Un secreto de la Virgen de Luján para la Argentina
Estando hace pocos días, en la capital de la Fe que es la Basílica de Luján, en Argentina, un anciano sacristán se me acercó y, luego de un buen rato de conversación, me confesó un secreto guardado desde hacía varias generaciones en su familia; el hombre no parecía normal pues en él existía esa serena vehemencia de los santos. Me tomó del brazo y, descendiendo lentamente a la cripta, nos encontramos enseguida ante un viejo arcón. El rechinar de las bisagras mostró enseguida el óxido de los años; lo abrió, tomó un pergamino curtido y comenzó a leer: “Para ser abierto y publicado en el año del Bicentenario: Carta de la Virgen de Luján a la Argentina”. ¿Qué decía el texto? Pues acá va:
“Querida Argentina: pasados ya 200 años de tu autonomía e independencia como Nación en la que supiste defender los valores de la Fe y de la madre patria, quería aprovechar esta fecha en la que algunos aún me honran como su Madre para decirte esas cosas que, sólo quien engendró hijos puede narrar…
Habrá cosas que quizás no hubieses querido escuchar jamás y otras que te llenarán de emoción; pero créeme que en todo he buscado siempre tu bien. Déjame decirte primero lo que me duele y luego lo que me alegra de ti como hija.
En primer lugar me duele…
Me duele Argentina que se diga que naciste en 1810 o 1816 y que no se reconozca mi maternal intervención a lo largo de tu historia: ¿acaso no era la “Santa María” aquella carabela que antaño ancló en tierras americanas por el año de 1492? ¿Acaso no aprendieron mis hijos argentinos a nombrarme entre susurros de una lengua nueva, cuando los misioneros les hablaban de “la Madre de Dios”?
Y me duele Argentina que hayas falseado tu historia y que hayas querido trocar tus héroes verdaderos renegando de tu pasado: Porque no se compara a un San Martín con un Moreno, ni a un Belgrano con Rivadavia, ni a Rosas con un Sarmiento. Unos amaban esta Patria grande y otros la trocaban por el té inglés, el déme dos y el pan francés…
Me duele también que se diga que quienes murieron por la Patria lo hicieron inútilmente. Me duele que no se diga toda la verdad acerca de la década del ’70 y sobre la Gesta de Malvinas; me duele porque yo misma te sufrí en aquellos años turbulentos; me duele que ahora se humille a sus soldados y se continúe con la lucha dialéctica, que es el motor de la historia, para quienes no me aman.
Y me duele Argentina que hayas despreciado a la Familia; me duele que hoy ellas tengan muchas cosas pero pocos hijos; me duele que, en caso de tenerlos y a causa de los problemas, crean que están solos… ¿Acaso no mandé yo misma, en las Bodas de Caná, a que mi único Hijo cambiase el agua en vino para proveer a los novios? Él, que me sigue obedeciendo y a Quien no se le escapa ni una hoja de un árbol sin que lo permita, tampoco dejará de oír mi omnipotencia suplicante.
Me duele Argentina que hayas trocado el matrimonio por el “juntarse” o el “probar” o la “pareja” o el “noviazgo eterno”; me duele porque hace sólo cincuenta años, la cosa era “uno con una y para siempre…” y hoy resulta que es un tuttifrutti inentendible de distintos colores y sabores…
Y me duele, me dolió la otra vez, cuando escuché decir que puede llamarse “matrimonio” a la unión de homosexuales…; y me dolió cuando se dijo que es algo antiguo, rebuscado, no sé qué…; y más todavía cuando un niño, la otra noche, en medio de sus plegarias, me dijo… que rezara por su madre, que se llamaba… José…
Y me duele Argentina… que hayas hecho de la religión un deporte de entre-casa, una superstición familiar. Y que sólo allí se me invoque, o, en el mejor de los casos, en las parroquias o en los templos, pero que me hayas desterrado del trabajo, de las comidas y las reuniones…
¡¡¡Si hasta hubo un tiempo en que las batallas las librabas en mi nombre!!!
Me duele además, ¡y cómo me cuesta decirlo! Que algunos pastores que mi Hijo mandó para apacentar Su rebaño, se preocupen más bien por la tierra, por los mapuches, por alimentar el buche, y por todo lo que es de material en el hombre, en vez de predicar, confesar y celebrar dignamente el Santo Sacrificio del Altar.
Me duele Argentina, me duele…
¡Pero también me alegro!
Me alegro porque todavía hay unos pocos que me siguen rezando y buscan aquella Verdad que los hace libres.
Me alegro porque ellos saben que la Patria sigue siendo la “tierra de los padres” y no una simple “idea” hegeliana que se construye en el aire.
Me alegro porque saben que nuestra historia ha sido falsificada y que aún restan años y esfuerzos para volver a reflotarla. ¡Cuántas estatuas habría que tirar! ¡Y cuántas habría que esculpir!
Me alegro Argentina porque aunque tienes sangre indígena, sigues rezando a Jesucristo y hablando en español.
Me alegra porque aún hay matrimonios que siguen creyendo en el Amor y saben que para llegar al cielo no se llega sólo de a dos.
Han tomado a pecho su vocación
y saben que no hay salvación sin sufrimiento
y aunque cuesta sangre y corazón
ni soga se corta ni falta el aliento.
Me alegro Argentina porque aún hay en ti quienes sueñan conmigo y con esta otra Patria en la que ahora vivo luego de haber atravesado aquel Valle de Lágrimas.
Me alegra finalmente porque fue uno de tus poetas quien te enseñó cómo debe construirse una Patria. Yo sé mucho de poesías, por eso lo invoco:
Argentina: eres un pueblo de recién venidos.
y has de saber que un pueblo se realiza tan sólo
cuando traza la Cruz en su esfera durable.
La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza el pueblo?
Con la marcha fogosa de sus héroes abajo
(tal es la horizontal)
y la levitación de sus santos arriba
(tal es la vertical de una cruz bien lograda).
¡La vertical del santo, la horizontal del héroe!
Te resulta difícil (Argentina) ¿no es verdad?
Pero aunque te cueste, aunque te cueste, recuerda que…
Amar la Patria es el amor primero
Y es el postrero amor después de Dios
Y si es crucificado y verdadero
Ya son un solo amor, ya no son dos”.
Hasta aquí llegaba el manuscrito…; el sacristán lo dobló, lo puso en un sobre y lo guardó nuevamente en el viejo arcón de la Basílica de Luján…
Ahora depende de los argentinos contestar estas líneas con nuestras vidas.
P. Javier Olivera Ravasi