Adán y Eva: ¿eran monos dibujantes? Las pinturas rupestres
Adán y Eva: ¿eran monos dibujantes?
Las pinturas rupestres
En los metros o “subterráneos” podemos encontrar todo tipo de bichos: lentas tortugas, hiperquinéticas liebres y hasta zorros muy amigos de lo ajeno; pero nunca hemos encontrado cavernícolas dibujando esos grafitis que alegran el inframundo.
¿Monos que dibujan? Sí, ¡como los de antes! ¡Como los de la “época de las cavernas”! Esos seres semi-encorvados que serían, según algunos, los antepasados de Fra Angélico, Boticelli o Da Vinci.
¿O acaso no eran tan cavernícolas?
Hay, como ya dijimos antes aquí, una creencia general incluso entre gente “culta” y hasta universitaria, de que el hombre proviene de un antiguo primate cavernícola que gustaba de enamorar a su amada a fuerza de garrotes. Y digo “creencia” general, porque la hipótesis evolucionista ha quedado relegada solamente a los documentales de la BBC o a museos para el gran público (cada vez son menos los antropólogos que se arriesgan a sostener el darwinismo craso como a principios y mediados del siglo XX).
La idea de que venimos del mono, vale decirlo, no existió nunca hasta el siglo XIX. Ni los aztecas, ni los mayas, ni los chinos y menos que menos la gran civilización greco-latina pensó nada similar; al contrario: la noción primera o a tradición primordial, como la llamó Guenón, hacía que los hombres rememoraban su origen en los dioses o en Dios (sea como fuere que lo llamasen), es decir, que iban de lo perfecto a lo imperfecto, de la divinidad a la humanidad. Baste con leer la Teogonía de Hesíodo o las grandes cosmogonías sumerias para comprobar cómo –aunque con errores y fantasías, cierto– se narraban la creación, la redención e incluso la “caída primigenia” por parte del hombre (el mito de la Caja de Pandora, el castigo de Prometeo o el diálogo de Platón sobre la Atlántida, son algunos de ellos). Es que no habían recibido la revelación completa como el pueblo judío, de allí que –como algunos sostienen– Dios se revelase poco a poco a los paganos con semillas de verdad[1].
La historia, circular para la cosmovisión greco-latina a diferencia de la judeo-cristiana, hablaba de un estado de perfección donde el hombre, por diversas faltas, había ido decayendo en etapas y edades; la edad de oro (la más cercana a los dioses y por ello la más perfecta), la de plata, la de bronce y –por último– la de hierro explicaban ese deseo del hombre por perfeccionarse y volver a las épocas áureas, como lo cantaba Virgilio en su IV Égloga.
Es decir, el hombre no suspiraba ante un espejo por los rasgos simiescos que había perdido antaño, sino todo lo contrario.
– “Pero –podría preguntarse alguno– si los primeros hombres no fueron “cavernícolas” ni semi-encorvados: ¿Cómo se explican ciertas manifestaciones sub-humanas como las de las pinturas rupestres encontradas en algunas cuevas? Veamos.
Las pinturas rupestres: ¿hechas por brutos?
Cuando en 1868 un cazador encontró en Altamira, España, una profunda y desconocida cueva llena de dibujos, el mundo se asombró del hallazgo y el investigador Marcelino Sanz de Sautuola procedió a analizarlas atentamente. Hasta el momento, se conocían los jeroglíficos egipcios y las runas celtas; pero este descubrimiento era del todo novedoso al punto que se acuñó un nuevo epíteto para nombrarlas: eran “pinturas rupestres”, por su derivación del latín (rupes, roca). Paredes columnas y recovecos, todo estaba invadido por diversos motivos de caza y animales que sorprenderían a cualquier incipiente estudiante de dibujo. Eran sencillas pero poseían cierta dificultad: perspectiva, trazado en lo alto, sombras, etc., que aumentaban la complejidad del diseño.
Gran parte de la comunidad científica de entonces, contagiada del darwinismo, lanzó rápidamente su respuesta: “¡los semi-encorvados también tenían arte!”. Y nada importó que el mismo Marcelino Sanz de Sautuola, su descubridor, planteara los clarísimos signos de civilización encontrados allí. Su opinión “no podía” ser cierta porque los hombres “provenían de los primates”, decía el dogma evolucionista (sólo después de su muerte algunos arqueólogos de renombre, como Cartailhac, le darían la razón diciendo que “hacía falta inclinarse frente a la realidad de un hecho”[2]).
Pero, ¿eran o no cavernícolas? El tiempo hizo que, luego de estudios en ésta y en otras cuevas por el estilo se llegase justamente a la respuesta contraria; el “arte rupestre” era precisamente una de las razones por las cuales debía pensarse que aquellos hombres de antes eran tan hombres como los de las catacumbas, del medioevo o de los metros de hoy. Coincidimos en que tanto Altamira como el resto de los descubrimientos posteriores (Lascaux, Namibia, Castellón, etc.) no son de la complejidad de la Capilla Sixtina, ni de Las meninas de Velázquez, pero esto se debe a la sencilla razón de que el arte, como todo acto humano, se va perfeccionando con el tiempo y a lo largo del desarrollo cultural. Toda manifestación artística funciona de este modo, es decir, parándose en los hombros de los predecesores. ¿Qué hubiese sido de la literatura si no hubiésemos aprovechado que otros inventaron las letras? ¿O de las matemáticas si aún anduviésemos sin números? El hombre no nace sabiendo, sino que se aprovecha de la experiencia pretérita[3].
Sobre la época a la que nos referimos, al menos la más estudiada de las cuevas, la de Altamira, posee una datación arqueológica de entre 15.000 y 20.000 años de antigüedad (los arqueólogos nunca se ponen de acuerdo con las épocas) y el fin por el cual se las hacía aún no ha sido dilucidado: una razón cultual, decorativa o simplemente el arte por el arte mismo[4] son algunas de las hipótesis.
Pero, aunque no sepamos el fin que tenían, podríamos preguntarnos el cómo, es decir, ¿cómo eran estos seres? Para responder, creo que habría que seguir a Saint-Exupéry y hacerse niño como el Principito.
Hagamos abstracción de la enseñanza dogmática, de la ciencia moderna y hasta de cualquier preconcepto; pensemos lo siguiente: si le presentásemos a un niño que aún no tenga dañado el sentido común por la televisión, internet y la play station ¿cuál de las dos imágenes diría que fue hecha por un mono y cuál por un hombre?
Si alguien respondió: “la de la izquierda fue hecha por un hombre”, entonces no piensa como un niño.
En realidad, la de la derecha se encuentra en uno de los techos de la cueva de Altamira, y la otra en algún museo de “arte” moderno…
Entonces: ¿no será más bien al revés? ¿No será que los hombres de antaño, aunque artistas incipientes, eran más “hombres” o al menos más “artistas” que los de ahora? Podían ir semidesnudos o mal vestidos (como nosotros en el verano) y hasta podían comer bananas, pero eso no nos llevaría a pensar que fuesen primates-pintores.
Es más: el hecho de que las pinturas estuviesen en una cueva, tampoco obligaría a pensar que vivieran allí, así como un artista no vive en un museo o un futbolista en un estadio. Pero, en el caso de insistir y pensar que así sucedía ¿acaso no corrobora esto lo que incluso se lee en el Génesis, cuando se dice que “cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores… Y Dios dijo al hombre: «maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan»”? (Gén 3,7.17-19). No, no puede ser; por la Biblia nunca dice la verdad respecto al origen del hombre… dirán.
“Si no os voléis a hacer como niños”, decía hace dos mil años un Hombre…
Hay que hacer un esfuerzo por dejar de lado la ideología del evolucionismo en la que hemos nacido; hay que esforzarse para volver a pensar con cordura; los fósiles han hablado y hoy casi nadie se embarca en esa “evidencia” darwinista. Pero entonces, ¿por qué insistir tanto en esto? ¿Por qué machacar y machacar con que venimos del mono?
La respuesta es doble, creemos: por un lado está la marcada tendencia racionalista que impide aceptar la posibilidad de la creación de un hombre y una mujer como los conocemos hoy. Pero por otro, hay una intencionalidad política como la hubo en el momento en que se comenzó con la hipótesis: en efecto, la “religión” del evolucionismo surgió en un período histórico donde hacía falta demostrar la superioridad racial de algunos sobre otros y, por ende, la “necesidad” de dominar y ser dominado[5] (no por nada Darwin colocaba al inglés como el más avanzado en la cadena biológica).
Al sentido común, al más común de los sentidos, es a donde hay que retornar para pensar sin prejuicios.
Fue justamente otro inglés, Chesterton, quien luego de su conversión al catolicismo, escribió un agudo texto sobre el tema que nos ocupa y que no podíamos dejar de compartir.
El hombre de las cavernas: un hombre como nosotros[6]
Las novelas y los periódicos nos hablan hoy con frecuencia de un popular personaje llamado el Hombre de las Cavernas. Se nos ha llegado a hacer familiar, no sólo en su aspecto público, sino también en el privado. Se habla muy en serio de su psicología en las novelas psicológicas y en la medicina del misino género. Parece, según lo que yo he leído, que su principal ocupación era golpear a su mujer y tratar a las otras mujeres como lo que se llama en el mundo del cine, un “villano”.
Hasta ahora, no he podido convencerme de la verdad de este acierto. No sé en qué periódicos primitivos o procesos de divorcios prehistóricos se funda (…).
Realmente, la gente se ha interesado por cuanto se refiere al hombre de las cavernas, menos por lo que hizo en ellas. Y, sin embargo, no nos faltan evidencias palpables de que hizo en ellas algo importante. No es mucho, como no lo es cuanto se refiere a la edad prehistórica; pero se refiere al verdadero hombre de las cavernas, y no al personaje literario “el hombre de las cavernas y su maza”. Lo que no se encontró en la caverna no fue la maza, la horrible maza sangrienta, marcada con el número de mujeres golpeadas en la cabeza. La caverna no era la cámara de Barba Azul llena de los esqueletos de las mujeres asesinadas; no estaba llena de cráneos femeninos puestos en fila y cascados como huevos. Era algo muy diferente a las frases filosóficas y a los rumores literarios que han hecho que la cuestión sea tan confusa (…).
Un sacerdote y un niño entraron hace tiempo por el hueco de una montaña y pasaron a través de una especie de túnel que conducía a un laberinto de corredores. Pasaron por senderos que parecían intransitables; descendieron por boquetes como pozos, cual si se enterraran vivos, sin esperanza de resurrección (…). La secreta cámara rocosa, iluminada después de innumerables años, mostró sus paredes con grandes dibujos y pinturas, hechos con arcillas de diferentes colores; y al seguir sus líneas, reconocieron en ellas, a través de las edades, la mano del hombre. Eran pinturas de animales; y habían sido pintadas no solamente por un hombre, sino por un artista. Con todas las limitaciones impuestas por la época, aquellos primitivos artistas demostraban un gran amor por la línea curva ondulante, amor que reconocerá enseguida quien sepa o haya intentado dibujar. Aquellos dibujos demostraban el genio experimental y aventurero del artista, el espíritu de quien no evita sino busca la dificultad. Sobre todo, en el caso de aquel ciervo pintado con la cabeza vuelta hacia la grupa, en una actitud que sorprendemos frecuentemente a los caballos, y que muchos dibujantes de animales reproducirían con dificultad (…).
Ciervo herido vuelto hacia atrás (Peña de Candamo, Asturias, España)
No será necesario indicar, si no es de pasada, que nada en esa caverna sugiere la fría y pesimista atmósfera de la caverna, la caverna de los relatos periodísticos, que nos cuentan mil historias acerca de sus moradores. En tanto que se pueda aludir al carácter humano de esos restos del pasado, ese carácter humano es completamente humano y firmemente humano. No es verdad el ideal de un carácter inhumano, como el de esa abstracción que invoca la ciencia popular. Cuando novelistas, pedagogos y psicólogos nos hablan del troglodita, nunca lo hacen en relación con nada de lo que existe realmente en la caverna (…).
Cuando el psicoanalista escribe a un paciente que “los instintos adormecidos del hombre de las cavernas pueden impulsarle a un acto violento” no se refiere al instinto de pintar a la acuarela ni al de dibujar con sencillez, directamente del natural, al ganado que pasta. Sin embargo, nos consta positivamente que el troglodita hacía estas cosas inocentes y, en cambio, no tenemos la menor prueba de que realizara las ferocidades de que nos hablan.
En resumen: cuanto se dice de la brutalidad del hombre de las cavernas no es más que pura confusión, que no se apoya en ninguna evidencia científica, y que sólo sirve, en cierto modo, para excusar el moderno espíritu de anarquía. El caballero que necesite golpear a una mujer, que lo haga sin deshonrar al hombre de las cavernas, de quien apenas sabemos otra cosa, repito, sino que pintaba cosas muy agradables en las paredes (…).
Si el niño (que encontró la cueva[7]) era una oveja del rebaño espiritual del sacerdote, se puede pensar que habría sido educado en el culto del sentido común, ese sentido común que, frecuentemente, se nos aparece bajo la forma de la tradición. En este caso, reconocería simplemente la obra del troglodita como la obra de un hombre, interesante desde luego, pero no increíble por tratarse de un primitivo. Vería lo que allí había que ver, y no caería en la tentación de ver lo que no había allí, excitado por una inclinación evolucionista o por cualquier otra especulación de moda (…).
El hombre primitivo pudo complacerse tanto en pegar a las mujeres como en pintar animales. Lo único que podemos decir es que de una cosa han quedado huellas y de la otra no. Es posible que cuando terminara de pegar a su madre o a su esposa, le gustara recrearse en el murmullo de un arroyo y en la contemplación del ciervo acudiendo a beber en él. Estas cosas no son imposibles; pero sí son improbables. El sentido común del niño se limitaría a aprender de los hechos lo que los hechos le enseñaran y en las cavernas casi no hay más hecho cierto que las pinturas (…).
Lo que no vería en la caverna sería un indicio de la evolución. Si alguien dijera que aquellas pinturas las había hecho San Francisco de Asís, llevando de su santo y puro amor a los animales, nada encontraría en la caverna que lo contradijera (…).
En efecto, las pinturas no prueban que el hombre de las cavernas viviera en las cavernas, lo mismo que el descubrimiento de una bodega subterránea en Blaham (ciudad de Inglaterra) no demostrará nunca que la clase media de la época victoriana vivía bajo tierra. La caverna podía tener un destino especial como la bodega. Pudo ser una especie de capilla religiosa o un refugio en tiempo de guerra, o el escondite de una sociedad secreta o sabe Dios cuántas cosas más (…).
¿Y por qué no halla en los animales el menor indicio de un arte embrionario? Esta es la sencillísima lección que nos enseña la caverna de las rocas pintadas; tan sencilla que cuesta trabajo comprenderla: que el hombre se diferencia de los animales por la especie y no por una evolución; y la prueba está ahí; todo el mundo cree posible que un hombre pinte la imagen de un mono, y todo el mundo tomaría a broma el que se dijera que el mono más inteligente había logrado pintar la imagen de un hombre, hay algo que nos separa fundamentalmente a hombres y animales. El arte es patrimonio del hombre.
Esta es la sencilla verdad con que debe dar comienzo la historia de los principios. El evolucionista se asombra en las cavernas de cosas demasiado grandes para ser vistas y demasiado sencillas para ser comprendidas. Y trata de sacar consecuencias indirectas y dudosas de los detalles de las pinturas, porque no acierta a ver el significado primordial del conjunto. Sólo consigue teóricas deducciones sobre la ausencia de religión o la presencia de la superstición; acerca de un gobierno de tribu, de raza, de los sacrificios humanos… (…).
De todo lo descubierto en ella, lo único cierto que se desprende es que el hombre sabía pintar renos, y los renos no sabían pintar hombres (…).
* * *
¿Cavernícolas pintores? ¿Monos con cincel?
No perdamos el sentido común y…
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
[1] Lo que se conoce en literatura y en teología como “semina verbi” o “logoi spermatikos”.
[2] Cfr. Émile Cartailhac, La grotte d’Altamira, Espagne. Mea culpa d’un sceptique , L’Anthropologie, tome 13, 1902, p. 348-354.
[4] Cfr. H. Janson, Historia del arte, Akal, Madrid 1988, 13.
[5] http://06darwinismosocial.blogspot.com.ar/2009/04/42-racismo-evolucionista.html
Muchas gracias por este análisis sobre la hipótesis evolucionista. Se trata nomás de mirar la realidad sin prejuicios ideológicos. Y el arte es un excelente lugar para «abrir los ojos».
Porque justamente «El papel del arte es revelar en las cosas lo que está oculto a los simples sentidos, no para escapar de la realidad, sino para hacerla inteligible y aprehenderla en plenitud por medio del pensamiento simbólico», enseña don Alberto Boixados.
No debemos tomar a la ligera los estudios de Darwin. Estos están detallados en una vida de estudios. Lamentablemente a la iglesia le cuesta trabajo acomodarse a los avances del ser humano y batalla con no perder terreno en una época donde la fe debe ser acompañada de pruebas. Yo no se si desciendo de un mono, un ser primitivo o simplemente de una bacteria, pero tampoco encuentro en la iglesia una explicación que me satisfaga como hombre inteligente que soy. Lo único que agradezco es que no estemos en la época de la inquisición y me pase como a Galileo Galilei que fue encerrado por la iglesia cuando se atrevió a decir que la tierra no era el centro del universo
Muchas gracias por su comentario. Este no es un blog de catecismo sino de historia.
Coincido con que los estudios de Darwin no deben tomarse a la ligera; hay que estudiarlos. Es eso, de hecho, lo que muchos antropólogos ateos o incluso agnósticos han venido haciendo a lo largo del siglo XX y, especialmente, luego del descubrimiento del genoma humano.
Yo encuentro una explicación satisfactoria en la Fe cristiana; pero si fuese ateo o agnóstico, haría abstracción del cristianismo e intentaría buscar la verdad viniese de quien viniese, analizando la verdad de las cosas y no quién las diga.
En cuanto a lo de Galileo Galilei, le agradezco también el comentario. En algunos días comenzaré a publicar algunos posts al respecto.
Muchas gracias
Padre Javier Olivera Ravasi, IVE
Padre, más que agradecido… Siempre la verdad es una gracia,,,, Oracionesw mutuas!!!!
Padre, muchas gracias por este artículo. Más que interesante. Algún día toda la ciencia terminará de dar la vuelta y terminará comprendiendo toda la verdad que encierra el Génesis. ¡Tan sencilla y tan lejana para el hombre sin Dios! Creo que fue el mismo Chesterton quien dijo: «Cuando el hombre deja de creer en Dios, termina creyendo cualquier cosa»…
Padre!!! Este es un gran apostolado de su parte. Adelante!!! esta ayudando a muchas personas!!! Muchas gracias!! Dios lo bendiga.