quien pasó a trabajar con él y a quien antes de morir en 1601, entregó las anotaciones que tan sistemáticamente había registrado. Todo un tesoro.

Kepler, nacido pocos años antes en Alemania (1571) y en el seno de una familia protestante, era un hombre profundamente religioso; sin embargo, sus estudios sobre la ciencia lo llevaron a la corta edad de treinta años a ser considerado como hereje por sostener las ideas de Copérnico y expulsado del conocido colegio teológico protestante de Tubinga.

Debido a la persecución hubo de abandonar sus estudios y refugiarse en Praga, donde la universidad (universidad católica, recalquemos) lo recibió con honores; es allí donde conocería a Tycho Brahe. Allí, la unión de los estudios sistemáticos del primero y la agudeza intelectual del segundo, hicieron de la postura de Copérnico algo más que una hipótesis: se intentaba demostrar la circularidad de las órbitas planetarias a partir no solo de la observación empírica, sino también del concepto aristotélico y pitagórico que postulaba la perfección de la forma circular; de este modo los planetas debían moverse circularmente alrededor del sol, siguiendo sus órbitas circulares.

A pesar de la seriedad de Kepler sus investigaciones no fueron del todo correctas (no tuvo en cuenta el movimiento elíptico) aunque sí muy fructíferas, lo que culminaron en la publicación de las Tres leyes del Movimiento Planetario (o de Kepler), texto que revolucionó el conocimiento científico y permitió predecir con asombrosa precisión el movimiento de los astros. Fue a partir de esta investigación que el astrónomo alemán, mientras la Iglesia Católica fomentaba sus estudios, recibió la excomunión formal de la Iglesia Protestante en 1612.

Solo para los curiosos, digamos por último que las investigaciones keplerianas serían completadas algunos años después por Isaac Newton con su “Ley de la Gravitación Universal”, y recién a finales del siglo XVIII quedaría comprobada la rotación de la Tierra, que pudo “verse” con el péndulo de Foucault, en 1851.

Pero volvamos después de esta breve introducción al problema geocéntrico-heliocéntrico: ¿la tierra giraba alrededor del sol o el sol alrededor de la tierra? La Iglesia, como venimos viendo, nunca se había opuesto al sistema copernicano como nunca se había opuesto a las hipótesis científicas y como manda la prudencia, simplemente pedía que cada hipótesis fuese planteada como tal hasta llegar a ser una tesis comprobable.

¿Y Galileo? Allá vamos…

Galileo y su postura

Galileo nació en Pisa en 1564.

Era católico aunque no ejemplar; su vida privada, jamás achacada por ningún eclesiástico, dejaba bastante que desear: había convivido abiertamente con una mujer (Marina Gamba), con la cual había tenido un varón y dos hijas a quienes, con el tiempo y ya separado de su pareja, intentó casarlas ventajosamente, aunque sin éxito; esto último haría que, para sacárselas de encima, las obligara a entrar en la vida religiosa. Las niñas eran jóvenes y como las leyes eclesiásticas no les permitían profesar los votos, Galileo debió utilizar sus influencias para que hicieran una excepción. Así, en 1613, las dos jóvenes –de doce y trece años– entraron en el monasterio de San Mateo de Arcetri para tomar poco después los hábitos. Virginia tomó el nombre de sor María Celeste y pudo llevar cristianamente su cruz: vivió con profunda piedad y en activa caridad hacia sus hermanas. Livia, en cambio, sor Arcángela en religión, sucumbió bajo el peso de la violencia sufrida y vivió neurasténica y enfermiza.

María Celeste Galilei

En el plano personal, Galileo era censurable.

En cuanto a los estudios el científico pisano se dedicó inicialmente a las matemáticas; hasta el año 1610 lo podemos ver en Padua enseñando y estudiando astronomía a la par de la mecánica; ya por aquella época adhería al sistema geocéntrico de Ptolomeo.

Influido por las ideas aristotélicas defendió la hipótesis de Kepler (los astros seguían una órbita circular), lo que lo llevaría –más adelante– a cometer un grave error cuando negó la existencia de los cometas descriptos por Tycho y luego por el Padre Grassi (sacerdote y científico jesuita del observatorio romano) diciendo que eran simples fenómenos meteorológicos o ilusiones ópticas.

A principios de 1609 tuvo noticias de que un óptico holandés llamado Hans Lippershey, había producido un instrumento que permitía ver de manera ampliada objetos distantes. El italiano, intentando secundar esos experimentos, estudió los procesos que estaban involucrados y sus principios. Para ello, sus biógrafos narran que, luego de una noche completa de estar trabajando en los principios de la refracción de la luz, tuvo éxito en construir un objeto capaz de aumentar tres veces la visión de objetos distantes, capacidad que rápidamente se aumentó hasta treinta y dos veces. Todo un hallazgo. Las observaciones que Galileo haría con dicho instrumento (satélites de Júpiter, fases de Mercurio y Venus, evolución de las manchas solares) apoyaban enormemente la teoría de Copérnico. Así, con sus recientes descubrimientos, sentía una seguridad total para salir en defensa de los postulados de Copérnico, lo que lo llevó en 1610, a publicarlos en una obra titulada “Sidereus Nuncius”, por la que sería invitado a Roma a explicarla en presencia de varios prelados y científicos.

Se abría entonces un animado debate, en especial con los partidarios incondicionales de Aristóteles que, con mucho poder en las Universidades, consideraban (erróneamente) que la física, la filosofía y la teología del Estagirita formaban un todo inescindible, aunando sus esfuerzos a los de Ptolomeo.

 continuará

P. Javier Olivera Ravasi

2 comentarios sobre “El caso Galileo (2)

  • el agosto 7, 2014 a las 8:02 am
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    Pues no sabía que también existió la excomunión en la iglesia protestante. Referente al Péndulo de Foucault es interpretable de dos maneras: en que la tierra gira y el péndulo permanece estable por inercia, y también en que la tierra es fija y es el cosmos el que gira y arrastra el péndulo.

Comentarios cerrados.

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