¿Por qué aún Isabel la Católica no es santa? La polémica expulsión de los judíos (5-7)
En esta segunda parte de nuestro trabajo indagaremos en la historia del pueblo hebreo en la España de Isabel la Católica. Creemos que la historia nos dará los elementos necesarios para vislumbrar las razones que han movido al pueblo judío a oponerse tan fuerte y abiertamente a la canonización de Nuestra Reina.
Procuraremos comprender el problema que hubo con los israelitas durante el reinado de la Reina Católica. Para ello realizaremos un rapidísimo recorrido por su historia en España, luego veremos su situación durante el reinado de los Reyes Católicos y finalmente explicaremos las medidas que fueron tomadas contra ellos: la instauración del tribunal inquisitorial y la expulsión de los judíos en marzo de 1492.
Lo que intentaremos considerar es, si tales medidas son realmente causa de peso para frenar el proceso de beatificación de Isabel la Católica. Porque, si fueron realizadas por un movimiento de odio racial, por un fanatismo exacerbado hacia la fe católica o por una imprudencia en el reinado, bien podrían ser dos motivos de gran peso para frenar su causa de canonización.
Pero si, por el contrario, estas dos medidas que fueron tomadas por nuestra Reina y su esposo, son espejo de virtud, su trato para con los judíos no solo no constituiría un motivo para el congelamiento de su proceso, sino que serían un motivo más para que nuestra Reina sea ascendida a los Altares de los Santos.
Para esto trabajaremos principalmente con la ya utilizada Positio historica super vita, virtutibus et fama sanctitatis ex officio concinnata de Isabel I, reina de Castilla. Vale la pena resaltar que para el estudio de la expulsión de los judíos, la masa documental contenida en el tomo IX, docs. 540-805 de la documentación presentada a la Congregación de la causa para los santos, consta de un total de 266 documentos, todos ellos de actos de gobierno y ninguno de fuentes literarias, historiográficas, testimonios de contemporáneos o estudiosos posteriores; con el fin de proveer al lector de una opinión objetiva sin mancha de las opiniones personales de la época o posteriores. Esto dota a este punto en particular de una seriedad exquisita.
Del mismo modo nos serviremos de los historiadores mencionados al comienzo de nuestro estudio.
Dicho esto introduzcámonos en el estudio de este espinoso tema.
Los judíos y España
Consideraciones históricas de los judíos en España
Un historiador francés, biógrafo de Isabel la Católica, Jean Dumont[1], al comenzar a exponer la creación del Estado Moderno de Isabel y Fernando hace una consideración preliminar. Explica lo que él llama “el eje vertical de la historia de España”, y este eje no es otro que el peligro judaico en la Península Ibérica.
Lo trae a colación cuando hace referencia acerca del libro de formación de los Reyes Católicos: Doctrinal de príncipes, escrito por el converso Diego de Varela. Del mismo afirma:
…este texto de un converso de origen judío es un reencuentro con las raíces más a-semitas del ser nacional español, ya que el autor llama a los Reyes Católicos nada menos que a reformar “la silla de la ynclita sangre de los godos”. Estos visigodos, antiguos dueños de España, durante cuyo dominio, tras su conversión al catolicismo, el gobierno y la Iglesia (concilio de Toledo 589) constituyen siempre una defensa vigilante contra el peligro de judaización[2].
Y es que este peligro ha estado presente en toda la historia de España y ha sido tan influyente que la historia de España no se entiende sin considerar el siempre presente factor judío.
Pero, ¿desde cuándo han habitado los judíos en España?
En el año 70, el emperador romano, Tito expulsó a los judíos de Jerusalén, tal como había sido profetizado: “Yahaveh os dispersará entre los pueblos y no quedaréis más que unos pocos, en medio de las naciones”[3].
Desde entonces los judíos vivieron errantes, con la siempre presente esperanza de que un día viniera su salvador y los devolviera a la Tierra Prometida. Pero hasta ese momento ellos no considerarían ninguna otra tierra como propia, no se mezclarían con otras razas y sobre todo no abrazarían nuevas religiones.
Esta dispersión por el orbe es conocida como la “diáspora” judía y ha sido motivo de numerosos conflictos con los demás pueblos, sobre todo con los cristianos.
No sabemos la fecha exacta de la llegada de comunidades judías a España, pero sabemos que se remite a la época romana. Ya en el año 300, tenemos noticias de su presencia en la península por la celebración del Concilio de Elvira (Granada), el primero realizado en tierras hispanas. Allí se sentaron las bases de la Iglesia en España. El tema de la convivencia entre judíos y cristianos ocupó un lugar central en dicho concilio, y finalmente se determinó la separación entre cristianos y judíos.
Luego siguieron los concilios toledanos. En varios de ellos se volvió sobre el tema de los judíos. Así por ejemplo, el tercer concilio de Toledo, realizado en el año 589, exigió a los cristianos en su canon XLIX el rechazo de las bendiciones judías bajo pena de excomunión y en los del año 633 y 694 se volvió sobre el tema de la separación de judíos y cristianos.
Ya desde el siglo VII, los judíos fueron considerados como un peligro constante para la fe, pues incurrían constantemente en delito de herejía. Así lo denunció San Isidoro de Sevilla, doctor de la Iglesia, en sus Etimologías, De Hearisibus y De Fide catholica contra Judaeos[4] .
Este mismo siglo, los judíos sufrieron su primera expulsión de España. El rey Sisebuto promulgó una ley echando de España a los judíos que no se bautizaran, por ser estos amigos de los moros y los turcos que amenazaban a España. Se consideraba así a los israelitas como posibles aliados de los árabes y peligrosos enemigos.
Dos siglos más tarde los judíos tendrán la oportunidad de vengar su expulsión. En el año 711 los árabes provenientes de Norte de África lograron penetrar en la Península Ibérica. Esto fue posible gracias a una deslealtad del Gobernador de Ceuta para con su rey[5], pero también por la ayuda que los judíos les brindaron animándolos a entrar y abriéndoles las puertas de las ciudades para que fuesen tomadas.
Este hecho quedó grabado a fuego en las memorias de los católicos españoles de modo que “no podían dejar de recordar que habían sido los judíos quienes invitaron a los mahometanos a entrar en el país, y siempre los habían considerado como enemigos internos, quinta columnas y aliados del enemigo”[6].
En los siglos que siguieron la tensión entre judíos y cristianos se mantuvo en mayor o menor medida en el mismo grado. Se celebraron otros concilios en los que se entrevió que el problema de los judíos continuaba presente. Así por ejemplo el Concilio LateranenceIV, celebrado en 1215 mandaba que los judíos vistieran hábito distinto, recordándoles su propia ley: “no usarás ropa de tejidos de dos clases”[7] y “no vestirás ropa tejida mitad de lana mitad de lino”[8]. Además prohibía que ejercieran oficios públicos y condenaba a los judaizantes. El Concilio de Basilea de 1434, prohibió que los infieles y especialmente los judíos, fueran familiares o sirvientes o nodrizas o médicos de los cristianos, éstos no debían ir con ellos a fiestas, bodas, convites, baños; se los obligaba a llevar algún hábito para que los cristianos los pudieran identificar y a vivir separados de ellos.
El siglo XII, crisis de los judíos en Europa
Hasta este momento, las tensiones entre judíos y cristianos siempre habían existido, pero nunca habían conformado un problema social o político para los reinos de la Cristiandad. Pero el siglo XII cambiaría las cosas[9].
Por un lado las Cruzadas que se estaban realizando acrecentaban en los cristianos sus sentimientos religiosos, y los hacía más celosos de su fe.
Por otro lado la aparición de los cátaros en el siglo X había creado en toda Europa un clima adverso a todo lo que sonara a herejía, y “el horror al pecado contra la fe se hizo un hábito social”[10]. Estas circunstancias afectaban directamente a los judíos y conversos, acusados constantemente de herejía.
Otro hecho que afectó negativamente la posición de los judíos en la sociedad cristiana fue el conocimiento público del Talmud[11], que provocó un escándalo en toda la Europa Medieval. Muchos intelectuales de la época (algunos de ellos conversos) escribieron fuertes críticas hacia este libro que conformaba la esencia doctrinal de los hijos de Abraham según la carne. Algunos de los críticos fueron Pedro Alfonso, Pedro el Venerable Rufino, con su Summa Theologicae y finalmente Nicolás Donin, que denunciaba a Roma que el libro judío contenía treinta y cinco proposiciones blasfemas y consistía en un ataque directo al cristianismo.
El entonces Papa Gregorio IX, encomendó a la Universidad de París un estudio serio sobre el Talmud y al cabo de las debidas averiguaciones éste fue declarado herético, blasfemo y digno de destrucción. El día tres de marzo del año 1240 fueron quemados todos los ejemplares que del Talmud se pudieron encontrar.
A partir de entonces los judíos comenzarían a vivir una verdadera persecución, no por parte de las jerarquías eclesiásticas que siempre defendieron las vidas de los judíos, sino del pueblo liso y llano, ante quien la impopularidad judía crecía día tras día.
El siglo XIV resultó un nuevo azote para el pueblo israelita, por varios fenómenos que perjudicaron grandemente su situación en toda Europa.
Uno de ellos fue la terrible peste que diezmó a Europa en 1348 y que ha pasado a la Historia con el nombre de “peste negra”, haciendo alusión a su principal síntoma: la aparición de aureolas oscuras en la piel del infectado. La peste se llevó a más de un tercio de la población europea y esta terrible situación recayó sobre los hombros de los judíos que fueron juzgados por muchos cristianos como los culpables de tal enfermedad.
El historiador estadounidense William Walsh explica: “Cuando la peste negra diezmó en dos años la mitad de la población de Europa, los judíos sufrieron más que el resto, porque el populacho, enloquecido, los acusó de haber ocasionado la peste envenenando los pozos, y comenzó en toda Europa a darles muerte”[12]. Aquí la Iglesia tuvo que intervenir a favor de los judíos para defenderlos de las injustas acusaciones que contra ellos se comenzaron a esgrimir.
Pero no era la culpa de la peste echada sobre los judíos el único motivo de enemistad entre cristianos e israelitas. El pecado de la usura, tan practicado por los judíos, su sectarismo y sus blasfemias contra Cristo y su Madre, contribuían a abrir la brecha entre los seguidores de Cristo y los que aún lo esperaban. Volvamos a citar a Walsh:
En una Europa donde se repudiaba la usura como un pecado, porque como tal la Iglesia Católica la había considerado siempre, los judíos eran los únicos banqueros y prestamistas, y poco a poco el capital y el comercio del país pasó a sus manos (…) los ciudadanos que debían pagar impuestos, los agricultores que carecían de dinero y los ciudadanos presos por la avaricia de un noble, caían desesperados en manos de prestamistas judíos, transformándose en sus esclavos económicamente (…) el pueblo los odiaba, porque a manudo compraban a los reyes el privilegio de cobrar impuestos y despojaban a los ciudadanos de todo lo que podían[13].
Coincidió en este siglo, la expulsión de los judíos de varios países de toda Europa. A la tradicional enemistad entre judíos y cristianos, ahora se sumaba la injusta acusación que muchos cristianos hicieron a los judíos con motivo de la peste.
Los ingleses ya lo habían realizado en el año 1290. De Alta Baviera habían salido exiliados en 1276 y de Renania en 1012. Ahora los judíos eran expulsados de Alemania entre 1348 y 1375, y de Francia en 1306. Luego saldrían de Viena y Linz en 1421. De Colonia, en 1424; de Augsburgo, en 1439; de Baviera, entre 1442 y 1450; de Moravia, en 1454; de Perugia, en 1485; de Vicenza, en 1486; de Parma, en 1488; en Milán y Lucca en 1489; de Toscana, en 1494; de Cracovia y Lituania, en 1495.[14]
¿A dónde irían a parar todos estos judíos expulsados? Muchos de ellos migraron a España y sobre todo a Castilla, que hasta el momento había aceptado con mucha tolerancia a los israelitas allí hospedados.
Efectivamente nos comenta Dumont:
Durante toda la edad media hubo al sur de los Pirineos, hecho único en Europa, una aproximación y una amplia fusión biológica entre cristianos y judíos, que elevó los linajes judíos a la sima de la jerarquía social cristiana, hecho que no se dio en ninguna otra parte. Esta aproximación biológica se hizo a través de las mujeres judías, a pesar de ser ellas la base de la identidad judía, que se hacían cristianas (…) Tal es la raíz de la increíble presencia mayoritaria de conversos que hemos constatado en la alta nobleza española entre los altos funcionarios, consejeros y colaboradores de los reyes, así como entre los intelectuales de renombre. La presencia de los conversos era también muy notable en el alto clero católico, entonces por lo general perteneciente a la nobleza[15].
Y lo mismo afirma Américo Castro: “Ilustres familias cristianas, se habían mezclado durante la Edad Media con la gente judía, por motivos económicos o por la frecuente belleza de sus mujeres”[16].
La presencia de los judíos y sobre todo de los conversos, como vemos, siempre había sido fuerte en España. Pero a partir de la expulsión de los israelitas de los demás reinos cristianos, el aumento fue masivo y así comenzaron los problemas realmente serios que desembocarían en la famosa expulsión de 1492.
Términos a definir
Antes de proseguir con la historia de los judíos en España hay una serie de términos que nos parce oportuno aclarar para una mejor comprensión de lo que sigue. Para ello seguiremos las definiciones que nos ofrece Tarsicio de Azcona[17] en su libro Isabel la Católica.
Judíos:
“Entendemos, como es obvio, el grupo de individuos que por ascendencia, religión y cultura e independientemente del lugar de su nacimiento se siente heredero del pueblo de Israel, formando un grupo racial bien conocido a todo lo largo de la Edad Media”[18].
Conversos: “Llamamos conversos a los judíos que abandonaron su religión mosaica y recibieron el bautismo, entrando en la comunidad cristiana. (…) No es difícil encontrar otros nombres para caracterizar a este grupo; por ejemplo neófitos, por la nueva luz recibida en el bautismo; confesos, por los juramentos emitidos en el mismo acto; nueva generación y nuevo pueblo”[19].
De entre los conversos podemos distinguir a los conversos forzados, también llamados anusim y los conversos convertidos, o mesumad. “Entre estos dos extremos (…) podía encontrarse un gama incalculable de situaciones internas frente a la nueva fe, que se reflejaba inmediatamente en el trato con los correligionarios”[20]. Otra distinción necesaria de entre los conversos es la de conversos recientes, quienes habían abrasado el cristianismo en los últimos siglos (XIV y XV) y conversos más antiguos (también llamados conversos viejos), “descendientes de padres y abuelos ya convertidos, lo que suponía un entronque con la fe cristiana de varias generaciones”[21].
Judaizantes: Eran “aquellos conversos que, después de haber abjurado de su religión y recibido el bautismo, continuaban practicando ritos mosaicos, lo que se tomaba como señal manifiesta de la insinceridad de su conversión”[22]. Estos judaizantes también eran conocidos como alboraycos[23] o marranos.
El siglo XIV en España: el surgimiento de la gran masa de conversos
Decíamos pues, que hacia finales del siglo XIV y en los albores del siguiente España entera sufrió una intensa inmigración judía. Esta masa de nuevos habitantes que vivían según su ley, pronto se transformó en un problema de Estado; no solo por el autoaislamiento en que vivían, sino porque la hostilidad hacia ellos por parte de los cristianos se hacía cada vez más fuerte.
España tomó conciencia de este problema en el año 1391, durante el cual se realizó una cruenta matanza de judíos y una intensa campaña para destruir las aljamas[24] en toda la Península Ibérica.
El Padre Azcona hace tanto hincapié en este año que se atreve a decir: “El año 1391 puede ser considerado, dentro de la historia de los judíos españoles, como una de esas fechas que marcan una nueva época”[25]. Y más tarde: “Después de esta fecha comienza la verdadera historia de los conversos”[26].
La Iglesia Católica, para entonces presidida por Benedicto XIII, intervino nuevamente en favor de los judíos españoles, y convocó en Aragón para el año 1414 la llamada Disputa de Tortosa. En ella se trataron nuevos métodos para acercar a los judíos al cristianismo. La disputa tuvo muchísimo éxito, sobre todo porque las conversiones fueron espontáneas y generalmente sinceras. Azcona resalta este aspecto: “Lo más satisfactorio de la disputa de Tortosa es que no se observa presión para que se conviertan (los judíos). Lo hacen voluntariamente, reconociendo el peso de las razones”[27] .
Sobresaldrán en esta tarea evangelizadora dos órdenes mendicantes que hacía poco habían surgido: la de los dominicos y la de los franciscanos.
De la primera de estas saldrá el gran predicador de los judíos en España: San Vicente Ferrer, cuyas predicaciones obtenían como resultado inmensas oleadas de conversos.
Pero si bien, esto aplacó la furia en las poblaciones, no resultó para nada beneficioso a los judíos, que veían a sus hermanos de sangre y religión abrazar la fe de Cristo por montones, diezmando así el número de judíos considerablemente.
A aquel repudio generalizado hacia ellos se sumaba ahora la intensa campaña de predicación que desde la Iglesia se lanzó para arrimar al pueblo elegido hacia la verdadera fe.
Es necesario resaltar que esta ola de conversiones en ningún momento fue forzada, aunque muchas de ellas no fueron sinceras.
Nacieron así en España estos dos nuevos grupos religiosos: el de los conversos y el de los conversos judaizantes.
Para finalizar la explicación del surgimiento de los conversos, e intentando hacer hincapié en la libertad con que estos abrazaron el cristianismo, dejamos una última cita de Dumont:
…¿cómo surgieron los conversos y por qué eran en España tan numerosos, influyentes e incluso peligrosos? La respuesta de los historiadores judíos polémicos, que se recoge en muchos de nuestros manuales y que recoge también el cardenal Lustiger, es que los conversos se vieron obligados a “bautismos forzados” y eran “constreñidos a la conversión”. Esto evidentemente es falso, salvo algunas excepciones (…) La inmensa mayoría de los conversos se convirtieron voluntariamente. A veces lo hicieron por miedo o por interés, para tener acceso más fácil a plazas y cargos, y al reconocimiento social, pero siempre por su propia iniciativa y no pocas veces por convicción[28].
* * *
Hemos realizado hasta aquí una breve explicación de cómo y por qué llegaron tantos judíos a España, y de por qué allí el fenómeno de los conversos fue tan fuerte. Pasemos ahora a ocuparnos del problema central en relación con nuestro tema: la situación de los judíos bajo el reinado de Isabel la Católica.
Los judíos e Isabel la Católica
Isabel la Católica llegó al trono de Castilla en el año 1474. Desde el mismo momento en que se ciñó la corona de Castilla tuvo en claro el principal y primer objetivo de su reinado: unificar España.
Sabía que para ello era preciso recuperar el último reducto moro de las tierras hispanas: la postergada Granada, pero no sabía que antes de llegar a ello numerosos inconvenientes se interpondrían en el camino.
En primer lugar tuvo que afianzarse en su trono, pues Portugal y varios nobles castellanos desconocían su reyecía y proclamaban soberana la Juana, la “Beltraneja”[29]. Su esposo Fernando, logró aplacar con las armas a los focos rebeldes del reino y derrotó las huestes del país vecino, dejando fuera de duda la legitimidad de su esposa en el trono.
Pero entonces sobrevino la tarea más difícil: la de unificar a los propios. La tarea de unificación que los reyes se proponían, debía ser extremadamente profunda y duradera. Por ello España debía consolidarse en un solo territorio, con un solo idioma, con solo una cultura y, por sobre todas las cosas, con una sola religión.
Bien conocía Isabel que los lazos religiosos son los más duraderos y es por esto que toda su obra de unidad tuvo por base la unificación total de España en la religión católica.
Pero para aquellos años convivían en España tres religiones distintas: la católica, la islámica y la judaica. Para con los católicos Isabel llevó a cabo una profunda reforma, intentando devolver a la Iglesia de sus reinos la pureza de la fe y las tradiciones que tantas veces menguaba para aquél entonces.
Para con los musulmanes se concentraron las fuerzas para atraerlos a la religión católica y para recuperar el último reducto español que quedaba en sus manos: Granada. La conquista de aquel reino se llevó acabo en el glorioso 1492, acabando así con el último reducto de infieles en España.
Finalmente, para con los judíos, se tomaron dos medidas importantes: la instauración del Tribunal de la Inquisición, para los conversos y la expulsión para los judíos. Dos medidas que, sacadas de su contexto y consideradas aisladamente de sus circunstancias, pueden presentársenos a los hombres modernos como medidas de fanatismo religioso, totalmente ajenas a la caridad cristiana y que ni siquiera las aprobaríamos desde el punto de vista humano.
Para no caer en estos errores por anacronismo, intentaremos explicar el contexto en que fueron tomadas y las causas que guiaron el actuar de nuestra Soberana. Una vez esclarecidas las circunstancias nos será más fácil emitir un juicio objetivo sobre el asunto.
La situación de los judíos y conversos en la época de Isabel.
Condición social de los judíos y conversos
¿Cómo fue recibida en España esta gran masa de conversos que de a poco iban integrándose a la sociedad española? Pronto comenzarían los roces entre ambas religiones.
Los conversos, que poseían las habilidades propias de la raza judaica, muchas veces superior al resto, al recibir el bautismo comenzaron a gozar también de la posibilidad de ascender en la escala social y política. Así, España se vio pronto repleta de administradores judíos. Muchos de ellos abrazaban el cristianismo de buena fe, pero de a poco la gran mayoría volvía secretamente a sus prácticas mosaicas.
Esto enfureció mucho a los cristianos viejos que veían sus antiguos puestos ahora en manos de judíos conversos.
El P. Azcona explica lo siguiente:
…los conversos comienzan a tomar posiciones, aprovechando el resguardo ventajoso de la nueva confesionalidad. Durante el segundo y tercer decenio del siglo se van a ver colocados estratégicamente en puestos de la administración, lo mismo aragonesa que castellana, y van proliferando los entronques con familias de clases dirigentes que no demostraban en general prejuicios contra ellos[30].
En la época de Isabel la Católica los judíos conversos eran tan fuertes que era raro no encontrar algún ascendiente israelí en las familias más nobles de toda España. El mismo esposo de la Reina, Fernando, tenía ascendencia judía. Tanto el médico de Fernando, como el de Isabel eran judíos. Hombres de confianza de la reina como lo era Cabrera, Fray Hernando de Talavera y el mismo Fray Tomás de Torquemada, provenían de familias de conversos. Quien fuera muchos años arzobispo de Toledo y ayudara a la reina a llegar al trono, Monseñor Carrillo, tenía los mismos antecedentes. Y el más acérrimo enemigo de los Reyes Católicos, el marqués de Villena, llevaba en sus venas la misma sangre que los ya mencionados. Evidentemente, la nobleza para la época de Isabel estaba absolutamente rebosada de judíos.
Por otro lado tomará una nueva fuerza el fenómeno de los judaizantes, que aumentaban en número día tras día. Estos, no solo practicaban el judaísmo a escondidas, renegando de su fe, sino que a menudo blasfemaban y realizaban ritos con hostias consagradas que lograban robar, muchas veces con ayuda o con conjunto con los mismos judíos.
Todos estos factores contribuyeron a que, para los años en que Isabel gobernaba Castilla, el ambiente religioso se encontrase sumamente denso.
La situación estalló en Toledo, en el año 1449. Se llevó a cabo una revolución popular para sacar a todos los judíos de los cargos públicos. Varios judíos se vieron muertos durante estos sucesos en manos del populacho embravecido. A partir de entonces las matanzas de judíos por parte del pueblo cristiano se hicieron más frecuentes y violentas.
El postulador de la Reina, Anastasio Gutiérrez explica al respecto:
Las presiones (que se ejercían sobre judíos y conversos) son variadísimas, desde el apedreamiento de techos y ventanas en Trujillo durante la Semana Santa hasta la acción astuta de las autoridades municipales que negaban a las aljamas el concurso de la justicia o restringían los suministros de víveres o la libertad de comercio o insistían tercamente en el apartamiento de juderías y de los judíos con el cierre de calles y otras maneras o hacían discriminación en la distribución de cargos comunes locales, etc.[31].
El odio del pueblo español hacia la raza semita llegó al punto de culpar exclusivamente a los judíos de la corrupción que para entonces sufría la Iglesia Católica[32].
Este denso clima de enemistad entre hispanos e israelitas encontró su punto culmen en un trágico hecho que revolvería los ánimos de los cristianos, aumentando su hostilidad para con los judíos. Tal hecho fue el asesinato de un pequeño niño, en la Guardia, para el viernes santo de 1491 llevado a cabo por una secta judaica durante uno de sus ritos. El niño sacrificado sufrió en su cuerpo tormentos similares a los que sufriera Nuestro Señor en su pasión.
No podemos detenernos aquí en los pormenores del suceso, pero nos basta decir, que aunque actualmente muchos siguen dudando de la veracidad de tales hechos (pues el cuerpo del niño nunca fue encontrado), los documentos y las declaraciones de los acusados nos conducen a inferir la total veracidad de los acontecimientos en la Guardia.
Volvamos a citar al postulador, que al momento de emitir juicios cuida absolutamente de que estén bien documentados, (pues escribe para la defensa de una causa canónica; y no una biografía que bien podría tener tintes novelescos): “El odio contra ellos (los judíos) fue creciendo por los caminos misteriosos que estimulan la psicología de las masas, hasta llegar al paroxismo final en el proceso del Niño de La Guardia”[33].
Y más adelante: “El odio de los unos y el temor de los otros llegó al paroxismo, como hemos dicho, con la ocasión del proceso del Santo Niño de la Guardia crucificado ritualmente el Viernes Santo”[34].
Estos sucesos atroces crearon un clima insostenible, que si no era remediado pronto acarrearía consecuencias nefastas para el reino, pues “para el espíritu español, inflamado durante siglos de guerra en el odio a los judíos por amigos de sus enemigos, no resultó difícil creerlos culpables de los más atroces crímenes. Setenta judíos fueron declarados culpables en 1468 (…) de haber crucificado a un niño cristiano”[35].
Urgía, en España, desde el punto de vista social una solución al problema de judíos, conversos y judaizantes.
Condición jurídica y legal
Antes de analizar la situación legal de los judíos para la época de Isabel, debemos recordar que entonces las leyes de los pueblos estaban íntimamente relacionadas con la religión de los mismos. No existía aún el Estado Moderno, tal como hoy los conocemos, con una constitución y una serie de leyes que deben adoptar todos los que deseen vivir en él.
Las sociedades se regían más bien por las leyes que su cultura, sus antiguas costumbres y su religión les dictaban y en base a ello, luego eran decretadas las leyes civiles.
En la España isabelina tres religiones (y por tanto culturas) fuertes coexistían: la cristiana, la islámica y la judía; y cada comunidad se regía por las leyes muy distintas unas de otras.
Esto constituía un grave problema para los gobernantes, pues albergaban dentro de sus territorios, grandes comunidades que no respondían a las leyes civiles del reino que habitaban.
Es por esto que en los concilios y también en las partidas de Alfonso X, llamado “el Sabio” (base jurídica de España), se trata con tanto detenimiento y de modo particular el modo en que debían vivir aquellos que profesaran otras religiones.
Teniendo en cuenta este estrechísimo lazo entre religión y ley que para entonces regía, prosigamos a analizar la situación jurídica de los judíos para la fecha que nos incumbe.
Respecto a su convivencia con los cristianos
Desde el primer concilio realizado en la Península Ibérica, se manda a los judíos vivir en barrios separados de los cristianos.
Las razones de tal apartamiento respondían por un lado, a las leyes mismas de los judíos, que les aconsejaban apartarse del resto y por otro lado, al hecho de que los judíos practicaban constantemente un proselitismo religioso, que llevaba a muchos cristianos (sobre todo conversos) a renegar secretamente de su fe y a judaizar.
Nos explica Anastasio Gutiérrez: “Los judíos no sólo formaban una comunidad con estatuto propio dentro de cada municipio (aljamas); en todas partes se tendía a la separación material en barrios reservados para ellos (ghetos)[36]”.
Al respecto es necesario aclarar que “mucho antes de que se les obligara a hacerlo, los judíos tuvieron la costumbre de agruparse en barrios propios llamados kahal. Hasta el siglo XIV la existencia de dichos barrios significó para ellos seguridad, necesidad y comodidad a la vez”[37].
Por otro lado los judíos debían llevar signos externos que los identificasen. Esto había sido dictado por las partidas de Alfonso X: “mandamos que todos quantos judíos y judías vivieren en nuestro señorío, que trayan alguna señal cierta sobre sus cabezas, que sea por tal que conozcan las gentes manifiestamente qual es judío o judía, pena diez maravedís de oro, e si no los tuviere reciba diez azotes públicamente ”[38].
Había además una serie de trabajos que estaban prohibidos para los judíos. También son las Partidas del Sabio las que mandaban estas prohibiciones: “de manera que ningún judío nunca tuviese jamás lugar honrado nin [sic] oficio público con que pudiese apremiar a ningunt [sic] cristiano en ninguna manera”[39].
Respecto a su condición en los Reinos
Los judíos de Castilla, tenían una situación legal bastante poco común. Permanecían allí como extranjeros tolerados, es decir que los reyes los hospedaban en sus reinos como a invitados, pero no conformaban una parte sustancial de la sociedad castellana. Así lo dictaba el código de las Siete Partidas: “la razón por que la iglesia, et los emperadores, et los otros príncipes sufriron [sic] a los judíos vivir entre los cristianos es esta: porque ellos viviesen como en cativerio [sic] para siempre e fuesen remembranca [sic] a los hombres que ellos vienen del linaje de aquellos que crucificaron a nuestro Sañor Jesu [sic] Cristo”[40].
Por esta condición dependían directamente del Monarca que los recogía en sus reinos como huéspedes, sin derecho a la ciudadanía. Ellos dependían única y directamente del Rey, y por este motivo es que constantemente tenían problemas con las autoridades municipales, porque no estaban para nada subscriptos a ellas.
Respecto a esto comenta Anastasio Gutiérrez:
La voluntad del Soberano era la que les otorgaba el derecho a vivir dentro de sus dominios y esa misma podía hacerles salir de ellos. Los judíos eran vasallos y súbditos personales de los Reyes y no miembros de la comunidad, según el pensamiento medieval (…) Esta situación era común en todos los reinos cristianos (…) y era conforme a la mentalidad judía, naturalmente y por religión, “racista” y auto-segregacionista[41].
A cambio de este permiso para residir en los pueblos cristianos, los judíos debían atenerse a una serie de cláusulas. La principal de ellas era no realizar proselitismo religioso ni con los cristianos ni con los conversos. A partir de la violación de esta condición es que los judíos deberán abandonar los reinos españoles, por incumplimiento de lo acordado con el Rey.
Es por esto que el postulador de la Reina insiste en la incorrección del término expulsión, para hablar del hecho de que los judíos abandonaran España. Él explica que debería decirse más bien suspensión del permiso de residencia, lo que en términos actuales llamamos retención de pasaporte. Ya que los judíos no eran parte de la sociedad española no podían ser expulsados de ella.
Condición política
Recordemos que la historia de España está forjada en el fuego de la guerra contra los infieles. Casi podríamos decir que la historia de España hasta finales del siglo XV, es la historia de la reconquista del territorio que los moros habían invadido.
Los moros fueron siempre para el español, el enemigo indiscutido. Esta situación política perjudicó en gran medida a los judíos, por haber sido desde siempre amigos y aliados de los hijos de Mahoma.
Cuando la Reina Isabel la Católica revivió en su pueblo el ideal de cruzada y la reconquista fue vuelta a poner en marcha, los judíos se convirtieron en personajes sospechosos y posibles aliados de los moros. Tanto más cuando, como comentamos anteriormente, habían sido los mismos judíos quienes instaron a los musulmanes a entrar en la Península por vez primera[42].
El historiador y poeta español, José María Pemán, en su Breve Historia de España considera este factor determinante para la expulsión de los judíos en 1492:
Los judíos eran en España verdaderos espías y conspiradores políticos. (…) Estaban organizados en verdaderas sociedades secretas de intriga y conspiración. En esas sociedades se habían preparado crímenes horribles, como el asesinato de un santo obispo de Zaragoza, y el Martirio, en la Guardia, de un niño en que se había reproducido la pasión de Cristo, azotándolo, coronándole de espinas y crucificándolo al fin. También era corriente el robo de hostias consagradas de las iglesias, para luego pisotearlas y profanarlas en secreto. Por todo esto los Reyes Católicos, dispuestos a asegurar la unidad religiosa, base de la unidad de España, echaron a los judíos[43].
Por otra parte los reyes se enteraron de que muchos judíos habían apoyado y colaborado a Portugal cuando, en los inicios del reinado de Isabel la Católica, se enfrentaron vivamente a los Reyes de Castilla y Aragón. Así lo cuenta Tarsicio de Azcona: “No faltan indicios documentales para pensar que por lo menos los judíos cacereños se aliaron con el bando Portugués. La diplomacia castellana tuvo que tratar frecuentemente con la portuguesa sobre los judíos y conversos refugiados en el vecino reino”[44].
Prof. Magdalena Ale
continuará
[1] Jean Dumont, “La incomparable Isabel la Católica”. Madrid: Ediciones Encuentro, 1993.
[2] Ibídem, P. 61.
[3] Dt. 4,27.
[4] Ibídem, P. 82.
[5] Cuenta la leyenda que el entonces rey de España, Don Rodrigo, abusó de Florinda, una de las damas más bellas de la Corte. El padre de Florinda, llamado Don Julián, era a la sazón gobernador de Ceuta; y enojadísimo al enterarse de la deshonesta acción del rey para con su hija invitó a los moros a que entrasen a la península a modo de venganza para con el rey.
[6] Sáenz, Alfredo. Héroes y santos. Buenos Aires: Ediciones Gladius, 1993. P. 161.
[7] Lv. 19,19.
[8] Dt. 22,11.
[9] Seguiremos aquí el texto ya citado del P. Ramiro Sánez.
[10] Sáenz, Ramiro. Op.C it., P. 67.
[11] El Talmud es el verdadero libro que rige a los judíos. Está compuesto por el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), y por una recopilación de leyes y enseñanzas de los rabinos y ancianos del judaísmo. Es “el libro doctrinario que por sí solo expone y explica toda la ciencia y enseñanza del pueblo judío”, enseña Pranaitis, Iustinus Bonaventura en El Talmud desemascarado. Buenos Aires: Editorial Milicia, 1976. P. 15. Este libro contiene un profundo análisis del Talmud como libro base de la religión judaica y expone los artículos del Talmud que hablan del trato que los judíos deben dar a los cristianos. Su autor fue asesinado en 1917, se cree que por revelar los secretos de la ley judía.
[12] Walsh, T. William. Isabel la Cruzada. Madrid: Espasa. Calpe, S. A. 1945. P. 91.
[13]Ibídem, P. 90-91.
[14] Conf. Sáenz, Ramiro. Op. Cit., P. 74.
[15] Jean Dumont. Op. Cit., P.94.
[16] Américo Castro. La realidad histórica de España. Méjico, (sin dato de la editorial), 1974. P. 48. En Ibídem, P. 94.
[17] Azcona, Tarsicio. Op. Cit.
[18] Ibídem, P. 368.
[19] Ibídem, P. 368.
[20] Ibídem, P. 369.
[21] Ibídem, P. 369.
[22] Ibídem, P. 369.
[23] Se les llamaba así en recuerdo de la famosa yegua de Mahoma, en la cual realizó su viaje desde la Meca a Jerusalén pasando por los siete cielos, la cual era más baja que un caballo y más alta que la mula, pero no era ningún animal que se hallase en el libro De naturis animalium; del mismo modo los judaizantes no eran ni judíos ni cristianos; ni una cosa ni la otra.
[24] Las aljamas eran las comunidades de judíos o musulmanes.
[25] Ibídem, P. 370.
[26] Ibídem, P. 370.
[27] Ibídem, P. 370.
[28] Jean Dumont. Op. Cit., P.93.
[29] Juana, la “Beltraneja” era hija de su difunto hermano y antiguo rey, Enrique IV, y de su esposa, Juana de Avis, hermana del rey de Portugal. La niña había sido considerada ilegítima para ascender al trono pues se suponía que en verdad no era hija del rey, sino de su favorito, Beltrán de la Cueva. De ahí el mote de “Beltraneja”.
[30] Azcona, Tarsicio. Op. Cit., P.372.
[31] Positio historica super vita, P.652.
[32] Walsh, T. William. Op. Cit., P. 92.
[33] Positio historica super vita, P.651.
[34] Ibídem, P. 652.
[35] Walsh, T. William. Op. Cit., P. 154.
[36] Positio histoica super vita, P.653.
[37] Sáenz, Ramiro. Op. Cit. P. 68.
[38] Alfonso X, el Sabio, Las Siete Partidas, VII, 24, 11. En Ibídem, P. 655.
[39] Ibídem, P. 654.
[40] Ibídem, P. 649.
[41] Positio histórica super vita, P. 649.
[42] Ver P. 50.
[43] Pemán, José María. Breve historia de España. Cádiz: Escelicer.S.L., 1950. P. 180-181.
[44] Tarsicio de Azcona, Op. Cit., P. 383.