¿Cuándo y cómo nació la universidad?
La universidad[1] fue un fenómeno totalmente nuevo en la historia de Europa (ni en Grecia ni Roma, con todos sus valores, había existido algo similar). Si bien se desconoce la fecha exacta de su aparición en Occidente, su existencia ha sido fruto del desarrollo natural que se daba en las llamadas “escuelas catedralicias” (antiguas instituciones que funcionaban a cargo de la Iglesia para el desarrollo de la cultura).
Ni los chinos, ni los indios, ni los árabes, ni siquiera los bizantinos montaron jamás una organización educativa semejante. Concretamente, las Universidades fueron creaciones medievales donde los profesores, en su totalidad, pertenecían a la Iglesia, y en buena parte a Órdenes religiosas. En el siglo XIII, las ilustrarían sobre todo la Orden franciscana y la dominicana, gloriosamente representadas por un san Buenaventura y santo Tomás de Aquino. Constituyendo un cuerpo libre y sustraído de la jurisdicción civil, dependía únicamente de los tribunales eclesiásticos, lo cual era considerado como un privilegio por la libertad que se permitía.
Si queremos remontarnos a su historia, ella –según los datos más fidedignos– habría comenzado en París.
Desde principios del siglo XII, era la capital francesa una ciudad de profesores y estudiantes. En el claustro de la catedral de Notre-Dame funcionaba una escuela catedralicia, heredera del prestigio de la escuela de Chartres, y en la orilla izquierda del río Sena, dos escuelas abaciales, la de Santa Genoveva y la de San Víctor. El pequeño puente que unía entonces la ciudad con la orilla izquierda del Sena, estaba repleto de casitas que se llenaban de estudiantes y profesores. Un día docentes y alumnos se dieron cuenta de que, casi sin quererlo, habían formado una corporación, o sea, un conjunto de personas dedicadas a la misma profesión, haciendo entonces, lo que habían hecho ya los zapateros, los sastres, los carpinteros y otros oficios de la ciudad: agruparse para constituir un gremio. El gremio de profesores y estudiantes se llamó “Universidad”.
Poco tiempo después, a mediados del siglo XIII, vivía en París un maestro llamado Robert de Sorbon, canónigo de la catedral y consejero del rey san Luis. Preocupado por la situación de los estudiantes pobres, le pidió al rey que le cediera algunas granjas y casas de la ciudad, y agregando dinero de su propio peculio, fundó un Colegio para alojar a 16 humildes estudiantes de Teología. El Colegio se llamó de La Sorbona, en homenaje a su creador.
Pero si seguimos hurgando en la realidad de aquella época descubriremos aun cosas más apasionantes: en el siglo XII, por ejemplo, la Universidad de Bolonia, especializada en Leyes, llegaría a eclipsar a las viejas escuelas jurídicas de Roma, Pavía y Ravena. A esta Universidad llegaron a acudir jóvenes de todos los países de la Cristiandad[2] (como llamaban los europeos a Europa) que deseaban conocer el mundo de las leyes. Una característica muy especial suya fue el influjo que en ella ejerció la rica burguesía comerciante, que veía el estudio del Derecho como un instrumento para asegurar sus negocios. Fue en Bolonia donde se reflotó una ciencia olvidada, el Derecho Romano, que suministraría a los Emperadores (paradójicamente) argumentos en su lucha con el Papado.
A más de 1000 kilómetros de distancia, se encontraba la Universidad de Salerno, donde se conocían los libros de los médicos que habían llegado de la vecina Sicilia durante el período en que la ocuparon los griegos y los árabes. En 1231, el emperador Federico II, gran admirador de la ciencia árabe, prohibió que se enseñara en cualquier otra ciudad de sus dominios y desde entonces Salerno se convirtió en el gran centro de la enseñanza de la Medicina; sin embargo, también en Francia se estudió esa ciencia: en tierras del Languedoc, al sur de la antigua Galia, se destacó la Universidad de Montpellier, frecuentada por estudiantes que provenían de Italia y de las tierras musulmanas de España. Sus escuelas de medicina eran célebres ya en el siglo XII.
En cuanto a Inglaterra el movimiento de creación de nuevas universidades se hizo más intenso a partir de mediados del siglo XIII. En el curso de este siglo abrió sus puertas la Universidad de Oxford (la primera de las Islas Británicas) muy semejante, en su organización, a la de París, si bien diferente de ella por su notoria inclinación a lo pragmático, tan típica del espíritu inglés. Pronto surgió la Universidad de Cambridge, como resultado de la emigración de un grupo de profesores y de alumnos de Oxford.
Junto a estas universidades, que aparecieron de manera espontánea, siendo luego oficialmente reconocidas, comenzaron a surgir en la Edad Media distintos centros de estudio creados directamente por algún gran personaje, religioso o político. Son, así, de iniciativa real las primeras universidades de la Península Ibérica, todas ellas del siglo XIII: Coimbra (en Portugal), Palencia y Salamanca en España (erigida esta última por el rey Alfonso IX hacia 1220).
Para darnos cuenta del nivel de enseñanza, basta ver lo que debía sortear un aspirante a docente universitario:
“Una vez obtenido su diploma universitario, y antes de aspirar a su licencia docente, el estudiante debía haber «conocido en París o en otra universidad», las siguientes obras de Aristóteles: Física, De la generación y de la corrupción, Del cielo y Parva Naturalia; también los tratados De la sensación y de lo sensible, Del sueño y de la vigilia, De la memoria y del recuerdo, De la longevidad y de la brevedad de la vida. Asimismo, debía conocer (o tener intención de hacerlo en el futuro) la Metafísica, y haber asistido a clases sobre los trabajos matemáticos del filósofo griego. [El historiador Hastings] Rashdall, ofrece en relación con el currículo de Oxford la siguiente lista de lecturas obligatorias para alcanzar la maestría, una vez obtenido el primer diploma. Textos sobre las artes liberales: Prisciano en gramática; la Retórica de Aristóteles o los Tópicos de Boecio, o la Nova Rhetorica de Cicerón, o Las Metamorfosis de Ovidio y la Poetria Virgilii en retórica; De Interpretatione (tres trimestres) o los Tópicos de Boecio (libros 1-3), o los Primeros Analíticos o los Tópicos de Aristóteles; en aritmética y en música a Boecio; en geometría a Euclides, Alhacen, o la Perspectiva de Vitelio; en astronomía la Theorica Planetarum (dos trimestres) o el Almagesto de Ptolomeo. En filosofía natural: la Física o Del cielo (tres trimestres), o De las propiedades de los elementos, o Meteorología o De los vegetales y las plantas, o Del alma de los animales, o cualquiera de las Parva Naturalia; en filosofía moral la Ética o la Política de Aristóteles (tres trimestres) y en metafísica la Metafísica de Aristóteles”[3].
Por las dudas remarquemos: todos libros “paganos” (para los que dicen que solo se estudiaban “cosas de curas”…).
[1] Puede consultarse ampliamente el tema en Alfredo Sáenz, La Cristiandad y su cosmovisión, Gladius, Buenos Aires 2007, 80-84 y en Thomas E. Woods, Cómo la Iglesia construyó la Civilización Occidental, Ciudadela, Madrid 2007, 73-92.
[2] Entendemos por “Cristiandad”, no simplemente un período histórico, sino la encarnación de los ideales cristianos en una época y lugar determinados. Así se llamó a gran parte de Europa, durante el Medioevo, donde la “filosofía del Evangelio gobernaba los estados” (León XIII).
[3] Lorie Daily, The Medieval University, 1200-1400, Sheed and Ward, Nueva York 1961, 132-133.