Desde el «introito» hasta la oración colecta. Explicando la Misa tradicional
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San Justino, mártir, uno de los más grandes padres de la Iglesia de los primeros siglos, así nos describe la Misa de un domingo, allá por el siglo II:
“El día llamado de sol (domingo) todos los habitantes de la ciudad o del campo se reúnen en un mismo lugar. Allí se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas, según la oportunidad.
Terminada la lectura, quien preside la asamblea hace uso de la palabra para instruir y exhortar a la imitación de tan hermosas enseñanzas. Luego todos se levantan y rezan en voz alta. Terminada la oración, se lleva al altar el pan, el vino y el agua; el que preside eleva hacia el cielo acciones de gracias. Todo el pueblo responde por aclamación: Amén.
Luego tiene lugar la distribución y repartición de los manjares eucarísticos. También lo reciben los ausentes por el ministerio de los diáconos. Aquellos que viven en la abundancia y quieren hacer limosna, dan libremente cada uno lo que buenamente quiere; lo recolectado se remite al presbítero, que lo distribuye a los huérfanos, a las viudas, a los enfermos, a los indigentes, a los prisioneros, a los huéspedes extranjeros, en una palabra, a todos los necesitados.
Hasta aquí la explicación de la Misa, sustancialmente la misma que hasta ahora.
Expliquemos ahora una parte de ella, como se celebra según el “modo extraordinario”, como buenamente nos permita el espacio de una homilía.
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SALMO 42: JUDICA ME
Apenas el sacerdote abandone la sacristía, se dirigirá hasta los pies de las gradas del altar y allí, antes de comenzar la Misa propiamente dicha, recitará un salmo, el número 42. Se trata de una oración dialogada, en la cual el pueblo participa desde el primer momento, creando una verdadera comunidad entre los fieles y su pastor.
El Salmo Judica, fue compuesto por un levita desterrado de Jerusalén que anhelaba volver a ella para cantar nuevamente las alabanzas del Señor en el Templo. El Salmista se dirige a Dios suplicándole que tome entre sus manos su causa. Sabe que Dios acudirá en su ayuda y lo restituirá a Jerusalén, entonces podrá subir a la montaña santa y cantar los salmos acompañando su canto con el arpa. Este contacto con Dios llena su corazón de alegría.
El subir al altar es subir a un monte santo, dejando de lado el mundo, sus preocupaciones y angustias, pues quien se dispone a participar de la Santa Misa, se dispone para subir al Calvario y, desde allí, al Cielo.
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EL CONFÍTEOR
Aquí nos acusamos de los pecados públicamente, alcanzando, al final, la absolución de nuestras faltas veniales. La confesión se hace a Dios con una inclinación porque Lo hemos ofendido, pero también se hace a la Iglesia triunfante y a la militante, porque nuestros pecados personales siempre tienen una consecuencia social… Nuestras faltas afectan al prójimo, tanto al que hemos dañado directamente como indirectamente, por el misterio de la comunión de los santos.
Los golpes de pecho significan la voluntad de romper (conterere: romper) nuestro corazón, de allí la palabra “contrición” de los pecados, repitiendo por tres veces el mea culpa, mea culpa…, por los tres tipos de pecados: pensamientos, palabras y obras.
Al subir al altar, el sacerdote, luego de rezar dos breves versículos, extendiendo las manos, invita a los fieles a la oración, diciendo: “Oremus” subiendo al altar mientras recite en secreto una antigua oración del siglo V:
Aufer a nobis… : “Te suplicamos, Señor, que quites de nosotros nuestras iniquidades, para que merezcamos entrar con la conciencia pura en el lugar santísimo de tu templo.
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BESO DEL ALTAR
Y, llegando al Altar, lo besa en el medio… ¿Por qué el beso del altar, que el sacerdote hará cada vez que se gire hacia el pueblo?
El altar cristiano, que simboliza al mismo Cristo, sacerdote, altar y víctima, es el lugar del sacrificio; así como antiguamente allí se inmolaban los carneros y los becerros cebados, ahora el mismo Dios se inmola por nosotros.
Pero no sólo por esto es santo. Existe un segundo motivo: el altar contiene reliquias de los santos, como lo afirma la oración que el sacerdote hace al besarlo por primera vez:
Oramus te…
“Te rogamos Señor, que por los méritos de tus Santos, cuyas reliquias yacen aquí (besa el altar), y por los de todos los Santos, que te dignes perdonarme todos mis pecados. Amén”.
El sacerdote invoca especialmente a los santos cuyas preciosas reliquias fueron depositadas en el altar, según la antigua costumbre de los cristianos, de celebrar la Santa Misa sobre las tumbas de los mártires (como por ejemplo, en las Catacumbas de Roma), pues ellos son los testigos de Cristo.
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INTROITO
Luego del beso del altar, el sacerdote, dirigiéndose a la derecha, entona las primeras plegarias que cambia según el día, constituyendo ésta la primera parte de la Misa de los Catecúmenos. Se trata casi siempre de un Salmo con una Antífona sacada del mismo, infundiendo el espíritu de la Misa que se celebra ese día: de un mártir, de un papa, de Pascua, etc., para luego volver al medio del altar y rezar los Kyries.
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KYRIE
A continuación del Introito sigue una letanía (palabra derivada del griego y que significa “súplica”) que alterna el sacerdote con el pueblo fiel.
“Kyrie eleison”, son dos palabras griegas cuyo Significado es:
“Señor, te piedad de nosotros”.
Como se ve en el Evangelio, era una fórmula muy popular en tiempos de Jesús y entre los primeros cristianos:
“En la orilla del camino de Jericó, en donde caminaba Jesús, Bartimeo el ciego exclamó: Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí. Y como el pueblo le imponía silencio con amenazas, él alzaba mucho la voz, diciendo: Hijo de David, ten piedad de mí. Díjole Jesús: Vete, tu fe te ha salvado. Y de repente vio». (Mc. X, 46-52).
Y también:
“Habiendo ido Jesús hacia las regiones de Tiro y de Sidón, una mujer cananea se le acercó y empezó a dar voces diciendo: Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David, mi hija es cruelmente atormentada del demonio… ¡Oh, mujer!, contestóle Jesús, grande es tu fe, hágase conforme tú lo deseas. Y en la hora misma su hija quedó curada» (Mt. XV, 21-28).
Ahora, ¿por qué se repite tres veces cada invocación? Porque es una oración trinitaria:
A Dios Padre. V. Señor, ten ― piedad (3 veces alternando)
A Dios Hijo. ― R. Cristo, ten piedad (3 veces alternando)
A Dios Espíritu Santo. — V. Señor, ten piedad (3 veces alternando).
Es que en todas y cada una de las tres personas divinas, también están las otras dos. En el Padre, está el Hijo y el Espíritu Santo; en el Hijo también está el Padre y el Espíritu Santo; y en el Espíritu Santo está el Padre y el Hijo.
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GLORIA
La Misa no es una oración basada en el hombre, sino en Dios; pues lo primero siempre es la Gloria de Dios, por ello, luego de confesar que Dios es uno y trino todo el pueblo reza el Gloria, alabándolo, centrándose en Él y contemplándolo desde aquí abajo.
Compuesto después de los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381), que se encargaron de reafirmar la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo contra algunas herejías, esta oración se introdujo en la Misa a partir del cántico celeste que, en la primera Navidad de la historia, se oyó en Belén: Gloria a Dios, Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
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ORACIÓN COLECTA
Una vez terminado el Gloria el sacerdote entona la oración colecta, cuyo nombre proviene del latín porque era recitada por una muchedumbre reunida (colectam) en una iglesia.
En ciertos días, el diácono avisaba a los asistentes que debían pedir a Dios de rodillas por sus intenciones diciendo: flectamus genua (“nos arrodillamos”, como se hace todavía en Viernes Santo), mientras la asamblea rezaba en silencio hasta oír esto: levate (“levantaos”). Era entonces cuando el sacerdote recogía las plegarias y los votos del pueblo fiel en una sola oración, “colectándolas” y elevándolas a Dios, sabiendo que, “todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá» (Io. XVI, 23)”, por lo que se terminaba diciendo: per Dominum nostrum Jesum Christum… (“por Nuestro Señor Jesucristo…”), a lo que todos rubricarán con el Amén (“así sea”) final.
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Nadie ama lo que no conoce. Conozcamos nuestra Misa, para poder amarla, gozarla y aprovecharla.
Bastaría una Misa bien vivida, para poder re-comenzar en nuestra vida espiritual.
Que así sea.
P. Javier Olivera Ravasi