Edad Media: edad de oro
“Hubo un tiempo en que la filosofía
del Evangelio gobernaba los Estados”
León XIII
LA “OSCURA” EDAD MEDIA
Hay algunos temas que parecen ser conocidos por todo el mundo y hay expresiones que resumen esos temas indiscutidos:
– “¡Pero eso es de la Edad Media!”.
– “¡Ay!¡ “¡Pero esto es el más recalcitrante oscurantismo medieval!” –se dice a veces.
Estoy seguro de que todos hemos oído, ya sea en el ambiente laboral o universitario alguno de estos calificativos. Es que hay entre todos nosotros una idea casi natural, un “sentir común”, como diría Antonio Gramsci, que nos hace pensar acerca de la Edad Media como un período oscuro, de tinieblas y poco progreso…
Es casi imposible sintetizar la verdad que se le contrapone, pero aun así y haciéndonos violencia intentaremos resumir lo que sea más contundente.
A mitad de camino
Normalmente se nos dice de modo arbitrario que desde el siglo IV o V después de Cristo hasta el siglo XIV nos encontramos en la “Edad Media”… Ya desde el principio mismo del término hay que aclarar algunas cosas: es que cuando se habla de edad “media” ya hay todo un matiz en la expresión; “Medio” quiere decir antes que nada esto: estar “en el medio de dos cosas”. La palabra “media” deriva del latín “medius” y designa la mitad, el medio. La expresión utilizada para este período de la historia intenta darnos la idea de una época que se halla a la mitad de dos caminos, de dos grandes “edades”. He aquí la primera dificultad: se nos hace creer que casi 1000 años de la historia es “Medio”, es decir, está a la mitad; ¿pero de qué? “De la Edad Antigua y de la Edad Moderna” –se nos dirá. Es decir, parece como si hubiese habido un eclipse de… ¡1000 años! Y el sol no hubiera salido…[1].
Como decíamos, la expresión encubre toda una carga peyorativa que hasta los mismos defensores de ese período aceptan: “medieval” significa retrógrado, malo, anti-democrático…, etc. y fueron los mismos humanistas del Renacimiento quienes consideraron a esa época como un lapso de mera transición hacia momentos más “humanos”. Quizás esto ha hecho que incluso entre los historiadores de los últimos 500 o 400 años, muy pocos se hayan ocupado por el estudio serio de aquella época. Ha sido en nuestros días una mujer, entre otros, quien ha reflotado y divulgado aquella realidad histórica que fue la gloria de la humanidad occidental[2].
Si hay que buscar denostadores y causas de la tergiversación histórica habrá que decir con Calderón Bouchet que fue la burguesía “dueña del dinero omnipotente, de las plumas venales y las inteligencias laicas” la que inundó las inteligencias con esta versión que todavía persiste en el cerebro de todos los analfabetos ilustrados[3].
Pero veamos qué tan malos eran estos “medievales”.
Esos “bárbaros” medievales…
Imaginemos que un turista llega a París y decide ver todo lo que se pueda. Solo tiene tres días ya que la exigencia de su “tour” no le permite más.
Decide no seguir con el grupo para tener más independencia (y hace bien); abre rápidamente su guía y comienza a ver qué visitará en esa jornada; es tanto lo que tiene para ver que decide cortar por lo sano; se acerca a un parisino que encuentra por la calle y en un aceptable inglés, le pregunta:
– “Buenos días; disculpe por favor… Soy turista y es mi primera vez aquí. Dígame: debo ver París en solo tres días: ¿qué me recomienda Ud.?”
El parisino, un joven de apenas 25 años, con barba, boina y un bolso estilo hippie, le dice mientras pita un cigarrillo:
– “No deje de ver ‘La Sainte-Chapelle’, ‘Notre Dame’, el ‘Quartier Latin’, el Museo del Louvre, el de Cluny y la Basílica real de Saint-Denis. ¡Ah…! –agrega– si puede vaya a ver la Tour Eiffel, al menos por afuera”.
Y el hippie no se equivoca… sabe que todas aquellas “construcciones medievales” no pueden dejarse de visitar. Es que la “Edad Media” construyó cosas tan horripilantes que incluso hasta el día de hoy existe gente que desea despilfarrar sus ahorros y masacrar sus sentidos con las catedrales góticas y románicas, los manuscritos iluminados, los frescos en las paredes de los claustros o iglesias, la poesía medieval, los cantares de gesta, los vitrales, las esculturas que adornan el interior y el exterior de las casas y edificios, los instrumentos, el canto y la polifonía, etc. Es todo esto lo que un turista que viaje a Europa se obstinará una y otra vez por visitar. ¡Qué masoquistas que somos! Ir a visitar la obra de unos brutos “bárbaros”…
Pero… “¿bárbara la Edad Media, que ha construido Sainte-Foy-de-Conques, Cluny y el Thoronet?¿Bárbaros, los tímpanos románicos de Moissac o de Autun?¿Bárbaras las catedrales góticas de Amiens o de Beauvais?¿Bárbaro el Ángel de la sonrisa de Notre-Dame de Reims?¿Bárbaros los vitrales de Chartres o los de la Sainte-Chapelle?¿Bárbaros los manuscritos iluminados, los relicarios, los ostensorios y los vasos litúrgicos, piezas de arte sacro que conmueven todavía hoy a los incrédulos?¿Bárbaros el canto llano gregoriano, la polifonía de Guillermo de Machaut o de Josquin des Prés?¿Bárbaros esos monjes que, concibiendo la gama, el ritmo y la armonía, pusieron las bases de la música occidental? ¿Bárbaros esos clérigos que, en el siglo XIII, fundaron las grandes universidades europeas? ¿Bárbaros esos astrónomos y esos médicos que, a pesar de una técnica limitada, profundizaron el aporte de los griegos y de los árabes, preparando el inicio científico del mundo moderno?”[4].
¡Qué genios estos bárbaros! –diría Chesterton.
– “¿Es que no has visto la película ‘El nombre de la rosa’?” –se nos dice al abordar el tema.
Ha sido en la década del ’80 cuando se estrenó una de las películas (adaptación de la novela escrita por el escritor italiano, Umberto Eco[5]) que más ha “formado” a los opinólogos modernos sobre el tema de la Edad Media. De gran tinte anticlerical, narraba de modo apasionante una serie de muertes y asesinatos ocurridos en un monasterio medieval.
La obra está situada en un claustro italiano del Medioevo; el clima…: siempre gris; la caracterización de los monjes siempre igual: gordos, afeminados, narices deformes, pelados, ciegos, fanáticos, etc. (todo un programa de la fealdad). Pero también se resaltaban las “virtudes” monacales donde los mendigos se limitaban a comer las sobras que los monjes arrojaban a un basural… El fanatismo, la Inquisición, la hipocresía, nada faltaba…
¿Fue todo tan así? Veamos algunos puntos.
[1] En contraposición a esto, el historiador Gustave Cohen, de origen judío, escribió su hermoso libro titulado La gran claridad de la Edad Media, Huemul, Buenos Aires 1965.
[2] Nos referimos a la famosa medievalista francesa Régine Pernoud; especialista en el tema, ha revolucionado los estudios medievales del siglo XX por sus investigaciones a partir de las fuentes directas del período “medieval”; la bibliografía es apabullante; citamos aquí quizás su más conocido libro sobre el tema ¿Qué es la Edad Media? (tit. original: Pour en finir avec le moyen âge), Magisterio Español, Madrid 1979.
[3] Rubén Calderón Bouchet, Apogeo de la ciudad cristiana, Dictio, Buenos Aires 1978, 220.
[4] Jean Sévillia, Historiquement correct. Pur en finir avec le passé unique, Perrin, Paris 2004, 21-22.
[5] Para un análisis de la obra literaria, véase el erudito artículo de Inés de Cassagne, “Umberto Eco”, Il nome de la rosa, en Gladius 7 (1986), 161-177.