¿Por qué voy a misa tradicional?
Hace días publicábamos aquí una hermosa conferencia acerca de la Misa tradicional y la Misa actual. Presentamos ahora un texto sencillo, escrito hace más de diez años (incluso antes de la promulgación del Motu proprio de Benedicto XVI Summorum pontificum) donde se responden a varios varios interrogantes planteados acerca del por qué de la misa según el modo extraordinario.
Que les sea útil y que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
PS: puede complementarse con este hermoso video
Por esto voy a la misa latina tradicional
Francis X. Altiere IV[1], estudiante de Harvard
Junio 2003 (publicación original)
Introibo ad altare Dei – «Subiré al altar de Dios.» Así comienza el santo sacrificio de la Misa, tal como ha sido celebrado en el rito romano de la Iglesia por más de un milenio. Contrariamente a los sinceros deseos del aparato litúrgico que en los pasados cuarenta años ha venido asolando a los católicos ortodoxos, la liturgia latina tradicional aún sobrevive. Más aún: no sólo sobrevive, sino que está atrayendo nuevos seguidores y despertando una profunda piedad entre los católicos de todas las edades – muchos de los cuales, como yo mismo, nacieron más que una década después de la imposición de la nueva liturgia. Con el reconocimiento por parte de muchos católicos preocupados de que el lex orandi de la nueva liturgia no es una expresión adecuada de la lex credendi de la Iglesia, ha habido en los años recientes concertados esfuerzos para dar un giro a la pobreza de la vida litúrgica. (Inmediatamente acude a mi mente la «reforma de la reforma«, propuesta formulada por el Cardenal Joseph Ratzinger y el P. Joseph Fessio). En tanto que muchos católicos ortodoxos se preocupan por salvar la Novus Ordo Missae, introducida por Paulo VI en 1969, muchos otros dedican sus energías a la restauración – o al menos a la resurrección – de la Misa latina tradicional.
El nombre de la misa y un poco de historia
Deberíamos comenzar por detenernos en una cuestión particular respecto de la Misa Antigua: ¿Qué significa el nombre? El rito tradicional de la Misa que prevaleció desde los primeros siglos cristianos hasta justo después del Segundo Concilio Vaticano, es frecuentemente llamada «Misa latina» o «Misa Tridentina». Estrictamente hablando, ninguno de estos dos nombres es satisfactorio. Si bien es cierto que la Misa antigua es celebrada en Latín, la nueva Misa también es, técnicamente, una Misa latina – después de todo, es una Misa del Rito Latino (diferente de los ritos Bizantino o Maronita, por ejemplo) y el Missale Romanun de Paulo VI fue escrito en latín. Los Padres Oratorianos, al igual que algunos monasterios, son conocidos por celebrar la nueva Misa, total o enteramente, en latín. Pero, ante el hecho de que la nueva liturgia es frecuentemente celebrada en lengua vulgar (¡y la traducción del ICEL nos recuerda lo que la lengua vulgar puede ser!), no es sorprendente que nadie piense en la nueva Misa como la Misa latina.
Llamar a la antigua Misa «tridentina» es también engañoso. No obstante que la Misa romana sufrió algunas revisiones menores y purificaciones bajo el papa San Pio V y después del Concilio de Trento, en el siglo XVI («Tridentina» deriva del latín, por Trento), eso no significa que el misal de 1570 fuera un producto nuevo o fabricado. A diferencia de la nueva liturgia, que fue producida casi desde la nada, en 1969, por un comité de «expertos» liturgistas, el misal de Pío V solamente procuraba «la preservación de una liturgia pura» – de hecho, la misma liturgia cuyos elementos principales habían sido codificados bajo el reinado del papa San Gregorio Magno en el siglo VI. Confiables estudiosos de la liturgia, como el P. Adrian Fortescue y Mons. Klaus Gamber, han documentado la antigüedad del rito romano tradicional. La edición más reciente del misal tradicional fue publicada en 1962. Este es el misal utilizado por el clero, como por los integrantes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, autorizada por la Santa Sede para preservar la liturgia clásica. Los cambios hechos en 1962, como los realizados por San Pio V y por algunos de sus sucesores, fueron menores y orgánicos, y dejaron intacta la integridad del rito latino.
Los católicos de todas las edades deben estar agradecidos al papa Juan Pablo II por la comprensión que ha demostrado hacia los que aún desean la Misa antigua. Aunque el propio Santo Padre ve al moderno experimento litúrgico como una bendición para la Iglesia, ha urgido, no obstante, a los obispos del mundo a respetar el deseo de muchos católicos de realizar el culto de la manera en que lo hacían sus ancestros. De hecho, en su motu propio, Ecclesia Dei, pidió a los obispos que garantizaran «amplios y generosos» permisos para la vieja liturgia, en orden a adaptarse a «los sentimientos que todos aquellos que están apegados a la tradición litúrgica latina». (En el pasado verano, el Papa celebró la misa clásica en su capilla privada de Castel Gandolfo).
Cuando inicialmente, los obispos dieron sus renuentes permisos para la preservación de la antigua Misa latina, muchos pensaron que la medida era simplemente un gesto provisorio para aplacar a sacerdotes y laicos atados al pasado. La idea dominante era que estos anticuados desaparecerían y con ellos la vieja Misa. ¡Qué equivocados estaban! Yo tengo 20 años y desde hace tres años he asistido a la Misa tradicional. Por cierto que en la Iglesia a la que acudo hay gente de edad, sin duda todavía desorientada por los cambios radicales que les quitaron violentamente las tradiciones de su juventud, pero también hay muchos jóvenes. No puede ser simple nostalgia la que atrae a los jóvenes – que nacieron décadas después del Vaticano II – a la Misa antigua. A ese respecto, no es tampoco una consideración estética la que conduce a muchos católicos a estar a favor suyo. Por sobre todo, nosotros preferimos el rito antiguo porque refleja más apropiadamente la creencia de la Iglesia en la Misa como un sacrificio propiciatorio, a diferencia de la nueva liturgia que la enfatiza como banquete comunitario.
Lo estético y cultural
Si bien ningún devoto de la vieja liturgia la prefiere o debería preferirla sólo por su belleza, no hay que negar el valor cultural y estético del rito tradicional. De hecho, en 1971 influyentes figuras de la cultura (incluyendo a no católicos e incluso a no cristianos), basados en fundamentos culturales, apelaron al papa Pablo VI, para que se preservara el viejo rito. En su pedido, publicado en The Times de Londres (15 de julio de 1971), decían que «El rito en cuestión, en su magnífico texto latino, ha inspirado un sinnúmero de inapreciables logros en las artes – no sólo textos místicos, sino trabajos de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores, de todos los países y épocas«. Asistir a una Misa solemne tradicional, repleta de vestiduras de hechura exquisita y con canto gregoriano, constituye, en efecto, una experiencia conmovedora.
La lengua latina y la precisión doctrinal
Pero, como he dicho, no es el valor artístico de la Misa antigua – alimentado en el seno de la madre Iglesia durante 1500 años – el argumento más convincente a favor suyo, sino su precisión doctrinal. No quiero cuestionar la suficiencia doctrinal de la nueva Misa, que habiendo sido proclamada por un papa reinante, constituye, obviamente, un rito válido. Pero el hecho que la nueva Misa sea ortodoxa y sacramentalmente válida no implica que sea una expresión tan perfecta de la fe católica como lo es la Misa antigua. El uso de una lengua «muerta» como el latín desempeña un papel valioso en la preservación de la ortodoxia, desde que el texto de la liturgia está fijado y las palabras utilizadas para expresar la teología eucarística católica no están sujetas a ninguna vicisitud respecto de su significado. En su monumental encíclica Mediator Dei, el papa Pio XII recuerda a los católicos que «El uso de la lengua latina… es un signo manifiesto y bello de unidad, como también un antídoto efectivo contra cualquier corrupción de la verdad doctrinal».
¿Qué es lo que hace al latín una lengua litúrgica ideal y más recomendable que las lenguas vernáculas? Deberíamos notar que casi todas las religiones mayores han dejado de lado alguna lengua particular que, por su relación íntima con el cultus religioso, se ha convertido en sagrada, incluso mucho después de habérsela abandonado en el uso cotidiano. No debemos olvidar que nuestro Señor predicó en una lengua no vernácula – el hebreo. Incluso aunque hace 2,000 años los judíos de Palestina usaban el arameo en su habla cotidiana, conservaban a aquella como lengua sagrada para su culto. Y cuando la Providencia mandó al Príncipe de los Apóstoles, San Pedro, levantar en Roma la diócesis madre de toda la Cristiandad, es sólo por conveniencia que la lengua de la vieja Roma se convirtió, a su debido tiempo, en la lengua de la Iglesia. Cuando un católico escucha la Misa en latín se le recuerda, además de la especial primacía del Pontífice romano, que pertenece a una comunión universal. Como lo explicó el papa Pio XI en su Carta Officciorum Omnium, «la Iglesia – precisamente porque abarca a todas las naciones y está destinada a perdurar hasta el final de los tiempos – requiere, por su verdadera naturaleza, de una lengua que sea universal, inmutable y no vernácula». Es significativo que el Vaticano II que abrió las puertas a la renovación litúrgica, reafirmara que «el uso de la lengua latina debe ser preservada en los ritos latinos» (Sacrosanctum Concilium). El propio papa Juan XXIII, padre del Vaticano II, publicó en la víspera de la apertura del mismo, una encíclica para oponerse al deseo de algunos innovadores católicos de remover el latín.
El actual Santo Padre escribió en su carta del Jueves Santo de 1980, Dominicae Cenae, que «la Iglesia romana tiene una deuda especial hacia el latín, la espléndida lengua de la antigua Roma, y debe manifestarla en todas las ocasiones que se le presenten». Sería tentador hacer de esta línea la base de un silogismo:
– Premisa mayor: La Iglesia Católica debe manifestar su deuda con el latín en donde quiera que se le presente la ocasión.
– Premisa menor: La ocasión siempre se presenta. (El misal de San Pío V presupone, por supuesto, la celebración en latín; y la edición normativa del misal de Paulo VI también está en latín).
– Conclusión: La Misa debe ser siempre celebrada en latín en el rito romano de la Iglesia Católica.
Quizás los actuales católicos estarán en desacuerdo sobre cuánto de lengua vernácula es deseable en la celebración de la Santa Misa, pero sería completamente contrario a la mente de la Iglesia afirmar que la Misa debería celebrarse totalmente en ella. En efecto, sobre este punto, el Concilio de Trento declaró que «Si alguno dice… que la Misa debe ser celebrada sólo en lengua vulgar… sea anatema» (Sesión XXII, canon 9). Es significativo que el concilio haga esta puntualización en un canon dogmático, con el agregado de un anatema, en vez de hacerlo dentro de un decreto sobre disciplina.
Adaptación a los fieles o adaptación de los fieles
En su fenomenal y presciente ensayo de 1966 «The Case for the Latin Mass«, el celebrado filósofo católico Dietrich von Hildebrand pregunta retóricamente «si encontramos mejor a Cristo en la Misa elevándonos hacia Él, o arrastrándolo hacia abajo, hacia dentro de nuestro pedestre mundo cotidiano. Es una buena pregunta, y es una pregunta que muestra una cuestión fundamental acerca del hombre moderno: el antropocentrismo. Desafortunadamente, la liturgia moderna refuerza esta falla básica para la comprensión de la relación fundamentalmente desigual que existe entre Dios y el hombre. El problema con las «liturgias creativas» es que obvian el verdadero centro de la plegaria litúrgica: El fiel debe adaptarse a la liturgia para encontrar a Cristo en la Misa. Se ha dicho bien que en la Misa tradicional, el sacerdote abandona su propia persona en la sacristía y se transforma en un verdadero alter Christus. Siguiendo con exactitud las palabras y rúbricas del misal, hace una oblación de su propia voluntad. No obstante que una ajustada adherencia al texto del nuevo misal eliminaría algún reparo, la tendencia de los celebrantes de dejar su propia marca en la Misa de Cristo es aún pronunciada. Después de todo, la nueva Misa permite al celebrante elegir entre cuatro diferentes «Oraciones Eucarísticas», a diferencia del anterior Canon Romano obligatorio. Esto es para no mencionar la cantidad de otras opciones aprobadas ad libitum (libremente) que tipifica el Novus Ordo.
De cara a Dios, orientación del altar
También el fiel está menos volcado al antropocentrismo en la Misa tradicional. El sacerdote da su cara al altar, más que a la gente – la Misa, después de todo, es la mayor oración que la Iglesia puede ofrecer a Dios. ¿Por qué orientar al sacerdote hacia la congregación cuando la asamblea completa debería dirigir su atención a la sagrada Hostia – la «pura, santa e inmaculada Víctima», en las palabras del misal tradicional? Más aún; la liturgia tradicional también prevenía de la confusión entre sacerdocio y laicado, algo que es muy común actualmente. Todas las lecturas de la Misa eran leídas por el clero – subdiácono, diácono y sacerdote; los representantes oficiales de la Iglesia tenían a cargo todas las oraciones y lecturas de la vieja liturgia. Qué valioso recordatorio para todos nosotros de que Dios ha encargado a la Iglesia la correcta interpretación de la Escritura.
El silencio del misterio
En el rito tradicional, el «silencio» del Canon Romano, oración central de la Misa que contiene la consagración del pan y el vino (que el sacerdote siempre pronuncia sotto voce, en voz baja), nos recuerda que el mundo estuvo silencioso durante la crucifixión. Y, por supuesto, es precisamente el sacrificio del Calvario el que es re-presentado en cada Misa. El crispado sonar de las campanillas atraviesa el silencio, alertando al fiel de la elevación de la Hostia y el Cáliz.
¿Qué hay en la afirmación de que la gente es incapaz de comprender lo que ocurre en la Misa latina tradicional? De acuerdo, pero la gente ¿realmente comprende lo que ocurre en el Novus Ordo? Por supuesto puede escucharla en su propia lengua, pero ¿comprende lo que realmente ocurre en la Santa Misa? Es un hecho bien documentado que solo una minoría entre los católicos actuales cree en la Transubstanciacion –que el pan y el vino consagrados en la Misa se convierten en el cuerpo y la sangre, alma y divinidad, de nuestro Señor Jesucristo. De modo que debemos asumir que muchos católicos, aún comprendiendo el lenguaje de la Misa en lengua vernácula, no entienden realmente lo que ocurre en ella. Ante esto, carece de peso el argumento de que la gente no entiende la Misa en latín. La «comprensión» que de la nueva Misa tiene la mayoría de los católicos, es subjetiva y superficial – lo que no significa que la nueva liturgia sea mala per se, pero demuestra que para «comprender» se necesita algo más que el sólo reconocimiento de la lengua vernácula. (Por supuesto, la catequesis ortodoxa y una predicación sólida – ya sea en una Misa latina o en una parroquia del Novus Ordo – serían de mucho provecho. Obviamente, hay muchos católicos que asisten a la nueva Misa y creen en la Transubstanciación y reverencian profundamente al Santísimo Sacramento, pero en cuanto tal, la liturgia en lengua vernácula no contribuye en nada a crear una conciencia profunda sobre esta realidad).
Comprensión y participación…
Sostengo que los católicos, especialmente los que asisten regularmente a la antigua liturgia, comprenden de hecho la Misa latina. En primer lugar, abundan los misales de mano en latín-inglés que permiten al laico, si lo cree conveniente, seguir las oraciones de la Misa. Otros, sin embargo, estamos espiritualmente formados para seguir las acciones del sacerdote en el altar. Una u otra vía constituyen medios provechosos de participación. En segundo lugar, la lectura de los textos de la Misa, después de haber sido leídos o cantados en latín, lo son nuevamente en la lengua vernácula. Por supuesto, el sermón es siempre predicado en la lengua del pueblo. Ya hemos dicho que la naturaleza jerárquica del rito tradicional de la Misa es opuesto al antropocentrismo moderno. El gran énfasis dado para habilitar a los laicos en la participación activa en la liturgia, constituye un reflejo de este antropocentrismo. No importa que las plegarias de la antigua Misa sean recitadas en latín y algunas veces en silencio – estas oraciones se dirigen a Dios, no a un hombre deificado. No me molesta no comprender cada palabra latina en la Misa: ella se ofrece para agradecer a Dios, para adorarlo, para suplicar Su perdón e implorar su bendición. No se ofrece para pedir por uno mismo o como un entretenimiento.
Aunque la Misa antigua, tan claramente orientada hacia lo divino, no satisfaga a las sensibilidades subjetivas de la congregación, uno no debería pensar que no es instructiva o edificante. Una persona desinformada respecto de la teología católica que participa de una Misa latina tradicional percibiría que algo está ocurriendo – quizás no sepa qué, pero estará encantada con ello. En una ocasión, una mujer católica justificó su decisión de asistir a una iglesia protestante porque ahora, dijo, católicos y protestantes cantan las mismas canciones de modo que ¿dónde está la diferencia? Quizás no sea una falla suya. La liturgia católica ha sido tan desnaturalizada que a muchos católicos no les parece otra cosa que música de aficionados. En el pasado verano hubo una noticia sobre una mujer californiana que se sintió perturbada al enterarse que por años venía asistiendo a una iglesia luterana que pensaba era católica. ¡Qué día triste aquél en el que el sacrificio de la Misa no muestre una apariencia que lo diferencie del servicio protestante! La liturgia tradicional es ciertamente instructiva y nadie podría confundirla jamás con un servicio luterano.
Lo sólido de la antigüedad
La antigüedad sin adulteraciones del rito tradicional romano de la Misa constituye un argumento contundente para que cualquier católico que porque se trata de una realidad y no de una simple cuestión de temperamento, debe poseer un espíritu inclinado a lo tradicional, Lo novedoso, incluso en materia de disciplina eclesiástica y liturgia secundarias, puede minar la estabilidad de la fe. ¿Con cuánta frecuencia escuchamos a católicos contestatarios proclamar que la posición eclesiástica en relación a la contraconcepción y la ordenación de mujeres es proclive a cambiar porque la Iglesia ha experimentado muchos otros cambios dramáticos en los pasados treinta y cinco años? No es desleal, pues, sugerir que la rendición de la jerarquía a las demandas de las innovaciones litúrgicas, como la comunión en la mano y las niñas en los altares – a lo que se opusieron, respectivamente, Paulo VI y Juan Pablo II antes de autorizarlas con reluctancia – socava realmente la autoridad de la Iglesia en otras cuestiones. Sto. Tomás de Aquino señala el deletéreo efecto que la innovación puede tener: «en cierta medida, el mero cambio de la ley es en sí mismo perjudicial para el bien común: porque la costumbre avala en mucho la observancia de las leyes, dado que lo que es contrario a las costumbres generales, incluso en cosas pequeñas, es mirado como grave». (Summa theologiae I-II, 97, 2). Y así, dejando de lado los méritos doctrinarios de la liturgia latina como hemos considerado anteriormente, la real antigüedad del rito tradicional habla fuertemente a su favor. Fabricar ex novo un rito sacramental completo es totalmente ajeno al sentido común de la liturgia católica. El Cardenal Ratzinger, aún no visualizando como una meta la restauración del misal de 1962, está perspicazmente consciente de la ruptura que presenta la reforma litúrgica. En su prefacio a la obra de Gamber, Reform of the Roman Liturgy, describe al Novus Ordo como un producto banal y hecho con prisa».
Conclusiones y perspectivas modernas
La Misa es la suma de toda la vida cristiana y a la luz de las glorias de la Misa tradicional, no debe sorprendernos su actual resurrección – aunque por supuesto nunca había desaparecido. La «crisis de las vocaciones» que afectan a las diócesis en las que la fe ha sido diluida durante décadas, no involucra a aquellas sociedades sacerdotales como la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro y el Instituto de Cristo el Rey, fundadas (respectivamente en 1988 y 1990) para brindar nueva vida a nuestra herencia litúrgica latina. Los monasterios benedictinos tradicionales, como Le Barroux en Francia y el más reciente de Clear Creek en los Estados Unidos, constituyen importantes centros de resurgimiento de la liturgia latina. Bastante más de 150,000 católicos norteamericanos asisten a la Misa latina oficiadas cada semana en sus diócesis, sin mencionar a los muchos más que están esperando la autorización de su obispo. (Una lista completa de todas las localidades en las que son oficiadas Misas tradicional en latín, bajo la jurisdicción diocesana, es accesible en: latinmass.org/directory.html). Permítasenos otra cita del más confiable de los teólogos, Sto. Tomás: «Es absurdo y una detestable vergüenza, que suframos que sean cambiadas esas tradiciones que hemos recibido de los padres de los tiempos antiguos».
Francis X. Altiere
Gracias por este artículo.
Los cuatro fines de la Santa Misa: latréutico o de adoración, eucarístico o de agradecimiento, propiciatorio o de satisfacción por nuestros pecados y de petición o impetratorio son realzados en la Misa tradicional.
La misma disposición ad orientem hace que el sacerdote y los fieles recuerden a quién se dirigen nuestras oraciones, a su vez que el silencio ¡con tanto protagonismo en esta liturgia! nos sumerge en el misterio de la adoración.
De igual modo sucede con el fin de agradecimiento, nuestra acción de gracias se dirige a Dios no al sacerdote que resulta sólo un instrumento del Señor. Agradecemos con palabras sagradas pues la mayor parte de las oraciones tomadas de los salmos nos recuerdan que todo lo debemos a Dios.
El fin propiciatorio es especialmente cuidado en la liturgia tradicional pues no ofrecemos a Dios pan y vino fruto del esfuerzo del hombre -¡qué podrían satisfacer estos frutos cuando el pecado ofende a Dios mismo!- lo que ofrecemos es la hostia pura y santa, el Cuerpo Santísimo del Señor entregado por nosotros y por nuestros pecados.
El último fin, impetratorio o de petición, también es subrayado por la disposición del sacerdote y los fieles. Todos pedimos al Señor y el Sacerdote es el primero entre nosotros que dirige y eleva a Dios nuestras peticiones.
¡La riqueza de la Santa Misa es un tesoro infinito!
Excelente!!! Que lástima que como todo tesoro sea difícil de encontrar.
muy bueno!!! Muchas gracias por la publicación
No voy, porque sencillamente en Venezuela no celebran.
Es muy bueno el Artículo!! en estos momentos donde vivimos una «desacralización de la Liturgia» es bueno dar luz en estos temas…
Siga adelante!!!!
La nueva liturgia tiene claras ventajas. Por mencionar algunas:
1.- Las «nuevas» plegarias eucarística aportan una riqueza incredible a la Misa. En el «canon romano» casi no hay mención al Espíritu Santo. Sin embargo es fundamental en la consagración. El pan y el vino se transubstancian en el Cuerpo y la Sangre de Cristo gracias a la acción del Espíritu Santo. Las «nuevas» tienen unas epiclesis maravillosas al Espíritu Santo.
La plegaria eucarística III es, la más elaborada teológicamente. Subraya la acción del Espíritu Santo, acentúa vigorosamente el aspecto sacrificial de la eucaristía y afirma también nuestra participación en la ofrenda de Cristo: “Que él nos transforme en ofrenda permanente para que gocemos de tu heredad…”. La plegaria eucarística IV se inspira en anáforas orientales, especialmente de San Basilio. Celebra la eternidad de Dios creador, canta su santidad con los ángeles, aclama el plan de Dios que va desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Jesús, su muerte y resurrección: es un canto de amor a la eternidad de Dios y a la salvación del hombre. La plegaria Eucarística II, está compuesta sobre la base de San Hipólito, es decir, de la más antigua que conocemos. Posee un sabor de cercanía a los apóstoles. Volver a
celebrar hoy la Eucaristía en términos muy similares a los empleados por nuestros hermanos del siglo II, da a nuestra plegaria una raigambre y un sentido de perennidad y universalidad que la hacen más sólida.
Obviamente esto es una riqueza que no teníamos en la liturgia anterior al Vaticano II.
2.- En el momento de la Consagración, sobre el altar está Cristo con su cuerpo real y también su cuerpo místico (la Iglesia). No solo está nuestra Cabeza, sino que está la Iglesia y todos y cada uno de nosotros, que nos ofrecemos a Dios uniendonos al sacrificio redentor de nuestra Cabeza. Me parece muy piadoso que tanto el sacerdote, que es Cristo – sacerdote y víctima – esté junto con nosotros que también somos sacerdote y víctima (obviamente con las consideraciones necesarias para distinguier el sacerdocio ministerial del sacerdocio común) y que el sacerdote pueda mirarnos a nostros (y nosotros a él) que también somos parte de ese Cuerpo que se ofrece al Padre.
En fin, hay muchísimas consideraciones sobre la Misa actual que la hacen un tesoro de la Liturgia que a veces no sabemos apreciar. Que esta ignorancia no nos lleve a despreciarla. Pidamos la humildad y la sabiduría para estudiar, apreciar y sacar más provecho a la Misa.
Entiendo el valor de sus palabras, pero me permito agregar y matizar algunas cosas:
La variedad de anaforas y plegarias eucaristicas (que ya no llamadas canon) son contrarias a lo que la Iglesia hizo durante siglos, es decir, mantener la estabilidad de lo que se reza y se cree, para dar lugar a una variedad que ni siguiera tiene un criterio de aplicacion. Ciertamente el misal romano distingue vagamente cuando usar una u otra, y da preponderancia al canon romano, contrario a lo que ud dice del mismo, pero este criterio no es seguido por ningún sacerdote que yo conozca, en ningun lugar.
Sobre el origen de las anáforas y plegarias eucarísticas, hay mucha tela para cortar, y estudios mas calificados sobre el tema que miran con desconfianza esta proliferacion de oraciones en la misma misa, lo cual da, como dije una variabilidad contraria a la costumbre de la iglesia de dar estabilidad a lo que se reza, y por ende a lo que se cree.
En interesante que ud, alegue que se hace mas mencion al Espiritu Santo, cuando se quitaron dos oraciones que hacían referencia a la Ssma. Trinidad. ¿En qué quedamos entonces? Dichas oraciones fueron quitadas una del ofertorio y otra previa a la bendicion final.
Su análisis deja de lado otros aspectos importantes disminuidos en la reforma:
1- El ofertorio, que paso de ser un conjunto sublime de oraciones a una imitacion de la bendicion de una mesa judía
2-El propio de la misa (Introito, gradual, aleluya, secuencias, ofertorio, secreta, comunion). No nombre la colecta y la oracion post-comunion porque se mantienen.
El introito dejo paso al saludo inicial, muchisimos sacerdotes lo omiten y perdio el sentido de oracion escrituristica
El gradual, aleluya y secuencias practicamente dejados de lado, se los escucha muy pocas veces, y el gradual con frecuencia es leido por laicos, perdiendo su unidad dentro de la liturgia celebrada por el sacerdote
La secreta y el ofertorio pierden su relevancia cuando se rezan las preces universales (que muchas veces son las mismas del canon…)
La oracion comunion esta prevista en el misa inmediatamente despues de la comunion del sacerdote, es decir, ¿debe decirla con la hostia todavia en la boca? Le informo que la mayoria de las veces se omite.
El propio define el caracter de la liturgia que se esta celebrando, digame ¿que queda una vez alterados justamente los elementos mas importantes que son las oraciones?
Permitame el atrevimiento de reescribir su ultimo comentario:
«»En fin, hay muchísimas consideraciones sobre la Misa antigua que la hacen un tesoro de la Liturgia que a veces no sabemos apreciar. Que esta ignorancia no nos lleve a despreciarla. Pidamos la humildad y la sabiduría para estudiar, apreciar y sacar más provecho a la Misa antigua»»
PD: Altares del siglo IV ya estaban de espaldas al pueblo, la constitucion Sacrosanctum Concilium nada dice de que el sacerdote mire al pueblo, el misal romano en esto es confuso porque a veces habla de voltearse y otras de «mirando a los fieles».
la misa antigua nos va a salvar!!! gracias.
Hay otras cosas muy buenas en la nueva liturgia (nueva es un decir porque ya lleva 50 años). Por ejemplo: los lugares donde transcurre la Misa: las Sede, el Ambon y el Altar. Claramente representan los «munera Christi». Jesucristo es Rey en la Sede, Sacerdote en el Altar y Profeta en el ambón.
Otro ejemplo es la oración de los fieles. Es la expresión de sacerdocio común de los fieles. Se piden cosas generales (muy pocas veces cosas concretas o particulares) porque se enfatiza que, ejeciendo el sacerdocio común (no confundir con el sacerdocio ministerial), el pueblo intercede ante Dios por las cosas de todos.
No veo que las diferentes plegarias eucarísticas afecten la estabilidad de lo que se reza ni la invariabilidad de lo que se cree. Al contrario, dan riqueza y presentan contenidos que aumentan nuestra Fe. Nos permiten ver con luces nuevas aspectos de la única y verdadera Fe, que nos enriquecen y nos muestran la inagotable inmensidad de Dios sin alejarnos ni cambiar la enseñanza tradicional de la Iglesia. Las Iglesias orientales tienen muchas anáforas, y las tradiciones Galicana e Hispánica tenía una anáfora para cada Misa. En occidente la tradición latina creo en el siglo IV ese impresionante y valioso «Canon Romano». Sin embargo no se puede quitar importancia a las actuales plegarias eucarísticas. La plegaria II suena, tiene un eco, a las palabras de San Hipólito (año 235). La obra maestra de anáforas orientales es la de San Basilio (año 379), en la cual se basa – aunque no exclusivamente – nuestra actual Plegaria IV.
No veo el ofertorio como una imitación de una bendicion de una mesa judía. Al contrario, es el momento en que ofrecemos los dones y a nosotros mismos. Toda la Iglesia se prepara para ofrecerse en el ese momento. La Iglesia cuerpo mistico, unido a Cristo Cabeza.
Nosotros sabemos que finalmente el Espíritu Santo es el autor de la Misa Tradicional, «la cosa más hermosa de este lado del Cielo», como el venerable P. Frederick Faber del Oratorio de Brompton la llamó. Según el Concilio de Trento, la parte central de la Misa, llamada Canon, «Está compuesto de las palabras mismas del Señor, de las tradicio nes de los apóstoles y de las piadosas instituciones de los santos Pontífices». El núcleo del Canon se remonta al menos a la mitad del siglo cuarto. Antes de ese tiempo, los archivos históricos son escasos, porque la Iglesia estaba bajo persecución. (La última de las 10 grandes persecuciones romanas acabó en 304.) Sin embargo, como el historiador anglicano Sir William Palmer declara, «hay buenas razones para remitir su composición original a la Edad Apostólica». El Canon fue considerado tan sagrado que los primeros sacramentarios lo escribieron en tinta de oro y los teólogos medievales se refirieron a él como el «Santo de los Santos». No es de extrañar que el Padre Louis Bouyer dijera una vez, «desecharlo sería un rechazo de cualquier demanda por parte de la Iglesia romana a representar la verdadera Iglesia católica». En cuanto a las plegarias y ceremonias que rodean al Canon Romano, están todas sacadas de la Escritura y/o la Tradición.
Cuando llegamos al Novus Ordo Missae, nosotros también conocemos a sus autores. Mientras que Pablo VI era formal y jurídicamente el responsable, fue compuesto de hecho por un comité de clérigos modernistas llamado Concilium que consistía en unos 200 individuos muchos de los cuales habían hecho las veces de periti («expertos») Conciliares durante el Concilio Vaticano II. A su cabeza estaba el Arzobispo Annibale Bugnini cuyas conexiones francmasónicas están virtualmente fuera de discusión.
El Espíritu Santo es autor tanto de la Misa «Anterior» como de la «Nueva».
Dá lo mismo si son 200 o 300 o 1000 expertos. El Espíritu Santo actúa a través de ellos. El hecho de que sea en un Concilio y promulgada por un Papa nos dá la seguridad de su actuación.
Es un tanto temerario no aceptar la actuación del Espíritu Santo en esta situación.
Además, la aceptación y difusión del actual «Ordo Missae»es también una prueba.
Ni hablar de la riqueza y belleza que tiene la «nueva» Misa. Es una prueba palpable de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia
Con humildad hay que descubrirla y saborearla.
Por ejemplo, la riqueza de las tres oraciones de la Eucaristía: la Colecta, la Oración sobre la ofrendas y la Post-comunión. Los «peritos» incluyeron fragmentos de oraciones antiguas, del anterior Misal de San Pio V, textos de los Santos Padres (San León Magno, San Cipriano, San Agustín) y también textos nuevos que presentan aspectos relevantes del magisterio.
Como un ejemplo mínimo, vemos lo que se reza el Domingo III de Pascua:
«Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu y que la alegría de haber recobrado la adopción filia afiance su esperanza de resucitar gloriosamente»
Esta oración nos tralada al siglo V. Su antiguedad la convierte en una pieza venerable. Resuena a San Atanasio (373): «Jesucristo resucitado convierte la vida del hombre en una fiesta continua». Es un canto a la alegría, el optimismo de la Iglesia y una manifestacion de la belleza de la liturgia!!!
Y así hay mil ejemplos más en el «Novus Ordo Missae».
El P. Joseph Gelineau S.J., uno de los miembros más influyentes de la Concilium de Monseñor Bugnini, que verdaderamente compusieron en 1969 la Nueva Misa, escribió en su libro Demain la Liturgie (La Liturgia de Mañana) sobre la liturgia romana , «Que aquellos que como yo, han conocido y celebrado la Misa solemne gregoriana, la recuerden si es que pueden. Compárenla con la Misa (nueva) que ahora tenemos. No sólo las palabras, las melodías y algunos de los gestos son diferentes. Para decir la verdad, es una liturgia diferente de la Misa. Es necesario decirlo sin ambigüedades: el Rito Romano como nosotros lo conocimos ya no existe. (Le rite romain tel que nous l’avons connu n’existe plus). Ha sido DESTRUIDO (il est detruit). Algunos muros del antiguo edificio han caído, mientras otros han cambiado su apariencia, hasta el punto que hoy parece o como una ruina o como la infraestructura de un edificio diferente”. Me pregunto, si el Espiritu Santo es también el autor de la misa nueva, será que Dios se contradice al DESTRUIR y suprimir la Misa de Siempre? Por cierto, Monseñor Bugnini, el «padre» del novus ordo también reveló el 7 de mayo de 1967 sus intenciones cismáticas de destruir la liturgia cuando afirmó en una entrevista a un periódico francés , “Ésta no es simplemente una cuestión de restaurar una valiosa obra maestra, en algunos casos será necesario proveer nuevas estructuras para ritos enteros…ésta será, verdaderamente, una NUEVA creación.” (La Documentation Catholique, nº 1493. ) Nadie puede negar que la misa nueva fue compuesta artificialmente en 1969 por un comité de clérigos modernistas mientras la Santa Misa Tradicional es el fruto de la Sagrada Tradición de la Iglesia a través de casi 2000 años. El Cardenal Ratzinger (ahora Papa emérito Benedicto XVI) escribió en la introducción al libro «La Reforma del Rito Romano» de Monseñor Klaus Gamber que «en lugar de una liturgia que fue el fruto de un gradual crecimiento y desarrollo, se impuso en su lugar una liturgia BANAL, fabricada al instante (produit banal de l’instant). Un proceso de crecimiento orgánico fue abandonado … » [La Reforme Liturgique en question (Le-Barroux: Editions Sainte-Madeleine), 1992, pp. 7-8.] En fin..
La «nueva Misa» (por llamarla de alguna manera) nos presenta maneras muy elevadas de acercarnos a Dios. Obviamente todo depende del que asiste (si voy con malas disposiciones no aprovecho nada de la misa actual ni de la tradicional). Pero pienso que en muchos aspectos nos ayuda muchísimo si vamos con las disposiciones de corresponder a las gracias de Dios. Una parte bellísima y eficacísima del «Nuevo Orden» son las epiclésis (invocaciones al Espíritu Santo) que no eran tan frecuentes en la Misa Tradicional (que no se lea esto como una crítica a lo anterior, sino como una alabanza de lo nuevo). Por ejemplo:
En el momento de la Consagración vemos dos «cuerpos» de Cristo en el altar (estoy escribiendo en un lenguaje simple y corriente, no con la precisión de un teólogo). Está su cuerpo real (el cuerpo «nacido de María Virgen», resucitado y ascendido al cielo) y está su cuerpo místico que es la Iglesia. Está presente realmente su cuerpo real, y está presente místicamente su cuerpo místico, donde «místicamente» significa: en virtud de su inseparable unión con la Cabeza. No hay ninguna confusión entre las dos presencias que son bien distintas, pero tampoco hay división alguna.
Y puesto que hay dos «ofrendas» y dos «dones» en el altar -el que se debe transformar en el cuerpo y la sangre de Cristo (el pan y el vino) y el que se debe transformar en el cuerpo místico de Cristo-, hay también dos «epíclesis» en la misa, es decir, hay dos invocaciones del Espíritu Santo. En la primera se dice: «Por eso, Señor, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean cuerpo y sangre de Jesucristo»; en la segunda, que se recita después de la consagración, se dice: «Y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Que El (el Espíritu) nos transforme en ofrenda permanente».
Me parece una maravilla este tesoro de la Plegaria Eucarística III.
Quiero resaltar lo positivo, y los avances de la liturgia en el «Novus Ordo Missae».
Respecto a los autores del mismo, es cierto que lo conocemos. Es el mismo Espíritu Santo, el que guía y conduce esta barca de la Iglesia a través de los siglos. Realmente, no me importa el nombre de los 100 o 1000 autores materiales. Me importa que a través de ellos actuó el Espíritu Santo. Y lo veo en el resultado. Pero, claro, tengo que verlo con los ojos de la Fe. Esa Fe que me hace aceptar lo que haga el Espíritu Santo independientemente de que me guste o no.
La Fe en Cristo me obliga a veces a bajar la cabeza, aceptar lo que no me gusta y que apenas entiendo, invocar luces nuevas y finalmente el Señor nos da luces que muestran las maravillas de Su acción, mezcladas con las nuestras pobres miserias.
La mayor parte de lo escrito lo he tomado de otros autores. Si alguien quiere mayor referencia, por favor, me escribe.
Porqué la misa nueva derivó en -misa espectáculo-, el espectáculo debe estar siempre renovandose. Y lo Sagrado es una mezcla de Misterio,Temor , Respeto y Continuación de la Eternidad, traída por Nuestro Señor ; que nada tiene que ver con el espectáculo ,dado para atraer espectadores.