La Vida Contemplativa y la Evangelización de América (3 de 5)

En la entrega anterior analizábamos la oposición tanto pontificia como desde la monarquía a la presencia contemplativa en la Evangelización de América a lo que se sumó el desgano o la falta de entusiasmo de las mismas órdenes monásticas. Procuraremos ahora comprender las razones que han llevado a algunos autores a juzgar como decisivo ese escaso aporte monacal en América.

Decadencia del monacato

Dos autores de la talla de Carlos Disandro y del Padre Mario Petit de Murat han expresado sus críticas por la ausencia de vida contemplativa en América.

El primero de estos autores se posiciona en contra del hombre y las obras del barroco señalando, entre otras razones de su crítica: “el empobrecimiento de la vida contemplativa”. También se expresa duramente con respecto a la Compañía de Jesús por considerar que

será ésta precisamente la que se transformará en forjadora del hombre barroco, cuya influencia en el mundo latino-americano comportará en definitiva una verdadera ruptura con la tradición religiosa de la Edad Media. (…) lo que pudo ser en la obra española prolongación y redescubrimiento, se transformó en una pérdida del sentido fundacional, arraigado en la vida contemplativa. Podríamos expresar esta conclusión afirmando que Hispano-América nace sin referencia, a la Edad Media, pero al mismo tiempo sin relación con el sentido histórico moderno[1].

Para Disandro la Madre Patria recobrará el valor de España eterna en la medida en que se saque de encima las rémoras del barroquismo y América en tanto logre una fisonomía románica, como lo ha sintetizado Antonio Caponnetto al exponer acerca de la crítica disandrista[2].

Por su parte Fray Mario Petit de Murat remarca el “aspecto primordial y poco conocido” de las instituciones monásticas: su sentido fundacional. Para explayarse en este punto nos remite al pensamiento de Disandro, así expresa:

Un autor excelente de nuestro país, filósofo y filólogo, Carlos A. Disandro, sostiene en uno de sus escritos: “Y así, entre lo cotidiano, cuya estructura se confunde frecuentemente con la alienación y el abandono, y lo eterno, cuya consistencia es una densidad que se expande sin disminución, se abre el vínculo de la fundación”[3].

El fraile comenta, en referencia a esa cita, que la eternidadasume realmente lo sensible y temporal, es soberano acto puro; no admite mengua:

habrá asumido de verdad lo sensible si lo ha transfigurado y lo transfigura, no por la anulación del ser propio de las cosas, sino exaltándolo en la definición de ellas, las cuales proceden de la Verdad, que también es Dios y eternidad. Cuando se da una verdadera transfiguración ha habido una verdadera fundación, pues ésta no es otra cosa que cimentar algo en lo eterno. Toda otra cosa no está fundada, ya que el esfuerzo o la intención que la quiera sostener, tiene necesariamente una medida en el tiempo, y pereciendo, con más razón perecerá lo que en el esfuerzo se sustentaba[4].

Por eso, al resaltar al monacato como la institución capaz de fundar llega a la conclusión “de que nuestro país está en el vacío y va a la deriva. Aún no ha sido fundado sobre lo eterno: su Monacato es apenas incipiente”.  A este respecto el pensamiento de Petit de Murat es que:

España no terminó su obra en América; aquí existen aún zonas extensas desprovistas de clero, cuya fe católica se funda nada más que en profundas reminiscencias de lo que aquellos misioneros sembraron. Sin embargo, la poderosa corriente misional española se frustró, en parte; al no consumarse en su fruto lógico, la fundación de monasterios, la Iglesia tampoco se estabilizó en una posesión definitiva de lo temporal para Cristo. Por eso el liberalismo francés e Inglaterra con su comercio, pudieron informar pronto la vida pública y diaria de estos pueblos dejando para la Institución divina sólo los reductos más inoperantes del espíritu (en el lenguaje de los lugares comunes: “la conciencia”, el “Fuero privado”; esto que en la realidad equivale a nada es lo que quedó para el Señor en la mentalidad de nuestros católicos).

Porque el monaquismo no les enseñó a transfigurar la totalidad de lo cotidiano en Cristo con la fuerza y nitidez que únicamente él puede hacerlo, los pésimos males que se originan en la apostasía de Europa, arrasan en América como allá no logran devastar.

Tenemos que entender que una es la estructura cristiana del Continente madre y otra muy distinta la de la hija. Europa se inició con una pléyade de Abadías que explicaron sus impulsos, días y circunstancias, en Jesús, Dios y Hombre. Por eso el cristianismo se ha metido en la médula del europeo y la iniquidad desatada por él mismo encuentra tarde o temprano el reproche ineludible de la Faz ensangrentada. En cambio, aquí, la eternidad nunca ha sido tomada absolutamente en serio; tampoco los problemas o intereses temporales han dejado, del todo, de tener soluciones temporales. La presencia de las cosas y sus mutaciones ejercen una hegemonía asfixiante sobre el americano. Es que faltó la respuesta al Crucificado, radical. El misionismo que no para en fundaciones monásticas, a la corta o a la larga, añade a la Iglesia, no santos, sino sólo simpatizantes y afiliados.

En consecuencia de esa deficiencia histórica de nuestro país, la tierra, los hombres están vacantes o poco menos. Este hecho favorece la asunción. La tarea que realizaron los Benedictinos en los siglos de fundación de Europa (VI al VIII) la deben realizar Vuestra Paternidad y vuestros Hermanos en la Argentina, injertándose en estas tierras casi vírgenes[5].

La crítica es contundente y nítidamente delineada, sin embargo, se nos presentan algunas objeciones para aceptar sin más estas observaciones. La primera es la que expresara el Dr. Antonio Caponnettto en el Epílogo de Una Sabiduría de los Tiempos, cuando plantea que entiende el dolor lascerante de la patria que estremecía al fraile pero que:

sin embargo tampoco podemos coincidir  totalmente con Fray Petit cuando movido por esta lícita y nobilísima herida nacional, dice las cosas que dice. Que España no descubrió América, en primer término. Porque según afirma (…) «el momento histórico que pasaba no le permitió descubrir». De resultas, «nosotros no estamos fundados, la Argentina no existe. Somos un planteo híbrido… un pueblo envejecido…viviendo de sobras de una civilización que se ha desmoronado… no hemos nacido»[6].

Señala entonces Caponnetto las tres razones por las que considera lo contrario:

– Porque estas tierras fueron descubiertas; esto es: bautizadas, nombradas ante la gracia, incorporadas a la Cristiandad, sacadas de la mudez y de la clausura, regeneradas por el agua y el fuego del espíritu. Y esto para que se cumplieran las profecías. (…)

– Porque ese descubrimiento –así entendido, en la plenitud de su significación teológica– sólo pudo llevarse a cabo por España, precisamente por el momento histórico que atravesaba. Esto es el del esplendor y la cumbre del cumplimiento de su vocación hispanocatólica. (…) descubrimiento providencial sólo uno, y ése, se lo reservó Dios a la España de Isabel y Fernando. (…)

– Porque entonces existimos. Fuimos descubiertos y fundados, gestados, alumbradosy echados a andar. No somos hijos del azar, del encuentro fortuito, del entrecruzamiento híbrido de períodos o razas. Somos hijos legítimos de la Cristiandad, prole de Hispania, descendencia directa de ese Occidente que forjaron por mandato del mismo Jesucristo, San Pedro, San Juan y Santiago.

Y como hijos legítimos de la Cristiandad participamos también genuinamente del arte, de la literatura, de la poesía, la música, el santoral y la vida monástica de la cristiandad. Son tan nuestros como del occidente europeo. “Europa no nos es ajena. Si Europa es la Fe, como ha escrito Belloc, América es la misma Fe y en esta unidad esencial no caben distingos geográficos”[7]. Y en este sentido España nos fundó con el mismo espíritu de San Benito al fundar Monte Casino. Dice Caponnetto: “el misterio es el mismo. Sobre la tierra inhóspita la entronización del Huésped. Y el templum convertido desde el primer instante en el punto de rotación y en el eje de la ciudad, en su principio de stabilitasloci. Esto es el corazón de la cultura monástica”[8].

La observación de este espíritu monástico probablemente sea lo que lleva a Pólit a afirmar: podemos ver que “durante los siglos XVI y XVII, que pudiéramos llamar la edad media americana, los conventos volvieron a ser, como antes lo habían sido en Europa, los asilos de las ciencias y las artes”[9]. También Linage Conde señala que, ante la escasa presencia monástica en América, las órdenes misioneras adoptaron algunos elementos propios de la vida monacal por ejemplo “la abundancia y esmero del canto coral y el servicio litúrgico”, o incluso la enclaustración permanente de algún religioso[10].

Una cuarta objeción, que también plantea Caponnetto, es que no hay catolicismo disminuido o agrandado. Hay o no hay catolicismo, y América y Argentina conocieron la Catolicidad. “De allí que nos duela como una injusticia que de estas tierras (…) se diga que no se ha visto nunca un católico, un hombre que prefiera la eternidad a lo temporal”[11], y acota el autor que, de esto, el mismo PadrePetit es una prueba.

 


[1]Disandro, 1960, p. 26.

[2]Caponnetto, 2012, p. 406.

[3]Petit de Murat, 1960.

[4]Petit de Murat, 1960.

[5]Petit de Murat, 1960.

[6]Caponnetto, 1994, p. 106.

[7]Caponnetto, 1994, p. 107.

[8]Caponnetto, 1994, p. 107.

[9]Pólit Laso, 1905,p. 14.

[10]Linage Conde, 1983,p. 69, 67.

[11]Linage Conde, 1983,p. 108.

 

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